En sus reflejos, laberintos de lluvia, laberintos de pájaros
miércoles, julio 20, 2022Porque nunca es tarde para lo que existe. Cuando la lluvia nos espera. Sus calles, sus casas, sus murallas. Arañan. Mientras intentan retener sobre la pared el escape. Más grande se hace el laberinto. Mientras sus patas se enredan alrededor de la sin salida. Apilados laberintos subterráneos. Secretamente intercomunicados. No se sale de sus sombras. Sus enredos. Les crecen otros a semejanza de nuevas raíces como pasadizos. En sus reflejos, laberintos de lluvia. Laberintos de pájaros. Sin salidas. Pájaros volando en ángulos rectos de laberintos. Entre sus muros, encerrados.
Y los locos nudos de amor y pasión. En nuestra órbita. Seremos lentos en la caída. Dulce caída de los cuerpos. Sin rojas dudas. Hormigas rojas de fuego por la multitud devoradas. De insectos móviles murallas. En su trajín del hambre. Separan sus pasos para aislar el peligro. Branquias de lluvia. Metálica respiración. Suena a chicharra. La tarde arde. Se agita el calor en el aire. No corre, flota. Se quema el rostro y las alas en la travesía. Gruñe un pájaro tardío en la rama seca. Abre las alas al ausente aire fresco. Pico jadeante. Lengua tiesa. Desorbitados ojos de pasas.
Como buen ovejero del que come queso y del árbol castañas, y mirando la viva carne bajo la sucia lana, come bellotas a ras del suelo rivalizando a golpes con los redondos y húmedos hocicos de mis buenos compadres cuando pasan por la sal y el aire frío, y de tanto mirar se le quede cara de serranía, gruñido de matanza, de sangre el cubo o la grande tinaja, que vamos que ya es hora de comer con gran pan de añejo horno redondo de rojo ladrillo. Mientras los tres perros y un cachorro relamen su lengua como lúbrico aperitivo que es de vez en cuando comerse la lengua o comerse a uno mismo.
Como las direcciones no excepciones se convertían en rumbos de inciertos vuelos. Y volar. Y volar. Escribiendo puntos y comas en el cielo. Quedaban bordados farolillos de las populares ferias donde daban vueltas los luminosos carruseles, tiovivos, caballitos o calesitas. Y la música hacía calles entre la polvorienta multitud con caras alegres y tristes de los que se van y vienen. Por el triste camino de vuelta se preguntan si la fiesta volverá el año siguiente con el que sueñan bajo la apariencia de alegres campanillas quienes con su tintineo adormece los temores del mañana.
Qué serán los inmóviles? Fermentaran oraciones en su inmóvil silencio. Dicen: Años crecen en los campos del Señor. Vigilan sus ojos la gran cosecha. Habla la extensión con el indómito viento; ese de la boca del Señor. Bajo su potente música bailan los árboles al unísono. Es la fiesta de la alegría. Donde participan los arroyos, mientras con sus fluidas cuerdas, refleja en la superficie del agua el visible rostro del Señor.
Ocurriendo. Ocurriendo y por venir. Vienes como la lluvia. Hablas de agua. Me despierta tu sonido. Y hablas. De mayor naciste lluvia. Hermana del Tiempo. Te reencarnas. Aunque no te reconoces. Eres la fiesta de las ramas, de las ranas, de los ríos y riachuelos. Eres el sonido, a veces, la respiración del cielo. De la cólera de los dioses que fueron. Líquido nacimiento. Dimensión que ocupa el espacio. Eres explícita fiesta por venir. Negación del desierto. Trampolín de los granos de arena, de su polvo. Haces del mundo algo perfecto: redondo y móvil. Haces de mi pecho, aquí, las raíces del tronco de los árboles. Afuera y dentro de ti, me envuelves. Te salen color de horizonte. Te acercas cuando las aves vuelan. Flores boquiabiertas te esperan, admiran, ensalzan. Vuelan entonces los pétalos como barcos, navegantes solitarios finos-vela, finos-vuela casi como aéreas naves de amplia seda.
Es el tiempo un invento para contar la ausencia
jueves, diciembre 10, 2020No sé del otoñal color de las viñas. Ese olor húmedo de sus hojas. ¿Para qué se me vienen su color, su olor ahora? No lo sé; pues se perdieron en la turbulencia del tiempo. Pero este con su agitación no las borró, ni la humedad desapareció; se vino pegada a la ropa. Y el color nubla mis ojos. No me deja respirar su recuerdo. Hace tiempo que es otoño. Otoño de viña y hoja. Donde el frío es ávido cada noche. Se levanta el tiempo. Y nadie sabe su recorrido. Es el tiempo un invento para contar la ausencia.
Se nos hace largo recordar. Sí; no sabemos que hacer con los recuerdos. Se enmarañan en los labios. Te hacen creer como que existes. Pues eso es al mirar tus dos manos de bebé, esa impronta que aún tienes presente; tan actual como lo actual; tan fuerte en sus efectos como cualquier representación o cualquier sensorio. Dos manos y su recuerdo llaman, en el dolor, al objeto perdido. Son los gritos de las manos; esas primeras que tocaron, por primera vez, la maravillosa piel del origen. ¡Oh inefable de piel recuerdo! Sensación que aún llevamos en la propia piel, como un sello, como una marca, como un correr por dentro que nos hace correr por fuera. ¡Oh piel, motor! ¡Tal vez sea lo último que, cuando la muerte entra, muere!
Purificación de las fuentes. Lejos de la danza, de los cantos, a toda distancia. Donde las manchas, por oposición, no significan nada. Lejos de la consunción de la penitencia. Se concentrará la vida sobre las verdes hojas; “sobre” su efecto purificador del aire. Así la vida interior es toda espacio; inmensa y compartida a través de la distancia. Vuelan todos los pájaros juntos en ese mundo invisible a la luz. En ese viaje de aves míticas. Se posan en todos los puntos de agua para señalar la vida a los perdidos viajeros, que no navegantes. Aunque algunos, amantes de la costa, visualizan en el lugar de la tierra señalado. Algunos ya no vuelven ni al mar ni a los caminos, quedan tumbados en un eterno abrazo a la materialidad de la fuente. Con el tiempo, un amplio círculo de hedor crea una diana visible desde el cielo.