Aullidos somos de dolor. De la necesidad adversarios. Fundidos en la duda. Y cuando catástrofe, metamorfosis. // No quita que aún siendo de tierra pongo en ti la belleza. Espejos en tus labios. // Nudos de viento. Los cielos desatan. // Vivas manos las nuestras. Libres del temblor.
Preguntábanse las pesadillas sobre los peligros. Los peligros de las palabras. De la última toma. Dosis suficiente para la habitual embriaguez discursiva. Borrachera de viento, sentido, fonemas. Mortal peligro del sinsentido. Preguntábanse cuando la boca sopla. Durante un milenio sopla. Aullidos signos de terror. En los sitios de curación. Allí donde se desprecia a la palabra. Suena allí sola como autónoma. Amenaza. Ofende y amenaza. Promete terribles torturas. Se ejecutan. En el ser se ejecutan.
Veo en ti buscando en mí buscando buscándonos amándonos con consistencia de amor sin olvido. Para ti sin olvido. Sin espejos traidores. Sin cortes de nuestra historia. Sin sombras que no avisan. Para ti con los pulsos de la vida. Con plena palabra. Con existencia plena. Con las espesa tinta de la vida y la memoria. Para ti contigo.
Se adormece. El día se adormece. Callan las paredes en su silencio. No germinaban las frutas. Su sensibilidad en la puerta. // Hubo humo negro. Inconsistente recuerdo. Inconsistente recuerdo pegado a los espejos. Pegajoso. Escurridizo. Gelatinosa mancha sobre el cristal que deforma la imagen del pasado. Como cuadros sin historia. Planos de sentido. Cortados en lo visto. // Ya no queda el sonido del llorar. Su desnuda sombra invade todo.
Mi barullo de lengua dando vueltas
Se hacen cuerpo con sus trozos de soledad
lunes, diciembre 23, 2019
Ya no había equilibrio; no importa. Estábamos inmersos; no importa. // Equilibrio en su permanencia. Equilibrio sin manos. En la sencillez de las manos. En la sencillez de su fuego. // Por allí desciende la herida. // Desciende tu voz, el amanecer, los lamentos. Descienden por la vertiente del cuerpo. Se ahogan desbordados. // En el origen se repiten. Los desequilibrios se repiten. Se hacen cuerpo con sus trozos de soledad.
Naufragábamos sin importar ni el agua, viento, mareas. Sin importar estar inmersos en permanencia, en la de los sueños que nos perdían, nos desataban las locuras, oníricas, desconocidas, volátiles ante la luz. Naufragábamos como “el no importa”, renegando de la condición de la naturaleza, ciega al dolor, empujada por la incesante germinación de la vida, frenético pulso de la estructura, reiterado Destino de la Duplicación. Interiores náufragos más acá de la conciencia.
Asoma la cabeza la piel. Levanta sus ojos nuevos. Navega por la superficie perdida, recordando el suave tacto de otras manos. // Estanque de sensaciones. Se reflejan sobre la superficie. Toman sorpresa de su rostro. ¡Ah, divina apariencia que naufraga dentro! Se ahoga en la imagen. Chapotea divertida salpica como un bebé fascinado por el movimiento de sus propios brazos.
Errancia del canto. Sed de noche. Luna llena para los maleficios. El ahorcado, el ahogado de las cartas. Vientre en temor de muerte. Su voz suena como tripas revueltas. Garganta de la creencia. Destroza las palabras. Destroza la cabeza, los espejos de la cabeza. Se multiplican en ellos los ojos. Navegan por los internos líquidos destrozando todo, dejando agujeros de la crueldad en el lugar de la vida.
Nos conocíamos en los arrebatos. Alegres, a manos plenas. Con los extendidos brazos de la esperanza. // Con los dedos toca palabras. // Con los mágicos remedios para el olvido. Ese olvido que se derrama, que padece de desgana, sin respuesta a lo lejos, con los ojos rotos, con lluvia por dentro. // Se encierra en amagos de la noche. // Canta para no olvidarse. Se saca las espinas. De sed se seca.
No estaban muriendo bien con el malestar de la despedida. Indigestión de tiempo. Malestar de rutina. Ferocidad del vacío. // Un reloj salta y revienta. No dice su nombre ni el tiempo que ha contado. // No estaba allí para poner nombre a las cosas, sino para ponerlas en unidades separables. // En sus arrebatos se alargaba y encogía, según el capricho del instante. Tomaba densidad o parecía liviano. Otras, clavaba sus púas en la piel hasta dejarla exangüe.
Eres gloriosa tú y vida. Llevaba el amor al extremo, de mí al amor al extremo, de donde vienen mis sentimientos hacia ti y te quieren. Del extremo de nuestra piel se palpa su pulpa y siente la vida pujar por dentro. // Todo viene y mira y nos envuelve y nos hace deseante boca, viva mirada, profunda piel. Viene y nos limpia de sombras. Las sombras de los nombres que han sido. Los nombres de las casas que hemos sido. La casas rotas que han quedado más allá de la memoria.
En el arca de las horas. Estupor. Juicio petrificado. Del recuerdo del besarte. // Si gimes entre las fresas. Entre los dedos de lluvia. Llueve entre truenos, llueve. // Uvas donde palabras. Se funden en el calor de la boca. // Era las cinco de la tarde en el laberinto de tu mirada, y corría agua fresca por tus manos. // Alguien nos había arrancado los cadáveres de las horas, sus pellejos, escamas del prehistórico tiempo. Llevaban dentro todos los extremos. Los del amor, la desidia, la muerte. Los de la misma vida con sus abusos, trágicos, violentos y trágicos. // Liberados, flotábamos como colores más allá de la gravedad.
¡Quién sabe lo que nos espera! Dormidos en la espera. Nadie en la espera. Al borde de la espera. Allí, al borde. Al borde de la plena noche. Al borde de nuestras bocas. Allí donde empiezan nuestros labios. En su mundo. En su oleaje. Almohadas de olas. Mantas de viento. Manos del sonido del mar y la tormenta. Olor a piel marina. // Y te hablo a ti ausente. Leo de ti los trozos en el mar de la deriva, naufrago, flotando en la levedad de la muerte. Invoco a las gaviotas, sus alas, sus vuelos, sus desesperados gritos, sin eco de mar, sin eco. // Estupor del vacío, del gran vacío, de la inmensidad del agua, cuya extensión inalcanzable...
Quiero mirar cada gota tu gota. Nidos de tu piel. A donde llega el amanecer. Y allí permaneces. Como salvación en mi cabeza. Como mito. Como chasquido del mundo. // turbo de lo innombrable // Aunque los nombres pasan por nuestra boca. La piel por tus manos. De olor a olor juntos. // Todo empieza en tu espalda empieza. En tu vientre empieza. En tu suspendida piel empieza. Reina en tu boca. Anula el suplicio. Las noches diluye. // se hacen cuello en la memoria // No sabía nadie que dormíamos en los bordes. //
Si algún lugar. Nos llenaba los ojos de amor. // de los rincones del mundo // de los rincones del cuerpo, del nuestro, de sus orificios, de las salidas de las miradas, sus recorridos alrededor de los huecos y retorno y vuelta al origen a empezar los eternos viajes a ninguna parte más allá del cuerpo // Y recorría tu voz el pabellón de las palabras. Rozaba tu cabello. Su aroma a piel cubierta. A la sombra de sus hilos, cuerdas que flotan en tu espacio. // Y venía tu sabor desde fuera. Por tus labios mis labios, por tu lengua mi lengua. Y venía el sabor a tu aliento a tu piel aliento al calor que lentamente desprende. // Y caía, a veces, en trozos tu cuerpo y mi cuerpo en frágil y temblorosa pérdida.
Y entonces. Fue entonces. Corrió un soplo de amor. Se deshizo el cuerpo en sensación. Se entrecruzaban las manos locas // pálidas humo de volcán // ¡La profundidad! ¡La profundidad! Misteriosa desconocida oculta. Rugen las llamas. Gritos subterráneos. Sellados por capas de tierra. Ahora, el olvido. //
A través de los campos en madrugada. Nos llevaban los pies. Dedos estremecidos. Helado frío. Noche de nada. De la oscuridad el desplome. // Protegidos amantes en su misteriosa llamada. Besaban ansiosos sus dedos. Recorren su olor seducidos. No se desploman sus cuerpos entrelazados. Agitan su marcha. Cruzan, amados, la noche.
