La distancia es un sueño que las letras rompen. La distancia escrita siempre con torpeza. Y mientras las casas habitan confusas como ecos de memoria. Los paisajes son leyenda, las fronteras historia. Ya es imposible vivir en tu juego de manos, en el más allá del olor de tu cuerpo. Ya son imposibles los refugios en decadencia; el olor a soledad se lo ha comido todo. Tus ojos son el paso de la espera. Y caigo obtuso y obsceno en tu cama sin brillo. Es allí donde diste tu último paso antes de salir por la puerta de mi vida.
Amor a ti como milagro
Venías recorriendo el último verano como la espuma de la espera
miércoles, julio 29, 2015Y el gran pan cotidiano sabe a piedra, a piedra de laberinto subterráneo, vencido, vencido por el prisionero insumiso. Pero tú sabes a pan de agosto, a mañana, a horizonte. Pero tú eres el atrevimiento final del verso, su color vivo. Venías recorriendo el último verano, la espuma de la espera, y llega el mar insultante, a traspiés como dijo el poeta, y ya espera en nuestras manos media tarde como un azul instante, como una ciudad de bosque.
Amor a ti como milagro
Sí, he sacado de tu boca la distancia como una siembra de palabras
martes, julio 28, 2015Sí, he sacado de tu boca la distancia como una siembra de palabras y las voy a plantar en un campo nuevo, con tierra reciente, con mucha agua. Y se hizo el silencio a base de letra, semejante a una construcción vencida.
Solo se puede salir de la descomposición del libro, de la carne, del amor, del aire, de la frecuente distancia, de lo que es fecundo. Solo se puede salir del pie de la página, de los ritmos cortados con tijeras de aire, de lo que está desgranado, de lo que baila, de los dedos, de lo que saca bajo la manta el viento.
Déjame desaparecer en tu boca, en esa cicatriz del tatuaje. Y en tus ojos tan predispuestos a la espera, y en tus sueños de lluvia, nos viene una espera negra. Distante, sí estás distante como un continente desaparecido. Allí no hay ruido de gota, ni palabras derrumbadas, ni huecos de calle, ni nadie, ni nadie. Tengo la creencia en el fondo de los ojos, entre puerta y puerta. Tengo el horizonte sentado sobre el escalón de la puerta. Sobre las estanterías los libros fecundan hijos de madera, árboles secos que hacen sombras sobre el suelo. Y tú distante. Y tú frecuente. Y tú origen colgado sobre el desastre.
Las dudas se enmarañan; eso es el laberinto. Y mientras las alas del pájaro de sangre hacen nidos en el aire. / Temo a la corrupción de la noche, a los ojos preparados, a las bocas de los libros que hacen huecos en sus vientres. En las cicatrices de sus estómagos acorralan las heridas. Trozos de manos, restos de uñas, desechos se digieren. Desaparecen bocas besadas en el espesor del ácido; se convierten en tatuajes, marcas internas del olvido.
Me tienes en la mejor de las ausencias, ahí donde el viaje es imposible, donde estuvo el tiempo en espera / allí donde nadie se explica. / Sí, la espera es como una tarde donde se esfumó el tiempo. Entonces, la lluvia separa las calles / cuando dos son recuerdo. Colgaban de las ventanas las dudas como trapos sucios, día y noche. Y mientras, mis escaleras eran un laberinto. [Estábamos en un callejón sin salida, porque no había salida ni callejón.] Salir no me llevaba a ninguna parte. [Sí, calles, más bien nocturnas. Calles de gente con sonrisas extrañas, «gente de calle» apilada.] Volver era como la amenaza de la cueva. [Un laberinto de puertas, silencio de maderas. Unos platos rotos, gritos, gente hablando como discos continuos. El sudor de la noche pegado al pasamanos. Las rodillas dudosas. La respiración que tomaba el lugar de la palabra. Un te voy a decir cuando vuelvas.]
