Somos de otra lluvia. Repetida y a la escucha. Tiempo reencontrado sin pérdida. Te explican tus sonrisas. En las escondidas de la noche. Cuando te dicen buena suerte en medio de la oscuridad. Son las insaciables palabras. Las que explican y ocultan para no verse desnudas. Se visten con bellos ritmos, sonidos en los que acaban. En cuanto a lo visual, también baila. Baila en el nombre del padre como a la inscripción respuesta. Allí nos entra el mundo en su estructura y forma. Nos acapara antes que el tiempo de las palabras, antes de su inmóvil orden. Nos entra el mundo como un torbellino, dejando dentro remolinos de imágenes de sus galaxias. Luego pasan a la velocidad del ojo por detrás de las pupilas.
Haz de mí tu metáfora. A veces, se me confunde el laberinto. Se me hace universo. Dime siempre lo de lejos. Tomas el lugar cuando llegas. Yo en tu voz, en medio. Allí donde esconderme. Donde hablarme. De ti, hablarme. A mí mismo. En voz alta. En voz callada silenciosa. Donde de ti hablarme. Sin ser intruso. De tus manos hablarme. Recordarlas. Allí dentro, y entonces. Sujeto por tus manos. A bella flor. A flor de boca. A tu mirada. A esa tuya. Que vibra cuando me hablas.
Y ahora que llegas respiro. Retomo de nuevo las venas, sus salidas de auto-ruta, sus callejuelas. Aquí faltan sus nombres, pues, sus puertas, pues, algunas ventanas demasiado planas. Si me hablas del Antiguo Oriente, surgen sueños donde se deforman las cosas, se avivan los colores que no nombro, se intensifican las tramas que no puedo inventarme, por incapaz, por mente plana, por recursos que nunca tuve suficientes. ¡Pero qué más da! Confío en tu mente indefinida que le dará forma, luz e historia. Si respiro se recobra el mundo externo. Me habla. Con su belleza me besa por dentro y en medio. Audaz, me busca sentido. Me seduce en su silencio.
Tú-yo allá se dice. Nuevo canto a la vida. Estrenados días de lluvia. Vivacidad de los cantares en la desnudez de las camas, en los poros de los cuerpos, en el placer de las ganas, les harán aullar al silencio. Es el hambre de los montes que nunca termina. Le pusiste cascabel al tiempo para que no te pille-pillarlo. No te espera; se va corriendo detrás de las primaveras.
Ocurriendo. Ocurriendo y por venir. Vienes como la lluvia. Hablas de agua. Me despierta tu sonido. Y hablas. De mayor naciste lluvia. Hermana del Tiempo. Te reencarnas. Aunque no te reconoces. Eres la fiesta de las ramas, de las ranas, de los ríos y riachuelos. Eres el sonido, a veces, la respiración del cielo. De la cólera de los dioses que fueron. Líquido nacimiento. Dimensión que ocupa el espacio. Eres explícita fiesta por venir. Negación del desierto. Trampolín de los granos de arena, de su polvo. Haces del mundo algo perfecto: redondo y móvil. Haces de mi pecho, aquí, las raíces del tronco de los árboles. Afuera y dentro de ti, me envuelves. Te salen color de horizonte. Te acercas cuando las aves vuelan. Flores boquiabiertas te esperan, admiran, ensalzan. Vuelan entonces los pétalos como barcos, navegantes solitarios finos-vela, finos-vuela casi como aéreas naves de amplia seda.
Se sabía que era lluvia, que venía lluvia, por allí, por el viento, detrás de sus sonrisas. Eran como preguntas volando. ¿Qué estará pasando que vienen las preguntas corriendo? ¿O es que están pensando y les salen corriendo las prisas por los poros de la lluvia y del viento? Por si viene lluvia, así, voy a mirar a los árboles. Voy a mirarlos como si ellos estuviesen pensando en los dioses; por ejemplo, en la lluvia-diosa tiritando, desnuda como el agua tiritando, pensando en la extensión del bosque, en la multitud de hojas mirando, extasiadas, flexibles y verdes, haciendo de balones de chino papel colgados entre pared y pared de las estrechas y retorcidas calles que construyeron las retorcidas ramas en el transcurrir del azar perdido en el bosque.
Si ese sabías, y mirabas y sabías, y, a pesar, seguiste en el sin-saber, roto, como se rompen, a veces, las palabras cargadas por fuertes vivencias que bajo ese peso ya no soportan, revientan, explotan, se quiebran, estallan, quedan como cristales rotos que solo reflejan la realidad del recuerdo distorsionada. Si sabías, pero no preguntas porque no sabes qué preguntar, y sigues callado como te es natural de siempre, tonto y callado, que este niño debe ser sub-normal, sub de subterráneo, de algo que está por debajo de lo terráneo, terráneo de tierra, luego topo o rata de las cloacas, comiendo de las cloacas, y bebiendo, como el que más, las excreciones de los otros cuerpos que están en el alterráneo disfrutando del limpio aire, de fresca pura agua, inteligentes, sabiendo cada cuál las estrategias de los otros, pues es esa la inteligencia alterránea que él no entiende por escondida y rápida, fugaz y sin el código del cuál él no tuvo consciencia, si a eso que había detrás de sus ojos le podemos llamar consciencia o cons, con s de sin.
Si sabías la pregunta ¿para qué preguntas? Es esto un principio aceptable de texto? No lo sé. No sé como empiezan las frases; ni una frase; ni las más fáciles, esas de una palabras. Se me agota la razón. En blanco, ya no hace nada: ni ruidos de cables enchufados, ni calentamiento de microchip, ni bits circulando a la velocidad de la luz; también se podría decir: ni la transformación de los absurdos 0 y 1 en correctas palabras vestidas de ropa de alto diseño de la casa de alta costura La Gramática. Se me agota, se me agota, ya lo comprueban, va disminuyendo hasta quedar en un débil goteo de letra. Y letra lleva al rasgo, a la marca, en la carne marca que me deja estragos en el funcionamiento del cuerpo que habla con la sutil delgadez de los idiomas que no entendemos aunque nos dejen trastornados todos los circuitos del ser.
Bebida de la salud y agua. Así apareces en ojos y en boca de nadie. Presencia y ausencia, interior exterior, círculo de la vacuidad del silencio alrededor del cual, sobre el inexistente círculo, recorres la causa en los efectos de su espejismo. Así hecha, bailas, como fundamental, sobre el recorrido de la luz, por ejemplo. El baile de tus ojos. La embriaguez del baile abierto. Campas en mi descanso recién aparecida en los sueños. Estabas reluciente como los sueños. Sabia y abierta como la misma vida. Salud y muerte sin descanso. A veces, le quitas los ojos a los recién nacidos. Eterno retorno sin pausa. Bajo tu altar, en el filo de la vida, jugando, ebrio, al desgarro de la incertidumbre. De divino caballo que pasea por el cielo a los dioses alma eres tú. Fuerza y carácter. Viento fugaz de ninguna parte. Libre eres tú. Fugitiva. Fresco torrente. Y pensando en la lluvia me despierto. Pausa breve del dormir. Abre rápido la boca de pez inmenso quien en un segundo saca y mete, de su inmensa boca, al pez de la cadena que es el despertar en el instante mismo de la muerte. Sueña, en la vorágine de la vida, con que está vivo y despierto junto a una estrella hermana en la terrible temblor de la atracción de la gravedad.
En tus remolinos. En tu continuo canto. Al borde de ti, de mí. Al borde del agua bebida. Corre, por acá, por allá, ofrecida. Rodeas las curvas de las piedras en tu fluidez innata. Y brincas, chapoteas, jugando con el escurridizo juvenil aire hasta que pierdes la orientación de los caminos. Vuelves palpando con tus manos de agua los frágiles tallos quienes parecen doblarse para indicarte por donde va, ya perdido sin el agua, su inmenso, sin fin camino.
Collage impresionista puntillismo
Es el tiempo un invento para contar la ausencia
jueves, diciembre 10, 2020No sé del otoñal color de las viñas. Ese olor húmedo de sus hojas. ¿Para qué se me vienen su color, su olor ahora? No lo sé; pues se perdieron en la turbulencia del tiempo. Pero este con su agitación no las borró, ni la humedad desapareció; se vino pegada a la ropa. Y el color nubla mis ojos. No me deja respirar su recuerdo. Hace tiempo que es otoño. Otoño de viña y hoja. Donde el frío es ávido cada noche. Se levanta el tiempo. Y nadie sabe su recorrido. Es el tiempo un invento para contar la ausencia.
Se nos hace largo recordar. Sí; no sabemos que hacer con los recuerdos. Se enmarañan en los labios. Te hacen creer como que existes. Pues eso es al mirar tus dos manos de bebé, esa impronta que aún tienes presente; tan actual como lo actual; tan fuerte en sus efectos como cualquier representación o cualquier sensorio. Dos manos y su recuerdo llaman, en el dolor, al objeto perdido. Son los gritos de las manos; esas primeras que tocaron, por primera vez, la maravillosa piel del origen. ¡Oh inefable de piel recuerdo! Sensación que aún llevamos en la propia piel, como un sello, como una marca, como un correr por dentro que nos hace correr por fuera. ¡Oh piel, motor! ¡Tal vez sea lo último que, cuando la muerte entra, muere!
Emoción. Profundo amor. Cuerpo, amor. Todo lo que él sabe del entusiasmo, de su verdad y mentira. En la cintura de los sentimientos que se piensan, se representan estar en tus labios, en la satisfacción de tu boca, en esa divina lengua de las sensaciones, nunca perdido Edén que en el otro buscamos con la terrible desesperación del que se ha quedado solo en la inmensidad de la Nada posterior al gran castigo.
¿De quién es este aire que respiro? No lo reconozco. Ni siquiera los suspiros. ¿De dónde vienen? ¿Dónde están? No los percibo. Y duelen. ¡Ya verás si duelen! Son grietas que a sí mismas con dolor se cortan. ¡Insensato! ¿Por qué? Si ya hay dolor hasta en el aire, por qué doblarlo con más dolor añejo? Dolor del de antes; del que se esconde en las cuevas de la piel. Esconde su rostro mientras araña, rasga, muerde y muerde con el afán de la gran fiereza ciega de la ancestral culpa.
De un profundo dolor. Y los campos de soledad. ¿Y de quién? Del mendigo. Él usa una vieja memoria que ha encontrado en su diaria búsqueda por los grandes cubos de basura situados en cada calle de la zona de la ciudad que suele recorrer con su carrito robado al gran supermercado Carrefour. De un profundo dolor también muere en su vieja memoria.
A ti también al retorno. ¿Qué culpa tienen las manos? ¿Qué culpa tienen si siembran la vida? Si se multiplican. Crecen. Se multiplican. Esas manos también rompen el hielo. A veces, rompen las palabras en las que no creen, las palabras que no ven, las que rajan las gargantas. Sorprendidas, gritan a lo lejos, gritan a las calles, a aquel dolor, mendigo dolor de la memoria.
El vacío interior de los ojos intensificó la producción del silencio y creó secretos sin memoria. Se hace un precipicio de primavera. Ante tu espejo soy memoria y perdido. Juego al futuro y nostalgia. Y también, y también noches que no hubo. Porque vienes inmensa. Y Ahora es verano en tu cuerpo, en su memoria. Te encuentro en la memoria de los árboles.
Somos en el mar de nuestra piel; allí, navegantes. Retorno e ida. Embarullado (flou) horizonte. Ola, ola, ola. Densidad del agua. A sal, sal, sal. Se me olvidaba tu fina piel; siempre olvidamos su entidad separada de las partes que envuelve, protege a pesar de su fragilidad. Piel calla. Salvo en el estremecimiento, (donde) tiembla, grita, habla. Piel calla, se hace anónima para enmudecer todo, salvo la casi desconocida descarga, sensaciones que van hacia el núcleo de nuestro ser, su esencia denegada, en la vergüenza de ser eso; ¡como si fuese menos o peor! Y no es así. Ese viaje constante, interminable, no inscrito en las palabras, va silencioso y mudo como un rayo que recorre la piel hasta su Finisterre y vuelve.