Circula soleada e invisible. // Ruido de colores. // Hipnotización de caricias, curvas y rectas, en el viaje de nuestro cuerpo. Todo empezó por la piel sorpresa, dormida hasta entonces. Alquimia del sudor. A veces, frecuente emoción: gaviota de sereno cielo. Sonreías como un tiempo joven. Por mirarte. Por adorable. Por tu suave fondo donde se desnudan mis eclipses.
Nunca he hablado del lugar del olvido donde nacen las manos que aprisionan // al olor de las mejillas // en la raíz de sus ojos ciegos desprovistos de futuro // de cuerpo // materia // sin cuello para levantar su mirada por encima de las fútiles circunstancias y quebrantar las nubes // derretir su vida evaporada // tomar y romper aguas de lo sucedido // desconocer la vida que circula // su música de mágica flauta la que en fila lleva por las locas calles de la vida a las embriagadas almas.
Escribí tu nombre en todas las bocas. Todas las líneas. Tinta caligrafía. Puestas sobre el silencio. // Desconocíamos la lectura. Aquellas gargantas plenas. Adoradas. Esperanzas. Adornan tus sienes. // El instante dormido. En su sincrónico domicilio. En sus calles paralelas. Dimensiones. // Líquidas intrincadas. Sus mundos simultáneos. Se responden. Con compartidas raíces.
Teníamos la mirada al vuelo de los pájaros. Más allá de la boca de nadie. A campo abierto. En amplios sembrados. Jardín silvestre de bienvenida. Fuerte vida de las raíces. Arraigo de la existencia. Olor a florido campo. Libertad de los pájaros. Gritos de picos alertas. Inquietos ojos marcando la distancia. Árboles faro. En la serena marea de lo inmutable.
Estábamos mezclados en el agua. Reflejo de sol. Ventana tumbada. Era mundo de domingo. Duermes. Amargo como hierba. Hojas de savia seca. Manto viejo que hace sombra. // Bajo ti, contigo, con-mí, piel calentita. ¡Ay, buen olor! Campo fuerte. Plumas. Jara. Llueve. Llueve como si nunca hubiese llovido. Fango en las botas. Masa húmeda de tierra, roja.
Qué sé yo! Casi nada de ti. De qué niebla bebes fuente. En qué lengua suave bañas agua. Si sueñas. Si ríes o cantas. Si te comen de amor los diablos. O duermes plácidamente. Tal vez para ti no exista la noche. Qué sé yo! // Si no me dices deleite. De tus labios. Quiero ser comida. Uña de tus manos. De tu rostro mejilla. Y continuar, por la respiración, a conocerte.
El fondo de la noche quedaba más cerca. No sé, amor, cuanto nos queda, mano sobre mano en la espera. No sé si durarán nuestros ojos o acabaran con la noche. O aún lucen, respiran, se agitan, mientras duermen en nuestra cama. Allí, allí -donde no decae su luz- se miran deslumbrados por su mirada // como nocturnos ojos de gato // ni descansan, ni duermen descansan, infatigables.
Amor de lengua y boca, piel y consuelo. Boca de arena y paloma. Pluma blanca. // Vamos adicta a los colores. Oveja negra del enfado. Amable suavidad. Hondura del bosque. // Transparencia de mar. Jardín del deseo. Labios descosidos. Besos, a otra cosa. //
Tenían los ojos semblante de tristeza. Testigos fuimos. Del amor dulce cuando bailabas. Cuerpos de antojos suspiraban. Por la fauna de la piel. Refugios de las aves perdidas. // Huecos reservados al olvido haciendo tristeza. // Mientras tus ojos cambian de emoción. De dolor dentro de las mareas. Bravas amantes de mar. En la ingenuidad de los náuticos viajes. Como ver leguas en la boca de mar. // Amor cuando me escribas deja señales que no sean de arena.
Porque te pienso. Con la magia de mis manos. Te acurrucas. Me ahogo en tus detalles. Te cubren como espejos. En sus rincones se refugian nuestros deseos como nubes caseras. Dormimos como príncipes en un cuento. Sin misteriosas puertas. Sin sótanos. Sin los largos suspiros del dolor.
Tren del fondo del alma. Para ver campos. // Descienden sorpresas. Sus gestos, signos inevitables de la noche. Allí me gusta verte, sonriendo, gaviota. Marinera del mar del aire. Volverte a ver. Adorable. Fundirme en tu sombra. Hacerme eclipse, para ti noche, voluminosa, mágica.
Cuando te me apoderas y desnudas. Recuerdan las caderas. Forman los brazos ramas. Fenómenos del aire. // Pasan las ventanillas de los trenes como escalones de largas cristalinas escaleras. Tu imagen detrás, inmóvil perfil. Suenan los caminos metálicos. Perturban al recuerdo. Este se encarna, habla, mira y habla como otro personaje de nuestra historia. Ese tren, esos trenes donde alguno de los dos íbamos de temporal viaje o en despedida, tenía, me decía el recuerdo, que desdoblarme para quedar e ir con ella. Al retorno, pasaba conmigo mismo hablándome noches enteras.
Partir en varias partes, luego ver sus tramas. Tramas de alfiler que los reagrupan, las fijan en lugares, como trozos de lienzos de cuadros, recortados, despellejados, deshilachados, sobre lugares dispersos, alejados, sin relación alguna entre ellos. Partes y lugares y color percibidos sin ideas, cada cual por su lado, mudos, amnésicos, sin la carne de la lengua de palabras.
Avenida de amor. Hervía la cabeza desplegándose la vida. Amantes en vuelos. Más altos que nuestros cuerpos. Gigantes. Tal vez, imposible existencia pero vivos, encontrados, continuos, en ese mundo, perdidos entre las agujas de los relojes, aquellas que no paraban sus amenazas. Fugitivos de las horas.
No es hora de celos donde se acaba el mundo. Pues trina el amor en su galaxia, sus dedos, sus ojos espirales, la múltiple luz ilumina el vacío noche. Todo entramado en magia parece tiempo indefinido nuestras dimensiones paralelas se anudan multicolores, adorables, avenidas, cruces, puntos de encuentros, mi calle, tu calle, de sentimientos, del brazo, mano con mano, recorremos, paseando, a veces, replegados, como gigantes.
Al cuello del amor, espléndida. Sonreíamos. Es la nueva vida, florida. Necesitábamos árboles. Cada estación, árboles. Vientos como columpios. Ya es: atardece contigo. Cerca de ti, inimitable. De ese besar de orilla a orilla, rema por tu boca en el río de tus labios. Por el corredor del agua. Donde se acaba el mundo.
Pusimos el dedo en la llaga del amor. Allí por donde se abre el muro. Allí donde no tendrá porvenir la violencia. Límites mentales de lo primitivo. Esos enloquecidos de la rabia. Ignoraban la belleza, su plenitud, maravilla. Ignoran la aurora del alma, la creadora mirada, el origen.
Cuando dos hacen nido, invernadero, la coordinación del reloj se pone en espera; ahora, reloj de arena, eco de los granos de piedra. Se hace perfume del cuerpo, de la piel cambiada. Criaturas de la ribera. Matorrales. Manantiales inclinados sobre las manos. Se hace sensibilidad del agua. Sobrecogidos, sin palabras, en el porvenir de las miradas.
Ángulos vienes. Cuando me dejas en la escuadra de tu cuarto, parado e inmóvil como una rectangular mesa que hace de rincón ocupado. Se ajustan las patas a la losa sin tocar raya formando rombo. Sube una hormiga creyendo que es árbol o rama. Busca migajas en mesa aún sin olor ni feromonas. Desastre de esfuerzo rampa abajo.
Cómo despertar. Blancas golondrinas. Ramos de afiladas lenguas. Espejos de sus ojos. Así sus huellas. Vienen de algún fondo reservado al olor. Increíble para la razón. Pero despierta; no ves que chorrea? No ves las piedras de la carne? No, no. No es un mundo de hadas, ni bondadosos bosques te rodean, ni son caminos de la esperanza. // Cuando se te hunden los hombros en la profundidad del pecho. Cerca de la lava de sangre. Los ácidos, los ácidos fermentan. // No hay llaves que surgen cerca de la boca. Ni palabras cifradas que te salven. Ni masticados recuerdos indigestos. No había salida para el cuerpo, invernadero de la vida, parasitado por los deseos de existencia. Innobles bichos enganchados a las vísceras de la carne.