Quiero ser tu parte dormida / para participar en tus sueños. / Pero que sepas que de mejores ausencias he vivido. Pero en esta hora, en este escalón del tiempo, aquí, donde todo está conforme al instante, aquí, te digo, no se habla de ausencias ni de silencios.
Al abrir la despedida nos encontramos al malvado silencio de lo que ya no existe y fuimos. Entonces, en nuestros labios disimulados, corrió la duda, corrió el tiempo dormido sobre las horas secas.
Por mi casa solo pasa el tiempo de tus manos, el tiempo presente de tu mirada. Y en tus ojos presentes, hoy es el primer día. En esa grieta cada mañana, se desliza por nuestras lenguas un invierno en su dimensión de madera y noche.
/ ahí te leo.
Llámame nudo desconocido. El cazador de hormigas transparentes, hormigas de lluvia. / Arden las murallas. Arde el mar que ya no existe. / Te llevaba en un «te creo», en la verdad de la hoja, en el precipicio del pasado. / Y te busco, desmedida, / malva del tiempo, en el precipicio de las horas.
Donde tú dormiste se hizo una sombra / se hizo ceguera /
Donde tú dormiste se hizo ola de silencio / nacieron ojos muertos...
que me miran, que me rozan.
Donde tú dormiste /
se hace casa, se hace nada, se hace siempre presente.
Pero antes, amor, antes del olvido, recuerda esa parte desconocida que fuimos.
Todo lo que dijimos, amor, son espejos, menos aquellas partes que quedaron dormidas. Y mis lágrimas dejan sombras sobre tus mejillas, y cegueras / y ojos muertos. / Pero antes, amor, antes del olvido, nos arañábamos las salidas.
Se abre tu presencia, se despliega como una mirada, se extiende por todo mi cuerpo,
y tú y tú, inhabitada, me pasas al olvido... como antes del amor, como antes.
A veces deshojo el árbol de la existencia. A veces se me abre tu presencia, se me despliega la mirada / y he visto caer tus palabras solas. Ya sé que pasaré más allá del olvido, pero antes, recuerda que fuiste mi parte desconocida. Pero antes de que los límites caigan, recuerda que fuiste «allí donde todo se oye».
La cuchilla de la espera corta el silencio / tenías la boca como un invierno /
la tristeza del Lucifer de la vida / la pena del que está solo en su Infierno
con los cuerpos incandescentes / rotos de deseos / «avívidos» Y así, así, se va
la noche por los agujeros de la Tierra
Eres mi salida, mi ceguera, / mi dimensión del tiempo, mi presente, mi existencia, mi desplegada mirada. Eres el pasado del ruido, el deshoje de la vida y su florecimiento. / Y, a veces, aquí sentado bajo el árbol de la existencia, eres la mirada que cae por encima del olvido.
Por aquí corren las fuentes, abatidas y huérfanas; y gritan, y cantan, y toman al amor como al viento; y caen las noches / haciendo nudos de ceguera. Por aquí corren las fuentes como centros del mundo; y son aire de agua, gran viento, el presente desplegando su mirada; y caen las noches como ceguera; y se abaten todas las salidas; y gritan los nudos de la tierra.
Que sepas! que con tu mirada secreta estamos en el amor y otros laberintos. Estamos en las esquinas de los encuentros, en los «brazos pasadizos», en el acorde de las miradas. Estamos en un cuerpo sin palabras, en los laberintos abiertos, en las preguntas envenenadas. Que sepas como caen las noches, como se hacen nudos, como cada acto es ceguera, no nos hace salida desplegada a la vida. Pues, en esta dimensión del amor, somos huérfanos.
