La niña del silencio

martes, enero 30, 2018

La niña del silencio, y de las calles vacías, viajaba por montes de sueños con el alma encogida frente a la vida. Cerraba por dentro las puertas del miedo ante sus grandes ojos de vida. Odiaba la indiferencia del viento. Y contra él arremetía con la fuerza de su boca plena de sonrisas. ¡No! ¡Para! ¡Para! Que tengo un bello cuerpo y un alma para regalar a las alas del viento. Tengo los pechos tristes por falta de aire y una pena que me atrapa, una esperanza soñada que a veces pierde la cabeza, una reserva improvisada del jugo de la fruta. Ven a mí montaña de fuego, duende la la vida. Ven a mí ánima de los duendes del bosque de mi infancia. No es problema de fuerzas sino de ausencia que me mata. Se me quedaron algunas palabras olvidadas, por eso me duelen. Dejaba de pisar, a veces, aquellas calles que me recordaban a la locura, la del tiempo que no supo amarme. Aunque ya lejos, se derrumbaban allí los sueños que quedaron. Nada se destruye en mi mundo sino que pasa silenciosamente a mi carne. Contaba los días como si horas fuesen, con sus rarezas, detalles elegantes. Pasaban las olas de las hojas por mis pies desnudos, esos mismos que, a veces andaban por las paredes. Atardecía sobre el lomo de la montaña, cuando la vi danzando muy  cerca de las nubes.

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