Puerta de la tarde. Sombras. Espera. Tiempo hecho pedazos, en blanco. Cuando todo se pierde se alarga el irnos. Caen las últimas horas. // Todo indefinidamente. Indefinidamente siempre. Creciente. Regresos crecientes. No reconocidos, otros. Sin viajes desnudos. Otras murallas. Otra lluvia barrera. Otros ojos de agua. // Cada instante apuntalado, junto a los puñales, relucientes de espera, silencio y espera, clavado como el pararrayos mira a algún lugar indefinido del espacio.
gastado en esta carrera,
amargo sabor a fruta y espina,
se apagará la planta barrida cuando florezca,
y antes de morir el viento le hará una plegaria,
llevarán al extremo el uso de la tierra,
inmensidad finalizada acabará en polvo,
hace tanto ruido la nada,
quedarán vigentes las manos,
en su trastorno de nada,
en el vapor derrumbado,
como se derrumba la existencia en agua,
pues si agua somos al agua volveremos.
. ****
Separada de ti corre la noche. Medio plena. Sigue su reto. Grima. Quebrada grima. Quebradas miradas. Mediatizada por el cielo desaparecido, con agujeros negros de mirada, fría explosión sin retorno. Ni vapor, ni muros. Ni tiempo, ni espacio. Deja tirada la materia en el ninguna parte. Barrizal de las espirales. Vicio de la existencia.
Eran tantos presentimientos, recorridos de ojos, evocadores, áreas de los recuerdos, tantos barcos navegando libres por el alma, que parecías tormentas, huracanes, terremotos de viento y agua. Exclusivos de ti de mí. Embarcados sin remos. Semillas de lenguas. Carne de vapor. Y tocábamos cielo, sus puertas, ventanas y más puertas. Y subíamos a sus plantas. Nos perdíamos en sus naves. Volábamos de alas.
Cruzábamos voz y miradas, deslumbrados, enceguecidos. Creíamos en el viento, en el perfume de los suspiros, en el hablar por hablarnos. Gemían los abandonados silencios. Se destrozaron los malos presentimientos. Ya no vendrán las malas lenguas del rencor. Descorazonados barcos navegan en el desconocimiento por aguas de mano de mar. Ya no encuentran llegada, ni puerto, tierra, ensenada.
Suelo sin pasos, ya sabes. Voz sin sonido. Eso es el silencio carcelero que te dice indica lo que no puedes hacer sin que se derrumbe el desastre. En esa presa en que la vida nos convierte, hambrienta de animalidad salvaje, más allá de las casas, sus humos chimeneas, hogar ahogo, del que nunca se despierta.
Clara como los racimos de la hierba. De uvas, besos. De piel, embriaguez, dunas, y tardes y siestas adormiladas, brazos cientos, cierto el tiempo en el amor es perdonable. Albergue que protege del desastre. Deberíamos dormir sin sorpresas, inocentes, en la habitación de las batallas. Ser necesarios al trabajo de la vida. Ahora veo las sombras de las sonrisas. Pero nada importa de esas bocas. Ni sus ciegos silbidos, ni su piel fría y seca, ni su corazón primitivo.
Desde que nunca llamas se oyen gritos dentro de las bocas. Gritos de las últimas noches las aumentan, retuercen, oscura tortura, colmena de breves cabezas, reducidas hasta el núcleo del hueso, entre piedras que hacen escalera. Roja escalera brillante. Como si por ella se fuese el alma en la embriaguez de la nada.
Es el futuro un lejano destino. Tan lejano como lo era tu boca, lugar del miedo. Lejano como los cuerpos perdidos. Perdidos no se sabe donde. Si fueron efímeros como las promesas. Como las miradas respuestas. Como los recorridos de los trazos. Como las agarraderas de los segundos instantes. Como las efímeras demandas siempre rehusadas. Que me quieras. Y llamas. Que suenen los gritos nunca oídos. La ausencia que no vuelve, donde la realidad se deconstruye, quedando fuera del lenguaje, allí donde todo habla mecánicamente solo.
Epílogo. Promiscuo debate mantenían sobre los discursos de amor. Perspicuidad creíamos tener entre cada punto y punto con seria certeza sin tener en cuenta la arrogancia. Quedaban humilladas las palabras cada vez que las obligábamos a rebajarse a nuestro uso. Sin orgullo en las maneras. Sin voz ni sentido.
Epilogo. Luego digo, hablo. Es lo mismo que existo. Y añado pelea a la que las palabras mantienen entre ellas, la realidad y ellas, al menos algunas que cogerla pretenden, y se afanan en ser justas y exactas. Logomanía de la forclusión sufrida. Interminable deriva metonímica. Cuestión de prolongar el promedio de las palabras estadística y la promiscuidad de la promesa de sentido. Porque es prometer, y prometo -si la fuerza alcanza al cerebro- alargar el baile mascarada más allá de la noche que siempre es corta para la vorágine.
Me quedo al abrigo de tu mirada. Mientras miras de lejos como te veo. Boca abierta y lejana, sola, llana y lejana, allí donde llegué de los desiertos. Eras dátil serrana húmeda amarilla y verde. Barrera fría al altiplano desolado del norte, gran puerta al horizonte tropical su espeso viento. Sonaba cabeza loca con turbulencias de geografía. Quien no vuela en avión vuela de papel viejo impreso de biblioteca.
Caminaba pegado a tu nuca. Al norte de los vientos. Por encima de los abismos siniestros. Había violentas rocas miradas sobre los lados del precipicio. Sombras alargadas como manos. Secas hierbas cuyo olor quedaba. En ciertos huecos, al abrigo, cabezas de sombras se ocultaban, espectros de la noche, larvas de la noche como gelatinosas máscaras.
Tuve en el amor tu reflejo plantado en el jardín de tus manos. Amor de campo y cuerpo, a veces, invisible quemado por el ardor de la ilusión y el sentimiento. Invadía la llama entre llantos desesperados. Saltaban las astillas de la coraza mientras iba naciendo el lugar de la tarde, aún esquivo pero contundente. Estábamos a dos dedos de eliminar nuestra sombra. No colaba de cuerpo a cuerpo ni siquiera una mirada.
La síntesis de negro. Las cuerdas del fin del mundo. El enigma. El enigma. Abrazados al aire en cenizas. Amarramos amparados por los lazos del silencio. Rito reflejo como un espasmo del desamor. Amarramos tributos a las hojas de las parras, pensamiento mágico del sanar las roturas de las zarzas ardiendo,... nos condenan al permanente dolor en el alma Infierno.
Donde no sabe que. El corazón se equivoca. Donde pone la sangre. Detiene aquello que encuentra. Allí se extravía. Ignora el dolor. Se hace nido hueco. Me lo dijo. Ya no hay más entregas. Eres tú el origen de partida, el umbral, los pies y la casa. Eres tú los ojos quienes ante el temor se desdoblan. Y la calle, los árboles, las aceras, ese viento sin nombre, ese cielo, esa tierra, me dijo. Pero no hay ruidos que te guíen.
Suspendida la tarde. Queda. Sin mundo de tarde. Parece. Parece visible y dispersa. Cuando se mira desde una silla sentada. Existe como fuego lento. Vaciada de día. Casi sin cuerpo. Casi sin luz. Luz rosada que se convierte. Toma espesor el espacio. Se ralentiza el vuelo de los pájaros. Sonidos graves, pesados, lentos. Se relajan los ojos, el cuerpo, las manos. Van los pies sobre algodones, hinchados. Toma el calor asiento, cama de noche.
Cantar siempre al amor. Colibrí de verano. Vibran tus alas en el temblor del aire. Rehaces tus colores en la paleta de la noche. De desnuda oscuridad y reposo. Contra el muro del fuego. Forma de presentar los pliegues de la noche. Cuántas veces late tu corazón suspendido, patas al aire. Y expulsa la sangre fuera del nido, clara, leve como una pluma, dispersa, sensata, embriagada del éxtasis del más profundo néctar.
Cuando la mano acaba empiezan los temblores de nuestro cuerpo, de nuestras manos, de la leve sonrisa que queda. Quedan los labios en el presente helados. Arrugada la frente del que llora. Se hace presente la distancia como agujero. Desde donde no escapa el eco de la historia de nuestras palabras. Quedan allí como el antes del principio, comprimiéndose en la negación de la existencia.
Llaman tus mejillas la mirada a gritos. Baila tu hombro. Bebe tu boca seca. Que te acerques al ruido que tu pelo produce. Que tus ojos llamen sordos a la luz, a lo nunca visto, al naufragio de la lluvia. Como ver llover el paisaje. Como oír palabras de bosque. Alcanzan tus manos aquello que tiembla. Mientras tus pies aman la distancia. Marcan tus rodillas el movimiento. Y ondulan tus caderas el aire. Cree tu cuello ser un sueño más allá de las pesadillas que se derraman por los oídos.