Amor a ti como milagro
Los abiertos agujeros que las miradas hacen con sus secretos
miércoles, noviembre 25, 2020Si vieras como recuerdan las palabras. Las palabras que fuiste. Los abiertos agujeros que las miradas hacen con sus secretos. Si el amor es tortuoso viaje de mí a ti de ti a mí, y por nosotros, de nos al mundo, a la vida, así como a toda belleza, hacia la bondad, hacia el bien practicado entre tú y tú, entre todos salvo los que en la Sabia ignorancia se hunden más allá del amor que nos hace.
En ti y en tiempo y en ti. Me recuerdo como si me viera. Como si me viera recordar volando entre los agujeros de la memoria. Prehistórica cueva. Ficción del tiempo de las noches. Me hacen recordar los recuerdos. Como si vinieran alborotando para ocultar la inadmisible verdad que duele como una imaginaria herida sobre el narcisismo. Duelen los agujeros de lo que a veces ni fue. Pero se vivenció; y vivenciar es. Tan consistente como la materia y como lo sensorial. Como si vinieras en neblina espesa.
Te amo desde antes de que comenzara el tiempo. Y en el tiempo de las cerezas. Y en los planes de tus frutos. Eres en mí lo más íntimo y lo único afuera. Corren las ramas por los circuitos del aire. Se balancean las hojas por sus alfombras. Y al ras del suelo, junto a las hierbas despiertas, pasan las hormigas cantando tu nombre.
Amor a ti como milagro
Me recorres el alma sobre los nenúfares flotantes
viernes, noviembre 20, 2020Me recorres el alma sobre los nenúfares flotantes. Son miradas acuáticas flotantes. Inmóviles, navegan en el sutil silencio del agua. Y me recorres como los cuerpos de Chagall. Sin sucumbir a la gravedad, sin rozar las vanal materia con tus descalzos pies en posición puntiaguda de las bailarinas de clásicos vals. Difusos contornos en el amanecer de las ramas del jardín. Sedosos frutos temerosos del suelo del fin de su esplendor. Se agarran con abundante savia intensamente renovada para evitar la sequedad del final, que nunca llega, ni existe, ni fue en algún tiempo y lugar deformados hasta la saciedad de la parálisis.
Del no puedo, a su vuelo. Ahora vuelas rompiendo el absoluto. Estallan sus bordes. Se hacen galaxias, luz, tiempo, espacio. Esas cosas del amor. A pesar de eso, en ti puedo quedarme en el punto cierto que me da tu cuerpo en la veloz expansión del universo. Puedo quedarme en la sinrazón que sobreviene. Irremediablemente me sobrevienes. Como aparecida desde el más allá de la existencia, casi transparente, sutil y densa, carnal e invisible. Pues eres mirada que atravesó todos los desastres
En mi pecho recorres caminos. ¡Cómo no! Conoces mi tristeza. Tuteas a mis noches. Compartes, por debajo, mi almohada. Tú dirás: Pero si mi cuerpo no está. No puedo, pues. Sí puedes, pues te hago mi borde. Te hago filitos de encaje sobre los límites de mi cuerpo. Y campos de rosas, amapolas y tulipanes. Te hago extensión de mi vista. Hasta hacer de ti molinos de viento con tu aire, y, más allá, horizonte que hace mis queridos límites.
¿Qué hacemos en la soledad del silencio? Por si acaso, dormir. A los hechos que recorren las calles. Al, a veces, no estás. No estás ni en el remolino de tu cuerpo. Se abren los remolinos al temor de la noche. Mientras duermes en el temor. Tiemblan los labios. Amenaza el amanecer con no volver. Amenaza con desgastarse su leve tibieza. Con no volver amenazas cuando siempre te vas una y otra vez como si nunca te hubieses ido e ignoras que te ignoras, y no sabes nada de viajes.
Se me gasta en las manos el futuro que no vendrá. En esa libertad donde estoy encerrado. Estamos en los márgenes de las seis de la tarde. En ese margen tuyo. Más allá de tu piel donde existo. Me palpas a través del aire. Como si no hubiese tiempo en ese espacio. Se evapora la pérdida y la distancia. Ese amor rebeldía. Ese amor resistente como piedra. Va a la corriente de las calles. Calle abajo. Como riachuelos vivos de la vida.
Eres la iluminación de mis abismos, la vital sal del cielo. Has parado todas las caídas. Y me has emprendido el vuelo. Pájaro, sí. Ave, también. Y horizonte. Entre tú y yo, horizonte. A todas horas borras la ausencia, limpias los márgenes, desaparecen los agujeros. Eres desde hace el mundo; desde que existe, existes. Para mí bien-bendecida. Agradecido yo de quererte en esta locura de la multiplicación de los brazos.
Y llegas tapando los agujeros de las manos. ¡Oh, misterio el amor! Sin ti es imposible mantener el calor. Tristeza de gaviota ante el nido frío. Luminosa sal del abismo. Cae el silencio ante el batir de las olas. Vuela-flota. Silencio-diente-de-león aún más leve, se expande en silencios por el antiguo rostro del perenne acantilado.
Invisibles ataúdes en la invisibilidad de los segundos acaban en la degradación de la rutina. La inconclusa obra de Dios con la que Dios destruye. Corrupción de la Natura que corrompe el orden. Es esa la sorpresa de que falles. ¿Adónde va entonces la seguridad? Se derrumban los pies. Se deshacen las manos. Ojos cerrados a plazos a-la-vista se abrirán al retorno de la luz, se abrirán allí donde todo es desconocido.
La sequía de los ojos se abre. Se abre para ver estatuas. Intima vacuidad. Pues no es vivir sin semejantes-imágenes. Más bien enganchado a la letra que hilvana. A fin de mantener unido ese mundo que sin llamar se nos presenta. Aunque no llores, porque no hay humedad en los ojos, ni aire que pasa, ni edad del tiempo.
Vino la noche y tocó a la primavera. Llegó a la cama hace un momento. Trenzó sus sueños entre sábanas limpias. Puso los cuerpos imaginables en marcha. Llega, llega con los ojos vendados y ciega. Ama, quiere y desea. Corre por los floridos campos que ella misma siembra. Acaricia, con sus alas de mariposa, los jóvenes pétalos dispuestos para volar, mientras danzan danzan bajo sus perfumados coloridos vestidos.
Mi barullo de lengua dando vueltas
Ya sabes de destinos echados a los dados
martes, noviembre 10, 2020Ya sabes de destinos echados a los dados. Se juegan, se juegan sin nocturna medida. Redundancia, ya sabes, de la noche. Pero no olvides que eres su centro, de la estancia, del tiempo que lo recorre, de la multitud de las sensaciones que lo constituyen. No olvides, pues no se puede olvidar, las vueltas que lo lían a la vida, esos límites ciegos que nos mantienen dentro de uno mismo.
Ahora te voy a decir aunque me callo. En algo absoluto me callo. De perfil indirectamente. Incluso en los periplos de la metáfora. Porque sabes a palabra. Porque sabes a metáfora. Porque de esa carne y hueso eres. Y de ese aire del que no escapas. Ambiguo destino del significado. Abrigados de él vamos, mendigos, debajo de su capa.
Que el silencio tiene brillo de mirada. La tuya. Para verte en la tuya. O en la mía, dónde residen todas las derrotas. Ahora ves que no fui tan fuerte, ni tan vencido, pues aquí medio vivo aquí me tienes, como de mí mismo metáfora absoluta de la nada. De ella misma directa metáfora. De ella misma, ambigua metáfora. Pluma metáfora de humo que indica que allí fui como fuego.
Alejado de la hoja y allí, como cualquier árbol, se convierte en brisa. Y para verte me descubro derrotado, a veces. Puesto que nada es la espera caída. Es desconocerse a sí mismo recordarse. Recordarse como otro que nunca ha sido. Nunca ha sido porque se borró con el jabón de la memoria.
Porque ya sabes del dolor, infinito oleaje, que aún llega a los confines de los sueños. Y a pesar. Corre el amor como ríos de orígenes desconocidos. Nos recuerdan al mar. Su saqueo de mar. Traen flotando las hojas de los árboles caídos. Viajes de orilla a orilla. Cultivo marítimo de fermentos con miras al nacimiento de otros mundo.
Los dedos del amor. Sus huellas. Como riachuelos, desiguales. Sobre las templadas mejillas. Me llega tu calor como oleaje. Recorre mi seca boca. Me sacia. Me llena. Porque sabes sentir mi dolor. Porque en él existí, existo. Vivaz espejo del amor que desde el otro lado lo mira, ama, contempla.
¿Cómo decirte que no consigo que estés allí donde no hay nada? ¿Y esto cómo se entiende (la frase, digo)? Entiéndase a conveniencia. Déjala a esa conveniencia instantánea y breve. ¡Qué más da si contigo no hay ofensa! Ni sombras ni ofensas. Caminos rápidos. Corren, por sus orillas, las sombras de los árboles como vivos ojos. Hermosos ojos, pavos reales, agitados por la presión del movimiento del camino.
Si tuvimos fruto. Fruto claro y altivo. Suena el lugar como ramas entre viento. Pero debes saber, claro saber, como el que en su cuerpo los siente, que fuimos naturaleza de rama y árbol. Ese amor confuso del tiempo de las cerezas. En breve amor del lugar breve de la duración. Del lugar breve del instante. Del instante donde el mundo allí se concentra. Se vive como mundo y vida, y verdad verdadera. ¡Hermoso instante que no hace sombra!
Vamos en la alegría de amarnos. Sin callar y alegres nos conocemos. Sin duda se bebe el dulzor de tu boca. Me arrancas suspiros. No lágrimas, sí suspiros, nos palpan. Dentro, nos palpa; y allí anduve. Anduve contigo invisibles entre multitudes. No confundidos de amor. De amor frecuentes; árboles frecuentes; germinando en el verdor. Advertidos de la confusión de los que no aman.
Aparecían tormentas en cada esperanza. A cada mujer, hombre, que estaban en la espera del haber sido. Porque éramos nuestras bocas: la tuya yo, la mía tú, así de fácil, pero no sin conflicto. Pero no calla ni a boca cerrada pues alegre boca se siente. Se siente luego existe por muchos argumentos en contra que la pura racionalidad, pura mente sin cuerpo que en mundo aparte dice existir pues piensa. Se dice siente pues cuerpo no calla, en su voracidad no calla, ni de engullir cesa pues, como parte de especie, a su función respeta. Hállase pues, en el circuito, inmerso en el recorrido de la materia de la tierra a la tierra pasando por el cortocircuito en serie, nómada, creador de inmensos depósitos.
En cada mirada de espejo. Espectadora espectador. Instante tras instante. De la luz, coherente sistema. Cada cual con el otro, mirada. Trozo de mirada, a veces. Trozo de entrega. A besos de labios, entrega. Esos dolidos labios. A suspiros, a besos. En el temblor de la espera. Y si nuestro suspirar alimenta el variable corazón cuando va tomando vuelo. Vuelo al estilo del aire, al estilo de las tormentas.
Y ese cuerpo YO replicante. De reflejos, yo. Se siente, y delante se siente; y por todas partes. Se repite, se repite inscribiéndose. En el espejo inscribiéndose. En los reflejos, inscribiéndose. Tomando reflejos densidad, forma y consistencia. Se hace la luz invisible. Luz una. En todas partes omniluminosa. Luz público de todo acontecer, de los edificios y sus sombras, del vuelo, del silencioso vuelo. De la mirada, vuelo. Luz esquizo en su gama de colores. Agitada y vibrante, alterada. Allí, vibrando en cada trozo de materia.
