Amor a ti como milagro
Puede ser que al pensar en ti el mundo y la vida se me abra. Se abre como el centro de todas las cosas, como el centro de los pájaros claros, como el dudoso vuelo de la vida. Ahora viene el olor del jardín en la dirección correcta. Se abren las flores a su hora. Saltan todos los dados para dar los números correctos. Ahora son azules las aguas de las orillas, a pesar del fango que se lleva la corriente. Ahora braman los ciervos a destiempo. Dura el aire y el paseo. Tengo un foso abierto en el pecho, por el que tú solo cabes. Tengo salidas para tus rápidas manos de fuego; para ti, mi insaciable. Vuelves hoy, como ayer, como siempre, con esa reiterada llegada que no cansa. Sigues la pista de la isla azul, donde estuve preso. Cuentas todas las trampas seductoras para que yo no caiga. De pronto miras el mar, y respiras. Sabes que ya no sé nadar más allá de tus aguas.
La niña del silencio, y de las calles vacías, viajaba por montes de sueños con el alma encogida frente a la vida. Cerraba por dentro las puertas del miedo ante sus grandes ojos de vida. Odiaba la indiferencia del viento. Y contra él arremetía con la fuerza de su boca plena de sonrisas. ¡No! ¡Para! ¡Para! Que tengo un bello cuerpo y un alma para regalar a las alas del viento. Tengo los pechos tristes por falta de aire y una pena que me atrapa, una esperanza soñada que a veces pierde la cabeza, una reserva improvisada del jugo de la fruta. Ven a mí montaña de fuego, duende la la vida. Ven a mí ánima de los duendes del bosque de mi infancia. No es problema de fuerzas sino de ausencia que me mata. Se me quedaron algunas palabras olvidadas, por eso me duelen. Dejaba de pisar, a veces, aquellas calles que me recordaban a la locura, la del tiempo que no supo amarme. Aunque ya lejos, se derrumbaban allí los sueños que quedaron. Nada se destruye en mi mundo sino que pasa silenciosamente a mi carne. Contaba los días como si horas fuesen, con sus rarezas, detalles elegantes. Pasaban las olas de las hojas por mis pies desnudos, esos mismos que, a veces andaban por las paredes. Atardecía sobre el lomo de la montaña, cuando la vi danzando muy cerca de las nubes.
He acabado, a veces, en el baúl de los objetos perdidos, como hombre invisible en tus sueños. Allí donde nadie ni se acuerda ni los busca. Fui para ti arena mojada, confusa. ¡Es tan fácil olvidar para el que no ha amado! Encerrado en un luego te amo. Son semillas vanas que se siembra para engañar el hambre de la tierra. Se estropea la fuente de la vida y queda subterránea. Se hacen marismas de vainas muertas. Puedo sentir como navegan por la tierra, buscando luz y agua, desesperadas. Tiene la tierra entonces tan pocas ganas de vivir y darnos frutos que grita con estériles gritos su profunda y dramática esterilidad.
Sabes muy bien encerrarme dentro. Haces malabares con los gestos y la mirada. ¡Y tus manos! ¡Y tus manos! Esas manos que hacen en mí el tacto. Me adhieres a tu cuerpo. Me adivinas. Estás hecha de misteriosos meandros. Nunca sabré qué sientes en el presente. Te proteges ante mi avance. Tu presencia me produce desconcierto. Inagotable apareces a mis ojos. Sabes leer mi deseo. En ti me detengo para olvidar el olvido y el hambre. En ti me detengo deseoso, triste involuntario. En ti me excedo como el monstruo de la ausencia. Quién soy, sin ti incompleto. Sin ti, permanece la distancia del olvido, el drama de mi impotencia, la condena de estar sin ti. Eres larga como el espacio, agujero amplio de mi vértigo, cama de tu cuerpo propuesta por tus manos.
