Ella
domingo, diciembre 03, 2017
Secretos y noche. Las marcas, las marcas indefinidas. Sueñas que aparece un “fantasma” sobre ti, en tu cama; y te hace el amor delicioso. Y no quieres. No puede ser que esté haciendo eso al lado del otro que duerme. Acabamos de conocernos. Fue inocente; una sencilla comida entre amigos y tú y yo desconocidos. No se puede mirar así desde el primer instante; una y otra vez, tan descarados. Sonrisas van y vienen por encima de la mesa, de los vasos, de los platos, de la comida. Él hasta quiso cambiarse de sitio para sentarse a mi lado, se le veían las intenciones en los amagos del cuerpo. Yo pedía a mi Dios y a todos mis santos que él no lo hiciera. Algunos de los amigos se lo podían decir después a mi marido; y no sé las consecuencias. Yo le pedía con el gesto que se quedase tranquilo. Yo sabía, pues parecía muy impulsivo, que si sentaba a mi lado iba a tocarme. Eso lo comprobé cuando después de la comida nos fuimos a dar un paseo para hacer la digestión. Yo, como mujer casada, para guardar las apariencias, caminaba al lado de mis amigas. Mientras él, con toda la naturalidad del mundo, fue cambiando de posición hasta que acabó a mi lado. Después de sutiles preámbulos, durante los cuales él habló con mis amigas en un tono humorístico, y sin apenas darle importancia a mi presencia, comenzó a dirigirse principalmente a mí. Tuve que hacer esfuerzos increíbles para no sonreír. Pero él veía la alegría en mis ojos, a los que miraba, una y otra vez, con su ávida mirada de joven entusiasmado. Nunca había tenido una impresión como la que tuve aquella tarde. Yo intentaba que él no se diera cuenta; pero, por momentos, se me escapaba una agradable sonrisa cuyo significado debería ser para él inconfundible. Lo sé, porque tras cada una de ellas él visiblemente se emocionaba; aunque fingía reternerse para no parecer excesivamente descarado. En un instante me cogió hábilmente el móvil, sin forcejeos, mientras yo estaba mirando fotos. Comenzó a comentarme la impresión que le causaba las mías. Y acertaba tanto en describir mis estados anímicos que quedé bastante sorprendida. No estaba acostumbrada a que me captasen tan bien. Pero bueno, no quiero hablar de esto. Tampoco quise hablar de esto; y aún menos con él; porque temía que todo eso fuese demasiado rápido. Me resistí; pero volvía a sus palabras, una y otra vez. Aunque se me hizo el tiempo corto, más de una vez busqué una excusa para volver a casa; pero no lo hice. Me quedé allí hasta que nos despedimos a media tarde. No me gustó este momento; pero por otra parte me parecía lo más correcto. Volví a casa. Mi marido había salido de paseo con el niño. Me tumbé en el sofá a repasar la tarde. Pero no estaba tranquila porque él se me venía a la cabeza; su imagen aparecía una y otra vez sin yo pudiera evitarlo. Eso fue el preámbulo de lo que sucedió de noche en la cama.
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