De ese cuerpo espejeante, belle piel, refleja, actúa y siente, y ama, y ecosea igual igual igual a sí mismo y a ti y allí donde todo nos junta, nos replica, en corazón resuena, y ama y rabia de rabioso amor que hace públicas las miradas y los besos y tus pies y mis pies sin sentada andan de unísono camino, espectadores de los árboles, los verdes campos, su marcas, sus caminitos de juegos, que van por allí por donde iba la inocente infancia.
PRIMER CORO (Coros de los espejos.): Varía corazón; variaciones. Tú eres luego haber sido. Ese tú-yo cuando hablas de ti amándote. Son esas las tormentas de la esperanza. Cuando por si tu boca mi boca, la nuestra, dos y una, exterior e interior. Si mi boca oh calla! Y duele y canta, se desconoce: no sabe qué llorar porque llorar fue prohibido en el último siglo.
SEGUNDO CORO (Público de los espejos.): No me prohíbe nadie, ni me hace, determina o condiciona, ni me influye en el decir: inmune a la palabra, al discurso del otro, que ronda y ronda en una interminable e infernal ronda devorando, con sus múltiples bocas, la mente de los recién nacidos.
PRIMER CORO (Coros de los espejos.) Se ven los múltiples espejos del escenario como múltiples ojos reflejando cada una de las imágenes de cada personaje del público. Suenan los tambores del narcisismo. Unos sentados o de pie, o amainados o agitados. Cada espectador se ve en cada trozo de espejo. La imagen esquizo se ve en múltiples espejos según el instante vivencial. Otros ven en todos los espejos un coherente sistema escópico donde al final encuentra sentido el enigma.
SEGUNDO CORO (Público de los espejos.) Con ese cuerpo espejo: un cuerpo cuya piel es un espejo que actúa con sus miembros como lo que refleja del cuerpo del otro. Con un yo espejo que siente y actúa como lo que de cada uno de los otros refleja cada vez que se pone en el campo visual. Un yo espejo que repite como ECO los discursos completos del otro creyendo que son los del propio yo.
PRIMER CORO (Coros de los espejos. Imágenes múltiples semejantes que hablan en lo imaginario en cada uno de los espejos del coro. Con ese cuerpo totalmente espejo (piel de espejo) que actúa con sus miembros y con sus mecanismos sensoriales (Estos totalmente independientes los unos de los otros, sin interacción.) según el reflejo que procede de los otros, instantáneamente y en ausencia de cualquier grado de conciencia yoica. Un YO espejo que repite como ECO (pero con cuerpo recuperado y unificado a través de los espejos) los discursos completos del otro creyendo que son los propios. Espejos con profundidad o espesor blando por donde transitan las imágenes hasta quedarse como el fondo del lago de los espejos.) :
SEGUNDO CORO (Niños tirando piedras porque no se reconocen en los espejos.) :
PRIMER CORO (simultáneamente, como de fondo (risas)): A falta de seda, pintó perro sobre horizonte perdido, perdido fuera de imaginación. Tomó espejo por muro, sobre superficie vomitó cloaca, vertedero espejo colgado sobre todos los universales pasillos, incluidos los de sótanos y desvanes. Allí, perro viejo sin mirada, tal vez ciego por el fondo negro de la noche. Seca lengua cartonosa, en boca encogida del perro que ya ni ladra, ni queja ni gruñido, que ya de aliento poco queda, mucha hambre hasta el hastío. ¡Grita, grita perro en medio del amplio coro, a ver si te oyen los lustrosos del segundo!
SEGUNDO CORO (algo semejante en primer plano): Allí el dolor. El cuerpo del dolor; del delito. Allí locos suspiran en el juego del silencio, en el juego del dolor, en la espera.
PRIMER CORO (simultáneamente, como de fondo (risas)): A través de una substancia preciosa se ofrece el objeto oculto, secreto por su naturaleza. Del Dios que escribe. Mientras otros agitan con palas de árbol sagrado los sabios líquidos que curan. ¡Oh, Kerridwen, alimenta mi ignorancia para que se le caigan las escamas de la ceguera!
SEGUNDO CORO (algo semejante en primer plano): Es mi dolor. De nacimiento, mi dolor. Ignorancia de baba. Sonido de palabras. De sentido, silencio. Dame, sí, ese embrujo del caldo para que tomen mis labios vida, humana vida más allá del prehistórico silencio del bosque, de la selva, de la estéril sabana.
PRIMER CORO (simultáneamente, como de fondo (risas)): Cadena de símbolos que hacen lazo. Ese silencio del Destino. El último fruto. El último resto. Iniciador de la vida y de la muerte desde ahora y siempre. Ahora solo la prudente esperanza se queda dentro de la ánfora a la necesidad esperando. Pues dicen: se le negó la palabra. La dejaron ciega, en el equinoccio de la primavera, en las islas de los inmortales, cerca de la inmortalidad.
SEGUNDO CORO (algo semejante en primer plano): Sí a la esperanza, al amor y a la esperanza. A lo que han sido, son y serán. A lo que fueron los hombres y serán. A su voz. A su amor. Al estilo de la viva vida. Aunque corazón dolido. Pues nos hará el dolor; nos hará fuertes de cuerpo y alma, el dolor. Nos hará fuertes en los suspiros, en los sueños del terror, en la locura del silencio.
PRIMER CORO (simultáneamente, como de fondo (risas)): Conseguir vencer al Destino. Se desató la lengua de Dios (¿lo ves?) contra los oyentes, sordos oyentes de la primera palabra, su mensaje haciendo tapón en el interior de los agujeros del cielo. Combaten rodeados por hierros. Dioses encadenados por las caderas, en el zénit de la furia, ante las lenguas y los oídos sueltos de grilletes y cadenas. Desigual lucha que aún en estos avanzados tiempos no acaba.
SEGUNDO CORO (algo semejante en primer plano): Crece el sonido del cielo. Llega su lamento a la parte posterior de las orejas junto con los públicos desvaríos. Suspira entonces el corazón aprehendido por el cuello, estilo seco, aliento seco, que quema al salir la interior carne. Se deshacen los cuerpos en esta lucha con el disolvente tiempo bajo los continuos y profundos gritos desgarrados de la piel empeñada en la vida.
PRIMER CORO (simultáneamente, como de fondo (risas)): Había un lugar en el rito, en la palabra, en el mito. Tenía maldita acción fecundante sobre los desiertos donde la lluvia no llegaba en siglos. Tierra de castigo, eterno kátorga para los no sometidos; maldito viaje hacia el sacrificio; al bosque helado enviados, donde mora lo demoníaco con sus cargas de castigo. No cesará allí de inscribirse la falta, esa que no existe si no es en lo simbólico, en el juicio, en la condena que circula en circuito cerrado como una automática máquina de pensamiento.
SEGUNDO CORO (algo semejante en primer plano): Y sin embargo crece la fe en el hambriento corazón del ideal, de la esperanza, de la bondad. Va por delante de la maldad borrándole los caminos, sus posibles salidas, las abiertas puertas a los patíbulos. Va detrás la maldad desesperada: no encuentra, en su ceguera, sus propios pasos, el anticipatorio camino que la guía en su inmenso afán de autodestrucción.
PRIMER CORO (simultáneamente, como de fondo (risas)): Múltiple en su corporeidad. Troceado al natural. Interior vs exterior. Cristales rotos con azogue. Reconstruidos con líquido oro. De sensibilidad reciente. Emisario del sacrificio, bipartida ofrenda para calmar la ira del Bien y el Mal.
SEGUNDO CORO (algo semejante en primer plano): Ellos detrás de la pura palabra en el camino del sacrificio. Encarnación en hueso y sangre, alimentado por el ideal del futuro sin dolor. Sube a la cúspide de la conciencia. Desde el cielo alto surge como universal lluvia, neblina que sin mojar penetra.
PRIMER CORO (simultáneamente, como de fondo (risas)): De Samotracia, donde vuelan impenetrables las sombras en su misterio. Incomunicable energía. Y abrieron las llagas de la tormenta, la intriga de la danza, sobre el temblor de la montaña. Tomaron el humo del volcán como teofanía; desde allí nacieron todos los divinos oráculos.
SEGUNDO CORO (algo semejante en primer plano): Vivíamos en esas mareas de tierra que bajo nuestros pies avanzan hacia el cielo, cubiertos de otros horizontes. Ellos van detrás de las olas de mar de tierra. Ellos van detrás del sonido de la Tierra, a su rítmico tam-tam, pasos pesados del que sube cada vez por la escalera de la ausencia de aire.
PRIMER CORO (como de fondo (risas)): El sentido del número: en el sentido de las direcciones en todos los sentidos geográficos y perceptivos; pues hacia allí miran la silenciosas divinidades con sus ocultos ojos sobre la superficie de la piedra en sus abandonados santuarios perdidos para lo humano entre el salvaje follaje.
SEGUNDO CORO (algo semejante): Ellos creen detrás de los sonidos; alimentan el amor loco humano; siembran su salvaje suelo con las hasta ahora desconocidas semillas con las que se hicieron las diversas generaciones en sus intentos de crear al hombre presente; alimentando sus diferentes almas con intentos de lo humano bien diferentes.
PRIMER CORO (como de fondo (risas)): La muerte sin efecto en las membranas. Policéfalos de aspecto del poder. Cada manifestación de la serpiente del aire. Del simbolismo, la fecundidad. Aritmética de las palabras. Se combinan con las tres cabezas.
SEGUNDO CORO (algo semejante): En ese instante, en el instante de tus ojos, se crea el mundo. Y... se hace el lugar de los rostros. Las miradas dentro. Crecen. Van detrás de los sonidos alimentando todos los desvíos. Sembrando el suelo del amor.
Operaciones especiales para desplazar hacia el interior al niño que llevamos dentro nos ligaron a él en pacto secreto. Hierba del cuerpo. Y por tanto. Su crecimiento parece un pueblo. Un pueblo de imágenes. De cuidadas plantas. De la importancia de los cuidados de los pueblos. De lo que dicen y recuerdan. El cuidado de lo que dicen. El cuidado de lo que recuerdan. Aunque sean primitivos recuerdos.
el espíritu del trigo hasta las próximas ciénagas la corteza de la máscara subterráneos caballos de lluvia caballo mántica // La trama de tus cabellos, ese universo de las direcciones donde se encuentran todos los juegos protegidos de toda pérdida. Desármame, amor, para acudir limpio de toda guerra. Abre mis ojos a este nuevo tiempo, a este nuevo instante que perdura, a esta planta donde germinan los nuevos besos.
De tus ojos al amor hice todos los pasos. A veces amor. A veces llanto. Pero sin ti es la vida una ofensa, una espera en el pecho, un día sin día, una rosa sin flor. Tus ojos de tiempo jugaban a los equívocos en ese tiempo de instante, creadores de la amplitud del futuro.
el árbol de la muerte caballo luna caballo agua caballo mirada caballo siniestro espíritu ctónico espectro pesadilla vieja muerte epidemia siniestra peste Los caballos de la pesadilla azotes de los mares caballos demonios del folklore cuentos relativos que extravían a los caminos los precipitan en las tierras sin memoria malditos del alma a la caza de presas inaccesibles
A ti solo te nombro. A cada rato, en los descansos del tiempo raso, cada día que comienza. Como el que no quiere la cosa, a veces a punto de disolverme. Como quien duerme contigo en medio de los caminos con todo el tiempo por delante. Con el alma para ti hecha. A la merced del estilo. Con todos los perdón saciados. Rogándole al espejo. Sostenido por el miedo. Con un alma a ti semejante.
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A la autora semejante a mis días: aquella que me sacia, me dispensa, me perdona. A ti, amante semejante, ofrecida. Al estilo de tu pecado me viene aparejado el miedo de perderte. Benigna dulzura por mí nombrada. Antiguo me hice en tus huesos y voz que te llama. Me acuerdo, de ti me acuerdo con pena terrestre. En adelante, fiera desnuda, fuente y pago de la vida. Al fin vi arder el fondo de tus ojos, y más allá de las llamas, encontré el sitio del amor eterno.