Y amanece como un regalo de la distancia. Mira, amor, aquí todo se pierde. Desde que pasa el mar se sienta la mirada en esta playa desaparecida donde no hay agua. Mira, amor, aquí atardece. Sobre nuestros cuerpos los reflejos son fortuitos. Y suena la ropa sobre la arena. Y los perros de la Luna huelen a cuerpos desnudos. Y va cayendo el sueño sobre nuestros cuerpos borrosos. Y el amor se escribe. Eres la hoja de los huecos, el tiempo anterior derramado, el loco sentido del movimiento. Eres la imagen robada del espejo, la cumbre de mi mirada, el laberinto perdido. Y que sepas: Aquí huele al olor de tu esquina, a tu existencia secreta, a tus brazos perdidos.
Te extraño. Reconozco que extraño tus manos; que el amor que nace de la vida me avisa, me sorprende, me halaga, me espera, me hace raro y sorprendente el instante. Te extraño como el que adivina la sorpresa, como los ojos desiertos y volando, como si amanecer no fuera independiente. Te extraño como un regalo ciego a la distancia.
En el otro sexo, en la otra vida, en un cuerpo de saliva. En la cueva de las pérdidas, en las heridas tapadas, en el dolor que florece. En la muerte del silencio, en la del eco, en el encuentro que se consume. En el eco del tiempo, en los múltiples hilos que se esconden bajo la ropa. En mis ojos, en mi boca, en los juegos del dolor. En el deseo de amarte, allí donde estuvimos perdidos por fin lloras. En el mar, en la mar, como es sabido. Con tus ojos de fe por fin me avisas, me haces propuesta, me reconoces y naces, me das la mano, amor, me quitas lo extraño.
Vamos a empezar a romper el pasado, los obstáculos, las risas no habidas, para quitar el absurdo y las heridas, para borrar el silencio de nuestras manos, para reactivar la saliva. El otro día fui a mirar tu ausencia y no te habías ido: estabas al final de una rama perdida, con tu sexo abierto a la primavera.
Vamos a recibir el naufragio del silencio. Y en la locura de las tormentas haremos espejos para el mañana. Vamos a empezar sonámbulos con los ojos recién criados.
Y dentro de los obstáculos del futuro abriremos nuestras heridas a la luz de la vida.
Y a ti me ofrezco... como espacio... para reproducirte el mundo, un mundo sin espera que rompe la soledad. Eres blanca evidencia que vocifera, mi lugar del tiempo, la humedad de la tormenta. Eres la infinita escalera por la que suben mis huellas. Eres la mirada de mi silencioso naufragio, y todas las camas del silencio por las que he pasado.
No hay amantes en la hoja de papel, ni veneno suficiente en los rincones de los espejos. No hay dormir solitario en la extensión del desierto, ni agua, ni puntos y aparte. No hay heridas que atraviesan el sexo, ni cumbres donde todo empieza. No hay laberinto del amor perdido, ni resuenan las calles de la tormenta.
Muda pusiste con toda exactitud tu cuerpo. Y te cruzas, y me palpas fiera, a trozos, con tus labios. Y ahora, aquí abierta, en la punta del silencio, sabes a memoria y a recuerdo fresco. Sabes a «haberte ido», a «cuerpo sin palabras», a «tiempo».
Es tan delgada la vida que un día me será posible inventarla. Inventarla silenciosa. Inventarla con sabor a locura. Inventarla con el «allí vives» y otras promesas. ¡Es tan delgada la noche del dolor, tan triste y conocida! Estaba en la noche «come veneno», desapareciendo en el aullido, en el redondo sueño como una cúpula negra. Estaba en la boca del tiempo que me cruza, en la determinación que no conozco. Estaba, hace tiempo, en la exactitud de tu cuerpo, en el «allí me pusiste». Y ahora se hace un muro con mis huesos.
Si me quieres, y me haces, y me haces promesas, y vienes, ¿por qué te vas entonces como si no hubieras venido? Si me adivinas, y me crees, y como asustada me abrazas, y vienes ¿por qué con tu boca me dices que no me amas? Si me escribes en tus manos contra el olvido, y me inventas, y me recuerdas y vienes ¿por qué me dejas los restos de tus palabras muertos?