A veces te dices sola. Sola sin mis brazos; y vuelcas. Vuelcas los vasos de agua amarga. A veces, solo en esquinas. Los nombres de las calles se han olvidado nombrarte. Entonces me recorre el dolor. Y grito. He sentido tus dudas al mirarte. Me hablan de fracasos. Son ambulancias abiertas sangrantes. Llevan en coma a la esperanza. Le hacen el boca a boca sin besos. Hunde el pecho como de despedida. Le dan descargas de ilusión para reanimarla. No responde, no! Meto los dedos en tu aliento. Paralizada no tragas. Me desespero, te vigilo y lloro. Lloro con terribles lágrimas de niño. Te arrojo fuertes palabras. Te chorrean por las mejillas como si nada. Veo el tejido del peligro, sus redes, su maldad y me encierro en un largo mutismo.
Ya no sé si tengo retorno. Estaban todos los habitantes ocultos. Eran turbias las manos. Y pensar en el hueco que me abres, por donde avanzas silenciosa. Teníamos miradas olvidadas, recuerdos de aquel tiempo, voraces carnívoros de sueños. Desde la vida adheridos, se debilitaban nuestros pensamientos. Sobrecogidos como piedras negras, hacíamos de los muros ventanas. Nuestras manos se tambaleaban, perdidas como el puerto de la muerte. Eran allí tus dedos juegos. Juegos malabares de hacer milagros, echar la suerte, y otros sortilegios. No veíamos la vuelta de las incertidumbres, ni el dolor de haber sufrido. Veíamos pasar las noches como dormidas. Eran como sonámbulos con vasos vacíos de agua. Venían a recordarnos que las noches no son infinitas.
Ya he perdido los espasmos del miedo, ese conejo blanco de los sueños. Ya no habito en su nocturnidad, como habitante oculto a las terribles miradas que se saciaban despiadadas. Ya no me hace pensar turbio, espeso como el silencio. Se me abre hacia ti aquello que estaba congelado, aquellas medio adivinanzas sin respuesta. Y como ves, gracias a ti, ya no me devora el olvido.
Llegaste como una lluvia de mensajes. Suaves pasos de la seducción personificada. Cara limpiada por la lluvia de la inocencia y en el perfil de tu boca los muros derribados. Me contabas tus duros combates con la vida, tus miedos para salir al mundo, la densidad de los fantasmas. Desde el otro lado nunca era el viaje limpio; amenazaban siempre los encierros. Te hice preguntas del tiempo, de tu calle y de tu casa. Para ti nunca fue tan larga la espera. Ya triste, llorabas con manos de esperanza. Solo te atreviste a saltar cuando ya no había espacio, empujada por lo imposible. Abrías las puertas temblando, bullendo, hirviendo. No tuviste nunca ojos de salida. Pero esta puerta que ahora se abre te llena del nacimiento de la ternura. Ya no estás sorda ni tus manos secas. Ya perdiste tu sonrisa congelada. Llega la felicidad a tus ojos, y crece, vacila y crece. Ya has perdido la oculta nocturnidad que te habita.
Nos sobra el tiempo, el rumor y el silencio. Fuimos consejeros del viaje, del amor y de tu carne. Ya ves, te deseo como la primera vez que he deseado. Amar, he amado; pero no como esto. He amado real, ideal y romántico. Pero no como esto. Me golpea la imagen de tu cuerpo como una fuerza magnética que crea oscilaciones en todo mi ser. Hago callar a mi cuerpo con la promesa de las caricias por venir; pero nada lo vacía, ni lo calla, ni lo enfría. Se me han apagado todas las ideas menos la que te concierne. Te pienso y te veo hasta que me quemo. Todos los nombres se me han ya borrado menos el tuyo. Ya no sé lo que es estar solo aunque no estés. Eres una presencia tan completa que llena todo el espacio. Ya ves, para algunos pareceré ridículo, pecando de falso, o lo que es peor: pueden creer que mi locura te ha inventado. Nunca invento el amor; y dudo que eso se hace. Se me pone la boca ardiendo con tan solo pensar que te beso. Quiero vivir en el agua de tus palabras, en la dulzura inesperada de tu mirada, en esas manos que fueron para mí hechas. Me quitas ese duro pellejo de los meandros. Te conviertes de mi futuro mensajera. Me tienes divino olvidadizo, la mayor parte, insensato. Ya no necesito espejos para reconocerme, ni halagos, ni fábulas con todas las respuestas. Ya no me reconozco ni siquiera en los gritos, ni en los ojos ni en las manos. Eres tú solo mi recuerdo. Vengo a traerte todos mis mensajes, si pudiese, la lluvia, los lugares perdidos que te hicieron feliz. Y si pudiese, derribaría para ti todos los obstáculos.