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Y vi que estabas desnuda. Extraña intemperie la de tu cuerpo errante, con su ardor dolorido, entre los miembros de las penas. Lloré apartado mientras acababas, con mi ardor a la intemperie, lacerante y terrestre. Me vi a ti unida, desnuda como una fuente cruda. Con la mirada entre las manos escondida me puse a mirarte. Escasa y rara como el amor de su amor huyendo. Nunca más encendido que ahora, con este mirar de ave. Hecha canto de sombra, el vuelo alzando.
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Y vence tu nombre sobre todos los nombres y rompe el nido de las palabras y salen al vuelo todas las palabras. Y sucede que tu nombre invento como un manto. Y tú mientras cargada haciéndome predilecto. Al cielo subes como una barca y en la entrada remas por el río infinito y eterno. Esperada más allá de su horizonte de niebla, vagas lenta como en un cauce plano a la velocidad sin tiempo.
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Tal vez eres tú la esperada, bella de tu cuerpo vestida, con tu alma subida y cargada de este amor que me sirves como un puerto. Oh esperada en el reino de la tierra como única, más bella y suave que gacela. Vas por la barca de mi espalda como mejor puerto aparejada a mi piel ciega, tú, mi predilecta, mi valle oscuro de deseo. Tal vez el juego ciego del sollozo grita como un socorro, que la vida en ti grita como pecho fulgurante, llama, ardor y deseo. Y tomas del mío horizonte las curvas de la carne, las santísimas montañas de los hijos que nacen entre tus labios de fama. Tal vez de la vida eres arma fundamental y primera, principio y fin de existencia.
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Todo lo que me enseñas como último fin del amor pregona. Despoblará al que te acompaña. Bañará tu lengua desdeñosa. En esta parte del mundo yace, breve y helada. En su furor fresco, espada. Hielo nebuloso, acaso, que muerto, se enfada. Cisne acostumbrado al último canto, con sus patas heladas. En esta parte del mundo, en tu lago. Dios obediente al frío. Feroz silencio de la muerte.
Mi barullo de lengua dando vueltas
Y entonces una palabra gritando como una loca yace entre hielo y hielo
martes, agosto 25, 2020
Una parte del mundo, y entonces una palabra gritando como una loca yace entre hielo y hielo, congelada. Alejada de toda paz, yace. Yace feroz y acostumbrada, obediente y mar rojo. Yace como el dios del acaso, riñe con sus golpes, y confía. Se retira y viene antigua. Yugo del ingenio y de la obediencia. Oscurece, se sorprende, entiende. Hija y madre de todo error y acierto. Noble como Orfeo y su música. Antigua como una inscripción de piedra. Papel viejo, vástago del cielo. Voy a empezar va decirte: obligada. Contraria y despiadada. Mira por detrás del ultraje. Depende, depende.
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Y verás cómo todo resucita. Nuestra historia que estaba de rodillas. Nuestras canciones ocultas se dispondrán al lamento, como un consejo, como un martirio extraviado. Y si a veces yo me dispongo en esta loca vista, alzo el pecho y mi desdén suavizo. ¿De cuándo fue tu piedad ausente? ¿De cuando? En este paso interrumpido, que deja caer las llaves de la venganza, habré de vivir echado en el suelo blanco, hasta que el orgullo y la ira siembren el campo de muerte.
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Si me hieres que sea con tus ojos. Ojos de gata. Enferma de amor, halo. Esgrimiendo la noche. Creadora de palabras. Oculta. Siempre amor viendo. Regida por la columna del Universo. Mi esperanza; mi latino nombre. Gloria hacia mí desviada. Aire y tormenta. Camino. Si me hieres debes ser árbol: árbol-tormenta, árbol-vecino. Desvío. Lluvia majestuosa. Cambio del tiempo. Abeto. Pino. Ruiseñor de hierba. Ala de noche. Sol y tu sombra. Destino. Evidente. Altar, rostro, ternura. Tormento de ausencia. Desengaño invisible. Si me hieres guárdame los ojos. Aspereza extinguida. Tormento invisible. Planta. Rostro lento e íntimo. Amor año nuevo. Socorro de mis suspiros: bendito lugar del tiempo. Altura de la hora. Alma semejante. De buena suerte anhelo. Única ciudad tuya. Mi desafío. Si me hieres que sea con anhelo. Desafío. Duelo. Mente. Vuelo. Suerte. Camino. Lumbre. Causa. Dolor: hora breve. Consuelo. Alegría. Esperanza. Paso sostenido. Aire tomado. Ayuda buena. Agua caliente. Trecho: bien perdido. Pálida vista del atraso. Asalto a mi pena. Esposa. Esposo. Si me hieres que seas completa. Flaca y esforzada. Consternada. Sin edad. "Añorosa". Sitio. Familia. Postre. Lluvia de casa. Ventana amarga. Vientos separados. Mundo. Verdad verdadera. Risa. Reposo. Fuego. Atento del amor martirio. Turbia. Clara. Martirio. Vos, fuego. Si me hieres no seas mansa. Debes ser brisa rota. Cristal cortante. Deseo clavado. Vista ardiente. Fuego, martirio. Verdad tirada a la cara. Fatal espíritu. Vista gorda. Estrella caída y reventada. Un fin sin aparte. Llaves rotas pensativas, cortantes, de hierro, punzantes. Pecho abierto y cercano. Escalpelo, suelo sin tierra. Huir de esta manera: a grito, callada.
Y desde allí, ...
De esta manera ya no muero ni conmigo quedo.
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Ver más allá y vela. Por la vida mayor. Suena el ritmo del tambor, estampida de ciervos en el bosque salvaje metamorfoseado, poseído e iniciado; de uva ebriedad; ebriedad de las plantas, árboles, troncos, ríos, riachuelos, alas y animales, viento, monte, rastrojos y piedras, y rocas, y todos los del bosque.
En los primeros tiempos, iluminación. Y después de pronunciar los votos de amor. Nacidos a la verdad. A la vida según el amor. Transfigurada se fue el alma al interior de ella misma. Abre sus brazos ante la fuerza cósmica abandonada a su voluntad.
El blanco del silencio absoluto. Silencio muerto. La coherencia condicionada por el transcurrir. Levanta sus entrañas el otoño expulsando sus rojos colores de los campos de viñas y norteños bosques. ¡Ah, la natural belleza! Color de la original cereza. Ya la madurez se ha cumplido. Brotará también la vida en su rito iniciático.
Como una búsqueda conveniente para apartarse. Y otros ritos solo rituales indicaban el inicio de la purificación. Indican el retomo de las fuentes originarias de la vida. Dios del grano. En la fisura de los troncos de los árboles se sepulta la simiente. La estructura fractal de los símbolos. Mientras tú precediste a mi sed. Evocabas, ciertas horas, el inicio de mi embriaguez. Soñar se hace con el anuncio de la lluvia. Viven las bocas bajo las lagunas de los lotos: ocultar lejos, derivar de lo oculto a través de la colección de los tiempos.
Puesto en modo nocturno, en modo oscuro y sueño, enredado en laberintos. Y significa: puerta del dolor. Esta ciudad tiene una puerta y un recinto, símbolos de su belleza y esplendor. Simbolizan la embriaguez del mar. Simbolizan la balanza: mesura y justicia, equilibrio y prudencia. De jade: dos piedras blancas, dos piedras negras. Miden su gravedad en los extremos del puente. Se desdobla lo indefinido. Se engendran las divisiones. Venían midiendo el mar con la luz de las estrellas cuando, de vez en cuando, encontraban un tesoro; y una vez, habiendo hallado el germen de la inmortalidad, se les aplicó a los siete durmientes, de cuyos cuerpos expulsaron las influencias malignas de la muerte.
El vuelo de los presagios. El ciclo de los mensajes. Inmortal aire más allá de los sacrificios. Vuelan las azules aves. Colgados de las ramas les esperan los frutos. Por el relato de sus cantos se adivina. En cuanto al misterio del nido de las aves, esa morada del vuelo... Hubo también la transmigración del aire.
Esa ciudad de los justos donde pretendíamos vivir. El retorno de la memoria a su patria. El paisaje de la desgracia, el paisaje de las mediocres voluptuosidades, el paisaje de la esclavitud de la fortuna ciega. Entró en sus moradas y encontró sacrificio. Simboliza a los ascetas del destino. A los que solo creen cuando tocan la carne. Relación especular de la Medusa donde el otro al mirar se convierte en terrorífico monstruo. Perseo no puede acabar con su propia imagen. Inútil protección del héroe.
Llevaba el yelmo del corazón. Ponerlo en modo sueño. Hasta que llegue el día de abordar de frente al silencio, toca el arpa en su certeza, estira su arco hacia la efigie; se identificará el aire con su vuelo; se comerá a su presa. Pues la tierra ama el silencio, allí donde todo germina.
El arma como monstruo crea al monstruo en sí misma. Forjada por el enemigo en su fortificación. Siempre presta al imprevisible ataque. En la ambigüedad de su función de ataque o defensa. Aunque también es arma contra las tinieblas del mundo, contra los malignos espíritus, contra los espíritus del aire. Pero todas las armas no son de Dios. Nos apoya con las armas para sostener la vida, para resistir a la tentación. Cicuta del deseo. Evangelio de la palabra espiritual. Pero la verdad no es cicuta; es calzado y sed; es ardiente encuentro con los labios de la ética.
De la comedia del arte de la vida salen los personajes con los trajes triangulares, con antifaces de madera, graciosos, maliciosos, haciendo del arte del fingimiento la esencia de la vida. Es la imagen de sus ideas inconsistentes. Sin principios en las pobres ideas.
Ese loco que en ti no conoces dice su furia en amor abierto y desgarrado. Amor, dios de la primavera cuando migran los jóvenes en las bandadas de sus deseos, acompañados de los ciegos vuelos de las cuevas. Es el original fuego, su representación cósmica de su potencia animal, expresada en el tiempo de la explosión. Paradójicamente, fuego destructor de la identidad del otro, aunque carnalmente fecundo; fecundo también del nacimiento al dolor. Espaden todas las simientes en todas la direcciones de la tierra.
Le ha comido el aliento el espacio. Le dio todas las perfecciones del ave. Desde el culto de los árboles. El árbol del consentimiento del bien y del mal. Se eleva la cruz en el cielo de los árboles. Le apunta certeramente el amor inevitable. Le sería sumiso a los deseos humanos, destino ineluctable del encadenamiento. Incluso el infierno tiene sus ojos. Incluso las cadenas reaccionan. Desde el puente entre la vida y la vida, el puente flotante de los sentimientos desciende por la escalera del arco iris, mensajera de las divinas palabras, símbolo de la fecundidad de la armonía, dispensa ella la divina lluvia de la vida, descienden por ella las corrientes cósmicas invisibles entre el espesor del aire, mientras, en el interior de la noche, circunscrito está el misterio.
Eres el alimento que sale de la boca de Dios. El cuervo solar de tres patas. El zorro nueve colas. El mensaje cisne. La alegre longevidad del arroz, nudo mágico del hambre. El coloquio poético mítico de los pájaros. La fuerte inmovilidad de la muerte y su eterna permanencia. Los siete cantores cisnes sagrados. El que está hacia lo ilimitado. La entrada a lo inaccesible. El símbolo del fértil surco. La primera siembra de todas las cosechas habidas. El como teje el ojo las miradas. El imposible desciframiento de los signos. La mántica de los signos.
