Nos hacíamos a fuego lento en la oscuridad de nuestra boca. Me hablaban tus desnudos ojos de imposibles, besos, abrazos, camas. Ya me dijiste que la memoria dispone de la distancia. Tan cerca, aquí, a un paso de tu olor, tan cerca y tan lejos. Me miras como lo que nace, me respiras en la cara y das media vuelta, tan cerca, tan lejos que no puedo alcanzarte. Dispones de mi vida como un juguete. Lo tomas, juegas, lo sueltas. Hago piruetas de amor como un payaso en lágrimas, tan cerca, tan lejos del suelo. Son esos tus pies que nunca he visto. Ya ves, desvarío en tus manos. Y hoy, al principio de la mañana, te he puesto lejos, en ese lugar de los sueños que nunca se alcanzan.
Te pido una noche, una. Te pido el tiempo de tu boca, tu aire, tus ojos. Te pido ese abrazo secreto que me hace esa barca de tus manos, puertas bajo tu ropa donde las horas se han vuelto locas, crecen por las paredes y me hablan. Tal vez en su delirio de agua gritan pidiendo la humedad de tus labios, cogen el mar de las ventanas, y confunden la luz con la vida. Lamen el cristal sedientas y echan raíces a la vuelta de la espera.
Qué es vivir sin la alegría que me produces? Despertar, despertar de este sueño no es posible, ni quiero, ni me dejas. Mientras, todos los sitios son tu rostro. Desde que me miras vivo despreocupado, ligero, sin pena. Ya no hay cenizas locas en el suelo. Te diré, muéstrame tus manos, cuéntame sobre tu noche, sonríeme con tu triste boca. Te pido que te acerques con mi mano extendida. La tomas. Te acercas. Sonríes como una pregunta. Y cuando ya cerca de mis labios, nos hacemos en un beso nuevo.
Te prometo ser la tempestad de tu boca, el aullido de tu piel, y el espantapájaros de tus dudas locas. Ya sabes que bailo al ritmo del baile de tu mente, que ronroneo alrededor de tus piernas, y si es necesario, muerdo tu blanca nuca cada vez que me tocas. Naces del viaje de la belleza. Por tanto, seré tuyo aunque tenga que alimentarme de las sobras de tu sombra.
El amor nos abraza en esta triste distancia, se nos cruza, nos mira, nos desprecia con la abierta boca de las promesas. Solo en esta estación, y en la próxima, y en cualquiera, nos clava sobre los troncos de los árboles como notas al viento que pasa. No hay paradas. No hay claves para descifrar el recuerdo. Estábamos desnudos ante los reproches en la tempestad de nuestras bocas.
En esta estancia triste, aquí y ahora, cuando acaba el mundo de este año de la tristeza, me suenas a nunca haber sido. Ya sé que no eres heroína valiente, ni triste suicida. Ya sé que tu vida está en el aire, y que tienes horror a las terribles corrientes, y no quieres emprender inciertos viajes. Sin embargo, aquí te espero, muy cerca del filo del muelle, los pies mojados, las manos envueltas, con pena y llorando.
Ya no se cruzan nuestras manos como un triunfo. Ya no te sueno bonito, ni me abrazas, ni me miras con tus dulces ojos. Y hoy, ahora, lloro y sufro. Lloro por tus manos cuando me tocas, cuando seria me sonríes como queriendo y sin querer. Y es entonces cuando no sé qué pensar. Triste ambigüedad que me pone de tristeza.
Ya que nuestras manos fueron muchas veces triunfo y amor de toque de queda. No porque tus padres nos pusiesen hora de llegada y de despedida, sino porque el amor tiene esas contradictorias locuras. Ahora te amo. Ahora menos. Ahora me bota el alma como si ella quisiera abrazarte directamente. Ahora se enfría por un gesto malentendido. A veces tus ojos me saben a triunfo, otras a indiferencia. Y me apago como un perro muerto bajo sus secas costillas. Hoy no quiero escribirte porque me has dejado con la duda, la boca seca sin hambre, los ojos tristes de la tarde que se acerca.
Se abren las despedidas ante las puertas de los espejos del Tiempo en el nosotros de la madrugada. Ya es hora de nuestra piel después de las horas congeladas. Ya se nos había hecho costumbre la monótona vida, pues teníamos la vida como atravesada, con sus viejos zapatos, vestida de tristeza. Ya estaban nuestras manos lejos del bello triunfo. Y te confieso que aún me suenas a olvido, ramero olvido que me dejaba de pie en cada esquina desconocida. Hice locuras por desamor, más de una suicida, fea amenaza de los desesperados. Abrazaba tu distancia como el naufrago abraza cualquier cosa que flota. Bebía de todas las aguas fuertes y saladas para quemar aquella boca que gritaba. Se me cruzaban todos los desprecios, haciéndome ver asqueroso, vil y asqueroso, pordiosero, mendigo de la muerte.
En esta fina línea de la soledad, se hace tu cama a gritos. Cinco minutos, y vacío. Un ratico, y nos pusimos a reparar el tiempo. Nos rodeaban árboles refugio del peligro. Limpiábamos nuestros sueños ya marchitos, temblando sin vida, tristes como pequeños niños perdidos. Hojas muertas de la piel desaparecida. Encendíamos nuestras bocas a la espera. Nos alumbrábamos con la tristeza de nuestros ojos. Sufrían nuestras manos vértigo. Parecían ya abrirse las puertas de las despedidas. No, aún no era madrugada, y ya nuestra piel de invierno congelaba las horas por venir y pasadas.