Fuimos un hijo sereno del futuro, una divina entrega de mar. Y te acercas y te alejas. Y me mojas y te mojas. Ponemos nuestras antiguas heridas en sal. Ya dejaron de sangrar. Se nos afila la lengua a cada palabra que nos decimos. Quiero estar en tu boca como un acantilado. Quiero ser la mezcla de tu vida. Veo tu vientre abandonado y me dan ganas de ser tu sangre. Son tus pechos dos aves blancas acurrucadas en tu nido. Se me vinieron tus labios como tormentas. Fuiste la duda que me calla, los ojos que me hacen hablar, el deseo sin falla. Fuiste el viaje que se escapó de los golpes, el rumor de la mala suerte, el puerto donde nunca estuviste. Somos ahora el antes de las palabras de aquellas bocas que fueron calcinadas.
Fuiste de mis ojos y de mis sombras. Duele que me confundas con otro. A pesar de eso, te amo y me desgarro. Le quito las viejas ropas al laberinto y las hojas secas. Te traigo todos mis excesos mientras tú piensas en tus pérdidas. Dime, amor, que perdiste si no supiste amar. Lo no ganado son ganancias colgadas de los árboles, son flores que no podemos coger, laberintos de sueños que nos parecen reales, y que lloramos como si fuesen nuestros. Lo que yo te ofrezco es real aunque no tiene carne. Es, amor, el baile de las flores. Es sexo, aunque de amor se hace. Te busco siempre en la parte de tu cuerpo que se me viene a los ojos, mientras son mis manos quienes te alcanzan. Te hallo, amor, vestida de mariposas mientras terribles huracanes arrasan mis manos. Tengo miedo a derribarte. Por eso te toco como a una fina membrana que temo rasgar. Tu lo notas y me miras sorprendida con tus ojos alegres como juguetes. Te beso tus labios color naranja. Y tu sabor me inunda el vientre. Te subo las mangas de tu vestido para despoblar tus lindos brazos. Eres la mirada negra de la duda. No sabes si tirarme o comerme. No me quejo porque esta es nuestra temporada. Creo que me cruje el cuerpo de dolor. Me consuelo mimando cada rincón de tu cuerpo, silencioso, oloroso, suave. Creo que estás impregnando las tiernas paredes de mi memoria; sobre las cuales quedará tu olor para siempre. Y el resto de mi vida será silencios. Ya puede agonizar el mundo, que no me importa. ¡Que muera o reviente! Yo tengo en tu cuerpo mi futuro. Ya tengo las heridas que se pierden, las entregas a ti de mi sangre, los hijos futuros del mar fecundando tu vientre. Te acercas y sangras de pena. Y tu sexo pleno se abre delante de ese cuerpo tranquilo.
