Vuelo en tus manos calientes como llamas, los dedos crecidos temblaban. Temblaba tu mirada y ya era madrugada. Se me caen los pies «de ti cerca». Se deshoja la noche. Huyes para esconderte de la huida de tu casa. Con los zapatos en las manos, entras. Entras y ocupas tu lugar del silencio de la cama. Se apagan los árboles de la noche. Piensas en mí agarrada a tu cuerpo. Y buscas un sueño como continuación de nuestro encuentro.
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Tú apagada entre los árboles huyes de tus formas cada mañana. Y vienes del sur con el vestido de tu cuerpo con la réplica «del te amo», con el deseo de tu piel agitado, con la inquietud flotante. Y vienes con el caliente aire de la noche como el que espera a que la noche «se haga».
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Bocas mudas anudándose como se anuda el campo a la hierba. (...) Cerca de ti... allí en nuestro mundo nocturno crece nuestra hambre. Entre tus piernas enroscadas («tiernas y tinieblas») se hacen tirabuzones las uvas verdes. Se miran, prontas y solas, ... y la piel de nuestros muslos se abre. Su calor florece. Le brotan orillas; tiemblan, lloran, recuerdan. En ti, bajo la lluvia, fuego. En tus manos invisibles, campo. En tus «labios hechos», llovizna. Entrelíneas, te beso. (...) Esa manera de tu silencio. Esa manera de echarte bajo mis ojos. Esa fuerza encarnada temblaba.
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De aquellos que nos olvidaron caen los nombres. Los reescribo con tinta de arena, con la última llegada, con todas mis faltas. ¿Y si quiero recobrarte, amor? Esperaré la llegada de todos los caminos. A través de la espera te necesito, te renombro, tantas veces como caen las gotas de las fuentes. Meto la mano en tu universo, en el mar negro de tu cuerpo, en la sal que me hace ola. Redobla la luz loca, suenan las campanas «de la mañana», «se hacen bocas» abiertas al aire.
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Mi barullo de lengua dando vueltas
Son las raíces fuentes de la tierra, revelación del silencio
jueves, marzo 26, 2015Y respondo gritando: «Pronuncio el mundo». ¡Dime! ¿qué tal anda tu lengua? -Mi lengua anda a cuatro patas, ceceando donde no se debe, frotándose contra las mejillas; y allí... allí se relame con el gusto de su boca. (...) Son las raíces fuentes de la tierra, revelación del silencio, odio a la muerte.
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De la sonrisa hice una sombra; lo invadió todo. Tu sonrisa invadió al miedo, anuló mi ceguera, hizo canto y la vida que me pertenece. (...) Me ofreces la vida sin dolor... Me ofreces la trampa de tus brazos. Me ofreces el alimento «que devora». (...) La luz pasa hambre; de tus ojos, por ejemplo; pasa por el silencio, por el mundo donde te busco, por el fruto de la semilla. Y el mundo ahí no está solo; está abierto a los sentidos, a las emociones, a la deriva sin nombre... Ya sé quien soy con los pasos de tu sombra. Soy un lugar quebrado; y en ti noche. Soy una mano rota y necesaria; un grito que se niega, mil cosas troceadas ... y la existencia; ¡sí, la existencia! Somos múltiples que cambian; dentro cambian, ajenos unos a otros; ajenos a los nombres cuadrados. (Y la conciencia alternante fuera de juego; aunque ella ni se da cuenta.) No tiene nombre, ni rastro, ni duda; ni sabe. (...) Pero cerca de ti todas las sombras son gritos; gritos que nos rodean, amenazan, quieren ser nuestra sorpresa. Son gritos de la primera vez que hicimos el mundo, la rebelión de las sombras; las sombras del origen, las sombras primeras, eternas, anteriores a toda existencia. Gritan y con sus manos retuercen el espacio; lo comprimen para que no quepa nada. Clavamos nuestras uñas en la piel de las sombras; metemos los dedos, las abrimos, nos mojamos de su silencio. Entre nuestros dedos se escapan; huyen para tomar el mundo; lo llenan; se hacen fuertes, rebeldes; y gritan: «Aquí no crecerá nada; ni la luz ni la materia, ni el aire ni el agua.» Se agarran a los bordes; crean torbellinos de sombra; gritan y hablan en la lengua anterior al Tiempo.
