Es la vida un mundo de enjambre en desequilibrio. En el mundo paralelo del amor aterriza la vida en picado. Y tu vestido lleva dentro la lluvia. En ese lugar nada sufre, todo es ilimitado. La lengua del deseo crece. Crece la potencia. Crece la sed de tus manos mientras tu alma participa en el milagro.
Amor a ti como milagro
Mezclábamos nuestro lado invisible bajo el disfraz de la piedra
domingo, enero 29, 2017
En la oscuridad no se hizo nada. Allí teníamos una visión borrosa. No se hizo lo vivido como una vida extra. Nos quedaban las palabras como aduanas prohibidas. No había túneles para pasar al otro lado. Nuestros ojos se miraban a través de las alambradas, aturdidos bajo el sol del desierto. Mezclábamos nuestro lado invisible bajo el disfraz de la piedra. De hecho, la lluvia nunca llegaba.
La rama sostiene al bosque como los recuerdos a la vida. Tus labios paseantes ocultaban mi exilio. La claridad de tu boca siempre fue para mí un misterio. Nos mojaba la sonrisa de la lluvia. El aire se hacía, a veces, espeso. Nos convertíamos en la desnudez de la cama. Quería recorrer la languidez de tus lágrimas, pero nuestros cuerpos quebrados nos hacían dolor perpetuo.
Impulsándome a la superficie de tu piel, entonces, descubrí tu sombra. Me ofrecías la parte de ti más desconocida. Desenroscaste mi ceguera. Abriste agujeros en mis manos, y de la duda un germen. Eras nueva en tus gestos eróticos, nueva como pasajera de otra cama. Tuve que reunir todas las fuerzas para no explotar como la dura corteza de un árbol longevo. Me sostuve en mi creencia para no tomar en serio mi propio espejismo. Me sostuve con duda. Transgredí los límites de la razón. Y seguí amándote como si hubiese entrado en un sueño.
Mis manos usadas de tanto manosear el recuerdo terminan gastadas, por golpe de piel, por ejemplo. Pienso suplicarte para que me empujes a la desesperación. Me atormentan tus manos ausentes, tu sonrisa, su locura. Estábamos en la última culpa cuando te fuiste. Me viste gritar, ¡y nada! Me viste pelearme con las paredes, ¡y nada! ¿Dónde se esconde tu voz y tu presencia? Impotente termino con mi vida y muerte. Te llamo como al metal, sin saber quien soy. Todo está lejos, ahora. Cautivo quedo en este cautiverio sin superficie ni sombra.
Mis brazos te recuerdan. Tu imagen aún me salpica en la cara como el fango de una tierra ausente. Se ahoga un socorro en el dolor y en los desechos del silencio. Ya sabes que tengo las lágrimas vueltas, borrados los espejos. Me niego a temblar. Me niego a todo lo que se desvanece. Me niego al golpe de lo que no ha sido.
Y te preguntaba cualquier cosa para que me hablaras. Resultaba entonces una celebración en cadena. Estábamos locos haciendo sonar los tallos. Y el fluido hacía ecos. En el abismo de los viajes comíamos distancia. Flotas y te quiero. Te quiero de brazos, hombros y mirada. Y si te parece, «agüame» el regreso.
En el inicio y en el cantar del recuerdo se hicieron para nosotros las vueltas de la vida. Estaba decidido a amarte por el empuje de la pasión. Habíamos encerrado los miedos en vuelta y media. El mar dejó de ser un infierno y la playa un cementerio. Fue ayer cualquier hora. Fue ayer una pregunta. Y por que negarlo: resolvimos los pasos que nos alejaban. Nos amamos como los que creen, inventando el calendario. Pusimos orden al Tiempo y celebración al cuerpo. Ya no esperábamos cualquier cosa sino la celebración de la sal de la vida.
En esta vida la plenitud de la apariencia hace reino. Y fue el primer día. Y fue el primer beso. Y fue la envidia. Llegó el deseo cantando como un recuerdo olvidado. Tomó ojos el instinto. Y un asistente ciego nos llevó de la mano.
Encendiéndote la noche y el movimiento y el beso. Es tarde clara y fuerte tiempo. Es precipicio extra de nuestros nombres. Voy a abrirte las ventanas, tus aguas profundas, y todo aquello que en ti se abre. Quiero producir un efecto oscuro en tu memoria, un cambio de tu cuerpo crítico. En esta plenitud del eres diferente, voy a borrar todas las diferencias que alguna vez nos alejaron.
El tiempo se nos rompe entre nuestras manos contradictorias. Es natural: queremos fijarlo; queremos hacerlo según nuestras visiones. Y tú, mi dulce espejismo, ya no eres tiempo. Te fijo con mirada oblicua. Te hago inevitable. Te hago misterioso beso en el que resucito. Te enciendo en la negra lámpara del recuerdo para hacer de ti ventana. Eres mi idea clara de la sorpresa, la fuerte mira del movimiento. Y si ya es tarde para la carne, me conformaré con el olor de tu cama.
Te traigo, amor, la apertura del tiempo, su rigor y movimiento, su espera. Cae mi boca sobre tu boca como un segundo, esparcida y concentrada, alegre y silencio. Pensaba hoy detenerte un poco y romper juntos la vida que no espera. Es natural e inevitable, tonta y contradictoria, con sus visiones cruentas de lo que sentimos.