Y ahora qué hago con este amor de desconfianza? Solo puedo temer que un día te vayas. Miedo e ilusión. Miedo de que ese momento ocurra. Ilusión creciente cada vez que te veo. Es entonces cuando se me salta la espera en pedazos. Me viene el sabor de tu boca, el tacto de tus manos, la forma de tu cuerpo. Tienes esa magia de las ciudades que nunca he visitado, la luz de la tarde clara, la serenidad del tiempo. Eres como la plaza de los paseos silenciosos, las macetas de las ventanas, el aroma de la inocencia. Ya quisieran mis ojos siempre mirarte, estar hasta el final en tus ojos. Pienso en ti mientras grita la tierra, mientras desciendo por tu alma, y sabes que hemos tomado un camino desconocido. Pero tal vez nos esté pareciendo inevitable; tus ojos me lo dicen y tus gestos no lo contradicen. Me miras como si nunca hubieses visto a nadie. Y reconoces que nunca nadie te ha hablado así, natural, como si nos hubiésemos conocido desde siempre. Desciendes por mis heridas y me las curas. Me tiemblan las piernas. Vuelo como una golondrina loca entre tu vientre y el aire. Eres el nido donde doy todos mis pasos. Me duele la boca de no poder besarte. A veces, asustado, doy pasos en el sinsentido para alejarme. Pero es inútil: vuelvo emocionado cada vez que te acercas. No lo puedo evitar, ni tú tampoco. Siempre me pregunto que qué es lo que nos está pasando, que no podemos escapar a nuestras manos, que es un milagro donde hemos caído sin conciencia. Que a pesar de sabernos en ese estado, no nos importa, mientras alternamos en una fugaz felicidad y el miedo y, a veces, tu desconfianza. Es en ese instante cuando doy un paso hacia afuera. Y es cuando me dices que no me aleje. Vuelvo del sofá dolorido, afligido, y me preguntas que qué me pasa. Y te lo digo. Y me dices que eso no está bien, que no tengo que sufrir. Y te contesto que eso me hace sentirme vivo, que es mi sufrimiento aunque tú no quieras. Es entonces cuando me cuentas lo que te ha pasado con tus amores. Aquel que sabiendo manejar el placer de tu boca te enamoraba. Te hacía feliz pero no te daba lo mismo que tú a él. Que él se lo dio, años después, a otra, pero a ti no te lo dio. Que era injusta la vida. Que habías perdido mucho. Que no querías perder más. Nunca más. Que después vinieron dos hombres que parecían estar enamorados de ti. Resultó que el primero solo quería comprarte y llevarte a la cama. Y rompiste ofendida. Te dijo el segundo que él no pretendía nada de eso; pero que lo dejase sentir lo que sentía; que él no te pedía nada a cambio. Y te dije que por qué no lo dejaste vivir eso. Cortaste, pero él volvió a reconquistarte. Y eso te gustó. Lo dejaste sentir por ti lo que tú no sentías por él. Por eso en algún momento lo nuestro te recordó esas dos experiencias. Me enfadé porque me habías comparado. Y me fui al otro cuarto. Cuando volví te dije que habiendo tenido esas dos experiencias que por qué habías entrado en nuestra relación. Fue cuando me dijiste que yo no era igual, que no me comparase. Y me recompensaste con un abrazo y yo acariciando tus brazos y tu cabello. Te pregunté después si esas dos experiencias se las habías contado a tu marido. Y me dijiste que no, que si no estaba yo loco, que él los hubiese matado. No sentí miedo en mi insensatez. Te pregunté que qué es lo que tu marido pensaba de mí. Te había dicho que yo no era una persona feliz, pero que lo ocultaba. Y que tú y yo nos íbamos a entender bien. Pero no te dijo el porqué. Me gustó mucho que él hubiese visto eso. Me gustó. Estoy ahora como un pajarillo al que no le cabe el corazón en el pecho, que no puede respirar en tan poco cuerpo. Se me vienen las ideas más locas del agua. Tu rostro como para no olvidarte. El adiós que me hiciste como no queriendo irte, como si fuésemos algo muy importante. Y me he puesto a escribir esta locura de los pasos. Estas ganas de besarte la boca e imaginar que tú también lo sueñas. Se me han abierto todas las puertas del llanto y de los sueños. ¡Qué triste es el amor cuando no estoy contigo! ¡Qué desesperanza! Hasta me tiemblan las manos; hasta están difusas. Sueño con nuestros cuerpos confundidos y desnudos, ahora que conozco el tacto de tu piel. Me tomo el sexo como si fuese tu mano. Huelo como si te estuviese oliendo. Conozco el coito de tu piel, el jadeo de tu aliento, el calor del interior de tu cuerpo. No quiero decirte te amo hasta que tú no me ames y te sea insoportable callarlo.