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Ahora confieso que:
que quiero estar frente a tu boca, «oírte las horas amigas», «darle prisa» al amor «y entonces»... confieso que me sorprendes cuando me tocas, que el amor tiene señales, que antes de ti solo hubo silencio, que la pasión se mueve como una tormenta. (...) Lloraba el aire de la ventana. «El tiempo odiado tirado.» Las estaciones duras. Las montañas inestables. Los silencios sueltos. La voz pidiendo: «Entrégame la vida». (...)
El cambio y su resistencia. «No puedo perder más.» Los días acabaron con el reposo. Pasa el viento. Reposa la sombra. El día acabará cediendo. Pasa la belleza del aire. Pasa el mañana por la calle... y no se para. (...) Tuve viajes insoportables. Tuve el corazón suelto y ahora es arena. Tuve una duda prisionera, una piedra contenta. Tuve una mirada de vacío triste, un mal silencio: las curvas derrumbándose. Tuve la oscuridad en granos, la sombra de piedra de la sonrisa ausente. Una vez te dije: «Allí fluye dentro la líquida sombra; y sale por la boca», por eso la noche.
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Mi barullo de lengua dando vueltas
El espacio tiene brazos como ramas que salen de mi cuerpo
domingo, marzo 22, 2015Todas las puertas cortan las llamadas. La llamada del infierno, por ejemplo. Las puertas de las huidas locas. Las demencias de los amantes marchitos. Los gritos que no aman. Y el dolor; sí, el dolor. El dolor tomado «a centímetros». El dolor del otro lado que viene por la espalda. Los besos «en el nunca». Los besos del vientre. Estas palmas son tuyas y las orillas intactas de mi cerebro. Todas las puertas son de arena, sin límites y secretas. El espacio tiene brazos como ramas que salen de mi cuerpo. Ese espacio eres tú; sí, tú: el fruto de mi ausencia; esa ausencia que espera en el borde del cuerpo: esa isla gaviota del deseo; ese orden del mundo dibujado; ese tiempo extraño y vulnerable. Son las puertas del tiempo que observan a los «llegantes», a los fragmentos, a los oídos helados: no son oídos sordos, son de hielo. Llaman a las puertas los trozos de la vida con sus manos de nieve. Llaman mientras el agua cae por la madera. Hay tristeza en esa fiebre de la llamada. Crece el invierno sobre las puertas. Se prepara un extraño surgimiento de mirada blanca.
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Era una tarde y tú no estabas. Estabas aquí describiéndote el rostro con las cuchillas de mi deseo. (...) En ningún momento estabas. En mi calle no había nadie, ni tú. No hubo nadie. No hubo nadie describiendo tu llegada. Y la calle sola sangrante. (...) Pesa tu rostro. Me corta el espejo. El dolor no falta. El dolor no falta a la cita adonde no has llegado. Se me rompe el dolor. Me pesa el rostro. Tengo la noche pegada; la cara pegajosa. De pie parado a dos metros de la ventana, inmóvil. Soy todo ruido en calma. Están rígidas las horas; se acumulan como estacas en mi cuerpo. Soy un coma indefinido y cerrado, sin lengua.
