El amor como el ajedrez es una metáfora del juego

martes, noviembre 18, 2014

Así como hiere tu ausencia, así juegas conmigo a las Damas, damas de pinchos y saltos, negras y blancas, de madera tus manos, tiemblan al «Me como una», indiferente, que aquí no hay Reina ni Alfil ni Torre, esa en tu pecho amurallada, en cuyos pasadizos me haces laberintos... que en ellos no hay simplezas, de simples saltos en diagonales, que aquí se ataca con enredos de todas partes, pues la Dama y el Rey bien se conocen... de otras partidas donde se han tumbado y comido. En esta partida se juega cada movimiento del corazón con riesgo, así como puede acabar uno tumbado-vencido en dura cama de madera, ser hecho en una torre prisionero, después de ser acorralado. Puede ser el alfil ominosa patata: toma con sus brazos diagonales el cuerpo de la Dama, la amenaza, tumba, tambalea,... le hace griños desviados, pasa cerca, la amenaza, toca, a un rincón se aleja. Hace el Rey gesto de posiciones, se miran los tres recíprocamente, Reina esconde juego, Alfil juega: sus pies ligeros sobre el tablero. Rey y Dama ponen cara de póquer. Parecen las líneas inclinadas hacía el más rápido caballero. Llama el Rey a Caballo, molesto. Sube en su espalda; desde la altura mira. ¿Cuántos movimientos quedan en este aperitivo ligero? Piensa el Rey en apretar la jugada, la Reina de cuerpo quieta. Teme ella apresurarse y revelar su jugada. Mira sin mirar al seductor risueño. Arrasta pies, el Rey silencioso. Toman cálculo los intrusos. Toma el Rey bayoneta y apunta a un pájaro que no está en la partida. Sonríen todos de su aparente ceguera. Pone el Rey a sus guerreros en combate: despeja público sobre el campo. Bebe el mandatario un atraco de espesos celos. Enfurecido y pesado cree que esto es solo un juego: no hay dama que no esté encubierta; sería para ella demasiado arriesgado levantar carta si está boca abajo. Ella sabe que la mejor jugada es la abierta, pues menos sospecha despierta. En este bardo se juegan amor, cama o cuello. Más le vale alargar la partida y esconder el juego. Va ella en batería del alfil atacante: acerca posición de víctima para asegurarse el engaño. Muestra el Rey expresión de reproche por esta torpeza. Sonríe ella ingenua fingiendo desconocer el juego. «No aprenderá nunca», piensa para sí el gran proveedor del reino. Este error le cuesta el ágil seguimiento de la jugada. El Alfil, esa bestia inmune al dolor ajeno, hace movimiento ante el engañado. Está molesto, decide partida rápida y ante la mirada censuradora de la Reina, juega al despiste con cara alada. Pasa un buitre; pero solo es un pensamiento de aire. Calcula ella el silencioso y secreto vuelo; mira el Rey confiado; mientras, se enfría el Alfil en la mascarada. Le alarga caña ella sin ser comprendida por ninguno. «Tontos estos hombres que no comprenden. Solo ven los movimientos evidentes.», piensa. Queda el Rey ciego y clavado en su ceguera. Descansa, come, duerme, en su apreciada tranquilidad masculina. Está el Rey comiéndose el coco en su torre de marfil. Está la Reina inocentemente por el laberinto del jardín paseando. Mira el Alfil la altura de los pasillos de hierba. Ella juega al Eterno hasta durmiendo. Ellos la consideran activa y nerviosa. Mas es la pasión oculta la que mueve pieza. Es imposible jugar una partida cuando se ignora que la partida se está siempre jugando. Complica ella el juego con múltiples pistas, y todas verdaderas. Está frito el pollo en su torre dispuesto para banquete ajeno. Le hace ella dibujo de sus intenciones ocultas. El cree en ese mapa como verdad verdadera. Duerme tranquilo en los ojos de la siesta. Mientras, ella sonríe ante su inocencia. Sabe de la guerra el arte pero del amor el arte no sabe. Cree el Rey en los discursos que la moral tranquila sobre ella hace. Puede ir a la guerra o perderse delante de vientos enemigos, que el tiempo es paciente espera, dulce y suave. Es el castillo un fósil donde la fruta se pudre. Esta grapa se come con gula a los glotones y deja cáscaras. Se ruega gourmets exquisitos y lentos. Hace la grúa con sutil delicadeza sobre las manos ofrecidas. Pone al Rey en posición de Infierno por largo aburrimiento, hastío o falta de energía. En este juego con suicidio controlado la emoción arrebata y alimenta. Tiene ella mano ligera para la piel y mano pesada para el que yerra. Mueve ella el tablero cuando ellos confían en victoria rápida. Pone el Rey ojo y cerradura a su puerta. Duerme dentro con llave en la misma cama. Saca ella del tablero al Alfil y lo lleva en tren a su escondite.

Carlos del Puente

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