A otro paso, otro día. A tu boca le puse mi boca esperando resucitar tus besos. Y en lugar de la carne obtuve otra sonrisa. Nos pusimos a fabricar cometas para pintarle ojos al cielo. Nos pilló desprevenido el zigzag del aire, las letras rojas de nuestra lengua, el nombre de los gatos. Tuvimos una idea del mundo invisible, donde colocábamos nuestros cuerpos, algunos sueños para el viaje, y un poco de agua. Preparaban los árboles la noche. Algunos ecos hacían playa. Mientras las sombras se hacían falditas negras de franela. Quisimos coser sobre el verde de la esperanza, arreglar algunos oscuras nubes, ponerle música a las miradas. Dormían los demás en el sufrimiento. Borraban los sueños perdidos. Hacían aguas por todas partes. Nos hacía gracia mirar a esas aves desesperadas. De coraje, se rompían sus plumas a aletazos. Las tomaban con el pico y las tiraban lejos. Parecían disueltos cobardes que por algún encantamiento habían perdido el canto, mientras nuestros ojos temblaban de amor y lujuria. No había oscuridad en nuestra mirada. En nuestro profundo cuerpo podía crecer un otoño y más tarde la floreciente primavera. Habíamos perdido la superficie de las cosas. Ya no éramos cobardes ni sufríamos de la espera. No estábamos separados de nada, tan completos como un nacimiento. A veces, allí, nos venía el dulce sabor de nuestras bocas, la alegre visita del agua, y algunas visiones. Serenos, tomábamos plaza, al amanecer, en la flor de la vida del planeta.
En esa culminación del mundo se cierran las sombras. De los labios, las grietas. Las manos se abren. Las pupilas secas como plantas de la discordia. Y si ahora cerramos los ojos, se cierra todo. Aunque más bien, se descongela la tristeza como naufragios de gaviotas. Todo acontece en la soledad y en la fealdad del mundo. Es probable que nos parezca todo exagerado, que no haya tanto derrumbe sino oscuras visiones. Tal vez la Tierra siga siendo fértil de cuerpos mareados bajo el estridente sonido de la vida. No lo sé. Cuando tomo tus manos, no lo sé. Se me escapa la tristeza como mareas interminables, repetidas, frecuentes, veloces caminos de mar que acaban ahogados. Cuando llegas como una canción, como un baile que mueve el espacio, entre tú y yo el espacio tomándonos en sus brazos románticos, portadores de besos y sexo. No sé cuando tomo tu sonrisa, esa que pienso que es para mí, para ningún otro ni nadie, y me monto un mundo ciego de amor e ilusión irrefrenables.
Pusiste en pedazos mis recuerdos. Ya hace frío en todos los espejos. Andábamos de alas sueltas, viento contra el desierto. Yo te miro como al silencio, despacio, sin comprender a penas, conmovido. Espero a que aparezcas. Tomo una copa delante de tu cuerpo. Estás cerca como el olor. Me quedo retenido por unos instantes. Digo tu nombre como si fuese un misterio. Haces huir todas las sombras; parecen barcos del silencio. Me vienes con tus sutiles brazos, con tu seguro cuerpo, como si el calor se acercara. Suenan tus palabras como susurrando, bajito, con suave voz. Nos pasa el tiempo por la orilla de nuestros cuerpos enlazados, ventanas abiertas sobre el parque de los olores. Son tus rodillas dos bocas que me besan, mensajeros despejados del calor de tu carne. Busco a interpretar sus huellas, generaciones de orgasmos, culminación del estallido de tus labios.