A veces, tristeza. Se escapa. Como si tuviera prisa, huye. Perruna, de ojos tristes. Quiere hacer el amor con el corazón, engañarlo, convencerlo de que es la única opción. Triste tristeza de cabello hermoso. Carta emborronada de refugio. Universo del luego. Te tengo refugiada en las membranas de los ojos, aquellos que solo ven melancolía.
¿Cómo llegaste desgranada? Con saludo triste como el de ahora. Fuiste un canto a la vida. Con tus párpados de cristal. Para costarme la vida. Y cada vez constato que me la das toda y en recompensa te la devuelvo como estaciones repetidas de la naturaleza con sus inacabados viajes donde todo germina. Tengo que cosechar amor y tristeza, júbilo de nuestra casa.
No tuvo la noche otra música que la lluvia. Noche frutal. Horizonte concentrado en el sonido, en cada gota, suena la chapa, la teja, ladrillo o cemento. Estalla en fuegos artificiales de gota, explosión sin luz, sin sonido. Por un instante amplía el horizonte. Cierra la música como pausa del espacio entre una multitud de otras gotas. Caen como minúsculos transparentes paracaídas cubriendo con su estallido los techos de la noche.
Se borraban las noches. Tensión. Incesante susurro. Terrenal vergüenza. Ya se hizo. Cayó. Cayeron en el mutismo o en la somnolencia todas las palabras separadas de ellas mismas, sus huesos, duros, secos, cortantes. Eran sus fronteras paralelas, vivas y distantes, duras y largas. Aquellas que nos separan por un tiempo del mundo, recelosas de su lugar de ningún sitio. Exteriores, extimias, nunca derribadas ni rotas, a dos pasos del otro lado donde no alcanza la mirada.
La imagen de tu almohada da vueltas por la cama, se esconde a veces en la noche, en tu exagerado cuerpo nocturno. No es un sueño, respondo. Ni un efecto de la oscuridad. Da vueltas buscando respuestas, simples confirmaciones. Noto el calor evaporado de tu espalda, su consistencia. Te verifico. Con mis brazos te rodeo en una curva caricia que no se borra.
En boca hambrienta te tengo. A ti y tu nombre. A pedazos y a cuerpo entero. Te espero por encima de todas las cosas, maravillosas y vanas. Te espero en cada momento, al día de ti puesto. A la salud de tus ojos. A la salud de ti huelo. Ciego y visionario, en ti continuo. Con ti me hago presencia para combatir las soledades, las tristezas y varias incongruencias.
Con nuestra boca de humo. Y el saber de la desmemoria. En el terminal de las piernas. La desnudez. El sinsentido. Hermoso como tus movimientos. Su caricia voluptuosa. Llega al amor terciopelo. Con las traiciones de la creencia. Aquella en los te quiero. Enigmáticas. Estupendas para mi radiante ceguera. Crecían en tu boca enigmas. Mis ídolos sublimados, embellecidos como fuentes con flores. Era allí en tu cuello mi ternura dichosa. En tu pelo adornos innombrables. Muda experiencia en tu cuerpo.
Al fuego suspendidos. Abiertos al aire. No se deshace la vida en las olas. Ni se contrae tu vientre al mundo. Es tu cuerpo litoral de la predicación. De aquellas palabras cosidas. Ni tu boca geografía perdida. Fuimos a todas las cruzadas. Las guerreras por la paz y la vida. Reíamos bañados en nuestra sangre. Bocarriba sobre la faz de la tierra. Llorábamos la destrucción infinita del templo. Allí, en el lugar donde Dios nos confunde con su verdad intransigente.
Sabia oscuridad. Ansiosa en la ruleta rusa. Sonaba el tambor con el aire replicante. De risa reían las manos exiliadas. Seguían los ojos los números cambiantes. Chillaban las fichas. Estaba el color suspendido. Los ruidos ausentes. Parado el tiempo de las horas. Tal vez nevaba sobre la madera del banco. Ni viento ni pasos. Congelado el aliento, germinador de palabras.
Ciertamente, dulce y vestida y espaciosa como un baile. Y miraba tu cuerpo con la mirada de tu cuarto, a ratos, por las ventanas, por los cuadros, mirada de cama, sofá y mesa. Confluían todas las miradas dando vueltas a las formas de tu cuerpo, bailarinas y locas, ofuscadas y alegres. Rodeaban todos los huecos, allí donde no hay nada. Agitadas y sorprendidas, volvían a la carga buscando eso que se busca detrás del velo.
Llamaban nuestros deseos nunca agotados. Traía la fuerza su viento. Sus huellas a las manos. Sus clavos a la garganta. Sin ceremonial, salvajes. Dulce ombligo tras tu vestido. Nuestra boca, ardiendo. Excesivas, dulcemente locas, buscando la savia de nuestro cuerpo. Probaban las vueltas por todos los rincones como sonando al ritmo de desenfrenadas campanas el día de la victoria.
Y fue ayer el grito. Del silencio, el grito. De la distancia y la lluvia. Del vértigo necesario. Estaba desnudo el fuego. Su llama hiriendo. Quemando todo entendimiento. Arrojaste mi arrogancia a la fuente del deseo. Agitado cuerpo de la pregunta. Atormentada fuerza que obliga. Y empuja, martiriza, muerde feroz la carne. Estalla en la potencia de los líquidos.
Como si el cuerpo fuese salvaje. Con sus ritos primitivos de selva. Con sus árboles flotantes. Y hiciese sombra al alma, la débil en la causa. Enredaderas de fibras cercen hacía el húmedo suelo. Echan nuevas raíces impenetrables. Fluyen por ellas la sangre. Se revitaliza como carne. Espesa nube de hojas refuerza su apariencia, hace de él bosque, selva, espesa a la humana mirada.
Por la frente, fuego. Y llorar. Tormenta en el viento de tus labios. Y horas recontadas. No era hora de los deseos secos. Ni del cuerpo fijado a la carne, enredado en las sombras, flotante, marea del no se sabe. Reclamaba el dolor silencio, sin gritos, sin alarma.
Cuando te alejas se cubre la vida, se hace espejismo y tristeza. Un sollozo invade el cuerpo, lo deja caído sin coraza. Llega tarde el aliento, a veces abandona. Va, en su atadura, despacio la mirada. No llega a la luz, y como ciega, te busca en todas las curvas del espacio.
Y si te digo. Tus labios nido. Tu boca devórame. Hasta que salga mi corazón ensombrecido, mi tortura negra de triste soledad, la nevada de mis ojos, el vahído muerto de mis sombras. Cuando ante vos sonrojo invadido de culpa de no amarte, caigo detrás de la espesa nieve que hiberna todo. Cuando a mi pesar escondo las alas de la ternura, te alejas como un campo de espejismo, y una capa de ennegrecida cera cubre alma hasta el horizonte.
No teníamos paisaje ni ausencia, ni marcas del tiempo, ni súbita respiración entrecortada, ni aliento indefinido, ni inquietud maltrecha. Éramos todo garabatos, oídos reunidos alrededor del rumor, de la maledicencia, mal olfato de los corroídos cuerpos, sangre purulenta. Íbamos a vagar con las sombras, por el recorrido de los ojos cerrados, por el retorcido olor de lo fétido, por el corrupto tatuaje de la vida.
Ya que es suficiente vivir. Por muy prefigurada que esté. En la oración nos encontramos. Como cuadros invisibles que nos miran. Fija imagen cautivadora que organiza el paisaje. Ya no nos queda respiro, inmóviles ante la llama vista a través de la cerradura. Enmarcada fascinación. Muda pulsión que hace alrededor del marco el recorrido volviendo en infinitos bucles sin gastarse.
Ermita de la cueva de los recuerdos. Luz de oscura pared del silencio de los tiempos. Suficiente humedad para los reflejos. Goteo, reloj de las cavernas. Contadas las gotas por segundos. Cúmulo de mineral con sus irregulares circunferencias. Tropezaban allí pies negros desnudos, dedos de las piedras de la selva. Solo había marchas alrededor del hueco, boca abierta al eterno retorno. Culminaba allí, el hambre, la vida y el sueño.
Estaban las manos escondidas en los rincones de la memoria. Ancianas gastadas por la humildad. Ermitañas, jardines secos, insuficientes y pocas. Prefiguraban futuros cristales fosilizados, brillantes como la nada, oscuridad del tiempo pasado bajo la hermosa tierra. Ayudaban a sostener el mundo, nerviosos pilares, ocultos y múltiples.