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Mi barullo de lengua dando vueltas
Vamos a bailar sobre la sorpresa del infinito
viernes, marzo 20, 2015En tus manos se hace la lluvia. En tu rostro yo. Nuestra mirada hace pareja. Rehenes del mundo. Nos pensamos dentro del lazo. Nos hacemos un poco «del tiempo». Y a largo plazo sogas somos. Somos soga solitaria de la costumbre. Soga del «futuro angustia y muerte». Le quitamos la voz al tiempo, al día sus sombras, al agua la corriente. Nadie pasa: espera. Dentro de nuestros ojos somos solitarios sentados ante sus puertas. Se abre y se cierra la escena del mundo. Se abre: sombras; se cierra. Todos nuestros deseos son catástrofes, anuncio del fermento. Vamos a bailar sobre la sorpresa del infinito. Espera! Empieza el segundo.
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Mi barullo de lengua dando vueltas
Babean mis manos sobre las hojas de tu cuerpo
jueves, marzo 19, 2015Yo tomo tu rostro despierto, adormilado, sueño... y pronto llega la noche. Llega el día con su breve sueño. Llega la noche y me estiro como un sueño con hambre. Babean mis manos sobre las hojas de tu cuerpo. Llega el día vulnerable. Llega el placer del silencio nocturno, con su boca, con su alma, con sus párpados. Llega la cama sin memoria, sus alas... el grano de las horas. Llega la voz del día: purga paciente. Llega la noche y sus abandonadas sombras ... los pliegues de la memoria... los recuerdos disueltos... el «aquí vives». Llega el día con su distancia de piedra. Llega la mirada gris del cielo nocturno: la pareja de la lluvia.
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Mi barullo de lengua dando vueltas
Allí está el cielo calcinado con las tres manos juntas
miércoles, marzo 18, 2015En el mar de mi casa no escribiré nada; allí todas las palabras son follaje; allí todos los árboles son subterráneos; allí no escribiré nada que no sea tu nombre. (...) Allí me equivoco como se equivoca la distancia; allí soy el hijo culpable... la futura muerte, la muerte inocente, la del olvido y la demencia, la de la urgencia. Allí está el cielo calcinado con las tres manos juntas. Miro y lo reconozco como aquel que fue un día... como aquel del comienzo... oído y palabra, piel del agua, patria del mundo. Ella llora su partida con lágrimas congeladas. Ella lo llama «por los días eternos», prepara caminos para su retorno, a la nueva vida llama. Sonríe frente a todas las mañanas nuevas. Sonríe por las palabras nuevas. Adopta la espera a la intemperie «de la fuerza».
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Y ahora allí quedan todas las palabras, palabras muertas en los cementerios de las cosas, en la orilla de las tumbas, en las raíces de las hierbas. Ya no crecen: son centímetros, frágiles y amarillas. Y ahora dime, tú que estás en la tumba muerto, dime cuan inmóvil es el silencio? -El silencio aquí es tierra. -¡Pero la ves! -La veo. La veo caerse grano a grano; tarda mucho en llegar al fondo del pozo. -¿Pozo? -Sí, del pozo; porque debajo de mi cuerpo hay un pozo infinito. Caen sus gotas con el sonido de la cueva; esa gota que hace del otro lado montículo de piedra, calcárea, brillante y blanca. Algunas, las más antiguas, salen por la superficie de la tierra; se elevan buscando el cielo. Son esas juntas las que llamarán a su puerta y le darán consistencia y suelo para que sobre él puedan caminar las almas.
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Amor a ti como milagro
Y en ese futuro que aún no hemos encontrado, en ese nacimiento invisible
lunes, marzo 16, 2015Lo maravilloso, eso eres tú. Tú, que ocupas todo el espacio. Tú, mi lugar, mi salida, mi escondite, mi fuego. Y en ese futuro que aún no hemos encontrado, en ese nacimiento invisible, en esos días engendrados, seremos de los días viento, vientre de la vida. Tomaremos los años perdidos en nuestras manos, las ganas, las horas rotas, nuestro pretérito. Y ahora frente al futuro te digo.