Como oleadas, vivíamos como oleadas. Van y viene. Chocan y mojan. Se rompen, se disuelven. Como oleadas de soledad caída. Como encuentros rotos. Como decirnos al calor de la tarde. Fuiste y viniste tantas veces. Me fui y volví tantas veces. Que ya no las contábamos, como nadie cuenta las olas para tomarle el pulso al mar. Nos mojaba con sus arrebatos. Nos ponía gris con sus oscuras nubes de tormentas. Nos abría el horizonte, perdidos. Y ya desnudos sobre la arena, caíamos rendidos en el dulce sopor de la noche.
Éramos tan inestables como raíces en el agua, flotábamos en la deriva de las corrientes, mariposas marinas del oleaje. Y no te tengo que culpar, ni me culpas; sonreíamos con ternura al saberlo. Era así, al igual que nuestro encuentro: fugitivo, queriendo sin querer y no queriendo. Nos avalanzábamos fascinados por nuestra presencia. No podíamos evitarlo cada vez. Nos arrastraban nuestras manos y nuestras bocas, ojos vivos sin sombras. Así, perdidos, estábamos hasta la separación. Venían después la rabia y el coraje y los miedos. Qué estábamos haciendo sino destruir lo que habíamos construido antes de conocernos. Pensábamos en los peligros que nos acechaban, en la violencia de otras manos, en el daño de los cuerpos. Recogíamos velas y quedábamos paralizados en los puertos como barcos sin mar. Hacíamos el silencio como si hubiésemos desaparecido de la faz del mar. Qué terrible temor nos mataba. Qué parálisis de los órganos y de la fuente del deseo. Parecíamos secos manantiales largo tiempo agotados. Pero nunca, nunca, el temor consiguió matar los sentimientos. Estaban ahí en nosotros silenciados como el volcán que hace siglos duerme hasta el próximo estallido de nuestras manos.
Vivíamos en nuestras bocas lejanas y tan cerca. Se abría el amor a la carne. Florecía nuestro amor en el futuro. Un barco va y viene a nuestro encuentro. Flotaban sus banderas con la gracia de las líquidas mariposas sobre las aguas marinas del deseo. Sabíamos bien que era imposible, pero ¿quién podía parar al corazón danzante? Me hice marinero de tus viajes. Me perdía más de una vez en las islas de las dudas, locas como grandes naufragios. Acababa con las manos de la esperanza disecadas por la sal de la desgracia. Lloraba, reía, me angustiaba, sonreía de pena, el sufrimiento me maltrataba. Pero espero. Aún espero en la duda de la locura.
Se levantaba la estampida de los secretos, la náusea de la nostalgia, ese veneno de la hirviente sangre. Gotean los ases de la vida. Se encienden los ojos en sus atajos. Aparecen los voraces agujeros de la lluvia. Salen los pájaros rosas del invierno. Se agita el olor. Se alejan nuestras bocas de carne. Florece allí la memoria.
Alguna vez fuimos pájaros del fruto maduro. Nos balanceábamos sobre la ligereza del aire. Nuestras alas desnudas creaban turbulencias de pánico, remolinos de existencias, y pasos. Amanecía sobre los precipicios el intervalo del deseo. Se levantaban en estampida los secretos. Rebosaban por sus bordes las cosas ocultas. Y entonces, y entonces, tomábamos los ojos como atajos.
Ya es hora que te diga te amo. Para ahora y el futuro. Para el cerca y lo lejano. Antes de que se acabe el mundo. Y el fracaso nos haga indomables. Crecen las horas del infinito que nos espera. Crecen las ramas del tiempo, sus secretos mojados por las olas del espacio, los pies descalzos. Huelen ya las palabras a viejas. Las soledades extrañas. Y alguna vez, desnudos, florece la masacre de la noche.
Y nos vino el amor a la boca, limpio para amarnos en toda su inocencia. Amarnos como un bello regalo. Sueltos de manos. Unidos por los labios. Fue este magnífico invento de la lluvia. En nuestro mundo, pasaban las noches enteras, los días, las horas, sin llanto ni memoria. Mirábamos los lazos que nos unen, los recuerdos conjuntos, el nacimiento de nuestras bocas. ¿Recuerdas aquella tormenta que nos pilló en campo abierto? ¿Y los rayos, las nubes, batiendo en nuestras venas? ¿Recuerdas aquella boca del silencio, gris y dolorosa? Todo había recobrado vida. Crujían nuestras palabras como una quiebra. Nos dolían los pies de frío. Nos dolía el ruido de la tormenta. Buscamos un nido bajo los altos matorrales como si fuésemos a incubar las crías del futuro.
En el patio de tu cabello, mis manos y mi boca. Mordida del deseo. Desnuda a gritos. Poderosas caderas de tu cama. Te beso y escucho el susurro te amo. Parpadean tus piernas. Se curva tu espalda. Me dices ámame y me aprietas. Nos viene el viento a la boca. Te busco en tu limpio cuerpo. Me pierdo en tu lugar oculto, casi inconsciente. Y el ardiente sudor elimina toda distancia.
Estábamos en el llorar de las manos cuando vimos pasar nuestro pasado. Las piedras echaban raíces, los árboles muros; las espigas acero, los campos hierro. Se iban borrando los nombres con el agua del espacio, pertenecían al invento de los espejos. El pensar surgía de los arrepentimientos. Se volvía del revés el presente como un abrigo formando el espejismo del futuro-pasado del pasado por venir; tiempo invertido donde las muertes estarían por venir, y la vida habiendo sido.
Y amarte y llorar, y llorar en este cuarto de los abrazos rotos. Y caer, y llorar. Me miras como pausa del silencio, al ritmo del color de tus ojos. Supe entonces lo invisible que era, y la fealdad de la piedra. Olvidaste todo el dolor y el desvelado ruido, y la raíz de nuestras sonrisas. Y me miras. Y te miro. Pero ya no sabes. Ya no sabes mirar las espinas, nuestros huertos de amor y secretos. Y lloras. Y lloro.
