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domingo, agosto 25, 2013


Me llevaste hasta un lugar sin fronteras como a un hombre nuevo.
Me dices al oído todos los imposibles que hacemos.
Allí lo sintió como un sueño.
Una decisión de calor.
Un amor desordenado con olor.
Un pequeño llanto amargo se ocupaba de mi garganta.
Tu ropa exaltada hacia mí venía con boca abierta de deseo.
Encontré el camino de tu frustración como un invento.
La peste: ese animal pegajoso de caramelo.
Saliste a las primeras vueltas.
Era el olvido del cansancio.
Estuvieron unos días soñando.
Soñando unos por otros se hizo el mundo.
Cada vez despierto sorprendido de que esta sea la vida.
Todo el amor se transmitía de boca en boca.
Se contaminaba el mundo y nosotros inocentes.
Dios fue al leer lo que los hombres escribían.
Eso fue en la fecha imaginaria de mi nacimiento.
Todo se redujo a este día como el último vuelo del pájaro.
En aquellos tiempos humanos la memoria fue una máquina deformada.
En esta vida adquirida en el bazar de Las Mil y Una Noches
se hizo la ciénaga presente.
Conoció la puerta abierta.
En sus manos las cosas conseguían tomar la suerte del olvido.
Había estado la soledad de visita en el salón de la muerte
le quedaba té aún en la boca.
En un rincón del mundo había unos pasos supuestamente humanos.
A medida que la imaginación se fue volviendo metálica se endureció el mundo.
Un poco más tarde vinieron los fusilamientos.
En la languidez quedó la vida.
Pero no se había perdido el sentido agarrado a las nubes.
Pensaba como el lienzo de los cuadros de aquel museo.
No eran casuales tus rodillas.
Se te hizo el suelo.
Y la explicación se te vino después del rezo.
De color se hizo el mundo para tapar su miseria.
Y es un nuevo lugar.
Este.
Para ti.
Un lugar sin rumbo porque ya encontró su sitio.
El calor se ordenaba por la calle según su capricho.
Tenías siempre preparado el talento de los huesos.
No tenía de tu cuerpo nada que corregir;
todo estaba ya dispuesto
en el máximo resorte del mundo.
Se me quedaba el cuerpo como una rotura.
Con la severidad de una lista.
Como un jardín nunca visitado.
Como veinticinco notas desgarrando la música.
Así entró el mundo en Occidente.
Rajando cuerdas.
Volviendo a la oscuridad de la razón.
Echando mitos cuando inventaron los bolsillos.
Comiéndonos en pensamiento a nosotros mismos.
En un pensamiento que acaba en el límite de las palabras.
Hubo un tiempo en el que a los hombres se los comían las paredes.
Y las casas crecían al ritmo de la vida humana.
En otro tiempo, en otro lugar; aunque siempre era la Tierra.
La satisfacción de las grietas.
El peso de la sangre.
Y un grave amor que lo invadía todo.
La temperatura subía por las piernas de la Tierra.
Tuvo orgasmos "erupcionados".
Y un alimento de agua.
En otro lugar, en otro mundo, la sangre espesa.
Prendido a la cadencia de tu boca
desde el principio al fin de los tiempos.
Se me acercó por equivocación un día.
Un día suicida que había perdido la conciencia.
Sacó sin pudor su esqueleto.
Y me tomó en un delirio enamorado.
Sin tocarle un pelo quedé como una flor muerta.
Eran sus manos olorosas.
Bien prietas y densas.
Únicas manos de la vida.
Y entonces de olvido perdí la memoria.
Las noches enteras permanecen fuera abandonadas a la soledad del silencio.
El rudimentario silencio no hacia ruido.
Desde todos los tiempos vienen trampas como una banda de canarios.
Los pájaros eran distintos a la realidad.
Por primera vez no había sentido.
Algunos confesaron su sorpresa.
Fue una nueva iniciativa.
Convencidos de su locura hablaban lo que se les pedía.
Desistieron todas las rutas para evitar el "ninguna-parte".
Nadie quería volver al pasado.
Ya todo era vegetal.
Y el Universo parecía de piedra.
Se confundían este y los otros horizontes.
Se perdieron los contactos.
Los obstáculos parecían ríos del recuerdo.
Se acabó una semana silvestre.
A mitad del tiempo se hizo una colección del pasado.
Cada diez días relataban los hechos.
Ya no volvería el sol
en el tiempo del cataclismo.
El suelo, a veces.
Los monos tristes.
En esta expedición del silencio.
El recuerdo era un silencio
para esos hombres del final
sonámbulos de pesadumbre.
Avanzaron en la reverberación de la noche
como un aceite de insectos.
Tal vez de haber comido animales fluorescentes.
Se destrozaban los pulmones de regreso.
Estos últimos mineros de los tiempos.
Casi sin hablar con antorchas de sangre.
A los más viejos se le caían los ojos.
Y siempre dormían como si nunca lo hubieran hecho.
Tuvieron un tiempo de soledad.
Casi imperceptible.
Se había perdido el Ser, la Identidad y el Sentimiento.
Así pues, todo perdido, cuerpos.
Iban como fascinados.
Todos ellos travesía.
Ligeramente petrificada.
Una orquídea de pájaro.
Un interior sigiloso.
Ya sin costumbres.
Un mar quebrado.
Una ruta de amapolas negras.
Un punto en los sueños.
Y durante mucho tiempo apareció lo arbitrario.
Eligieron un lugar para recibir al Futuro.
Pero el Tiempo ya no existía.
No perdieron la esperanza en volver a inventarlo.
Les quedó alguna soledad que otra.
Algún secreto implacable.
Mientras adoraban como a un dios la Noche.

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