Duerme con la tortura del condenado. En esa ira de arrebatarse el tormento. Caduca jamás ni al atardecer, ni en la noche, ni el mar entiende, se enciende como un largo infierno, del espesor de la piedra. Es su embriaguez insaciable con sabor a fuego, de intoxicada mirada sumergida en el abismo.
Me levanto en el blanco de tus ojos. Me vi horrible y creí que había muerto. Y no: fue la noche que no habiéndome reconocido me devolvió a ti sin imagen. No me vi y creí que te habías ido o estabas durmiendo en tus sueños. Fue como cuando te pierdes y la angustia te invade. Tortura de un instante. Ejecución mortal. Condena del sitio que te dejará allí clavado para siempre. Pasan la gente como figuras de cartón, silenciosa, como flotando justo en el suelo. No ves ni sus ojos ni miradas. Pero tampoco se alejan y desaparecen.
Se desvaneció el zumbido mordaz. Había visto palabras como tijeras, de amargura llena. En adelante, todo insensato, apagaba las luces, la tv, y se quedaba con el reflejo digital sobre su pálido rostro de no salir desde hacía mucho tiempo. Como si dijera que aquí me quedo, sin comer, sin sueños, tardarán tiempo, por el olor, encontrarme. Forzarán la puerta y solo encontrarán una grasienta mancha sobre la silla.
Estaba sumergido en la luz de tu ausencia. Puse el reloj y marcaba las horas de los pájaros. Aún no había sombras sobre el suelo. Fue el origen del desastre. Se descomponían los libros, el amor y la carne. Ya hacia tiempo que la distancia era fecunda y frecuente. Se podía coger el aire con los dedos, pesado, espeso, inaguantable. El gran pan cotidiano era la sal de la tierra. Vencida frente al horizonte insultante, ardía con torpeza la ciudad y los bosques. Estaban las casas confusas en el eco de la memoria. Padecía el paisaje el juego del dolor. Eran todos los ojos de paso. Caía el brillo en su decadencia.
Entonces, por nuestros labios corre la duda como el tiempo dormido de las horas. Duda de sueños inacabados. Duda del instante pasado y de imposibles ausencias injustificadas. Pero ya es hora; ya llegó. Ya llegó lo que nadie se explica: la escalada del tiempo, sus tardes sin lluvia, los ambos recuerdos colgados sobre las ventanas. Ya llegó el laberinto de las calles sin salida, estrechas, húmedas y sombrías, nocturnas y vacías. No llamamos a las puertas porque sabemos que no hay nadie. Y si hubiese, nadie contestara. Se apilan las amenazas sobre las escaleras. Se pega el angustioso sudor a la ropa usada. Toma la respiración el nombre de la palabra. Da vueltas por los orificios de los pájaros. Mientras, las cicatrices se corrompen.
Se levantaba la estampida de los secretos, la náusea de la nostalgia, ese veneno de la hirviente sangre. Gotean los ases de la vida. Se encienden los ojos en sus atajos. Aparecen los voraces agujeros de la lluvia. Salen los pájaros rosas del invierno. Se agita el olor. Se alejan nuestras bocas de carne. Florece allí la memoria.
Soy abanico de tus sueños rotos. Agita y agita la proliferación del aire. Revienta los objetos del dolor. Aleja la pestilencia. Son sus varillas fetiches del aire, su mango modelo de nuestras manos, sucias, moradas, sudorosas. Sufren heridas leprosas, trozos de la vida que se aleja. Mueren sus sueños en coma. Es la rebelde pintura de la vida, el ansia, la mezquindad. Revientan viajes. Traen penuria. Ilustran los rompecabezas. Toman color de mitos desconocidos, cristales atrapados en las venas, parecen terciopelo, falso, deshilachado. Son las inútiles fronteras entre real e irreal, así, como si nada. ... Ya es temprano y tengo que despertar de las plegarias de la noche.
Íbamos en las alas de prodigiosos Infiernos. Era, entonces, evidente la lluvia. Manifiesto invierno. Fuerte y silencioso como la vida. Capaz de aire y tormentas. Quería arrasar las últimas trazas de la primavera. Agua fuerte con sabor a peces de mar lejano. Lluvias densas como el tiempo. Frágil amanecer, entonces. Ardía el aire para verte. Aquí hace una pausa la construcción del mundo. Y sales de la cama, rota por los sueños. Mojada por el sudor de la noche. Tristeza de boca seca. Dejas las marcas de tu cuerpo sobre la cama. Abres los pasos. Llega la humedad del cuarto de baño. Es una puerta abierta a los desechos de la vida, una de las salidas de la casa. Llegan al mar los destellos de tu cuerpo, del olor las turbulencias, el gulag de los detrimentos.
La entrada de árboles retorcidos de los sueños traiciona la memoria, le crecen las mentiras, antes, antes, antes del amanecer. Es entonces cuando el espacio de tus ojos, por no haber hablado, se hace oscuro y negro. Coge el silencio tu mano y se hace dolor.
Se me hace sordo el Destino. ¡Mira que le grito, le desnudo y grito, para que me hable! Me responde con trozos de laberintos vestidos de negro paseando de espalda por los pasillos. Dices tú: Deja el futuro incierto y vente a mí de carne. Digo yo volviendo la mirada: Me llama, me llama, y sus ecos rectangulares me confunden. Dices tú: No eres el descifrador de los sueños. No eres alma bendita para otros tiempos. Digo yo: -¿Y si tengo suspiros? -Deja de respirar entonces.
La luz es una victoria sobre los enemigos; la serpiente, un monstruo dormido. Es el agua sagrada de arriba una promesa. Uno al Tiempo la vida en una alianza inseparable. Y la revelación de lo incalculable se hace firme. Nacen los días del calendario de los muros. Prometeo declara el tiempo del sacrificio.