Me das cuenta del error de habernos conocido. Me preguntas por los defectos del mundo para ver si los conozco. ¿Cómo separarlos de las dudas de las sombras procedentes del más allá del oscuro silencio?
Tus brazos me negaron dos veces, o tres, en su mentira, esa oscuridad de siempre. Se tambalea el mundo y, a veces, me sostienes, otras, soy carne de paso. Sabes a duda, a terror a lo desconocido. Surgen tus ojos de dolor, y me aterrorizas. Tocas al saber oculto que llevas dentro, sale por tu boca, me lo pones en los labios.
Y a veces con tu belleza en los fulgurantes nudos despoblados. Largas eran las cadenas de nuestras manos rotas. A veces bosque. A veces mañana. A veces brazos desgranados. Echaban nuestros dedos raíces en la oscuridad del mundo tambaleante. Contábamos nuestras dudas sobre las partes de nuestro cuerpo. Y cuando al beso toca, nos hacíamos dolor para consolarnos.
Y otra invasión del tacto. Necesitábamos darnos a la vida oscura, con sus negras Lunas, y otras luces del firmamento. Es mentira que éramos hermanos de las sombras, y otros subterfugios. Qué le íbamos a hacer si se nos hizo la vida en blanco y negro, con su papel roído por el desgaste.
Amor a ti como milagro
Estábamos en los secretos del silencio, en belleza despoblada de los ojos ciegos
lunes, diciembre 04, 2017
Estábamos en los secretos del silencio, en las marcas de la noche, en la boca de sus cartas infinitas, clavadas sobre puertas que no dan a ninguna parte. A pesar de todo, nos invadía el tacto de nuestros cuerpos. Necesitábamos la oscuridad de los sueños, su locura tremenda, sus amplias alas quebranta vientos. Éramos hermanos de las sombras, de las múltiples Lunas del universo. Éramos mar negro de nuestra angustia, belleza despoblada de los ojos ciegos.
Secretos y noche. Las marcas, las marcas indefinidas. Sueñas que aparece un “fantasma” sobre ti, en tu cama; y te hace el amor delicioso. Y no quieres. No puede ser que esté haciendo eso al lado del otro que duerme. Acabamos de conocernos. Fue inocente; una sencilla comida entre amigos y tú y yo desconocidos. No se puede mirar así desde el primer instante; una y otra vez, tan descarados. Sonrisas van y vienen por encima de la mesa, de los vasos, de los platos, de la comida. Él hasta quiso cambiarse de sitio para sentarse a mi lado, se le veían las intenciones en los amagos del cuerpo. Yo pedía a mi Dios y a todos mis santos que él no lo hiciera. Algunos de los amigos se lo podían decir después a mi marido; y no sé las consecuencias. Yo le pedía con el gesto que se quedase tranquilo. Yo sabía, pues parecía muy impulsivo, que si sentaba a mi lado iba a tocarme. Eso lo comprobé cuando después de la comida nos fuimos a dar un paseo para hacer la digestión. Yo, como mujer casada, para guardar las apariencias, caminaba al lado de mis amigas. Mientras él, con toda la naturalidad del mundo, fue cambiando de posición hasta que acabó a mi lado. Después de sutiles preámbulos, durante los cuales él habló con mis amigas en un tono humorístico, y sin apenas darle importancia a mi presencia, comenzó a dirigirse principalmente a mí. Tuve que hacer esfuerzos increíbles para no sonreír. Pero él veía la alegría en mis ojos, a los que miraba, una y otra vez, con su ávida mirada de joven entusiasmado. Nunca había tenido una impresión como la que tuve aquella tarde. Yo intentaba que él no se diera cuenta; pero, por momentos, se me escapaba una agradable sonrisa cuyo significado debería ser para él inconfundible. Lo sé, porque tras cada una de ellas él visiblemente se emocionaba; aunque fingía reternerse para no parecer excesivamente descarado. En un instante me cogió hábilmente el móvil, sin forcejeos, mientras yo estaba mirando fotos. Comenzó a comentarme la impresión que le causaba las mías. Y acertaba tanto en describir mis estados anímicos que quedé bastante sorprendida. No estaba acostumbrada a que me captasen tan bien. Pero bueno, no quiero hablar de esto. Tampoco quise hablar de esto; y aún menos con él; porque temía que todo eso fuese demasiado rápido. Me resistí; pero volvía a sus palabras, una y otra vez. Aunque se me hizo el tiempo corto, más de una vez busqué una excusa para volver a casa; pero no lo hice. Me quedé allí hasta que nos despedimos a media tarde. No me gustó este momento; pero por otra parte me parecía lo más correcto. Volví a casa. Mi marido había salido de paseo con el niño. Me tumbé en el sofá a repasar la tarde. Pero no estaba tranquila porque él se me venía a la cabeza; su imagen aparecía una y otra vez sin yo pudiera evitarlo. Eso fue el preámbulo de lo que sucedió de noche en la cama.
En la ausencia. En la constancia de las palabras. En los círculos del agua del universo. En los crudos intrusos que se tocan. En sus tramas. En sus huellas. Marcas de ayer del dolor. De lo que fuimos, ojos al vuelo. Son gotas de la inestable nostalgia, brevedad del olvido, imposibilidades secretas. Secretos hechos de cartas infinitas, de palabras sin nombre, de nuestras caídas.