Collage impresionista puntillismo
Con sus almas múltiples realizadas en sombras
miércoles, agosto 12, 2020El nombre del alma de la sombra. "Políalmano" con sus almas múltiples bien avenidas a la convivencia dentro del propio cuerpo. Cada una de ellas con su múltiples sombras, ágiles alrededor de cada cuerpo. Flexible piel de sombra. El aire mediador entre los límites del cuerpo y la sombra. Si necesario fuere, sacrificio de sombra a sombra (Una por sacrifico, se entiende.). Surgen también misteriosas sombras de primavera, cada año, cada vez, una nueva alrededor del cuerpo. Sombras de intuición que leen las señales. Anclan sus sombras el cuerpo a la tierra. Por alguna razón de sentimiento, de vez en cuando, cualquiera de las sombras rodeaba completamente su cuerpo de carne. Por último, cuando el sol va acabar su diario recorrido, se alargan las sombras de cada cuerpo y con sus voraces bocas de sombra lo devoran en un instante.
Tu cabello, acacia. Del invierno norte. Tallaba el origen de la máscara; o tal vez, el origen tallaba la máscara; nadie lo sabe. En todo caso, imputrible flor del desierto. A prueba del desierto. Desafío a las leyes de la naturaleza. El superior vuelo del éxtasis. Le regala tres semillas de boca. La fuerza del olvido en la que se somete la tierra. Cayó un rayo de agua germinal. El vidente del agua. Lo recibió en el lago del ojo. Se inundó de azul la mirada. Salen las mentiras como halcones del vuelo de los ojos. Indican el fin del alma, en su descenso hacia el fondo del aire. Presagio de las desventuras que le acaecerán al cuerpo, ese pájaro del delirio que desvaría cuando usa la palabra abandonando lo concreto de los gestos, movimiento de la masa de la carne, alegres huesos de sus articulaciones. En su impotencia oral no hay coro que cante a la abstracta divinidad. O aún pájaro de la leyenda canta; él absurdo, canta. Se coagulan los soplos constituyendo el físico espacio, lugar del hogar de vida. Ligan entre sí los pilares del mundo. Y lo lanzan al movimiento.
Purificación de las fuentes. Lejos de la danza, de los cantos, a toda distancia. Donde las manchas, por oposición, no significan nada. Lejos de la consunción de la penitencia. Se concentrará la vida sobre las verdes hojas; “sobre” su efecto purificador del aire. Así la vida interior es toda espacio; inmensa y compartida a través de la distancia. Vuelan todos los pájaros juntos en ese mundo invisible a la luz. En ese viaje de aves míticas. Se posan en todos los puntos de agua para señalar la vida a los perdidos viajeros, que no navegantes. Aunque algunos, amantes de la costa, visualizan en el lugar de la tierra señalado. Algunos ya no vuelven ni al mar ni a los caminos, quedan tumbados en un eterno abrazo a la materialidad de la fuente. Con el tiempo, un amplio círculo de hedor crea una diana visible desde el cielo.
El mercader de los abismos. En el abedul de los sacrificios cercanos. El jeroglífico de los caminos del polen. Mal distinguía los nefastos pájaros caídos. En el lenguaje metafórico de las abejas, miel significa palabra, verbo del árbol y la planta. Desaparece en el tiempo de la resurrección, en su inmediatez, en el alma de las sombras. Reaparece en el manto del abismo. Solo es necesario atar en divertido desorden alrededor del cuello las ágiles palabras que vienen al vuelo. Sale sobre el pórtico de la sensual garganta la enigmática filacteria escrita como en un triangular pórtico antiquísimo, desde donde se oyen los más enrevesados oráculos acumulados desde el principio de los tiempos en la memoria de las humanoides cavernas. Ensalma el terrible dolor de los eternos cuerpos, aquellos que forma la continua línea física de la existencia humana. Envía el rayo del ciego enigma, secreto hasta la muerte; al menos, que justo antes de la fugaz resurrección, se abra de la sabiduría el ojo, y aparezca su sentido como un centelleo, imagen para los rápidos de vista y de ágil entendimiento. Se fuga hacia arriba, en ese instante, la acumulada energía de la efímera existencia revelando así todas las fórmulas elucubradas sobre el sentido de la vida; instante de bendita iluminación durante el cual la conversión inesperada hubiese cuajado sin la traición de la carne. Se acaba ahí el tiempo sacrificador, voraz del sacrificio de la carne. Temporal éxodo cuarto milenario, indicador de un tiempo de siempre, atemporal, para indicar que salimos del cuerpo como por las puertas de la ciudad y patria en busca de un marcado Destino, promesa de riqueza material para el cuerpo, gran reserva de la cosecha de la espera en los campos de la tortuosa, dura y seca vid que abre sus fructuosos racimos a la altura de las bocas. ─Toma la dirección y anda ─dijo. Llega allí donde las calmadas aguas son mansas. Aprende de las líneas que marca el campo. Pues esas líneas son las marcas de tu futuro. Dentro de su recinto crecerá fuerte tu descendencia. Lo afirma el viento que procede de la alta montaña, cuya divina lengua fertilizará todas las bocas más allá de su mestiza confusión. ¡Protégete! No olvides jamás la promesa. Sirve a su dictamen y tendrás asegurada tu eterna salvación. No dejes que se corrompa la divina sangre. Huye. Reniega. No injertes tu árbol, aquel que se te entregó al principio.
Del amor hacías flores; flores con ojos abiertos; flores “seguidores” del alma del cielo, de sus subterráneos vientos que circulan bajo el cielo; hacen requiebros entre los montes; suavizan los profundos valles; recogen el polen de las flores, con los que hacen ramilletes multicolores ricos en sabores de los suaves pétalos.
Fenómeno amor. Entras como el tiempo por las abiertas ventanas. Fermento del futuro. Protector de la vida. Felicidad venidera; ofrecida, te entiendes con la lengua de los gemidos; maravilloso antioxidante del dolor, de existir, de soledad, de abandono amenaza. Felicidad que de juicios no entiende. Principio de todo, del Todo, de la buenaventura. Y su frescor me ofrecías, abierta y dispuesta a nuestra entrega, asegurada presencia que da vida.
Horizonte herido y sufre. Admirable gracia de sus muros. De sus muros de tiempo desde donde nadie escapa, “ni poder huye”, “ni escapar escapa”, pues no tiene puertas el horizonte, pues me acabo de enterar que no es materia “de masa” “ni de hierro”, ni de aire; solo finge ser viento, que como única respuesta tiene: ser viento, que todo el mundo nombra pero nadie personalmente conoce, pues el viento no es entidad hablante, sino más bien entidad silbante, que sin piernas corre, que sin alas vuela, más ligero que los besos que subrepticiamente se lleva.
Nuestro abierto corazón sin ojos de terror mira de frente la profundidad del amor que nos mira. Viene de casa en casa. A cada puerta llama y llama, a veces, impertinente, sonríe y ama que lo acojamos en brazos que a su ternura se abren. No hiere y besa con su infinita boca, con la suave curva de sus labios, besa el horizonte de la ternura. Va más allá del que sufre por su capacidad de viajar en la atemporalidad, también fuera del espacio. Vuela y regresa. Regresa a casa cada vez que vuela. Vuela sobre el arco de la cúpula del cielo; recoge del azul la esencia, con la que rocía el blanco de nuestros ojos.
Tu naturaleza alegría llama. Llama y escribe el rumor del amor como la masa del inmenso mar balanceándose sobre el pecho de la tierra. Dulce e inmediato, simple y abierto, puerta de los ojos de la profundidad del acuoso abismo. Así, a corazón abierto, puerta de los ojos y del llanto, y de todas las causas del mundo, y de la vida umbral de los sentimientos. Casa armada de infinita boca, cuyos labios absorben en un profundo sorbo caníbal toda la savia de la vida.
Tanto complacido. Buen estado, buena vida. Vino su misterio como herencia con llaves de verdad para la apertura. Mas no es todo esto lo que queda en el silencio es pegajoso y espeso, queda agarrado a las sucias paredes de la lejana memoria. Mas esto le complacía a la memoria, meme de ella misma. Su naturaleza en un suspiro (suena a «Mi reino por un caballo.») se escribe automática (o eso creemos) pues, ciegos a sus mecanismos y naturaleza, creemos que nuestra mente a la velocidad de la luz como un rayo piensa, aunque los barullos propios parecen siempre limpios, correctos y elocuentes.
Que viene el mundo admirable a contarnos cuentos. Stop. A esa línea anterior, stop. Ahora, empieza otra. Clemencia, por favor: que se ha levantado la mañana perturbada por la obscuridad de la noche. Clemencia, pues esto no es un poema ni cuento. ¡Qué creíste: que estar el último de la fila en la cola de la frase era un juego fácil, juego de niños que todos los niños hacen! Pues no. Clemencia pues. // Empezamos de nuevo. \\ Esa divina esquina la tuya donde la tarde duerme. En ese hemisferio de la vida donde solo mi vida vive. Solo mi vida vive: ella; pues pueden vivir otras, por la mía ignoradas para el bien de su fermentación. Allí me creaste en el misterio de la vida, en la red de tus libros, en el vuelo de tus palabras. Allí tuve nacimiento para ti, alumbrado alegre, promesa de la felicidad por venir. Y por tanto en tan complacido estado desconocía el largo tormento que el amor promete.
Si nos sonríen las fuentes, sin envidia hieren (no). [Cambio de enfoque de la cámara.] A otra lucha de los rayos de luz (en otra estamos). Cortando lazos con sus luminosas cuchillas. Porque el amor si se ejecuta existe. Si en standby, paraliza. Si no viene al mundo, pre-poema. Pero con el corazón muestra clemencia. Créalo divino en el hemisferio (Aunque yo allí no lo encuentro). Demuéstrale tu firme vigor. Muéstrale la suerte que tiene de vivir en los corazones.
Del amor de sonrisas. Del amor de venganza. Reímos, sufrimos en nuestro albergue. Placentero si amor. Exoplaneta irrespirable si sufre. En ese planeta no se contaban las horas por inexistentes, inútiles, sin marcas en el espacio de los objetos. Pero en los preñados ojos de amor germina el día y la noche con sus cremosos frutos líquidos que brotan de las ramas de la frondosa vegetación. Fruto para el fruto del amor viento y hoja ancestral como la vida misma donde sonríen la vistosas fuentes con su vitalidad de viva agua que transporta aún recuerdos de la profundas entrañas de la tierra.
Placentero amanecer, breve y fresco, consuelo y sereno, de estas rojas tierras de España. ¿Qué haces hablando de la belleza de la tierra temprana, pues aún no ha germinado tu fuerza escasa? Qué haces con esta lentitud del morir, del quiero y no puedo, del brillo luz, de la tumba agujero. Y si me haces un leve sendero; me traes por allí las noches de la mano, mano de noche con mano de noche, en nocturna fila como un infantil corro que entre dos manos se ha desatado.
Día, cielo, tierra. Luz, anhelo. Admirable mano del universo. Ni río se extingue. Ni cielo tiene influencia. Vida deforme señalada. Para qué, si ya no existe la oscuridad. La oscuridad de las manos semejante a la del universo. La vía de las manos, Vía Láctea. Su espíritu de entrega tiene en el corazón cabida. Desperdigado amor de visita. Despierta, Fortuna, despierta; haz placentera la Bestia; oculta su noche; oculta su fuente secreta.
Si la luz cada día como un río se extingue, si el azul cielo ya no tiene influencia, si esta vida informe y señalada, si ya no existe otro anhelo, ni cosa admirable, si pocos irán por tus manos: esa otra vía de otro universo, si tu espíritu es una gran empresa del amor magnánimo, si visitas terrenales emprendiste, gran espíritu enviado, si no cabe en tu amor lástima, ni miembros desperdigados, es que eres la visita que Dios me envía.
Si este amor en trance, fruto eterno, dulce, amargo, aflige e inmortaliza, y el futuro conforta. Ociosa vanidad gula de la vida, del vivir orgullo. Nos pone un oculto velo para extraviarnos ante la luz misma de los ojos: ese río cuya influencia jamás se extingue, ni informa, ni señala de los desvaríos los caminos, el tantas veces el haberse perdido en profundos bosques sin la ayuda de la húmedad brújula, ni del cielo estrellas.