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Ya es tarde para esperar que la noche venga, para que en este lugar te encuentre... como antes de aquel misterio: el misterio de nuestro encuentro. Ya es tarde ¡ya ves! Es tarde «por la mentira», por las palabras troncadas, por las veces que te has ido, por las que has vuelto, por las que has vuelto con la falsedad en la boca, ... sí, con sonrisas ¡ya sé! con la sonrisa de « no he hecho nada», del «me fui con la duda», « me fui con la duda un rato». Estuve en la habitación pensando, en la alquilada, en la de paso, en la barra de los bares ignorada, mirándome en el cristal del vaso. Estuve llenando la boca de antojos, el ahogo callando...
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Oculto está el cristal, oculto al agujero del mundo. Y grita, y grita en el fondo de su garganta. Es la fuerza del espejo que se hace presencia. Dentro, en ese espacio donde está el mundo, parece silencio en el bullicio de la palabra. (...) El cristal del espejo absorbe el mundo; lo hace suyo, lo mete dentro. Allí el terror está amortiguado por la ignorancia. Limpia ignorancia de un mundo perfecto. Toda ignorancia se refleja en las paredes de cristal. Esa es la verdad: no hay otro mundo, ¡es este!
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Peligrosa es la caída de los sueños. Los sueños caen en las botellas del mar, caen dentro de los mensajes viajeros, y a fuerza de remar gritan en la orilla como caracolas muertas. Sobre el cristal de la arena se escriben, bajo los pies desnudos. Gritan: «Aquí mensaje marinero, náufrago, náufrago de tinta, de amor al grito tirado. No sigan. Miren. Tomen estos granos de arena escritos. Reconstruyan el orden de las palabras, el mensaje. Pero no se vayan. Miren este reflejo de las manos.»
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Amor... en esta dureza del encierro extiendo el silencio sobre el suelo... sobre él me tumbo como sobre una piedra seca... Es frío el suelo, ¿sabes? e infinito: amplio, ... más allá de la tierra. Es el suelo sombra que yace: es un instante derramado sobre la piedra, es materia del cuerpo caída, es olvido constante.
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Amor a ti como milagro
Te espero como el fruto espera el jugo de la tierra
miércoles, marzo 11, 2015Soy tan débil en tu voz... que parezco madera abandonada. ¿Oyes el río que me lleva? ¿Oyes la ausencia flotando? ¿Oyes? Y el silencio se hace ruido. Y el tiempo entra. (...) Las palabras se diluyen ahora. Las empuja el viento y van... en el vaivén de la tierra. (...) Te espero ¿sabes? Te espero como la rama espera al aire, como el fruto el jugo de la tierra espera; así te espero ¿sabes? (...) En tu cuerpo te espero, con el peso del amor guardado, sin prisa, con esta boca. Con todos los besos retenidos, con todo el tiempo guardado, con la paciencia del árbol. Te espero ¿sabes? Te espero porque sabes a tiempo, a un tuvimos todas las horas de la cama, a un abrazo. Porque este mío es tu cuerpo lleno de sangre... reluciente y roja, vibrante, y llama.
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Pero sí, así es la dureza; y duele; duele como la devoción que no se agota, como el color perenne. Dura como la espuma. Sufriente como cada vez que partimos. Y después dudo y te engaño, y me engañas, a ti mentirosa desconocida. Piensas en un decir infinito: esto es mío y aquello; tierna y dura como la piedra. Como la piedra me concibes cuando en mí no crees: todo es mentira, y verdad, y cierta, dudosa, incierta, trágica. (...) Todo lo que te digo es costumbre. Miro, me miro, te miro, eres presencia, de la existencia olvido, de la desesperación dolor, tuyo, contigo. Del mañana... ¡Pero si no hay mañana! ¡Si eso no existe! ¡Si son palabras tiradas al futuro! (...) Pero contigo... Pero mañana... Pero contigo tengo sueños. Pero en esta noche corta... ¿O es oscuro «temprano»? ¿O es que me he despertado porque te desvaneces? (...) No sé; se me acabó la noche. (...) Se me acabó este «encierro de soñarte». (...) Ayer corté las horas porque no estabas. Puse el cuerpo en reposo. Entré en las dudas del sueño. Miré mi encierro. Me arropé «de manta». Y me puse a mirarte más allá de tu presencia. Engañé a las horas. «Fui muy largo.» A cada rato «hice ruido». Desaparezco en el tiempo: en el tiempo material como espacio; es decir: me pierdo, me pierdo en sus calles, no sé por qué son negras, pero no hay paredes, ni aceras, ni puertas; pero sí ando. (...) «Hace ruido el tiempo.» No lo oigo. Yo ando, en ese negro.