Estábamos escondidos, fugaces, al sentimiento, como agua que no para en frías manos excesivamente delgadas, rezagadas ante la viva vida, y con débil memoria perturbada. Ya despertábamos, a veces, con la claridad del terror, desgastado amo que nos rechaza. Ayuno de la vil vida, subproducto del alma.
En los largos y sombríos brazos de la noche no hay primaveras, sí escalofríos de sangre, derramados pechos, carne entregada al infierno del dolor, vivo dolor incomparable infectado de insomnio, del no me amas, del te amo a prueba de todo, de las corazas derretidas por dentro. Así te doy mi presencia, encogido de temor, de correosa duda, de nunca te olvido. Voy hablando de tu amor con desconocidos, de las raíces que habíamos sembrado, de nuestra piel sin fracaso. Hablando de las sombras de las dudas, del transcurso incierto de los granos, de los fracasos siempre nombrados. Trato de ti despertar en el temor de la fuga, en el romance de nuestra leyenda, en la incertidumbre de nuestras manos. Y ya despierto rezagado en el tiempo como perdido y gastado.
Y antes, y sin amarte, y sin vivido, en la cama sola de las veces, en las mil noches calladas recorriendo el cuerpo, allí donde el poema, a veces calla, y adivina que eran trozos de alma los que suplían al amor entero. Y dicen los recompuestos recuerdos que no han vivido nada. Se desconocen como extraños a la verdadera vida, pasado quemado que arde por el calor del tiempo, se rompen en invisibles cenizas tomadas por el viento.
Se masticaba la noche bajo la niebla. Respiraban locos los suspiros. Contestaba tu cuerpo como una estrella. Y los labios ya no parecían lejanos. Las palabras recorrían nuestros cuerpos. Un instante, un haberte vivido sin amarte, tormento. Cada noche recorre aquello que calla. Pero ahora aprendo del libro de tus manos.
Tus dedos, tus pies, la palma de tus manos, hacen circulitos, grandes circunferencias de calor que acogen, finamente el dulce olor, en tu vientre poblado de temblores, con gloriosos comentarios del amor viaje, donde se mastican hasta los leves suspiros, como locos respiran, ¡qué bueno! ¡qué bueno! sigue sigue, que la noche aprieta sin tregua, como un maná de labios.
Para toda entrega. Corazón, brazos, besos. Juegos de preguntas calladas. Seguíamos las curvas de tus manos. Circuitos de tu piel de pies a cabeza. Sube el calor como si fueses playa. Llega hasta tus labios entreabiertos al amor, labios, lengua, boca. Sube al espíritu tomándolo en largo asedio. Nos queda la placentera rendición, caídos como ángeles celestiales quienes reencontrando sus separados cuerpos entran maravillados en el humano amor.
Cabello al viento. Y ropa. Sin el amarre de las vacías palabras. Desatan la sublime belleza del amor sin malicia. Tierna y cercana te bañas en las olas de los brazos. Navegas por las ondas del calor. Allí, tumbada en su juego. Saltan al lado esbeltos delfines, relucientes pieles blancas. Es la espuma del juego, su bondad en los ojos marinos, de los cuales brotan amantes miradas.
Refugio de tormentas. De desnuda boca. De fondo, a veces, ceniza. Cenizas de memoria de palabras no reconocidas. Crecen en tu cuello de viento donde los nudos se disuelven. Soga de la vida que evita la caída al fondo de las entrañas. Donde allí se ahoga el amor que no se ha dado.
Desnuda boca por donde pasa el interior viento, que vuela de dentro hacia afuera como invisibles alas sin cuerpo, llevando el mudo ruido hacia el diluido espacio. Queda allí en difuso refugio donde nadie nunca más las encuentra. Caverna de tiznadas paredes sobre las que hacen las llamas móviles sombras sin heredar picturales sombras testigos de la vida.
De ti amor y el temblor. Bajo tu mirada. Despierto y sigo por sus prados. Columpio de nuestras manos. Tú, aquella recobrada. Cantábamos las arcaicas canciones del corazón, nuevas, radiantes, misteriosas. Canciones de los lares del espacio, de donde surgías como origen del mundo sin tragedia.
Allí dormida en tu esencia. Voz de lo profundo. Sostén de la vida. Sube un temblor sobre el velo. Se esconde lo anunciado. Hace presencia. Maravilla agálmica para siempre oculta. Fascina, entorpece y causa, llama desde el otro lado al deseo.
Te había encontrado en los ojos de la divinidad. Impresionante revelación ante el hombre ciego. Fruto primero bendito. Esa era tu presencia. Criatura de la carne de los versos, manifiestamente revelada. En mi dormida voz, tu mirada. Sosteniendo el temblor de tu esencia con tus párpados de primavera.
Te alcanzo ahora para tenerte siempre en la vida de la carne, más allá de los pecados de la piel indómita. Mudo esclavo invisible, te busco antes de la muerte. Contigo en esa misteriosa senda empujado por la perpetua despedida. Encontrador de hierba, me orientan tus árboles floridos, fuerza intemporal, como una revelación de la Promesa. Se preguntaba la divinidad, sin embargo, sobre ese gran Malévolo que es la corrupción del cuerpo. ¡Oh, gran desesperación de Tú, divino!
Esa sombra del germen del cuerpo. Ese templo donde nos alcanzamos en la feliz embriaguez de uno mismo. Rito sin fin cotidiano del objeto que nos compone, donde te alcanzo, me alcanzas, nos amamos en imagen, fascinadas las preguntas quedan. Humana divinidad de piel recubierta, adorada, ciego Dios gratuito, promesa siempre del aquí Paraíso.
Corría el corredor de la oscuridad. Tomaba las ventanas y el cuarto, los muebles, el suelo, las alfombras. Cristales negros paralelos. Muros sin alma. Nieve cama. No servían los ojos entonces. Lúgubre circo de noche. Larga calma que arde. Plagiaba la lluvia la ausencia. Un desterrar. Una mirada prehistórica, sin sentido, amenazante. Sombras terroríficas de cuerpos deambulando con incomprensibles preguntas en la boca.
Saliendo de las sombras cuando te mirabas en algún lugar más allá de la mirada, febril del fuego del amor enamorada. Tiritaban las luces. Soltábase la noche. Corría el terreno como ondas de tierra. Volaban tus pies sobre los macabros miedos. Quedaban aún algunos presagios, oscuro cristal de la continuada noche.
Se asombra el alma implorante cada vez que nace una flor. Hoy desconocida. Fuera de si hoy. Ya en el futuro. Ya se necesitan. Cae el amor en el rendido cuerpo a sus encantos cuando apenas florece. Mira de mirada originaria. Ve el lugar de la noche. No de las sombras, sino de la noche plena, febril y reluciente. Ve su lúcido fuego prendido de otra alma, allí donde gobierna el universo soberano.
Eramos fuerzas sin contención. Como aquello que crece y crece. Sin espacio suficiente. Pez sin agua, nariz sin aire, suficientes. Manos dentro de manos, contenidas. Ojos dentro de la luz. Bocas inundadas de palabras, tropicales ciénagas. Crecían raíces fuera del agua por falta de tierra, abarcaban los espacios inexistentes.
Pretendíamos estar antes del nacimiento. En los cuentos del aire. Más allá de la vida, la tumba y el nacimiento. Pretendíamos ser aves fugaces. Flor de un día eterna. Mariposa de todos los colores. Hojas no caducas. Frutos perpetuos. Pero fatales ojos irreales se posaron en nuestra carne. Tornaron todo a metamorfosis. Continua metamorfosis que nunca acaba.
Sumábamos noches y manos, recuerdos que se tocan. Se rozan para hablarse. Escalofríos al caer en el placer. A lo largo de la piel brota. Tiemblan las piernas sin pasos. Estábamos en la primavera de la cama, en el fuera del tiempo. Todo el aire era entonces agua.
Sumas mis noches con tormentos de sueños que no acaban. Recorren eléctricos por debajo de la piel quemando la carne. Son gotas de sufrimiento que nunca se evaporan. Quedan pegadas como resina al tronco del árbol mientras la madera se resquebraja. No quedan ni manos ni miembros unidos al cuerpo allí donde la unidad triunfaba. Hablan los escalofríos de noches frías de Polo Norte en las tinieblas.
