Sobre hasta. Que se pone el cielo. Teníamos que cerrar los ojos para que los animales desaparecieran. Se encogen como cabellos. A la desaparición se pegan sobre sí mismos. Las orejas sobre el cuello. Los ojos sobre la raíz de los ojos. Labios replegados sobre la lengua y sobre el cielo de la boca. Sobre las mejillas, la frente. Se cruzan los pinceles. Se enjuagan en el olor del líquido fuerte. Un silencio de tela. Del repliegue lienzo. En las silenciosas paredes nocturnas.
Qué serán los inmóviles? Fermentaran oraciones en su inmóvil silencio. Dicen: Años crecen en los campos del Señor. Vigilan sus ojos la gran cosecha. Habla la extensión con el indómito viento; ese de la boca del Señor. Bajo su potente música bailan los árboles al unísono. Es la fiesta de la alegría. Donde participan los arroyos, mientras con sus fluidas cuerdas, refleja en la superficie del agua el visible rostro del Señor.
Collage impresionista puntillismo
Con sus almas múltiples realizadas en sombras
miércoles, agosto 12, 2020El nombre del alma de la sombra. "Políalmano" con sus almas múltiples bien avenidas a la convivencia dentro del propio cuerpo. Cada una de ellas con su múltiples sombras, ágiles alrededor de cada cuerpo. Flexible piel de sombra. El aire mediador entre los límites del cuerpo y la sombra. Si necesario fuere, sacrificio de sombra a sombra (Una por sacrifico, se entiende.). Surgen también misteriosas sombras de primavera, cada año, cada vez, una nueva alrededor del cuerpo. Sombras de intuición que leen las señales. Anclan sus sombras el cuerpo a la tierra. Por alguna razón de sentimiento, de vez en cuando, cualquiera de las sombras rodeaba completamente su cuerpo de carne. Por último, cuando el sol va acabar su diario recorrido, se alargan las sombras de cada cuerpo y con sus voraces bocas de sombra lo devoran en un instante.
Purificación de las fuentes. Lejos de la danza, de los cantos, a toda distancia. Donde las manchas, por oposición, no significan nada. Lejos de la consunción de la penitencia. Se concentrará la vida sobre las verdes hojas; “sobre” su efecto purificador del aire. Así la vida interior es toda espacio; inmensa y compartida a través de la distancia. Vuelan todos los pájaros juntos en ese mundo invisible a la luz. En ese viaje de aves míticas. Se posan en todos los puntos de agua para señalar la vida a los perdidos viajeros, que no navegantes. Aunque algunos, amantes de la costa, visualizan en el lugar de la tierra señalado. Algunos ya no vuelven ni al mar ni a los caminos, quedan tumbados en un eterno abrazo a la materialidad de la fuente. Con el tiempo, un amplio círculo de hedor crea una diana visible desde el cielo.
El mercader de los abismos. En el abedul de los sacrificios cercanos. El jeroglífico de los caminos del polen. Mal distinguía los nefastos pájaros caídos. En el lenguaje metafórico de las abejas, miel significa palabra, verbo del árbol y la planta. Desaparece en el tiempo de la resurrección, en su inmediatez, en el alma de las sombras. Reaparece en el manto del abismo. Solo es necesario atar en divertido desorden alrededor del cuello las ágiles palabras que vienen al vuelo. Sale sobre el pórtico de la sensual garganta la enigmática filacteria escrita como en un triangular pórtico antiquísimo, desde donde se oyen los más enrevesados oráculos acumulados desde el principio de los tiempos en la memoria de las humanoides cavernas. Ensalma el terrible dolor de los eternos cuerpos, aquellos que forma la continua línea física de la existencia humana. Envía el rayo del ciego enigma, secreto hasta la muerte; al menos, que justo antes de la fugaz resurrección, se abra de la sabiduría el ojo, y aparezca su sentido como un centelleo, imagen para los rápidos de vista y de ágil entendimiento. Se fuga hacia arriba, en ese instante, la acumulada energía de la efímera existencia revelando así todas las fórmulas elucubradas sobre el sentido de la vida; instante de bendita iluminación durante el cual la conversión inesperada hubiese cuajado sin la traición de la carne. Se acaba ahí el tiempo sacrificador, voraz del sacrificio de la carne. Temporal éxodo cuarto milenario, indicador de un tiempo de siempre, atemporal, para indicar que salimos del cuerpo como por las puertas de la ciudad y patria en busca de un marcado Destino, promesa de riqueza material para el cuerpo, gran reserva de la cosecha de la espera en los campos de la tortuosa, dura y seca vid que abre sus fructuosos racimos a la altura de las bocas. ─Toma la dirección y anda ─dijo. Llega allí donde las calmadas aguas son mansas. Aprende de las líneas que marca el campo. Pues esas líneas son las marcas de tu futuro. Dentro de su recinto crecerá fuerte tu descendencia. Lo afirma el viento que procede de la alta montaña, cuya divina lengua fertilizará todas las bocas más allá de su mestiza confusión. ¡Protégete! No olvides jamás la promesa. Sirve a su dictamen y tendrás asegurada tu eterna salvación. No dejes que se corrompa la divina sangre. Huye. Reniega. No injertes tu árbol, aquel que se te entregó al principio.
Duermen las llaves dentro de todas la cerraduras, algunas perdidas en el tiempo, otras por el olvido. Cerraduras de sal que convierten al que mira en estatua. Estatua detrás del agujero, rodilla en el suelo, el alma agitada. Estaban los pasillos de todas las casas ocupados por esos cuerpos fijos, todos hechos mirada, la mano derecha apoyada sobre la madera, la izquierda lacia, los fijos ojos de sal cercanos al hierro, y ya nada habla. Silencio de sal. Sal del tiempo detenido.
Sobre el desvío de los puentes se hacían un lío la riberas, confiadas en la fija identidad de los ríos. Gritaban: para allá, a la derecha va la cuna que nos sostiene. Otros: para allá, a la izquierda; síguela, síguela; se hunde un poco; a penas se ve; pero es cierto que aquel reflejo es la luz que nos acompaña. Seguid, navegantes. Os llama el mar con sus sueños infinitos. Cruzad la fija tierra, quien en su inmovilidad no se mueve, y quien, con sus ojos de madera, os mira con el irónico gesto de quien, desde su supuesta superioridad, mira a los vagabundos locos; esos que llevan en los rotos bolsillos el mendrugo mohoso de pan de la piadosa limosna.
En el arca de las horas. Estupor. Juicio petrificado. Del recuerdo del besarte. // Si gimes entre las fresas. Entre los dedos de lluvia. Llueve entre truenos, llueve. // Uvas donde palabras. Se funden en el calor de la boca. // Era las cinco de la tarde en el laberinto de tu mirada, y corría agua fresca por tus manos. // Alguien nos había arrancado los cadáveres de las horas, sus pellejos, escamas del prehistórico tiempo. Llevaban dentro todos los extremos. Los del amor, la desidia, la muerte. Los de la misma vida con sus abusos, trágicos, violentos y trágicos. // Liberados, flotábamos como colores más allá de la gravedad.
Tren del fondo del alma. Para ver campos. // Descienden sorpresas. Sus gestos, signos inevitables de la noche. Allí me gusta verte, sonriendo, gaviota. Marinera del mar del aire. Volverte a ver. Adorable. Fundirme en tu sombra. Hacerme eclipse, para ti noche, voluminosa, mágica.