No entiendo esta miseria que tengo ahora en las manos. No entiendo, si contigo me ha llegado la semilla de la tierra, y quiero ver crecer todos los frutos de la tierra. En tus dedos, en tus palabras secretas ante las que quedo con los ojos muy abiertos, y no sé, y no sé que decir cuando delante te tengo. Juro por el aire que me queda que no imaginé nunca que tú ibas a llegar a mi vida, así, sorprendente, rápida y con dulce suavidad. Juro que ante ti me quedé sin carne. Y te soñaba, te sueño sin querer cada vez que me da por cerrar los ojos. ¿Y cómo te digo lo que me pasa? Y cómo te lo digo si no sé aún lo que tú sientes? Así pues me quedo pasmado como el que no sabe nada. Tonto, muy tonto y embobado. ¡Una pena! Una pena de hombre. Y qué hago con tu nombre cuando tu imagen me viene. Y qué hago con esta carne que con la tuya sueña, y te ve siempre feliz y predispuesta. Qué hago con el deseo de mis ojos. Ponte en mi lugar si te lo digo. Ya no me queda paciencia, aunque continuamente por miedo me freno. Eres tú ese regalo que quema mis manos y tiene al corazón en la sorpresa. ¡Qué desgracia! ¡Qué mala suerte no haberte conocido antes! Antes de todos los tiempos del desengaño, de la pena y tristeza. Curas tú todas mis desgracias y el dolor que me asedia. Has reducido a trozos todos mis recuerdos. Ya casi no significan nada. Has dejado mi vida anterior desolada. La has dejado casi sin importancia, como cosas banales. Qué le voy a hacer si me has revelado su insignificante importancia. Ahora solo te pido que cures mis labios de tanta pena y tristeza. Ya tendré contigo otros recuerdos, otros espejos de los ojos de ahora. Ya engendraremos un nuevo tiempo, nuestro, bien nuestro. Así te quiero.
Crece el ayer y sus sorpresas. Crece el grito de la memoria. Te temblaban los labios cuando te besaba. Parecían un remolino de piedras. Me quedé en el cultivo de tu mirada. Mientras se nos trastornaban los cuerpos y las noches. Hacíamos trenzas de los agujeros que nos quedaban. Ya me llegaba el calor de tus manos como un fuerte latido. Dejaba mis huellas en tus mejillas, al fuego lento de mi boca. Y aún tengo un dolor desconocido que no sé de donde viene. Me vienen oleajes de arrebatada ilusión, asombro petrificado de lo que no se espera.
Hoy es el día en el que tomé tu lengua. Fue escandaloso tomar tu cuerpo con sus nocturnas órbitas. Tu boca rosa me recuerda al calor de tu lengua, al vuelo de los pájaros, al instante que corre como fuego bajando por mi cuerpo. Ahora que lo dices sabes a agua marina, fresca como la nieve. Pretendías inundarme lentamente y ahogarme en mi propio deseo. Te pido socorro y me elevas con la magia de tus manos. Me pones el beso en la boca. Respiras mientras me miras. Puede atardecer si quiere; ¡como si quiere acabar el mundo! ¡qué más me da! Cada vez que en la cama grito de dolor siento pegado tu cuerpo, tus caderas sabrosas calman mi dolor con su movimiento. Lo hacemos desnudos en el calor de los edredones. Sabe tu cara a delicioso manjar. Nos chorrean líquidos por nuestro cuerpo los orgasmos.
Estos recuerdos tienen colgado un aviso: No te enamores si no es sin darte cuenta. Porque en caso contrario, las paredes son nudos de horcas de gruesas cuerdas que te desuellan la lengua y la garganta. A pesar de todo no puedo evitar pensar en ti. Ahora constato que no es tu recuerdo lo que me pone así. Es cuando te veo, que poco a poco, a medida que te miro, crece la ilusión sin que yo pueda evitarlo. ¡Y mira que hago esfuerzos para que eso no ocurra! Pero son inútiles. Cuando miro tus brazos se me arma un revuelo. Si es tu boca me aparece la ternura. Si tus ojos, pendiente estoy de tus ojos, de como miran, de su aspecto, de sus formas. Todo esto resulta escandaloso; yo sé lo que me digo. Es increíble pensar tanto en una persona y querer besar tu boca cada vez que hablas y querer olerte muy cerca de tu piel. Me provocas el revuelo de la piel, el notar como respiro, el tener de ti consciencia.