¡Acaso no ves los árboles, sus frutos rebosantes de aire, su ropa envoltura trasparente para lucirse en los solitarios campos! Tenían acceso al vuelo de los pájaros, a sus multicolores alas, al respiro. Formaban remolinos de viento que llegaban al transporte de las semillas. Vino así la superficie de la noche, sus largas ramas y raíces, su silencio pincelado por los nocturnos cantos. Llegaban al borde de las casas del pequeño pueblo, a las tapias, a las ventanas y bordes de madera. Se hace el niño encogido entre sábana y sábana, templadas por el descanso de su frágil cuerpo. Y ahí, en ese instante, comenzaban los fugitivos sueños.
Sigo tus piernas y dependo. Depende del aire que dejas, de tu amanecer. Me haces libertad. Sigo tu nombre como las estaciones que clavan mi pecho al aire. Se mueve demasiado esta vida. Me hago tinta para decirte. Se mueven las noches de verano en sus cielos retorcidos. No es el viento, sino caminos. Retorcidos grises de las nubes, a los que llamo para conocerte. Ando sobre sus ramas con tu equilibrio. A un lado, a otro. A un lado, a otro. A cielo abierto, en sus remolinos.
Cruzadas páginas. A golpes de teclas. Febrilmente. Retiradas del árbol, de sus raíces. Todo depende de ellas. Las inquietas aéreas palabras. La cultura memoria en espera del pasado. Los nombres. Aquellos que se anclan en la piedra. Los que duermen en el papel. A veces, se rompen las páginas dejando un vacío irrecuperable. Tuvieron encuentros con manos destructoras, aquellas que son ciegas a las palabras, especie de daltonismo. Las envían al silencio de lo abstracto, a palabras sueltas sin raíces de papel. Vuelan ellas como fantasmas desconsolados, con alma y sin cuerpo, por la densidad del tiempo, gritando amor auxilio.
Amor a ti como milagro
Como si hubiesen olvidado el misterio de las sombras
martes, septiembre 03, 2019
Como si hubiesen olvidado el misterio de las sombras. Distantes del enigma. Creerse otro. En alguna parte dormimos refugiados, encerrados en la triste avaricia, carcomidos por el silencio, lento, lento, como gota de agua prehistórica del encierro. Parecemos manos febriles de desconocimiento, cruzadas a golpe de destino.
En el fondo de sus ojos yacía una fugitiva pereza como esas criaturas, que no siendo de este mundo, los músculos infectan. Tal vez, milagro de la inocencia. Tal vez, desconocida timidez que se hace distante ante peligros imaginarios. Remota e imperceptible distancia, distinta a la real cercanía del corazón. Distancia que ahoga al naufrago de uno mismo, marinero sin tierra, balanceado por las voraces fauces de la oscura profundidad.
No cabe duda. Y todo se cierra. Lenta se cierra la deriva, el tumulto, y, a veces, la tristeza. Son evidentes contracciones que nos arrollan en el vello suave de su dulzura. Vienen después milagrosos pecados a la luz con los fogonazos de sus cuerpos relucientes. Con el fondo de sus ojos nos miran como criaturas de idiomas incomprensibles.
Descubrí tus ojos como una sonrisa puesta al sol, tallo naciente de primavera. Estabas tú con los silencios colgados de la boca, con el nacer de un mundo, manos nuevas transformadas. No vale ya el antiguo chapoteo del líquido ruido, su cuerpo de murmullos contraídos que cierran la vida.
En el baile de nuestras cabezas las vueltas dan vueltas mientras el mundo muere en gargantas ajenas. Se hincha un sol en la orgía de los silencios. Se abren voraces puertas de tiempo ante los ojos de la belleza. Es el milagro de la sonrisa del cosmos. Es el tallo de un nuevo estallido, su resplandor que llega aquí más allá de su muerte.
Manos agradecidas y curiosas, repentinas y nuevas, que desprevenidos nos toman. Ronco silencio de los gemidos, voraces fauces. En ese baile frenético del tiempo, sin pausas respiratorias, huele a vino desconocido que le da vueltas a la muerte.
No se te deriva. No, sagacidad incierta. No se convierten siempre las victorias. Amantes respectivos triunfan. Efímeras victorias de la imposibilidad. Es temprano y conocido. Continuo y temblando. Nos agrava la curiosidad. Avanza. Avanza por lo desconocido.
Sujetados al deseo de mantenernos. El disfrute de la presencia. El disfrute posterior de la ausencia. Los misteriosos cuerpos. El deseo de mantener el placer de las manos. Su misterio. La sagacidad de los dedos convierte el contacto en cómplice, borra lo perecedero. Cómplices astutos sonrientes. Victoriosos amantes de repentinos orgasmos.
En su perpetuo movimiento nuestros cuerpos, errantes hasta que el amor lo une, sujetados al disfrute de ser uno en varios. Misterioso amor que mantiene la natural ingravidez de la búsqueda. Incierta ingravidez, loca de nacimiento, torbellino de las almas que aún no se han encontrado, mitos carnales frecuentemente en acelerada huida, perdidos como turbulentas nebulosas aún sin nombre.
Se asoma tu alma por esa gran rendija que es la vida. Un naranjo implorante. Un pretendes. Fueras ayer y hoy. Un mantén tus manos bellas. Vivas, perfectas. Frescas. Frescas como vagando. Ellas y sus horas perfectas, como una dama. Su perpetuo movimiento. A veces, errante.
Amorosamente tuviste la espera. Esa que se ignora, no sabe de tiempo y es idiota. Pretendía que fuera tiempo, aire compartido con el agua; tal vez tierra de entusiasmo, o tumba, o flor-mariposa, un pez de hojas... de hojas verdes como a veces es la primavera. Pretendiste el torbellino de mis manos secas, una gota de lluvia cayendo, noches eternas; un temblor de piruetas, un alma navaja, de las que rajan las horas.
No cabe esperar, ni el aire de la vida, ni su fija sustancia, ni el ser amado, porque de quererte, te quiero. No tengo ningún recuerdo fijado donde no esté de algún modo algo tuyo; tú, esa tu presencia. Esa tu presencia amorosa, sabia de mi vida seca donde eres árbol del oasis uno, distante en la distancia de arena quemada. No tengo tiempo donde tú no marques las horas tristes y aquellas que la soledad hace amargas. Ya ves que no cabe esperar aunque espero, de ti espero, esa gota que alimenta al desierto.
En esta confusión de ahogo. En tus manos necesarias. Nada es indiferente. Ya no se perdieron las esperanzas, ni la cabeza bajo la luz del marinero faro. Allí estuve esperando la iluminación de tu cuerpo, donde un istmo nos separaba como un querer quererte, como un llegar llegarte, como aquellos que esperan al alcance de la mano.
Dura y dura, nuestro amor dura y suspiros de piel ansiosa. Como si todo fuese principio, y empieza, una y otra vez empieza, late al ritmo de una adorada lluvia. Vestidos están los inocentes secretos, sus manos ahogando las innobles mentiras, entre ola y ola, hinchado viento, bajo el que sucumben.
La ciudad perfumada. Incompleta aún. A veces, rota e interminable como un calculo de la luz en manos de un científico loco, que se escribe cartas de amor con el Tiempo. Y le contesta con infinitas hojas numeradas en códigos increíbles, por su complejidad aleatoria. Toman ambos nocturnas medidas esas noches cuando el frío hace los paseos imposibles. Y lanzan carcajadas con sus bocas congeladas de numerar abiertas a las medidas. Se divierten con sus extraños resultados que no coinciden jamás con las medidas de los mapas oficiales.
Tal vez fuiste otra vez pasado como las hojas que caían una y otra vez, en una y otra, repetidas, en presente, primaveras. Aquellos árboles de tus pies desnudos. De tus desnudos pasos perfumados. Tus recorridos por calles desconocidas. Allí estaban interminables ahora en el presente de la memoria. Sonoros. Como si supiesen a dónde iban, pero no el camino. Incompletos, como cada tarde. Recuerdos de la velocidad de nuestro pasado se escribían en la profundidad del abismo.
Paraban los velos. Y los puentes. Y los puentes levadizos abrían las aguas del olvido. Venían de sus fuentes, de allá arriba, donde el frescor mantiene "vivo" la vida. Comían su falta con trozos del cuerpo, permanente cuerpo, esa carne que nos presenta, nos ama, nos duele, desea. Sus ojos ... son pasillos dispersos que se confunden en ninguna parte. Alrededor de su voz fluye el pasado, hojas muertas que fingen verdor, vida y verdor, llaman con sueños, espejismos de la memoria, y gritan sin alcanzar el canto, que adoran por olvido, aunque aún tienen reminiscencias de las que comen, rumian, toman sitios sólidos para tomar consistencia, aunque, a veces, poco a poco se desvanecen.