Con los lazos que haces y no resuelves, se ocultan en su huida los lazos de tu lengua. Revueltos y obstinados hacen lazos sobre la ausencia. Corren si no los oyes. Te aman en los ecos. Te niegan si no los amas. Y borran los caminos acertados. Los borran de los libros, de los mapas, de los nombres de las calles. Si los borras te pone a su merced, en su indecencia. Son las trazas del amor a su pesar; donde no es limpio, ni así juega, desconoce la ética del amor con principios pues se distingue del otro de la guerra. En este, abducido en la inconsciencia, te lleva a su mundo secreto donde nadie detecta el calor del cuerpo de la cama, ni de los líquidos el olor, ni la densidad de la noche.
Tal vez llegaste con tu inmortal voz para quedarte en nosotros. Así se nombran las cosas, dijiste. Y la esencia nos acompaña. Te pusieron en el rebaño de los locos, entre aquellos que iban sumisos hacia la piedra. Dos verdugos te desnudaron, en la humillación más abyecta. Pasaban por los pasillos, abrían las puertas, en su búsqueda del lugar de los sacrificios. Las cerraban luego ante la nada. ¿Dónde estaban los niños ante los acontecimientos? No está en los textos su física presencia. ¿Y si no se les enunció lo acontecido? Borrado de memoria. ¿Y si intencionalmente no dejaron que sus ojos y oídos imprimieran la banalidad de un suceso que ocurría frecuentemente a fin de que el oral relato adquiriera la magnífica dimensión del mito? ¿Y si fue la palabra recorriendo el azogue de la realidad por el infinito Tiempo?
Me llamabas con tu hombros ya no en reposo. Pues no era tu deseo rendirte, ni de inmediato ni de cerca, ni a gritos ni en silencio, de esa forma como los silencios llaman. Llaman con los gritos de silencio, ahogados sin que nadie los oiga. Es su deseo inmediato; deseo de voz. Voz que se enseña, se muestra, nombra y alaba en su inmortal lengua, creando lazos nunca resueltos.
Saca la luz del pecho. De su escondite. Allí donde ella misma se llama. Con ella te llamo. Con ella escribo tu nombre con dulces acentos puestos en cada letra. Entonces me percato de tu permanente presencia con sus caminos de suspiros. Esa inmediata realeza, a veces presente a veces ausente. A veces se pierde. A veces aterroriza la soledad de lo perdido. Y te alabo para que vuelvas. Y te llamo desde el hueco de mi ausencia.
Duermen las llaves dentro de todas la cerraduras, algunas perdidas en el tiempo, otras por el olvido. Cerraduras de sal que convierten al que mira en estatua. Estatua detrás del agujero, rodilla en el suelo, el alma agitada. Estaban los pasillos de todas las casas ocupados por esos cuerpos fijos, todos hechos mirada, la mano derecha apoyada sobre la madera, la izquierda lacia, los fijos ojos de sal cercanos al hierro, y ya nada habla. Silencio de sal. Sal del tiempo detenido.
Mi barullo de lengua dando vueltas
Bajo el duro silencio de los nocturnos ojos
lunes, julio 20, 2020
Duerme. Dormíamos. Aunque durmiésemos con las llaves de los sueños bajo la dura cabeza de la almohada, bajo el duro silencio de los nocturnos ojos, bajo la insuficiente respiración de la noche... y aún así dormimos en la más placentera inocencia, en esa felicidad del casi antes de haber nacido... aunque durmiésemos así, de ese seguro modo del que solemos ignorar casi todo, pues ahí flotamos en la más bella inocencia, la del bebé sin intenciones, la del otro benevolente, la del amor sin condiciones, ese bienestar sin nombre que pasa por la profunda sedación del cuerpo y de la mente... aunque durmiésemos así, aún sin saberlo estaríamos vivos... ¡o quizás! ¡oh bello durmiente!
Que yerra. Que yerra. Que yerra. El juego del error. Que alimenta y arrebata el hambre. Si es un juego puede ser en todas las direcciones de la incoherencia. Tiene ella la piel de sus manos ligera. En los juegos a veces el sentido de las calles se pierde. Y no sabes si son sus verdaderos nombres o metáforas o a veces metonimias de otro lugar, o dirección a donde la calle te lleva. Es un tablero de carreras rápidas. Un tablero de ojos. Con sus llaves dentro para abrir las miradas. Con sus camas hechas para el nocturno reposo de la luz.
En el amor. Tranquilo se hace. Sin guerras en la dulce espera de la dorada uva bajo el sol con su piel transparente. Uva enemiga del viento. En su escondite de hojas. Juega a maduro el dulzor. Para los labios del que me ama. Y lo amo gota a gota. En la suavidad de sus labios. Me pierdo embriagada-o. Donde la energía del fuego confluye. Nos alimenta. La piel, como raíces planas, expande la divina sabia, la ama y recoge, la diviniza y alza.
Dispuestos para el banquete. Ajenos a los dibujos de la verdad los mapas. De la verdad verdadera que a veces duerme la siesta a pata suelta con un ojo medio abierto con el otro medio dormido mientras la verdad sonríe en su inocencia pues no sabe de guerras ni de su arte para vencer al enemigo invisible frecuente. Cree la moral que con dogmatismo vence, con decimonónicos discursos vence, con torturas mentales vence, con la negación de lo plural vence, vence, vence, siempre vence, aunque no comprueba las goteras de la casa las cloacas.
Porque jugábamos al juego de lo eterno. Aunque durmiendo en nuestra inconsciencia. ¡Quién sabe si nos dábamos cuenta, apenas cuenta, de la ficción del sueño eterno! Pero teníamos la pasión nerviosa, hecha piezas, oculta ante ojos ajenos jueces del mal ajeno. Nos dejaban en la imposibilidad de jugar. Nos dejaban en la partidas infinitas por inacabadas, por reglas cambiadas durante el proceso. Habría que añadir que nos desconocíamos (nos ignorábamos) como participantes jugadores. Todo se complica ante las múltiples pistas, indicios, indicaciones imprecisas. Pensábamos a veces que todas eran verdaderas o falsas, o ilógicas, absurdas por inhabituales. Todo pues dispuesto para el gran banquete de la voraz-cloaca vida quien revela ahora sus siempre intenciones ocultas.
Araña el amor con su suave tela. Pequeñas heridas invisibles que solo escuecen cuando se mueven. Incomprendido como ninguno. Queda el ciego clavado en su ceguera. Descansa el ciego más allá que cuando duerme en su inocente tranquilidad en su torre de desconocido cristal. Allí sol sin reflejos vive ni en laberintos se pierde. A esa altura casi la hierba crece; y juega, activa y nerviosa por vivir en el verdor indemne.
Tras el engaño del movimiento. Tras la molestia del rápido cuerpo. Buitres grises alados. De partida. De llegada. Registrando las cloacas de la tierra. Aire del pensamiento de búsqueda. Calcula a distancia la corrupción, su grado. Los tubos de olor dirigidos hacia el cielo, silenciosos, envían señales secretas de sus vuelos. Se enfría mientras la corrupta carne del cadáver. La frágil máscara de la vida cae. El movimiento de lo orgánico cayendo en las pequeñas grietas de la seca tierra alarga un poco más la vida.
Hoy, cubierto. Sería como para levantar la mirada. Arriesgar la mirada. Aunque sea despacio para ver. Levantar las cartas para la jugada. Jugada abierta sin sospechas. Sin sospechas abiertas al borde del juego. Al borde del cuello del amor, donde se esconden los juegos para asegurarse los engaños sin cara de reproche, sin fingimiento, ni error de jugada trucada, inmunes al dolor ajeno. No es buen movimiento del amor si no se ama con complicidad entera.
Enmudecidos lo juegos. Pesados, ya no se crecen. Se caen sus reglas en trozos a sus pies. Pies como de robots de juguete. Se queda la mirada boba. Ojos fijos caídos, sin furor, sin movimiento. Habían desaparecido los espacios libres para jugar. Ni siquiera había viejas cartas alrededor de los bancos, donde ellos jugaban a la sombra de los árboles cada tarde. Ni pequeñas manchas blancas sobre las ramas, las hojas, el suelo. Bancos vacíos de madera fría.
No estábamos todos de partida; algunos se quedaron. La ceguera les sonreía; era a lo mejor aparente. Tomaron camino del campo. Senderos recubiertos por la última vegetación. Bosque del fácil perderse. Allí, imaginarios guerreros escondidos, preparados para el combate. Se agudizaban los sentidos de la vista y del oído. Pasos lentos silenciosos. Respiración amortiguada. Invisibles gestos. Silencio casi absoluto sobre las ramas. Pesa la radiante tarde recién estrenada como cada principio de verano. Todo duerme en las camas después del mediodía. Ha puesto Dios el reloj de roja lata bajo su celestial almohada hasta nueva hora donde vuelen en picado las oscuras golondrinas.
Se alejaba el rincón de la memoria. Mientras, se hacía insolente rey el olvido. Ambos guardaban sus posiciones detrás de velos invisibles. Mágicos, invisibles, sin gestos, ni movimientos de juegos. Ligeros pies del ocultamiento. Borradas las líneas de la perspectiva, se apresuraban en el mirar para alarmar más allá del silencio. Llaman a la rebelión de los intrusos, al armado ejercito de los pájaros de la memoria, quien con sus picos de la conciencia picotean los ocultos muros del más allá.
Para estar cerca. Para estar cerca de ti, y te toca, y te toca los rincones que se alejan, las salvajes indomables partes del cuerpo, libres desde el nacimiento, sus islas: su mar como murallas se alza como espejos en su altura inmensos, en su anchura espesos. Y se van allá donde nada está cerca: esa virgen naturaleza, aislada en su belleza, de vida bulliciosa plena. Hace guiños de felicidad lejana. Su mundo como compañía me ama.
Sobre el desvío de los puentes se hacían un lío la riberas, confiadas en la fija identidad de los ríos. Gritaban: para allá, a la derecha va la cuna que nos sostiene. Otros: para allá, a la izquierda; síguela, síguela; se hunde un poco; a penas se ve; pero es cierto que aquel reflejo es la luz que nos acompaña. Seguid, navegantes. Os llama el mar con sus sueños infinitos. Cruzad la fija tierra, quien en su inmovilidad no se mueve, y quien, con sus ojos de madera, os mira con el irónico gesto de quien, desde su supuesta superioridad, mira a los vagabundos locos; esos que llevan en los rotos bolsillos el mendrugo mohoso de pan de la piadosa limosna.
Se hacía la realidad añicos. Sus trozos, chocando recíprocamente, amenazan las heridas (esas reinas del profundo dolor), arañan las paredes internas de la carne, dejan las marcas de las reglas del juego sobre la carne interior, sobre la transparencia de las membranas de todas las venas, tatuadas desde ahora con jeroglíficos de la letra, su marca, su punto de no retorno del borrar, quedaran como anclas para el futuro peritaje, aquel desde el cual ya no habrá putrefacción de la carne, ni necesidad de resurrección, ni tumbas en el interior de los viejos muros de los cementerios, ni habrá pánico ante los múltiples Fin del Mundo, pero sí habrá infinitas bandas sin fin de individual memoria alrededor de la atmósfera de la Tierra.
Pasadizos secretos bajo nuestro pecho amurallado. ¡Y sin embargo es tan fácil vivir sin maldad, sin partidas que ganar, libres, non-vencidos, sin el riesgo de los enredos, sin torres defensivas, con la inocentes partidas del corazón! // Puede ser que tengamos los brazos diagonales; en su desvío, franca torpeza. Puede ser que los guiños no sean buenas señales de paz interna. (Y los rincones hacen gestos de oposición (agachados, muy cerca del suelo).) Hacen guiños de falsa convivencia. Nos engañan con su reciprocidad (de los ojos y sus imágenes (imágenes que pasan por su verdad o la nuestra)). \\
Sin apartarme, abierto, confiado, cercano. En nuestra tierra, esa donde no viene el huir, ni allí los gritos tienen eco. Pues de otra manera se hieren las ausentes ausencias, inválidas, desconocidas y destruidas, esfumadas, huyendo a pequeños saltos de rana. Por fin juntos ya no tiembla la indiferencia en los rincones del corazón; sus laberintos se han desenredado, abiertos como campos de paraíso hasta los bordes de la fluida agua. Quedan sombras simples de los divinos árboles bajo la luminosa luz primera.