Y si te puedo decir que tus labios huyen de miedo. Cierra los ojos y compara esto con tu antiguo silencio y aquella fea tristeza que traías como cara. Entiendo que tus intenciones no eran esas; y que solo fui un intruso en tus sueños. Vuelve, si quieres, al círculo de los cuerpos, a las huellas de la carne, a las falsas promesas, esas que se dicen con una irónica sonrisa, y amor, mucho amor del instante, emborrazado en emoción. ¿Qué te puedo decir, a ti, marinera del aire, de molinos locos, y otras fantásticas sorpresas? Si solo ves páramos, extensos, llanos y secos. Qué le voy a decir a tus oídos desgastados, a tus labios agrietados. Te seguiré de lejos, un tiempo, un rato. Haré lejos fuego. Dormiré al raso, bajo la dura noche.
Soy abanico de tus sueños rotos. Agita y agita la proliferación del aire. Revienta los objetos del dolor. Aleja la pestilencia. Son sus varillas fetiches del aire, su mango modelo de nuestras manos, sucias, moradas, sudorosas. Sufren heridas leprosas, trozos de la vida que se aleja. Mueren sus sueños en coma. Es la rebelde pintura de la vida, el ansia, la mezquindad. Revientan viajes. Traen penuria. Ilustran los rompecabezas. Toman color de mitos desconocidos, cristales atrapados en las venas, parecen terciopelo, falso, deshilachado. Son las inútiles fronteras entre real e irreal, así, como si nada. ... Ya es temprano y tengo que despertar de las plegarias de la noche.
Pertenecer al dolor, a sus intrigas, a su mala leche. Ese dolor disidente del cuerpo, lectura mal entendida, errática, confusa y perdida. Pertenecer al dolor como quien pertenece, atado, dependiente del grito, de la mala suerte. Eran sus metamorfosis ancestrales, marcas de la biografía, desechos de la vida perdida. Tuve el privilegio de tus manos y sus obstáculos. Tiemblo cuando aún recojo trozos de tu cabello entre la proliferación de los objetos que dejaste, abanico de los sueños rotos. Pinta mal la herida; dice que no se cierra, que no callará su boca, que es grito de malaventura. Y si tiene que callar, será mordiendo.
Íbamos en las alas de prodigiosos Infiernos. Era, entonces, evidente la lluvia. Manifiesto invierno. Fuerte y silencioso como la vida. Capaz de aire y tormentas. Quería arrasar las últimas trazas de la primavera. Agua fuerte con sabor a peces de mar lejano. Lluvias densas como el tiempo. Frágil amanecer, entonces. Ardía el aire para verte. Aquí hace una pausa la construcción del mundo. Y sales de la cama, rota por los sueños. Mojada por el sudor de la noche. Tristeza de boca seca. Dejas las marcas de tu cuerpo sobre la cama. Abres los pasos. Llega la humedad del cuarto de baño. Es una puerta abierta a los desechos de la vida, una de las salidas de la casa. Llegan al mar los destellos de tu cuerpo, del olor las turbulencias, el gulag de los detrimentos.
Tuvimos camas pasadas donde leíamos los cuerpos. Desfallecían las horas completas. Y creíamos que nunca era tarde. Estamos al alcance de lo que amanece. Eran gotas de dolor que pasaban por la noche. Estábamos lejos del riesgo del recuerdo. El mar, el mar aún estaba lejos.
En ninguna parte, en ningún lugar estuvimos. No sé ahora por qué te digo eso. Será por tu nombre. Será por mi boca. No hay quien la calle cuando de ti hablo. Con caricias claras. Con tu ombligo. Con las llaves de tus sueños. Con tus manos para hacer noche. Es usted o vos, la hierba que hierve, la cal blanca, mi paisaje. Vengo con todas tus camas robadas, súbitas, altaneras, y un poquito de aguardiente. Ya ves y me dices mi borrachera, mi hombría rota, desecho humillado. No sé si voy a quererte, así como yo quiero, loco, inconsciente, entero. Tal vez prefieras sudor y carne, sin tristeza ni pena, así ligera. Tal vez eres tú la del miedo, y eso que te dices valiente, cobarde, fría reluciente; y te guste lo sucio intranscendente. Eres vuelo sin consistencia de las marcas que te hacen. Eres mirada del paisaje de piedra, bosque primitivo salvaje. Tal vez me equivoco ofuscado, incongruente, tirano ciego que miente.
Total, una sombra. Con la piel tersa, suave y fresca. Cercana la nota. Y por supuesto, al amor devota. Mueren las miradas perdidas en la noche. Levemente los círculos se cierran. Alrededor de sus ruinas hicimos castillos de aire. Tumultos vigilantes, con sus cúmulos de oxígeno marcaban los bordes de la vida. Vienes de otra parte, de todas partes de mis puertas. Te detienes como se detienen las palabras. Recogen tus manos mi carne desairada. En ninguna parte desnuda, pero promesa. Hice con tu nombre caricias nuevas.
Ahora vendrán las negras ciruelas con su jugo a nuestras bocas. Es que estoy pensando en ti, mi amor. Y dirás tú que no eres el fruto de mi boca. Y diré yo que eres el fruto de la vida, así, sin metáforas. Somos ahora cuatro latidos de la naturaleza. Y vendrán más como savia del árbol. En tales cosas estoy ahora pensando bajo la sombra de los árboles.
Sales del ángulo de mi boca, de lo árboles negros de mi mirada, de la sombra de mis manos. Te he visto llegar con una sonrisa que intenta no decir nada, nada y todo oculto. Te posas. Te posas como una presencia inesperada, así, como si no hubieses venido. Y te desvías. Y das vueltas. Te escurres como si no hubiera habido tiempo antes, borrado, tal vez ausente, tal vez escondida. Me citas como el que no va a venir. Sonríes con ganas, como ya sabiendo que vas en serio, aunque tus gestos lo niegan. Me dejas en el caos de mi noche, sin mente, sin conciencia. Despierto con un dolor sin motivo, perdido, mudo. Voy a buscar las pocas marcas que has dejado. Y lloro; sin saber por qué, lloro. No se puede llorar así tan de pronto. Busco y te encuentro como única causa. No entiendo. ¿Por qué se ha de llorar por la vida? Nueva. Enigmática.