En un lugar vivo. Me desposee. Sin presencia ni pensamiento. Deshabitado, huella volátil, sin urgencias, ni duración, ni hojas de noche. Larga era la grieta. Del espacio de los ojos. Febrilmente dispersos. De ese oculto mundo que nos habita. Sin belleza tocado. Instantes de veneno. Vuelo del olvido.
Me he dicho un lugar, que hablar de sol y sombras, se mueven al aire de luz, regalos de ruina y memoria, lugar del lagarto jadeante de gris piel costillas marcadas, que inflan de la respiración el aire, o verde de lagarto verde, verde sol de una tarde espesa, que es hora de siesta tonta y callada, calla niños imaginativos e imaginarios, que huyen de las camas de suelo duro como el sueño que se niega, y corren o andan, según su vivo o pausado comportamiento, entre los bajos árboles de la amplia huerta donde a veces definitivamente se pierden.
Y nuestro futuro se hace boca. Nos ama para devorarnos. Eso dice. Nos regalaría vida si no fuese egocéntrico, malévolo, maniático. Aún no tiene memoria ni recuerda sus oníricas promesas. Lo dicho: parece un dubitativo malhechor. Nos ama con su sutil indiferencia. Tira de las cuerdas que él enuncia lazos del Destino. Y miente. Siempre miente como aquel que cree en sus gloriosas mentiras.
Y este amor de boca y alma nos tenía en vilo vida. En vilo vida a veces, a mucho, a todo. A todo te amaba, borraba, recordaba y volvía a hacerte carne viviente. Y amaba y amaba como el que con ti todo ama. Todo en ti ama y ama como al que todo le queda por vivir y lo ama.
Aquel misterio. A su servicio. Al enigma sin frenos. Eran nuestros desbordes sagrados. Nuestras dependencias, suaves. Y cualquier relación nos habitaba, sin amnesia del ser. Nuestro rostro resuelto brillaba. Nuestro refugio, desgarrado ya, se declaraba insolvente. Al parecer, a mi parecer, nos declarábamos para ambos presencia, urgente presencia.
De tu cuerpo excitado y desnudo. Recuerdo noches. Otras noches. Como para recordar el sudor de tu cuerpo, abierto, sin pérdida, a la memoria. Y perduras. Y perduras sin faltas en el pasado, en el presente cargado de pasado. Y manos, imagino, no ocultas, supervivientes, diferentes en ti, en mí, a veces, perplejas, como aquella primera lectura de los desconocidos trazos en los papiros de la memoria. Perduras. Perduras en aquella cueva de tu cuerpo. El tiempo impaciente. Sobre sus ganas. A corazón abierto, más allá de las ruinas. Te alcanzo. En tu soledad, te alcanzo. Soledad entre soledad. Pero aún no eres invisible. Un mundo de detalles. Notas sobre tu piel marcada. Te reúno con mi vida, aún si no sonríes te pinto las noches. Para leerte. Para gemir con la espera, se está quedando sin piel, sin agua. Abarcábamos las noches, bordadas de tormentas. Misterio. Prefieren ser suaves. Para servirnos enteros. Habitados de manos sin freno. En algún lugar, alguien. Cerca de ti, te ignora, te desconoce. Posa en tu vida como una provisión desconocida, segura, que sujeta el agua. Y allí, en la misma, vuelves tu cuerpo perfecto. No puedo entrar ahí si me ahogas, si nadas más allá de los bordes. Desapareces como alas. Y llegas a un viejo tiempo del olor a huerta. Con tus ojos y callada. ¿Dónde estabas entre lo verde? ¿O es un truco de la memoria? Y te pareces. Entras en la fascinación que me hizo. Yo, mi yo sin saberlo. Se había quedado con un lugar de tu piel y mano, y dedos ignorantes. Fascinación de cara y cuerpo. Te encuentro. Y apareces en la semejanza. Captados mis ojos, no soy y soy aquello que ignoré, y ahora encuentro, me arrebatas, me pones a la deriva de la mirada, y yo mudo sin saberlo, preso, cautivo, aún en el movimiento, marcado en las trazas de mi Destino.
Cada vez, cada hora. Una cortina de humo surge entre nosotros. Nos espera. Nos tumba sobre falsos recuerdos que no llegan. Mientras, recordamos en vacío, desnudos entre la noche. Y si vas a venir y perduras, más valdría limpiarnos de sombras, hacerlas correr por el agua, patearlas, destrozar su duro esqueleto como a un animal arcaico, que debe desaparecer en el vacío de los tiempos.
Conocíate. Me confesaba. Hablaba contigo siempre, respirando y en sueños, incluso en el leve delirio de las moscas. Eras así suave, una noche de espera, cada vez que el corazón y el cuerpo hablaba. Te amaba como a los bellos recuerdos que nunca callan, con sus temblores, lavas y fallas.
Decidíanse todos los delirios suaves como la fresca mañana. Volabas tú. Volvía de pronto la noche. Desaparecían todo los pájaros de cielo. Volvía otra vez la luz con el anterior amanecer. Daban vueltas locas al revés las agujas del despertador. Primer cigarrillo, segundo cigarrillo ya fumados. Mismo sabor de boca de la misma hoja de tabaco. Sonaba la lavadora con las mismas revoluciones de antes. Una familiar extrañeza. El desayuno preparado aún no lo estaba. La ropa puesta volvía a estar en el armario. La rama que había crecido estaba anunciándose.
Allí van despacio tus ojos. Ven, sonríen en la suave noche. Conocen como si hubiesen vivido toda la vida. Y ríen con la pureza de un riachuelo. Era una suave siesta por la que corrían los sueños como niños. Brincaba, hacían piruetas de circo, sonidos de pájaros locos y algunos nidos de especias. Tuve que contener la respiración para ralentizar el sentimiento de vida, calmar la fuerte felicidad que me desbordaba, y recoger un soplo desconocido. Fue entonces súbitamente cuando tuve que admitir que habías entrado en mi vida.
De tu vestido veo la fina costura. Y tu hombro reluciente. Allí posa mi mirada de ti la avaricia. Ojos barcos navegantes de tu cuerpo. Veo puertos de placer como si fuesen islas. Sonrientes islas aventureras de piratas. Se posan allí mis celos del placer de otros que toman tus puertos en sus viajes a ninguna parte. Quise tomar sus tablas, sus vientos, sus alas, en aquella hora donde dice la tarde «ya es tarde».
Rápida y trémula como una despedida malhumorada. Habida cuenta de. Es posible que. Que todo empezara allí. En aquel susurro. Susurro de temblor y luz. Calma aumentada. Rodeada de todo lo formidable. Tú, lo sensible. Que captabas el alivio de la lluvia más allá de la ciudad de plomo. Sagrada y peregrina. Transeúnte con el gran propósito de la vida.
Disminuía la voz en menos, a pesar de su peso en la garganta. Era un ruido de amarilla angustia de cieno, como una luz retenida que pretende salir a la fuerza, atraída por los frecuentes ruidos de la calle, rápida como una respiración agitada. Se volvía, a veces, sorda como una amenaza cuya presencia enigmática recuerda lo ominoso.
Pálida como una calle. Intensa como el estruendo de la tristeza. No empeora el frío ni el equívoco. Inmediatamente se abren brechas de luz y reposos sin helados sobresaltos. Fuiste el sonido de todas partes, grande como una lluvia que cubre hasta el horizonte. Sin el ruido de la angustia. Sin la sordera de la desesperanza. Respiras como ecos que salen del pecho. Y empezabas allí como todos los puntos que se expanden.
Nómada inmóvil que abdica a cada paso. Un manto de grandes sueños de suelos regios. Mosaicos de zapatos ante millones de cámaras móviles fijadas en la espera. El tedio. Tedio en caída escalinata de minúsculas escaleras. Rebotaban las miradas sobre impares escalones de barata chapa de sueños. Como el que pisa en clásico vacío pisando miedos de esponja. Sale un perro furtivo de la noche huyendo de varios escombros orgánicos desprendiendo olor a nausea.
Como leo suelo y veo tierra. Y espacios sólidos y dispersos. Y veo tal vez en mí a mí con la gran sorpresa de las sombras. Pesa la solidez del camino. Pesa. No hay astros esta noche en declive, ni señales de suelo, ni ruido espeso de olas. Abdican los mosaicos del tiempo. Cuya miradas sufren del sin límite, peregrinas errantes a la deriva.
