El mercader de los abismos

domingo, agosto 09, 2020

El mercader de los abismos. En el abedul de los sacrificios cercanos. El jeroglífico de los caminos del polen. Mal distinguía los nefastos pájaros caídos. En el lenguaje metafórico de las abejas, miel significa palabra, verbo del árbol y la planta. Desaparece en el tiempo de la resurrección, en su inmediatez, en el alma de las sombras. Reaparece en el manto del abismo. Solo es necesario atar en divertido desorden alrededor del cuello las ágiles palabras que vienen al vuelo. Sale sobre el pórtico de la sensual garganta la enigmática filacteria escrita como en un triangular pórtico antiquísimo, desde donde se oyen los más enrevesados oráculos acumulados desde el principio de los tiempos en la memoria de las humanoides cavernas. Ensalma el terrible dolor de los eternos cuerpos, aquellos que forma la continua línea física de la existencia humana. Envía el rayo del ciego enigma, secreto hasta la muerte; al menos, que justo antes de la fugaz resurrección, se abra de la sabiduría el ojo, y aparezca su sentido como un centelleo, imagen para los rápidos de vista y de ágil entendimiento. Se fuga hacia arriba, en ese instante, la acumulada energía de la efímera existencia revelando así todas las fórmulas elucubradas sobre el sentido de la vida; instante de bendita iluminación durante el cual la conversión inesperada hubiese cuajado sin la traición de la carne. Se acaba ahí el tiempo sacrificador, voraz del sacrificio de la carne. Temporal éxodo cuarto milenario, indicador de un tiempo de siempre, atemporal, para indicar que salimos del cuerpo como por las puertas de la ciudad y patria en busca de un marcado Destino, promesa de riqueza material para el cuerpo, gran reserva de la cosecha de la espera en los campos de la tortuosa, dura y seca vid que abre sus fructuosos racimos a la altura de las bocas. ─Toma la dirección y anda ─dijo. Llega allí donde las calmadas aguas son mansas. Aprende de las líneas que marca el campo. Pues esas líneas son las marcas de tu futuro. Dentro de su recinto crecerá fuerte tu descendencia. Lo afirma el viento que procede de la alta montaña, cuya divina lengua fertilizará todas las bocas más allá de su mestiza confusión. ¡Protégete! No olvides jamás la promesa. Sirve a su dictamen y tendrás asegurada tu eterna salvación. No dejes que se corrompa la divina sangre. Huye. Reniega. No injertes tu árbol, aquel que se te entregó al principio. 

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