Así como las bocas muerden y supongo que tengo que imaginarte desnuda. Me sientes dudosa y con preguntas extrañas. Me urge tu voz para tapar el silencio. Te he recordado, ¿ves? Te he olvidado también muchas veces, tantas que a veces me suenas a hueca. Te he encerrado en el olvido con llave y sales para que te conserves. Fuiste la salida de las hojas y ahora su entierro. Fuiste los recortes de la memoria dispersos sobre la mesa que mis dedos señalan. Ahora sales como mariposas de papel volando.
Vivíamos contra marea como intrusos del mar. Las palabras secas en la boca. Los gestos con nudos sensibles. Se arrastraba el movimiento sobre nuestra piel como onda de la vida. Así las bocas. Así el amor oscuro que nadie toca. Y supongo que imaginábamos que éramos grandes gigantes, sin dudas y urgencia, que devoraban las sombras y todos los silencios.
¿Qué hacen ahora tus labios? Siguen luciendo como las tormentas. Ya no le perturban mis palabras desesperadas, ni su nacimiento, ni sus ruidos. No me queda ofrenda para entregarte; ni furiosas mordidas para amarte; y sin embargo, sigo siendo un intruso en tu vida; pobre, igual que vine en el primer instante.
Que solo te pido tristeza para hundirme en el recuerdo de tus ojos. Que solo me hago en el color de tus colores, en los lados de tus labios, en la suavidad de tus palabras. Venga a mí la calma de la tristeza como la suavidad de tu piel, como la dulzura de tus besos.
Y tus ojos son la sorpresa de mi vida. En su inocencia borraron todas mis heridas. He querido para ti ser hermoso aún por encima de la ciega vida, esa que duele como el dolor del veneno. Me has hecho traspasar el olor de la muerte, la triste tristeza, y otras banalidades. Alejaste con tus colores la peste, el hambre y la miseria. Tuviste que ser el dolor de mis tormentas, la sabia viva de la lluvia de mis cosechas, la alegría del otra vez.
Tuvieron tus ojos la culpa de todo el desastre. Me vinieron de sorpresa a herida, embargado en mi inocencia. Sí, tus hermosos ojos, con sus lecturas antagonista: hoy te amo, mañana te odio; y me engañaban en el torbellino de su mirada. Fui yo un enamorado loco que veía y estaba ciego, siempre ciego, feliz y desgraciado, consentido y a la vez rebelde. Fueron tus ojos mi pérdida, suave pérdida, como una aguja intravenosa, siempre clavaba en el daño, sin dar noticia de las heridas internas hasta que ya fue demasiado tarde para despertar del dulce sopor.
Peores mares habíamos recorrido de boca en boca. En nuestro divino divagar fuimos luz de los sueños. Ojos rotos de pena y llanto. Inocentes, sin embargo. Habíamos quedado como herida. Pechos sin reproches. Corderos de la vida.
En ninguna mano, en ninguna obstinada noche, cuento tanto como cuando te recuerdo. Ya se hizo la espera. Ya se hizo callada. Ya vino con sus ojos helados a mirar tu ausencia. Divagaba de frente, como si fuera inocente de tus ojos hechos de huidas. Y quiere, sin embargo, verte, negada que es a tu pérdida.
Eres mi herida vieja después de la vida. Eres mi boca quemada por la espera. Se acabaron todas las tormentas cuando echaron al tiempo afuera. Primitivo dolor, mi drama. Todos tus ausencias caen en los huecos de todas partes. Cuentan las noches obstinadas nuestra mala historia vivida. Cae la lluvia en un divagar celeste. Y por ahora, solo soy recuerdo.
Toma la herida sangrante antes de que te vayas y tomes los pies por salida, y al final, dolorido me dejas como ave caída. Tuvimos vida dudosa, altanera y frágil. Tuvimos vasos de amor claro, ancho mar de tu sonrisa, después, dicha. Fuiste clarividente de nuestro oscuro futuro, caminos divergentes germinando ante nuestros pies. Fuiste divina de ojos dudosos y lágrimas llamas.
¡Cómo siento tu ausencia como un descuido! Uno de cada dos tiempos, lluvia, lluvia y sueños y lluvia. Y me siento en ausencia, demasiado lúcida. Cae la tarde y ya te fuiste entre las sombras. Cae la noche como amenaza. Suena un dios del infierno, frío como mis manos. Anduve de silencio en silencio, de calle en calle, arrastrando la pesadez de las paredes, duras y húmedas, calladas como los números de las puertas.
Entre la almohada y tus espasmos, entre la alegría de nuestras fuentes, con algún descuido del sueño, mientras la lluvia se ve a través de la ventana, y las húmedas hojas de los árboles danzan coquetas, se hizo, en nuestro cuerpo, la eternidad del placer compartido.
Y nos despertamos con los párpados insolentes a modo de clave. Tú mirabas, a veces, la cerradura del tiempo como un voyeur anticipado. Vivíamos entre paredes fuertes que no concluyeron la vida. Eran las metáforas a veces terrestres; a veces, agua; a veces, máscara de la letra. Sufrimos por aquel entonces la fragilidad de los sueños, cosechas malditas sembradas en los corazones. Entrábamos sobre el filo de la elegancia a cada espasmo dilatante de la letra. Entre almohadas de sueños caían cascadas de lluvia. Recorríamos todos los acuíferos, campo a través, cargadas la botas de húmeda tierra.