Para después reír. O llorar del viaje. O volverse imposible. Porque buscábamos la causa del dolor. En ese pecho que sabe. En esa presencia de hogar. Me acerco. Miro. Pasos. Huele a tarde, tal vez. O a siesta de sol espeso. También asoma la ventana en su puesto de casa: ojo que todo lo ve, en su cabeza silenciosa. Tal vez el roce del viento o en su forma de aire le diga rumores al oído cuando se engalana con su fino vestido de seda. Va despacio con sus ojos bailarines de miradas. Y ve como se acaba la tarde en sus manos de madera.
Con tus labios en mi pecho, dime. Confuso, se me enmudece. Toma la vida cara «de yo no he sido». Dónde tenía la cabeza la belleza? No se la busques, está en el sopor. Virtud ajena que nadie conoce como esos secretos que no han sido nombrados. Así como de todas las carreteras nacían campos. Campos de viajes sin gente, ni sueños, ni causas del dolor. Emprendían los viajes sin puentes. Viajes imposibles para la ausencia.
Dos en su soledad. En la soledad del aire. Perdidos entre rumores de viento. Encendidos de pérdida. A gritos de ojo. Se relamen los instintos. En sus cuerpos evaporados. La voz de sus pies toma espacios. Sus cuerpos llevan viejas lenguas arraigadas en frutos delirantes. Caminan hacia adentro de sus cuerpos por detrás de su ropaje.
Venías de la vida y de las horas. Testigo de aquella noche donde los magos son terribles. Nos inscribieron sus noches mágicas y ocultas como brújula para el que no se pierde. En aquella confusión nos quemábamos. Ardíamos en la confusión de los locos, convertidos a la sutilidad de las manos. Tomábamos el agua agridulce de sus bocas, nocturnos en todas las rupturas. Eran cartas de aliento continuo, donde se mezclaba nuestro destino como la magia con la vida.
Y perdidos en la noche, esas desconocidas, que pasan entre los dedos de la buenaventura. Ya estabas desconocida. Y triste con pedazos de palabras. Que cortan a raja tabla los sentimientos. ¡Qué lujo, sin embargo, tus ojos! Con cara de amor me cantabas. Pero no pude evitar oír los gritos que la desesperación murmura en la parte posterior de la boca. Como aquellos perdidos antaño en el recoveco de los sueños. Ya estaba remota pereza. Ya entrelazábamos las manos temblorosas entre horas y horas como testigos. Para ver... para ver ese relámpago que yace en tu alma.
Vuelven los secretos en su larga noche. Abre su magia puertas en la niebla del dormir. Doblan las campanas del silencio. Verifico a veces que no estás ni en la luz ni en la oscuridad, ni en todas las palabras tristes por mucho que ellas esperen en tu boca. Eres así desconocida, absoluta, sin salida. Aquella que entre los pasos caminas a dos dedos de la absoluta ausencia.
Quisiera discutir de noches disonantes. Paso a paso, como pasan las sombras. Sin ti, sin posibles. No fuimos hechos de arrepentimiento, ni de esta tarde, ni de ayer sin cifra. No fue fácil recordarte entre tanta niebla y duda. Ni tu nombre perdido en tan larga noche.
Baile denso. Furia. Palabras como notas vibran al ritmo de la vida. Y hablarte y amarte mereces. Y confianza. Baile convulso del hacerte. Pecho con sutilezas. De repente liberadas ante los ojos de la pasión devoradora. Y la voz, con sus infinitas preguntas, ríe en los te amo. Amor ventana, amor árbol. Amor noche en pedazos. De fiebre aferrada a las manos. Quisiera deducir de ti las sombras restando su pesadumbre.
Y tal vez. El nunca y siempre, excluidos. Como para hablarle a las paredes de tu cuerpo. Obsesión. Obsesión que no frena. Porque hueles, en todos los sitios hueles, hueles a ti, a ti huelen. Y con tu imagen marcas el espacio a cada tiempo. Paralizas mis pasos. Miro. Te veo. Siempre te veo. Allí, allí estás. Y respiro como se respira en los sueños.
Bailabas en primer plano. Tus pies danza. Tus brazos viento. El movimiento de tu rostro. Movías el espacio. Lo ondulabas. Tu vestido y sus círculos. Tu cuerpo haciendo un hueco; asilo para el refugio. Y hablarte. Y quererte. Y miradas. Se hizo tu vientre de un recogido dolor. Allí donde yo estaba. En pose de quedarme. En ti para siempre.
A la raíz de la tristeza. De tu boca, tristeza. Divina cuando duele. Así, como cuando vacilas al decirme te amo. Y sin querer me haces recuerdo. Caen trocitos de orgullo por las escaleras. Confieso que así desnudo me encantas como un querer prohibido que amenaza con precipitarte. Así como se precipitan nuestros cuerpos en las salas de espera de la cama.
Y le enseñó la vida ignorante lo menos posible. Y no es un cuento de Navidad como cualquier otro historia de la vida. Y esto quedó. Verdina azul de los caños abiertos sobre las paredes. Otros mezclados con verde jabón tras pasar por la vieja ropa tiesa y sudada. Un ácido olor. Un espumoso riachuelo. La vida de la piel desprendida flotando hacia el atajo del camino. Fuera verano o invierno siempre corría. Corría al lado de zapatos mudos, sin su consentimiento; y era este uno de los caminos de aquellos pies que nunca llegarían a ninguna parte, a pesar de haber recorrido todos aquellos que aparecieron en cada final de las esquinas.
Como cada hora. Así como la piel habla, así pasan esas horas. De tu voz, de tus hombros, de tus mundos. Allí reluces. Y dueles como el dolor de la tristeza. Más allá del amor propio traicionero. Del orgullo que no entiende. Luces como una confesión auténtica.
Desordenado y blanco. Es la ciudad. En ella, allí. En la ternura de su futuro. Allí, en su misterio. Al borde de eso que no se ve. Allí, paseas como si nada. Silenciosa y desafiante. Paisaje del amor que madruga. Cuelgan los árboles del cielo azul. Como horas impertinentes. Como piel vegetal que marea.
En esa parte ciega. Y de repente, ansias. Ansias desbocadas del cuerpo. Como citas de entusiasmo y de ti. En desorden como una colmena. Como un campo de flores locas cantando a la vida, al futuro de cada hora. Es allí donde te veo como el brillo que va de pétalo en pétalo.
Consejera de mis ojos. Bienestar de mi garganta. Mi secreto. De repente me toman tus ojos, tomo nombre y existencia. Ansias de ti. Desbocadas y locas. Como un ojo ciego hambriento de luz.
Oculta como la sombra de la Luna. Como sus llamados a la noche. Los saltos del espacio. Espalda de lo oculto, de eso que ignoramos y nos come. Fue la bienvenida de tu boca, carne anticuaria de lo valioso desconocido. Por ti. Por la fortuna de tus crujientes dientes. Por tu piel tersa, aquella que me ama sin conocer las palabras. Estuve, a veces, en tu garganta sobrecogida siendo alma de insospechado vuelo, mágica como una mujer a quien no le apetece las sombras.
Y tú y yo en acuerdo con el mundo, la vida. Cada día creada. A prueba de la vergüenza, del mundo sin sentimientos. Nos hacíamos fijos de la causa. Cuello alto y relajado. Íbamos como un sonido fugaz y sedante. Manos a la obra que disuelve los obstáculos. Sin darnos cuenta bajo nuestros vestidos, ropajes de la apariencia, nos llenábamos de palabras temblorosas. Piel dilatada que acoge al mar. Ilusiones. Hermosas caminatas donde la sombra brillaba.
De tal cuerpo, tal sombra. Y sus caminos. Y sus salidas hacia el mar. Sal de las blancas cicatrices. De la puesta a acuerdo con el sufrimiento. Ya bastó suficiente carga, y el dolor se apacigua. No me diste solo el amor sino la vida; el acuerdo con el mundo, la receta. Cada día conviertes la sospecha en superficie, más allá de los subterráneos laberintos. Puesta de largo de todas las noches turbias.
Luego, pues, existes. Y tus palabras existen. Y largas como una luz creciente. Tu herencia. Ese movimiento que nace. Demasiado tiempo viví sin. Descubierto. A pelo en la vida. Cubren tus brazos la vida. Sin incertidumbre. Y entiendo las ondulaciones de tu alma. Las pulgadas de la bruma de tu pecho. Sobresalen sobre las sombras del camino. Blancas como un acuerdo. Sin cicatrices.