Y al momento recuerdo la sede de tus alas, los caminos de la espera, los viajes de nadie, y miro la distancia como tu nombre. Aprendíamos a estar dormidos con las pupilas rotas. Era inevitable nuestra existencia. Retornábamos desnudos a aquel viaje de la noche. Con nuestras voces feroces nos comíamos la memoria. Jurábamos que el tiempo era nuestro. Corría bajo nuestros pies la línea del instante. Estaban esos recuerdos colgados de las paredes. Las cenizas nocturnas de nuestra lengua reunidas en la chimenea. Era escandalosa tu ausencia, tu nombre impronunciable, en la oscuridad de mi cama solitaria.
Y por refugio del amor y la decadencia del brillo. Nuestros exhaustos cuerpos aún sin despertar de la languidez de los orgasmos. En un lugar de tu mano puse mis labios y pronuncié tu nombre. Me remito a tu nombre. Entonces la luz resplandece en tu rostro. A tus labios le hablo de aquellas soledades largas entre sombras de miradas. Te salen a veces tus secretos como ofrendas que me haces. Me rindes con tu entrega. Te ofrezco lo poco que tengo. Dices que te quito la angustia, que estuviste en los escritos de la deriva. Hacemos agua en la felicidad de nuestra cama. Parecemos inmortales en el templo de los espejos, que lo sepas. Nos viene el amor con sus pasos invencibles. Te escribo libros para sordos indicando los múltiples caminos de la espera.
Estaba sumergido en la luz de tu ausencia. Puse el reloj y marcaba las horas de los pájaros. Aún no había sombras sobre el suelo. Fue el origen del desastre. Se descomponían los libros, el amor y la carne. Ya hacia tiempo que la distancia era fecunda y frecuente. Se podía coger el aire con los dedos, pesado, espeso, inaguantable. El gran pan cotidiano era la sal de la tierra. Vencida frente al horizonte insultante, ardía con torpeza la ciudad y los bosques. Estaban las casas confusas en el eco de la memoria. Padecía el paisaje el juego del dolor. Eran todos los ojos de paso. Caía el brillo en su decadencia.
En la corrupción del aire, la noche. Con sus pájaros preparados para el sueño. Baten sus vientres con una respiración mágica. Trozos de sus alas vuelan sobre una espesa brisa. Y aquí, detrás de la ventana, las cicatrices. Sus desechos purulentos parecen líquidos tatuajes. Son marcas del olvido, ojos predispuestos a la espera. Entonces, lluvia. Lluvia silenciosa de noche reflejándose en las farolas. Enjuaga la orina de perros borrando las marcas del territorio. Corre la lluvia por los desagües, por las calles derrumbadas, se confunde con el barro manchado de grasa. No hay ruido en los huecos de la calle. No hay horizonte en los límites de la noche. No hay madera que no se moje, allá en la distancia. Ya nadie sonríe en el origen de los labios. Duermen abiertos en el vaho de la noche.
Entonces, por nuestros labios corre la duda como el tiempo dormido de las horas. Duda de sueños inacabados. Duda del instante pasado y de imposibles ausencias injustificadas. Pero ya es hora; ya llegó. Ya llegó lo que nadie se explica: la escalada del tiempo, sus tardes sin lluvia, los ambos recuerdos colgados sobre las ventanas. Ya llegó el laberinto de las calles sin salida, estrechas, húmedas y sombrías, nocturnas y vacías. No llamamos a las puertas porque sabemos que no hay nadie. Y si hubiese, nadie contestara. Se apilan las amenazas sobre las escaleras. Se pega el angustioso sudor a la ropa usada. Toma la respiración el nombre de la palabra. Da vueltas por los orificios de los pájaros. Mientras, las cicatrices se corrompen.
Todo lo que dijimos, amor, son espejos que nos reclaman el alma, su verdad limpia de mentiras. Son nuestras lágrimas ceguera, restos de olvido que nos recuerdan, nos miran como a tristes desconocidos. Por mi casa solo pasa el tiempo de la espera, el tiempo de tu cuerpo, el presente de tu mirada. Pasan los días de las grietas, las lenguas de invierno, el silencio de las hormigas. Te desnudo y te busco en el precipicio de las horas, en nuestros labios diminutos, en las hojas secas del mañana.