Esta noche imperfecta se divierte con tus mentiras, usa alas de seda como palabras para envolverme en la oscuridad de la germinación. Nuestros sueños se miente con cara descarada. Nuestro callado absurdo produce sinsentidos en la mirada. Sufren nuestras gargantas con palabras quemadas. Sufren los párpados con lentitud pesada. Ya despertaba con el fuego del sudor, cama ardiendo de desesperanza. Miraba tu boca ausente, sediento de larga noche. Trataba a la perversa vida con el despotismo del desesperado.
Ya no recuerdo el ruido del dolor en su inmovilidad infinita. Ya no soporto la noche. Y a pesar de todo, algo queda. Quedan las últimas palabras que nunca se dijeron. Como si volvieran las sombras con todos los secretos del silencio. Desfallecen ya mis manos. Se rompieron nuestros cuerpos en esa noche imperfecta. Quedaron los aullidos de la mentira.
Y de pronto la escucha del soporte de la noche. Se ensucia el olvido, amor, perdido en nuestras manos. Perdidos tus labios en las tinieblas, ahora con sus bocas desmedidas. Te amo de dolor, te amo; como mi secreto silencio, recorrido tantas veces en las sombras. Y me desfalleces como un ultraje entre los brazos.
Si nos íbamos a encontrar en el grito de la bestia, en el tránsito del dolor, en los embriones del recuerdo, fue porque el amor duele, hace ruido y duele como el abrirse la boca de la existencia. Recuerdo el abrir de tu amor, tu piel ofrecida, el grito de tu entrega, el placer en su opulencia. Quema este murmullo del pasado como una piedra ardiendo quemada. Relucen tus pies. Soporto la noche; en cuyo fin borro el olvido.
Recordábamos el dolor como un ruido. Ya borrados de la existencia, tal vez, embriones del recuerdo. Se abre el dolor y pesa. Se abre el amor en tu piel ofrecida, como un grito de entrega de la Bestia. Y en cada inmóvil placer, nos quemábamos la lengua.
¿Ya no recuerdas, amor, la suave dulzura de tu mirada, el miedo de perdernos, nuestros abrazos, nuestros besos? Fuiste nido logrado, a veces, de repente tormenta, boca blanca e infinita. Tuvimos también en la lista negra algún miedo, algunas noches cultivadas, algunos sueños.
Algo negado como anticipo de la muerte. Tal vez un reproche a las perpetuas reencarnaciones del mal, negación de la vida, de insaciable dureza. Tal vez las puertas de las dudas, los recuerdos inciertos, la mirada diluida.
El resto del día me parecía seco sin tu boca. Miraba al tiempo desaparecer por las esquinas. Anticipaba el fondo de tu cuerpo, las iniciales de tu vida. Hice piezas las horas para terminar con la vida. Me anticipo y mortifico, insaciable.
El verano es silencio cuando el cuerpo se hace muro. Mira al resto de la carne como plumas al viento. Se hace denso el tiempo, largo, largo. Las garras secas de los gatos clavadas entre los huesos. Piel cartón, durezas. De gritos de hierros.
Siempre estás hecha de noche, infinitamente vestida de agua; y en las lagunas de mi memoria, lluvia. Pones tus dedos en tu vestido negro, con una sonrisa que abre las tormentas, y todos los inventos de tu piel. Me gusta verte flotando sobre mi deseo, suave como el silencio, limpia como tu desnudez. Es tu pecho la cueva de mi ama, segundos vibrantes de mi lengua. Nos tomamos como dos gatos febriles que recorrieron todos los tejados de la noche.
Amor a ti como milagro
Ya están hechas las heridas en la sed de la noche
martes, septiembre 19, 2017
Y duele; y duele como el fondo de las cosas. Tenía que inventarme el olvido y la creencia en el silencio. Chapoteaba tu nombre sobre mi piel. De la desnuda agua salada hacía mapas de la geografía de tu cuerpo, preparando secretas invasiones. Por el momento, lloras. Ya están hechas las heridas en la sed de la noche. Ya cayeron nuestras íntimas máscaras. Ya viene la lluvia de nuestros dedos en una lluvia negra.
Han quedado algunos rincones como citas inacabadas. Huelen a aquello que no se ha hecho, a pasos torcidos, a rincones de ropa mojada. ¿Qué pretende esta noche con este duro insomnio, mitad mentiras, mitad delirios, locuras de las profundidades? ¡Que difícil es mentir cuando uno duerme! Duele como un dolor de fondo, subterráneo, indefinible. Y si uno se pone a hablar, son gritos, internos, sin boca, de la carne.
El viento asimilado al silencio del futuro. El vértigo fugaz de la combinación de las cosas. Algunas tardes, el mundo disipado como hojas muertas. La memoria del otro lado de lo invisible. Es medianoche y una sombra de amor. Mientras, el verdadero duerme en el insomnio.
En esta gigante esclavitud del miedo, testigo y carne de la malvada vida. Ante los ojos de la tenebrosa Causa devoradora desaparece la vieja inocencia. Es el mal asimilado en la profundidad del Ser. Es el río subterráneo del propio Infierno que se da el festín de la vida. Corre un viento silencioso de certero acierto. Arrasa, rompe, devora.
Íbamos de humo, calor, y cuerpos, desmintiendo la ausencia entre los fragmentos de las tormentas, aquellas bien cerradas de nostalgias e inviernos. Fuimos de piel fruta mojada, recuerdo de la lluvia tras la ventana. Sonaban nuestras manos por el aire sobre los manzanos blancos de nuestros cuerpos. Hacían los pasillos muecas ante el ruido de amor y sexo, huían de la humedad despavoridos. Sigue lloviendo en el núcleo de aquel sueño como testigo con ojos contagiosos.