Tomando el aire y agua fresca en el cuenco de tus manos. Antes: palidez de la pena. Su asalto, su herida completa, destrozando la edad de los años, la lluvia de las casas, en sus tejados y ventanas separadas, en sus amargos vientos de otros mundos, en los fuegos del martirio. Y vos, a veces, tan pálida, fatal y ardiente, fuego sobre el rostro, y yo cegado al final de todas las llaves rotas de las puertas.
Cambiaba el socorro de los suspiros, benditos a la altura de las horas, entre alma semejantes, bondadosas y perfectas. Vivían en la ciudad de los anhelos desafiando uno tras otro los males. Y si heridos, desafiaban. Y si no hiere, mala suerte para el destino, juegan a la chance los dados. Nos construíamos ciudades de altos vuelos sobre los lúgubres caminos del desatino, más allá de las causas del dolor, más allá de las horas breves, en el consuelo, en la alegría, en la sostenida esperanza.
Cambia el tiempo con el fin de la primavera. Y los abetos. Y los ruiseñores. Son alas de la noche, ala de la ternura, su rostro a veces de tormenta, a veces de ojos invisibles. Llega la primavera con sus tormentas, año nuevo, zona fresca. A veces hiere, con sus rayos hiere, con sus fuegos de guadaña. Suspira a veces con la alegría del tiempo; bendito tiempo con la alegría de su temporada. A suspiras cada hora. A la suerte de las flores. Anhelan perfumar las aceras.
Empujo mirando al suelo de los pasos. Pegajosos sonidos pasados de cocción. Ya no hieren. Ya no enferman asustados con la noche; creando palabras ocultas; negando el destino de la esperanza. Y si aún se hiere el árbol; el árbol y sus tormentas, y sus caminos de los que parten sus múltiples raíces. Árbol vecino de la majestuosa lluvia, y del árbol invisible: ese de las alas de la noche, bajo las que duerme el sol, acurrucado bajo el plácido frescor de los silenciosos abetos.
Otra loca prueba. Hazte un seguro para la larga noche. Aunque siempre amaneceremos, unidos o separados, fuertes o debilitados. Tal vez, tenebrosos enfermizos, asustados en esta dura conquista. Ya nos vino la fuerza de las manos, su larga resistencia, su suavidad y dureza. Aunque se nos resista la distancia, empujamos y mordemos. Mordemos las sombras que el miedo nos deja. Sacamos los ojos felinos de gatos, arañamos y creamos la nueva ilusión de la vida.
Mil veces bajo la opresión de la espera. Ya, bajo su tierra no te escapas, ni huyes del dolor, ese lenguaje muerto del llanto, caído sobre los hombros flácidos. Ven a verme esta noche de afuera ofendida, que goza loca de vernos en esta completa oscuridad; ya no enciende sus nocturnos ojos para navegantes, ni ponen a prueba los viajes locos al fin del horizonte.
Nunca me puse a vivir vencido. Ni me puse a ver en la ceguera. Más bien opté por tus lúcidos ojos. Tu universo de ojos sobre la tierra. Esos que ven todo lo que se escapa. Miran sin deseo en la eternidad de la espera. Miles de instante abajo, en la Tierra; tantas como en el cielo. Sin espanto llorando por nuestras penas. Rebeldes a nuestro colapso. Callados ojos sin movimiento, ven caer por la curvada cúpula del cielo el universal llanto de la pena.
Los envites de la vida; sus lugares y goces. Tu protección bajo las noches de la conquista. A veces, vencido. A veces, quita vida con sus fuerzas de lo siento en el pecho, el asalto de su belleza, sus pulidos ojos, y la voz de su pecho, y los escritos rendidos, los ojos ofrecidos, a veces, su ceguera, en primer lugar en los bajos, en como nos miraba el deseo.
Anduvimos de la mano, precisos. A las vueltas del corazón. A los días soleados. Me empujas a la riqueza de la piedad, a compartir nuestras almas. Antes de que seamos noche, ven bajo la aurora verde. Ven al albergue del amor, bajo sus crujidos de aire donde éramos tristeza.
Y se disuelve la hierba (allí) en la fuente. Deja caer al tiempo. Se transmutan las estaciones, (allí) donde antes se movían las flores. (Allí) tu cabello sobre la tierra, pluma japonesa en un íntimo jardín. (Allí) la espera de esa lengua de agua. Te quedaste en mis agitados y temblorosos brazos, donde había sido fulminada mi alma, (allí) donde había sido silenciado mi silencio, (allí) te quedaste. Fue larga la espera; la espera del cisne ante la muerte; (allí) en el lago desusado, en el templo del llanto, en la absoluta mansedumbre. Sobre esa ribera recorría la mirada exhausta, mano con mano con el ferviente deseo de salvarme, en aquel largo tiempo del antes (del que vuelvas) (Ese tiempo de la sinrazón que traducía el carnal descuartizamiento de mis estas palabras, más bien esquizo, sin nula fuerza suficiente para unir levemente su sintaxis.).
Mañana, tú y yo, cautivo, siendo tú y yo otro allí donde nos robaron el futuro. Turbados, movidos, absortos, cortados del pretérito, enroscados en sus anclas. Nueva tinta que ya al papel no hace daño, ni araña, ni queja-esperanza, tinta indigna de los ciegos revestidos de espesas sombras. Y tú y yo ya sin huellas en el ausente futuro, tiniebla, luz sin huella fugitiva. Solo nos queda el yo amarte, el hacia ti disuelto corro por el líquido tiempo.
Con tu alma, tú mi semejante. Con tus manos de hierba. Me haces sembrados campos de reposo. Del dormir disuelto. Del dolor acusado. Del correr del llanto. De las percepciones disueltas. Me liberas. Se fuga el día, la fuente, el agua corriente, se disuelve con su sabor insípido entre los dientes de la húmeda tierra. Pasa su nombre por las bocas. Con el rigor de las bocas. Con los recuerdos encendidos. Con su fuerza verdadera. Se ríe el llanto. Requerido semejante. Tú, mi amigo semejante. Por todo lo que en ti excede. Se vacía amoroso en sus gestos. Y de ti cautivos, tú y otro, turbados, oyéndote absortos por ti preferidos.
Me acuerdo de ti de ahora en adelante. Ardes en mis ojos en el sitio del amor, allí, donde a cada rato, te nombro. Allí todo comienza. Vienes a mí cuando en medio de los caminos duermo con la noche por delante; hecha de esa oscuridad que nos pasa por encima. Sostiene vivo el miedo. Con un alma semejante hecha de hierba en unos campos fugitivos, acusados, solitarios.
¡Y cuántos ideales convertidos en papel! ¡Cuántos desnudos equívocos a la intemperie de los cuerpos errantes! Éramos los miembros de la pena, los llantos sin acabar, el nunca vimos la vida concreta con buenos ojos. Pero ahora eres tú mi ideal verdad cruda, la mirada de mis manos, el nunca vives huyendo. Eres tú quien enciendes el vuelo de las aves. Barres las sombras. Ahora a la luz semejante. Hecha del vuelo de los días. Me sacias y perdonas. Me ofreces la dulzura de la vida. Me haces voz del aire, fuente y energía de la vida.
Ahora que te recuerdo existe. Y fuiste mi guía, mi agua, mi tierra. Gracias a ti ando. Ando sin nudos en los oídos, ni en el alma. Ya no alejado ni de espaldas ni polvo solitario. Fuiste tú quien me rejuveneciste mis ideales, allí perdidos en la intemperie, en la errante oscura soledad. Ya me desnudas de las fornidas corazas, de las férreas penas, de los pasos del dolor. Ya acabaste el llanto que me acababa, terrestre y lacerante. Ya te volviste, por ahora, la fuente de mi mirada.
Nos bañábamos en tu lengua. En esa parte de tu cuerpo del frescor que del baño no se enfada. Nebulosa boca. Cisne de los cantos. Fluidez sobre el agua. Silencioso dios del río, del lago; rodeado del feroz silencio (Gran negación). Allí perdimos lo que se quería, abandonados, a salvo en el llanto. Ahora llora el deslizar sobre la cristalina superficie entre los nudos de las plantas acuáticas.
No conocíamos la historia de los pasos. Ni a veces, ni no a veces. Ni cuantas se pusieron de rodillas ante la miseria de la culpa. Se pusieron de rodillas aunque no quedaron rastros en lábil recuerdo. Actos repetidos, ya sabes, de la historia. Todo nos enseñaba el fin de la vida, de la felicidad de estar bajo el radiante sol, del bienestar de nuestro maravillado cuerpo. Pero tú me enseñas. Despliegas las campañas de tu lengua. Me pregonas el frescor de existir. Me despueblas las arañas del resistente invisible temor que cubre la noche del espacio.
Y si a veces. Y si dispongo. La vista interrumpida. Ante la piedad ausente. Por el dolor ajeno. En sus pasos rotos. En los dejamos caer. Con las llaves de la venganza en las manos. Los dejamos caer en su dolor, en su fango. Con su orgullo destruido en el campo de la muerte. Se ha echado el vivir al suelo como un dios humillado, como vida sin destino. Ha caído el Dios del amor ciego desde el corazón de los insolentes. Ha caído el sentido puesto de rodillas con sus labios húmedos de baba tras escupir la miseria del olvido.
Lo que expulsó la raíz. Corría. Nuestra raíz corría. Como alma advertida del peligro. Como quemado bosque huye del calor a vuelo de pájaro. Dejando doloridas lágrimas aceitosas y pegajosas. Lo que ahoga. Afligidos. Se vuelve cansada discordia. ¡Querida nave, navega por el cielo! Liberada de la gravedad de la vida. Allí resucita nuestra historia. Con sus ocultas canciones. Extraviadas. Alegres y locas. No conocen lamento, ni desdén ni martirio, allí donde se dispone la vista y se abre el pecho.
Por si me esperas. Del amor sin sufrimiento. Me llega a la médula del pecho. Me cura y me muerde la herida. Se venga de la felicidad del enamorado. Por el amor que podría haber sido. Por todo lo que tiene en contra. Por todo el mundanal orgullo que a la inocencia mata. Recuerdo ahora los pasos. Los pasos echados sobre los pasillos de la espera. Llaves en manos interrumpidas. Horas en blanco atentas al tiempo con los ojos abiertos del insomnio.
Para que tengas que mantener el tiempo. A veces dulce. O en demasía. De ruta confianza. O el que nunca llega. Flanquea la tristeza. Subsisten los ojos, sus llaves, el estado de alerta. Se aflige el estado. Desaparecen las brasas de las horas. Del corazón se retiran. Se escapan por sus ventanas los sueños. ¡Menudo dolor! ¡Menuda falta de esperanza! Tantos años de ilusión. Ya no se han olvidado. Aunque, a veces, la memoria es perezosa, está llena o pintada de sombras. Para borrar el sufrimiento. Y a lo sufrido, pecho. Palabra vacía y loca. Sentimiento del no quiero. Del dolor se acabó.
Te volviste duda al descubrir tu secreto. Y muralla. Y recinto. Todo calla. Todo mudo empedrado dolor. Piedra al rojo vivo. Minúsculos cristales brillantes. Sordo corazón. A ti te pido que te acuerdes del casi nunca. De la cruel partida. De la vida a vista de la confianza. De la dulce vida a espacios intermitentes.