Que sepas que sobre mí caen todas las noches desde que te has ido; se me hacen nudos en la cama, ceguera sin salida, larga noche desplegada. Ya fuimos huérfanos abatidos, gritos de ceguera, noches sin salida. Fuiste tú el presente de mi existencia, el deshoje de la vida, a veces mirada florecida, otras, simple presencia. Y se le caen las palabras al olvido como si no tuviese memoria. Pero recuerda, que antes fuiste, amor, el germen de mi parte más desconocida.
Son las horas de las sombras las que ahora me acompañan como un regalo de la distancia. Mira, amor, aquí todo se pierde desde que pasa el mar delante de las playas. Atardece y huele a cuerpos desnudos. Ya sabes como escribe el amor borroso sobre la arena. Eres la hoja de los huecos, el tiempo anterior derramado, el loco sentido del movimiento y la imagen rebelde del espejo. Tuvimos miradas de laberinto perdido. Aquí huele a tu existencia secreta, a tus brazos perdidos en el laberinto. Nos encontrábamos en las esquinas de los encuentros, en las notas de las miradas, en nuestros cuerpos sin palabras. Que sepas que caen las noches como nudos en el acto de la ceguera.
Tú, sí tú, me arañabas los recuerdos. Te cruzas como interferencias de otros tiempos que ya no sé lo que significan pues se meten por el túnel del silencio. Sabes que ya no me acuerdo de las palabras, que fueron papeles veneno; que no hay ya heridas que atraviesen el tiempo, ni laberintos de amor sin memoria. Ya no se me rompe la soledad como cristales viejos, ni se reproduce tu humedad en mi cuerpo. Ya perdí todos los naufragios en el ojo del huracán nuevo. Se rompieron las tormentas en los espejos. En mi boca ya no hay dolor, ni lloras con tus ojos que desconozco. Y, tal vez, despechada, me regalas la distancia que te sobra.
Pretendo olvidar pero solo tengo fronteras abiertas. Los silencios negros. Los silencios negros. Tus intenciones, fino hilo del recuerdo. Tengo dolor de boca trabajando en el vacío. Cuando algo sucede, mudo. Me adivinas como asustada. Me inventas con restos de palabras. ¡Es tan delgado el amor y la vida que no soportan el más leve viento! Es tan delgada la noche que flota sobre la cama. Desaparece el veneno del sueño, la pulga negra. Se cruzaban los tiempos por mi boca en un confundido barullo. Era entonces cuando me orientaba por la exactitud de tu cuerpo. Cruzaban corriendo los labios los puentes del recuerdo. Buscaban tu frescor de hoja en los rincones de los espejos.
Y mis gritos y tu indiferencia. No se hacen preguntas, ni de ti ni de mí. Ya llegaron las aguas negras de la noche. Quise olvidarte durante ese tiempo, pero traicioneros sueños te hacían el amor en cada rincón de la casa con el deseo de los desesperados. Quise olvidarte de la palma de mis manos, de los gritos solitarios de mi cama. Tocaba tu ausencia como muerta; pero muerdes mi memoria como un perro la pelota. Me quedaba inmóvil para ver si no pensaba. Colgaba al silencio delante de las ventanas; no lograba evitar la entrada de tu nombre. Ahora naufraga en mis rojos ojos. Me hago con él las heridas. Estás en aquel lugar que no se olvida, en los mensajes de la distancia, esa que tuve perturbada desde que besé tus labios. Ya soy para ti una lengua muerta con las letras perturbadas. Ya ves, un silencio de piedra, un mensaje de nuestra frontera.
Te tengo que olvidar mal me pese. Ahora te miro con la velocidad infinita de la distancia. Me dispones desnudo en tu memoria. Picoteas el viento que levanta mi cuerpo. Me dices que también entiendes de olvidos y de Lunas negras. Tengo que olvidarte y me desconozco. No soporto ponerte aparte. No soporto no verte. ¡Tengo que hacerte tantas preguntas antes de que el agua pase! Estoy como un grito roto, tal vez ya sin nombre, vacío, sin carne.