Estábamos en nuestros orgasmos inauditos, en los pliegues de nuestro cuerpo, en el dejar la noche seca. Vaciábamos las paredes de su sentido de muros. Nos comíamos el futuro antes de su llegada. Hacíamos humo de lo que no era nuestro. Y tras desmentir todas las ausencias, reuníamos los fragmentos de todas las tormentas cercanas.
Vi barcos amarillos como frutas paradójicas y paisajes del tiempo, y nuestras manos con raíces de agua. Y ahora los soles hacen lunas nuevas como ventanas del circo de las miradas. Parecen nuestros gestos enanos sorprendidos subidos en trapecios locos. Asomaba la cabeza la burla, el escorpión de los mareos, y una pequeña noche arrepentida.
Colgaban las noches de la lluvia. Tu desnuda boca, tus labios de agua. Tus ojos heridos gritaban como un mar en declive. El trapecio de tus gestos tomaba el balanceo de tu deseo. Allí, en el aire de tu cuerpo, cerrábamos todos los ciclos. Volvíamos a empezar con los techos rotos en el paisaje del tiempo. Sorprendidos, abríamos las ventanas, limpiábamos, arreglábamos el desorden. Salía de nuestra cama la noche quemada, el sudor y los suspiros.
Fui la sombra de tus sueños descosidos, las viejas manos de tu memoria, el cíclico ronquido de todas tus catástrofes. Pero hoy, por si vuelves, me como el olvido, su sangre y mala suerte. Ante tus ojos tengo la angustia, el amor y el fracaso, el fuego y todas las cerraduras. Y si la lluvia se niega en este acantilado, caeré por tus noches flotando como dientes de león desde el vértice de tu memoria.
Era duro el deseo de la memoria. A veces, miraba a otro lado; a veces, con otros ojos: los de las duras lágrimas. Eras como el principio del agua. Fui tu papel mojado, tu memoria callada.
Otra vez te amo bajo la sombra de los relojes. Herméticos como la noche, bajo los ojos de la oscuridad. Fue el fuego de la ceremonia, bajo del dolor del ritual. Dura memoria que no se rompe. Mirada del principio del agua. Bordes de lejanos pasados. Y aquella parte de ti descosida me fue atando en los ciclos de las catástrofes.
Llegábamos a ver los silencios de nuestra mente. Nuestros ojos incubaban soledades. Hambrientos, llenos de rabia, buscábamos la cura que no fallaba. Nieve después e inviernos. Y palabras desgastadas. Ya no volaban los pájaros ciegos. Ya tu mano era llanto y la mía sombra. Se volvieron las horas invisibles. Nos descubrimos llorando, ante tantos ojos, ante tanta oscuridad.
Eran nuestros silencios tejidos con el hilo de la distancia. No se encontraban ya nuestra mirada. Se rompía la tela de la lengua. Era la seda de las sombras transparente. Y ni el calor ni el verbo tenían alma.
Se despiertan las piedras de la ausencia en nuestros ojos abreviados por el incansable tiempo que pasa. Gira y gira, navega. Asoma su mirada de hielo como el oscuro animal de las profundidades. Lleva, sobre su amplio lomo, la sombra de las vidas raptadas. Babea hambriento entre sus fauces ensangrentadas. Las láminas de sus ojos cortan el agua y la carnaza.
Despierto en tu vientre, allí donde todos los rostros son agua. Y pienso que soy parte de los amores divididos, resto del amor que se comparte. Veo en ellos las piedras de tu carne. Se resiente el dolor exclusivo y amargo de no ser nadie. Huelo el placer que has tenido, las risas, los abrazos, la melancolía de la fusión imposible. Se me muerde la lengua para no gritar aullidos de lobo en celo.
Eran invisibles tus sombras, cama negra, noches blancas de larga insomnia. Germinaba en mi vientre termitas hambrientas. Giraban su devoradora mirada bajo la grasa; el rostro, agua; madera, los huesos. Goteaban sobre la sábana los restos de las sustancias.
Y al final de cada árbol se escribe un libro, de amor o de ignorancia. Eran sus sombras repeticiones, sus hojas lo ya dicho, reglones torturados por el saber. Se quedaban invisibles con el tiempo, en la biblioteca digital borrada.
Amor a ti como milagro
Y al final de las tijeras del tiempo, se hicieron alas negras
miércoles, agosto 16, 2017
El adiós sopla en la manos. Y te olvido. Y me olvidas. Y nos duele apartados. Estábamos allí donde no había nadie. Tal vez un reloj se quedó mudo. Tal vez nos hicimos invisibles. Y al final de las tijeras del tiempo, se hicieron alas negras.
Amor a ti como milagro
Está la marea de tus pechos en el crepúsculo de mi seca boca
martes, agosto 15, 2017
Te crecen las flores en los muslos. Te crece la sombra de mis huesos. Y yo, por naturaleza disperso, te crezco como semillas en la nada. Soy mi fantasma a mitad perdido, lengua del mundo sin cabeza de la lluvia. Está loca la calle de tanto silencio. Silencio de nidos vacíos sin vuelo. Están los árboles apartados, en su verde callar veraniego. Está la marea de tus pechos en el crepúsculo de mi seca boca.
Al olvido, la duda. A la distancia, la muerte. Los pies en la cabeza, la esperanza. Te invoco como un hueco en la pared de ma chambre. Desnuda desconfianza del que desconoce. Son los flecos de tus muslos los que me llaman. Es el agua dispersa de tu cuerpo. Desnuda y ajena, como una sombra balanceante.
