De la comedia del arte de la vida salen los personajes con los trajes triangulares, con antifaces de madera, graciosos, maliciosos, haciendo del arte del fingimiento la esencia de la vida. Es la imagen de sus ideas inconsistentes. Sin principios en las pobres ideas.
Brillan como redondas bocas. Se juntan calientes circunferencias. Profanan la carne, su líquido, transmutan. Toman semblante de lo semejante. Recorren todos los pasos del cuerpo, sus escaleras, escondites, sitios perdidos. Persiguen el último atisbo de vida. Rompen todas las ventanas; añicos los cristales; amurallan. Insolentes, arrasan. Arañan la sangre. Aprendiz ciego. Deslumbrado por la voracidad. A la caza. A la cosecha. A todas horas fulminantes rayos.
No estaban muriendo bien con el malestar de la despedida. Indigestión de tiempo. Malestar de rutina. Ferocidad del vacío. // Un reloj salta y revienta. No dice su nombre ni el tiempo que ha contado. // No estaba allí para poner nombre a las cosas, sino para ponerlas en unidades separables. // En sus arrebatos se alargaba y encogía, según el capricho del instante. Tomaba densidad o parecía liviano. Otras, clavaba sus púas en la piel hasta dejarla exangüe.
El miedo de morir, los ojos. La luz se apoderaban del ellos sin que se pudiesen defender. A veces cortes. Ilusión de estar cegado, modo standby. Se alegraba de ese blablabla que producía la oscuridad. Alegre de lo ausente sin procedencia sonora también. Era amante de la larga marcha. Se unían a él los desconsolados. Todos con vendas de tela negra sobre los ojos y con grandes cascos que herméticamente estaban posados sobre los oídos. Iban en la misma dirección con pasos pausados, silenciosos y limpios.
Hacia viento. Aquel que la mayoría seguíamos sabiéndolo o no, cada cual a la manera que le había tocado en el lote de su entorno. Hay que decir que quien más quien menos ignorábamos esto. Pero daba igual saberlo que no saberlo: hubiésemos pensado lo mismo, pues creíamos que no estaba determinado -espejismo en el que cada cual vive tomándolo como exacta realidad. Pero es esa la realidad dicen a la que todo humano se encuentra encadenado. Es así la naturaleza humana. Una de las cuestiones más apremiantes era la manera de salir ilesos, o con heridas no mortales. En todo caso salir para tener ganas de contarlo.
Iba y compraba cuando todo estaba cerrado. No le quedaba otra opción que entrar por la puerta trasera. Le subía la adrenalina de los pies a la cabeza como un chute de alta tensión. Aún permanecían las ventanas cerradas, con cara de no quiero saber nada de la calle; ¡como si no fuese a salir! Eso no se lo cree nadie. El calor se concentraba, sobre todo en la cabeza bajo el pelo: casi un picor mordiente que no te permite pensar en otra cosa. Nervios y desazón. Intranquilidad progresiva mientras avanza el amanecer. Tenía que salir. El lo sabía. En algunos de esos momentos del tiempo saldría y surgiría otro yo vivencial con repentinas sensaciones. Algo así como que el próximo acto sería como siempre gratificante. Después vendría la calma; esa calma que no se parece en nada a todas las demás calmas. Se entumecía el dolor, tanto el físico como el del alma. El inconsciente se despojaba de sueños. Dejaba la mente como si este fuese el primer momento vivido. Un momento sin antecedentes: limpio como el empezar.