Su memoria se puso en sus ojos. Su cabeza, a veces, a lo loco en tu boca. Y me pregunto si vas a volver con tu boca de agua. Si lo haces, te pillo la palabra. Y en ese movimiento de aferrarte de nuevo, te hago vértebra de mi vértebra, hueso de mi hueso.
No puedo amarte como otro distinto; no está en mis manos, ni en mis pies ni en mi cabeza. ¿No ves, amor, que no cambio, que soy yo como el de antes? ¿Qué has hecho para olvidarte? ¡Tantos años fuera de la órbita de mis ojos que ya no me reconoces! Desapareces como el que no dice nada, como aquel que pierde la locura y ya no ve, sin cabeza, sin boca, sin preguntas y sin palabras. Te pillo, amor, con la boca llena de olvido.
Me gusta verte en nuestra estancia de agua, verte otra, y la de siempre. En tu rostro camina la noche; y el día, a veces, se maravilla. Te llama la noche. Sonríe el día. Salta tu esplendor a la vista. Y las tristes sombras toman coraza.
Si estuvieras en el amor de cuerpo y cara, de emoción permanente, sería eterno el árbol de la puerta. Me gusta verte sentada bajo su sombra mientras el brazo alargado de su rama te roza. Y ese agua que bebes. Y esa escalera del parque que a veces miras a lo lejos. Me gusta verte anestesiar el tiempo, tomarlo en tu mano y hacer ovillos de lana.
Si fueras árbol o agua, o la sabia que corre por sus brazos, serías fluida emoción que me hace. Si estuvieras aquí como espacio serías la corteza que me sujeta y la clorofila circulando por mis venas.; serías la madera de mis muebles, mi techo, mi salida. El agua roza por tu ventana; pareces tú pidiendo al cristal que te acoja. Miro, un momento, a través de ti, pareces luz que me habla, calle que me llama, espacio abierto de tu alma.
Hicimos la insaciable noche. Le hicimos una boca perpetua. Yo me llevaba a tus manos. Me arrojaba en tu lengua. Y salvajes, nos confesábamos en la oscuridad. Ahora gritan las paredes. La vibración del calor desuella. Mis brazos están pegados al silencio. Mi lengua muerta.
Mi bella desconocida... El ángulo de mi vida. En ti reposan todos los troncos secos del desastre. Vendaval de desnudez. Ventana de las hojas rojas. Luz del cielo reencontrado. Noche del tiempo donde estuvimos inmersos. Tú, mi presente, eres la fiesta de mi boca, el nervio de la soledad borrada.
Todos los miedos hicieron tormentas tropicales y abundante colección de fantasmas, un canto tropical de pájaros locos. Creyeron que sus plumas multicolores los hacían dueños del aire, amos de la tierra, amados de los árboles. Y vino por aquel entonces una creación definitiva donde ellos eran puro ornato, trastos de museo de cera y objetos de taxidermia.
Nos sorprendió un día lo siniestro en el fondo del amor. Desde fuera conmovidos mirábamos con horror. No creíamos en su existencia. Pero sus alas incomprensibles parecían tener vida eterna. Te miré sorprendido por tu vecindad. Me miré allí desconocido. Un profundo miedo puso ángulo a nuestros sentimientos. Fuimos por un momento apresados en el horror.
Ella y yo tenemos dos o tres o más palabras confusas, una chimenea, un patio, una almohada y la piel; y el ombligo de los sueños. La llamada de nuestros ojos coincidían. El enigma se abría en la confusión de las mariposas. Lo siniestro adornaba las calles fuera de la puerta. Y el miedo era neblina corta de la mañana.
Murió su mirada cautiva como una hoja seca tras la tormenta aplastada por la pesadez del aire. Ahora las nubes cortan las torres del silencio. Y en el vértigo, la niebla ciega los ojos antes vistos. Hacen callar las mudas aguas que ya no coinciden con nada.
Me olvidaste como a un nombre de piedra se olvida. Después me tapaste con la duda y pusiste el candado del secreto. Pasa la oveja negra del amor balando con lengua del Infierno. Va derecha a la hoguera ardiente del holocausto. Entre niebla y niebla sus pezuñas se derriten dejando una mancha perenne en la tierra.
Y el amor en su desnudez es ceguera, ceguera desnuda de ojos ciertos, desproporcionada criatura de los fondos marinos del alma. El amor es ver en definitiva el secreto, el secreto de no estás allí donde te busco. Me arrastro en mi desnudez boca abierta a tu boca en el acto de encontrarte, criatura.
Amada quemadura ¡qué olor tan bueno! A carne viva, a duelo. Y en esta parte donde te estás quemando huele a la piel de tu deseo, a esa dimensión de tus manos donde lamo mis elogios. Ansioso y agitado voy presto a tu amor amado. Amar como un ruego me cruza la boca, me hace playa y arena de tus labios. Allí, desorientado, me desnudo, me hago criatura de tu deseo.
Mi barullo de lengua dando vueltas
Las cortezas de los árboles hacen el silencio
domingo, enero 01, 2017
Cuando las cortezas aparecen se hace un árbol del silencio. Una sosegada tarde anuncia la noche. Un ayer se hizo hoy. Y el mañana... ¡quién sabe el mañana! Un hermoso árbol se hizo silencio, y una fuente agua potable, y tu mano, mi pecho. Un debo dormir se pierde como un pájaro perezoso de la noche. Un desecho de vida se pierde por el olor del desagüe. Una identidad amada se quema. Y la carne viva es ahora atentado.