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Cada vez que te oigo la bondad en mí crece. Crece como la fe en el amor. Como los años crece. Como la nieve crece. Crece tu bondad al decirme; sí, tú, aquella que en tu silencio me hablas. Es el silencio de la desesperación, ya veo; ese que tienes retenido en tu gran boca. Quise para ella hacerte un himno o un poema. Ya ves como me lo tomo: con torpeza. Creo en tu bondad lenta. En tu bondad de tinta y memoria, en tu mañana siguiente con la que me alimentas. Es tu memoria grande y borra; y borra el dolor que sufriste, la pena que te dejó solitaria. (...) Quiero ser ese grito de tu vida, ese grito del habla, esa música de tus palabras. Sí, ahora: ahora que me has dado tus palabras, y las horas de tu silencio, y ese «tú ahí delante de tu mesa sola», a veces horas, a veces silencio. Pensando. (...) Son tus labios blancos, árbol de mis frutos. Ya sé que es la fruta de la distancia, ya sé. Que tus manos son el recuerdo que nunca ha existido. Ya sé que no tengo tu aire, ni la caricia, ni el beso. Ya sé que somos ventanas del tiempo y de la distancia: agujeros en lo que nunca ha existido. Somos hambrientos del contacto, ese olor que nunca hemos conocido. (...) No sé si lloras. No sé si lloro y no me doy cuenta. Tal vez aquí grito y este es mi llanto. Pero sí duele; y si duele será por algo. No te digo. Me lo callo. Te pongo la medida del silencio.
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¡La araña, la araña, la vida, la araña, a cada rato, a cada recuerdo: lo veía, lo sentía, me ponía enfermo sin saber por qué, sería que yo era culpable, mi carácter, ofuscado, silencioso y ofuscado, en tensión permanente, era así desde siempre, luego era yo, era yo y mi joven rebeldía, mis obsesiones, mis fantasías, pero no, no eran ellos, era yo, solo yo, y ahora dudo, pero no, ayer lo vi, vi como me puso, me puse, reactivó el dolor y la confusión, pero esta vez sí lo vi razonando, estaba confuso, tal vez me equivoque, y no sea así, y sea yo yo yo!!!
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Me sonríes, me besas, me miras como una llama. ¿Me quieres? ¿Te quiero? ¿Te amo? ¿Será pasión esto? ... Me olvidas, te olvido. Me recuerdas, te recuerdo... duele. Duele como si te hubieses ido, como si yo no estuviera, como... cuando se cierra una puerta sobre los dedos. Te veo, me ves... y quédate. Quédate tú también, quédate. Un palacio es tu brazo, una embriaguez terrible. Mi cuello protesta por tu ausencia. Mis ojos giran como tus ojos. Se nos cae la ropa. Te extraño. Te extraño en esta herida que «hace tiempo»: oscuro, espeso. Tu pecho a veces cerrado y oculto, lejano y cerca, «me hizo confuso» al oírlo entreabierto, me hizo pozo abrazado al agua en la embriaguez de la tierra, de tu cabello «me hizo danza». (...) A veces se me rompe tu nombre. A veces, nada. A veces subterráneo en mi rostro. A veces no puedo imaginar tu rostro; otras, imagen fija, enigmática. Enigmática me miras como si te hubieses ido. A veces, desde tu imagen me hablas, tú, la desaparecida. Y miro la sombra de tu mano. Y miro el índice del tiempo. Y miro como el tiempo habla.
