Orgasmos de sentimientos
sábado, enero 20, 2018
Y ahora qué hago con este amor de desconfianza? Solo puedo temer que un día te vayas. Miedo e ilusión. Miedo de que ese momento ocurra. Ilusión creciente cada vez que te veo. Es entonces cuando se me salta la espera en pedazos. Me viene el sabor de tu boca, el tacto de tus manos, la forma de tu cuerpo. Tienes esa magia de las ciudades que nunca he visitado, la luz de la tarde clara, la serenidad del tiempo. Eres como la plaza de los paseos silenciosos, las macetas de las ventanas, el aroma de la inocencia. Ya quisieran mis ojos siempre mirarte, estar hasta el final en tus ojos. Pienso en ti mientras grita la tierra, mientras desciendo por tu alma, y sabes que hemos tomado un camino desconocido. Pero tal vez nos esté pareciendo inevitable; tus ojos me lo dicen y tus gestos no lo contradicen. Me miras como si nunca hubieses visto a nadie. Y reconoces que nunca nadie te ha hablado así, natural, como si nos hubiésemos conocido desde siempre. Desciendes por mis heridas y me las curas. Me tiemblan las piernas. Vuelo como una golondrina loca entre tu vientre y el aire. Eres el nido donde doy todos mis pasos. Me duele la boca de no poder besarte. A veces, asustado, doy pasos en el sinsentido para alejarme. Pero es inútil: vuelvo emocionado cada vez que te acercas. No lo puedo evitar, ni tú tampoco. Siempre me pregunto que qué es lo que nos está pasando, que no podemos escapar a nuestras manos, que es un milagro donde hemos caído sin conciencia. Que a pesar de sabernos en ese estado, no nos importa, mientras alternamos en una fugaz felicidad y el miedo y, a veces, tu desconfianza. Es en ese instante cuando doy un paso hacia afuera. Y es cuando me dices que no me aleje. Vuelvo del sofá dolorido, afligido, y me preguntas que qué me pasa. Y te lo digo. Y me dices que eso no está bien, que no tengo que sufrir. Y te contesto que eso me hace sentirme vivo, que es mi sufrimiento aunque tú no quieras. Es entonces cuando me cuentas lo que te ha pasado con tus amores. Aquel que sabiendo manejar el placer de tu boca te enamoraba. Te hacía feliz pero no te daba lo mismo que tú a él. Que él se lo dio, años después, a otra, pero a ti no te lo dio. Que era injusta la vida. Que habías perdido mucho. Que no querías perder más. Nunca más. Que después vinieron dos hombres que parecían estar enamorados de ti. Resultó que el primero solo quería comprarte y llevarte a la cama. Y rompiste ofendida. Te dijo el segundo que él no pretendía nada de eso; pero que lo dejase sentir lo que sentía; que él no te pedía nada a cambio. Y te dije que por qué no lo dejaste vivir eso. Cortaste, pero él volvió a reconquistarte. Y eso te gustó. Lo dejaste sentir por ti lo que tú no sentías por él. Por eso en algún momento lo nuestro te recordó esas dos experiencias. Me enfadé porque me habías comparado. Y me fui al otro cuarto. Cuando volví te dije que habiendo tenido esas dos experiencias que por qué habías entrado en nuestra relación. Fue cuando me dijiste que yo no era igual, que no me comparase. Y me recompensaste con un abrazo y yo acariciando tus brazos y tu cabello. Te pregunté después si esas dos experiencias se las habías contado a tu marido. Y me dijiste que no, que si no estaba yo loco, que él los hubiese matado. No sentí miedo en mi insensatez. Te pregunté que qué es lo que tu marido pensaba de mí. Te había dicho que yo no era una persona feliz, pero que lo ocultaba. Y que tú y yo nos íbamos a entender bien. Pero no te dijo el porqué. Me gustó mucho que él hubiese visto eso. Me gustó. Estoy ahora como un pajarillo al que no le cabe el corazón en el pecho, que no puede respirar en tan poco cuerpo. Se me vienen las ideas más locas del agua. Tu rostro como para no olvidarte. El adiós que me hiciste como no queriendo irte, como si fuésemos algo muy importante. Y me he puesto a escribir esta locura de los pasos. Estas ganas de besarte la boca e imaginar que tú también lo sueñas. Se me han abierto todas las puertas del llanto y de los sueños. ¡Qué triste es el amor cuando no estoy contigo! ¡Qué desesperanza! Hasta me tiemblan las manos; hasta están difusas. Sueño con nuestros cuerpos confundidos y desnudos, ahora que conozco el tacto de tu piel. Me tomo el sexo como si fuese tu mano. Huelo como si te estuviese oliendo. Conozco el coito de tu piel, el jadeo de tu aliento, el calor del interior de tu cuerpo. No quiero decirte te amo hasta que tú no me ames y te sea insoportable callarlo.
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