Profunda es la noche. Profunda como un rayo que nunca llega. Tuvimos el alma y el corazón a la deriva, poseídos por la terrible claridad de la vida. A pesar de eso, permaneces, despierto frente al olvido, quemado en la quema, muerto y latente. Te invoco como una esperanza hueca, como un dejarnos ir con la corriente; y si nace una flor, tiene una vida leve.
Mientras germine el universo y tu existas, corre la vida como el agua que se vierte. Te saludo amor, con todos tus abismos. Son los cantos de la tierra cuando permaneces, claridad del mundo y mi pereza. Ya he olvidado el dolor y todo lo que hierve, la sangre, la saliva, el corazón y el semen. Poseído en ti, paralizado en ti, en definitiva, vivo.
Mientras, todo será destruido, sin refugio, sin ojos que contemplen lo que ha sido. Si no existieras. Si universo no hubiera, ni nada de lo que hiciste. Mientras el corazón germina en la ausencia de la muerte. Mientras los ojos ya no contemplan. Ni el refugio del Mal queda ocultado. Ni las maravillas enceguecen. No hubo allí ya conciencia, ni lengua húmeda de carne. No hubo allí cosas sino abismo, ruptura y muerte.
Estoy perplejo sin el auxilio de tu palabra; así, con los poros abiertos a la duda, con un estremecer oculto que me inunda de tristeza. En esta larga paciencia, en estos segmentos del irte, las cosas no tienen nombre ni cosecha. Mientras, en este refugio del mal, destruido, arrasado, maravilla de la nada que se hace a voces.
Ahora esta soledad es completa. Esa sala oscura, ese sin olor, ese sitio sin eco. No digas que tienes pena; ¡ya ves, sin labios! Nos atrapa, con su silencio, el mundo. Nos deja perplejos y la carne tiembla. Se redacta el instante que no será. Y solos, como un escuálido resumen, nos ocultamos el rostro desesperado.
Un gemido, el escondite de tus orgasmos. La frontera de cuerpos que nos unen. Huidas de amor hacia la carne. Y las manos, las manos alocadas entre pausa y pausa. Escondidos en las sombras de la cama llevabas tu rostro y mi rostro como mensajeros, memorias del temblor y del tiempo.
Mi barullo de lengua dando vueltas
Se cerraron las agujas sobre la nuca de tu cabello
sábado, agosto 05, 2017
Tu encendida boca extrema y tus labios de manzano. El sabor de dormir y la noche. Es sorprendente tu mirada migratoria. Se detuvieron los olores y tu piel se hizo poros. Se cerraron las agujas sobre la nuca de tu cabello; y mis ojos presos. La mirada de tus pasos. El azul del cielo. Las cosas extras de tu vientre. De repente el vuelo. Un gemido vulnerado en el escondite de tu orgasmo.
Solo veo en tus ojos ese desconocido misterio. Tus tramas, tus cruces, la belleza de cristal sin sombras. Hubo corrientes que tiraban de nuestro mundo, burlas de la vida, ocasos. Fui paciente con tus labios, ojo de duración infinita, ave sin nido y tristeza. A veces dices te amo como una sorpresa; te quiero, pero no te encontrabas. Encendías mi boca y luego sombras. Creabas la espera de los cómplices, y luego ausencia. Fuiste sombra de mis manos, marcas de los frutos de tus aves migratorias. Y al otro extremo, el mirar de las mariposas.
Arrastrabas mi esperanza con pesadas cadenas sobre la plaza pública. Fuiste la bala encendida dentro de la carne. Quererte duele. Duele como un morir roto, como una apuesta solitaria a la vida. Si tengo que morir que sea en tus fragmentos. Te los fui robando a cada dosis de amor, previendo este momento. Tengo fragmentos de tu pecho, fragmentos de tu rostro, de tu sexo, y restos de tu ávido corazón. Tengo la flor desnuda de la mandrágora, tus ojos abiertos, tu lengua y tu boca, y algo de suspiros. Dices por ahí que fuiste invisible, anulada peregrina primavera; y olvidas que fuiste todas mis noches, cabalgata de nuestros cuerpos abiertos. Fuiste mirada del amor abatido, jauría de los lazos del misterio. Destrozaron tu perros todos mis ojos, mis manos en los huesos, mi corazón hecho hierba.
Se mueven los ojos como recuerdos, pesadillas, temblor del seremos. Hoja seca sube por el árbol; tú, luz. Se me van las dudas sobre ti. Juegan, mientras, las imágenes con las fotos. Recuerdos quemados e inquietos. Juramentos olvidados. Más allá de la tristeza, más allá... plagas infinitas, impúdicas. Se enciende la carne en un morir roto.
Y en aquel tiempo encendía todos los relojes. Encendía las velas de mis manos en los sitios donde estuviste. Recuerdo nuestro derroche. Recuerdo que te has ido. Y ahora, libres en la distancia, todo se hace secreto. Secretos de corazones dormidos. Secretos de ojos hundidos. Secretos de besos que no se hacen.
Eres el lecho de todas las revueltas, las llamadas inacabadas, los acaso que nunca tuvimos. Insolente tú. Insolente yo. Fuimos cosechas nunca recogidas, anuncios de vida, y otras temeridades. Fuimos ese eclipse que nunca llega, ni anuncia el fin de las tinieblas. Estirábamos las noches negras como el que huye, viviendo en aquel tiempo del no me olvides.
Se nos abren las manos como olas. Se abre la noche bajo los nombres de tu cuerpo. Tomo tu mano para deshilar mi deseo. Tu mirada, tu perfume, tu ribera. Se nos mueven las manos y la boca. Alguna hora se atrasa. Es el verano de la noche, mitad silencios, mitad susurros, mitad carne. Alrededor, la insolente envidia de los objetos.