Sumiso a tu piel, a tu cama, a tu mirada. Mirando los reflejos de tus ventanas. De muchas caras. Se diluyen; la madera lo absorbe. Sube a la nariz la resina, ágil y persistente. Parecen secretos guardados en las rendijas. Dudosos secretos tenebroso. Para controlar la inquietante realidad que se oculta detrás de la evidencia.
El dolor en llamas. Incita el dolor. Guía la pena. Hasta los extremos de los ojos. Dolor araña como castigo. Trenza de soga encendida. Corre allí un tiempo infrecuente, un olvido con heridas, tiempo de ángeles caídos. Nos inducen con sus manos, con sus abrazos prestados. Nos consume el dolor. Nos quema el pecho. Nos despierta en nuestro tiempo privado. Sin confirmar la esperanza, solitario albergue, del reposo la cama. Nos hace frío del cuerpo. Sumiso e inmóvil dolor.
Sin la contemplación de tus ojos no hay vida. Repetidas heridas. Ciclos del tiempo. En los ciclos del amor sorprendido. Más allá de las palabras, reclama el cielo. Las sábanas en la ruptura de la noche. Si no, aparece la inerte desdicha, el silencio de la tierra, el invisible contador de las noches, su vigilado dolor, las puertas de lo infinito. ¿Cómo saber si uno está vivo? Despierto, sin palabras, ignorado. Donde los nombres se han ido. Corren las palabras de la existencia. Con su verdad en carne viva. ¡Amor, amor, ven en la sorpresa!
Tomo cuerpo esta fría mañana. Así se confirma mi existencia. La que creas en lo real sin duda. En el dulce sitio de tu existencia. En la contemplación de tus ojos sin herida. Amor me sorprendes con esos ojos con los que a veces amenazas con despedidas.
Fluye la realidad en la confusión. En el lamento. Con sus defensas. Van los ojos vestidos de mirada. Mirada que se expande en el exilio de la noche. Es mala consejera. Consejera del te mereces. Se viste la realidad de espejo. Espejismos de mirada. Cuerpo proyectado sobre las superficies, sobre las cuales verifican su existencia.
Te veo en los silencios. En su resistencia. También en su reposo. En sus nudos, a montones, sueltos e inestables. Entregados al olvido. Por eso pierden hasta su sombra. Es insoportable estar encerrado detrás de los cristales. Sin viajes sueltos. Con el silencio de Luna. Con las troceadas sombras. Interior líquido de las habitaciones. Flotan las sonrisas por los pasillos. Fluyen entre paredes confundidas.
Te busco a cuerpo abierto, con ojos de espera, iluminados nunca desaparecen. Van tras los pasos de tu sobra. Te encuentran y te ven en la ventana del tiempo. Los codos apoyados sobre su borde de verde madera. Las estaciones pasando. La súplica de las horas. No pases tiempo, no pases. Déjame esperar en este confort de la espera. No pases mientras veo la marcha de los silencios; su suave andar, sin resistencia. Su voz inaudible. Como si fuese el movimiento de dunas interminables.
Duro vértigo del hueso y su voracidad. Son los juegos de la carne. Los ojos se derriten. Llena el vacío del silencio. Después cruje. Después ausencia. Extravío, negación y grito. De la negación, semilla y fruto. Allí, sola y hueca, la ausencia. Ya sin nombre.
Si todos los caminos llevan tu nombre. Escrito a mano en un continuum perpetuo. Y en ti brilla mi boca. Por eso nunca noche. Sonrisas de las sombras. Dejaron de ser trampas para la mirada. Callejones sin salida permanentes. Que sus brazos visten de espejismos de la seda. Ponen falsa carne de esperanza. Mientras devoran los ojos dando vacío a la muerte. Al descarnado hueso duro de roer. Jugos evaporados sobre disecada piel.
Afirmabas lo último de las cosas. Porque conciencia y nombre. De ti rastro. Mientras, yo, cerca de tu sombra. En el campo de los gritos. Allí donde se desechan las cloacas. Respondes a las raíces de los gritos, a la lengua pronunciada, revelación de los ácidos jugos de la vida. Al mundo de los que murieron encerrados en los misterios de la vida; esta, que nos ha legado el pasado. Siglos caídos como ángeles. Sus nombres caídos y muertos. Sus corazones de tinta derramada, última. Aquellos que fueron secamente olvidados. Estación, última parada.
Nos decían los días que estábamos solos. Solos cada noche del mundo, cada día respirable, mañanera sin angustia. Un sorbito de limón limonero. Un caramelo a mano, en la boca, entre los labios. Se dirigen como del dolor un quebranto (En el sentido de que rompe la continuidad). (Se dirigen, como acción, no como movimiento.) Entonces hablamos de lugar. Lugar seguido de lugar, lugares. Hasta aquí la noche. Necesaria en su existencia.
Se desespera el calor: quiere tu cuerpo. ¡Quién diría un cuerpo con alma! ¡Quién diría su decir loco! Se pone a hablar sin costumbre. Desvaría en su largo trabalenguas. Diría, diría todo aquello que ha callado mientras lo creíamos mudo, tonta máquina. Es decir, que dentro de cada cual, no nos conocíamos. Luego ya somos al menos tres que se desconocen. (No me pregunten, a mí me pasa lo mismo. Luego existo porque ignoro.) Diría que mi hablar habla sin sentido, cuando solo es elipsis (Intencional, por supuesto.).
En esa loca danza del miedo, del hambre. También, ternura. Ternura enredada como tirabuzones de verde parra. Deseo rodeando el calor del tallo sobre su superficie seca. Calor que crece preguntando a la luz «¿Quién soy?». Te ofrezco flores para que me ames, me huelas, veas, toques sobre pétalos que gritan la quiebra de la fragilidad pidiendo perdón al viento que evitan. Recógeme antes de la tarde Lejos del viejo frío de la noche.
La noche entre líneas de tu alma. Me viene al pecho tu nombre como un canto de alegría. Nuestros cuerpos como orilla. Nuestras bocas amarradas a la esperanza, al nacimiento de la alegría. Allí donde éramos dos en mar negro, con zumbido espeso de olas. Ese loca danza del recuerdo. Esos nudos del pasado. Esos oscuros campos de nocturnas orillas.
Al Sur, en la isla de tu cama. Vienes y creces en mi confusión. Temblaban los invisibles recuerdos, las manos de llovizna, los campos perdidos en aquella tierra. Fluía la música de tus labios. Sonaba como a noche. La noche de los tiempos.
En su manera suya. De hacerme el silencio. El atardecer. A veces la fiesta. Ese vuelo de tus manos. De tus dedos las piruetas. Allí, temblaba mi mirada en caída libre. Embriagada. De tu piel. Aunque eso me estaba prohibido. Como una noche desalojada. Con el viento de medianoche en los ojos. En los árboles que desde fuera miran. Llaman a socorro por soledad. Delito que les cae encima desde las calles y los jardines.
Este movimiento de las manos. Inquietas, sin sonrisas. Al séptimo susto donde flota la noche. No se equivocan de cuerpo. Cuerpo intermitente, se abre, se cierra. Se afloja la piel. Torturada criatura. Alcanza de inmediato a nuestro líquido universo. En esa manera suya de insistencia.
Por los labios de la fogosa alma. Llamas al viento. A los hombres. Al tú eres. Al me agitas como abierto alimento. Eres tú mis noches blancas, que me atraviesan. Me empujas. Me floreces. Embriagas las tormentas. Sus movimientos. En mi cuerpo entras como una larga noche. Allí, sin equívoco, flotas como repentina noche.
Ternura suprema del amor en su infinito presente dada a los sentidos y visión y a los grande vuelos. // Lila es la noche, conjuro al amor solitario. Mirada triste de los abandonados. (A las alas que a los perros le faltan. (Eran los únicos que de las noches errantes saben.)) //Pero vamos a los cantos a la tierra. Al fino aire que a veces se escapa. Sus frutos se hacían amantes de la noche. Abrigados por la espesa oscuridad. Llegan de los labios del árbol, con fogosa noche, con llamas agitadas de viento, rojo alimento de carne que florece en nuestras bocas
En este vuelo sin nombre. Se nos escapa como hilos de mariposas de las manos, profundas alas, profundas bocas. Vuelo del profundo Destino llega con jocosos labios, involuntario, invisible, supremo a las circunstancias. Vuelo de infinita presencia : visión del abismo del miedo.
El corte de lo luminoso. Se escondían las manos en su viva soledad, en su nido de silencio, allí donde se desvanece el vuelo. // Eso de olvidar. Para que olvides el presente. Lo tomes sin espacio. Pues como decía uno, «el tiempo es espacio». Y ambos se desvanecen. Se sueñan sus imágenes. Se comen la noche. // Allí, ignorados, nuestros cuerpos sin sangre.
Caminos a medianoche. Dejaban pasar al tiempo, a la diversa hierba, allí donde crece al lado de los pasos, del aire-viento, inflamada por la suavidad del calor, mientras deshidratados leves cuerpos pasan por la tierra de los recuerdos. Allí, deshojados, seducidos por el secreto, múltiples e imposibles, en la incógnita. Entre las dudas del querer andaban las horas en los tempranos umbrales, en las soledades crecientes, vivas, húmedas, como recientes nidos ocupados.
Eras tú, y nosotros, y todos mientras nos calentaba la vida. A pesar, nos vomitaba el dolor. Al fracaso mirábamos. A las indigestas heridas. // Nos tomábamos el diluido espacio. Pintábamos nuestras rojas imágenes en las cuevas, nuestros sueños en el agua del tiempo. Luchábamos así contra el desastroso olvido, contra la destruida mente, el alzheimer de las horas. // Dejábamos pasar las horas con promesas, cada medianoche por el espacio de las camas; muy cerca, sin que tocaran el cuerpo (dormido en la estúpida inocencia del no vivir cada noche). Bajo las camas, dejaban los desperdicios de los restos de la vida, del frenético vivir, comida tras comida, a cada respiración, eyaculación, asqueroso escupitajo. // Allí donde te mueves, donde se cortan las manos en el prohibido tocar, besar al contagio; infecciosos somos, haz del corrupto tiempo de la podrida vida. Yacen allí los silenciosos cadáveres rociando los solitarios y polvorientos caminos donde ya no llueve.
Del cuerpo de las manos. De los tormentos del volver. Son los senderos del hastío. Las manos levantadas. Giran los senderos muertos. Los remedios del andar. Las noches que ya no relucen. Desde que no estás. Cuando éramos recuerdos heridos por el dolor.
No sabías cuanto amor te mereces por tu mérito ante la tristeza. Mirabas cara a cara a la noche. Cuerpo a cuerpo a sus miedos. Olvidabas las cosas perdidas, las medias cosas, el total de la sombras. Ya se nos iban de las manos casi todos los recuerdos sin memoria para volver.
De besos, abrazos, estábamos hechos, afinados, yendo hacia nuestra mirada, en sonrisa, nunca apagada. Por eso nunca fuimos más allá del espacio de nuestros ojos. Esos del me amas, del sin ti no voy; si no sonríes, no. Si con tu sonrisa me llamas, me dejas besos en la cama. Porque puedes y quieres, y amas, y sabes y mereces. Y te preferiría sobre cualquier duda.
Restes dans ce que tu me dis. Dans tes câlins je m'en vais allant, mais tu m'appelles : séjournes ici. Tu fermes derrière les portes. Tu lances les clefs aux souvenirs. Nourriture pour le passé. Toi, reste. Nous serons mieux dans l’imperturbable toujours, sans adieu ni à bientôt, sans doutes ni crépuscule. Là où le monde brille, êtes vous un souvenir chaleureux.
Stay on what you tell me. In your hugs I go away going, but you call me: stay! You close behind the doors. You throw the keys to the memories. Meal for the past. You, stay! We will always be better in the imperturbable always, without goodbye not see you later, without doubt not twilight. There where the world re-shines, It's you a warm memory.