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Y alguna queja tuve de tus brazos; esos que siempre desnudos he visto. (...) Con esa separación de la tierra, con esa tristeza con la que me miras, dime ahora. (...) Me miras como una noche apagada, con esa cara de «no me crees», te digo: «Pero no te vayas. Si me amas sonríe y no te vayas. (...) Déjate de besos y ven; ven a este punto de la cama; sí, aquí donde se olvidan los no puedo, los no quiero, los no debo...
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Algún suspiro no me queda ni siquiera para el aliento, ni siquiera para la boca, para el beso, para el aire, para el viento, para la tempestad que se hace en nuestras bocas. Y me dices entre quejas: «Hoy he visto la mañana en tus labios». La mañana sería cuando está en tu boca. Pero no estoy seguro que sea la mañana: ¿y si es un sueño? ¿y si no es ésta sino otra mañana? ¿y si todas reunidas vinieron? No sé; una sola parece; oigo los muelles de sus huesos; son de siempre los mismos; son del despertar quejas, quejas de luz, quejas del espacio, quejas del mundo que por primera vez despierta.
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Fíjate en la penumbra del tiempo; en su sitio las manos he puesto. En el excesivo derroche de los calientes huecos, calientes, profanos. A su lado están las solas estaciones como un parpadeo, con sus estirados brazos, con su mirada de regreso.
Sí, negra como un regreso; como las horas negra, como los muelles del tiempo.
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Allí entre los males, entre todos los juramentos, allí perdido... desaparecido y loco, mentira y angustia. Allí, en el calor de la plegaria, en esa llama dulce, en sus fragmentos, en los lugares rotos, en los miles rostros, allí, ojo y viento. Allí me empujas la noche. (...) Encerrada, horas; sí, horas como distancia, recuerdos cerrados, allí vienen despiertos.
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Misterio, sí, allí donde estuve con el sabor de la espera, con el amor al agua, en esos charcos de la constancia, en el refugio de la entrega. Misterio, sí, me quemas en el palo de la hoguera inquisitoria. Ya con los ojos derretidos, con amarradas manos, en el mar de la pública plaza. Con los pies en cruz y la cuerda. Las manos atadas. El clamor de la gente oculta mis gritos. Hoy no llueve, ¿sabes? Hoy tal vez habrá relámpaga tormenta. Truenos, rayos, y una oscuridad sublime que tragará todo y el alma.
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Invisible me encuentras, engaño, puerta. Puerta abierta al juramento, de tus ojos, de tu memoria. Por todo aquello que amas te engaño, me engañas: somos enigma, misterio... negativas fuerzas; somos cifra del encuentro, cuerda, nudos, belleza. Escucha esta sombra. ¿Ves? Es un agujero: trama, duda, ventana a tu sombra. Escucha tu lengua, a tu lengua de carne, esa que disfruta en tu boca, esa curva de tu cuerpo, labio, filo, sonrisa. Cristal roto de tu boca cuando las palabras no te salen. Esa, sombra del agujero abierto; carne, silencio, diente sobre el aliento. Esa de tu alma periferia. Amor atrapado: boca; encendido, boca. Escucha el sabor de los besos, y su espera. Donde estuve, boca, la tuya de lágrima hecha.
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Invisibles los prodigios cabalgan en tus ojos. Llaman a todas las puertas, que les abran gritan, y si no en el umbral se sientan. Se sientan mirando al jardín, los sueños evaporados de la cabeza. Llaman con los codos, patalean, suspiran y gritan: «Abran, abran. Soy yo.» No me reconocen. Esperan a que el perro salga y se van con él a hacer el recorrido de los árboles. Huele la madera húmeda a marca. Hecho el círculo, retornan a la puerta. «Abran, abran. Soy yo. ¿Aún duermen?» Recorren las ventanas cerradas, miran y piensan: «Están encerrados en sus sueños.»
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