Con una mirada pendiente de tu boca. Y tú callas. Y yo hablo. Y respiro sorprendido de tus manos. Y tú, besos. Y yo, boca. No podíamos hablar de lo que fuimos. Ahora eres vida y presente. Y tú, brazos. Y yo, cuerpo. Queda abierto el sol de tu sonrisa. Y tú, pecho. Y yo, lengua.
Eras como la otra puerta que se abre para mi gran sorpresa. Vienes crecida, llena y crecida, con ese cuerpecito radiante. Me sacas tu sonrisa loca como si fuese la primera vez que respiras. Sacas tus jugos pendientes. Hueles a hierba. Y me ofreces como un regalo. Tu piel me hace llamadas nocturnas a medianoche. Tu boca se abrasa y calla. Me das tu lengua como buscando el infierno.
Recién cortado el cuerpo, y finges, y pausa. Y te necesito, largo y suelo, bajo el asedio de tus ojos. Por la puerta verde sales y ya no veo los árboles. Tus ojos sorpresa. Me falta tu boca.
Resbalaba por tu espalda el peinado. Era tu espalda las ramas del silencio, y yo el paseo de tu nuca. Teníamos manos seguras, fuertes de trasnochar, suaves como el detalle. Fuimos largos asedios de sexo y de deseo, sin pausas, sin respiro. Salía de nuestro cuerpo el amor retenido. Para nuestra sorpresa, risas; luz para nuestros ojos.
Para ti, con esos ojos de borde y lluvia. Voy a volcar la sed que te tengo. Lo nuevo de tus labios me llama. Revelo yo tu nombre arrodillado ante tu cuerpo. Vuela tu falda sobre mi rostro. Tomo tu mundo como un sabor prohibido. Cubren tus labios la noche.
¿Cómo me lo explico? ¿Cómo te explico? No, ya no; ya me arrepiento. No iba a desmentirte, ni negarte, ¿iba? Iba, te fuiste. Me amordazas. Me cubres toda tu vida, y algo de medianoche. Me cubres con el espejo de tu vida, y con algún presagio. Allí te miro al verme. Allí en ti sonrío. Y parezco el espejo callado de tus paredes.
Para rebelión, la tuya. Te fuiste, viniste, te fuiste, te quedaste. Y no te arrepientes. De tus idas y venidas, no te arrepientes; ni de mis llantos, ojos tristes, desastrosos lamentos. No te arrepientes de amarme, dices. Ni del amor que recibes, digo. Ni del reposo. Vuelas como ave migratoria huyendo del frío cuando estoy en mí contento. Vuelas y te veo por las calles radiante, con esos vestidos que llevan mi aroma. Aún tengo tu sabor en mi boca. Mientras, te veo alegre y nueva. Vas por las calles en tren y en metro entre miradas como si fuesen los ojos vegetales de un parque. Me siento en los andenes, en los bancos de las calles, en los bares. Pasan esos cuerpos anónimos mientras tú no estás.
No pudieron quitarme tus labios la vida más dulcemente. Sea así mi muerte si tu boca lo desea. Muero allí entre tu carne en carne y deseo. Y si tiene que ser que sea. No tengo más notas que tus notas que se clavan. No tengo más silencios por ti borrados. No me queda más rebeldía que la revuelta de amarte contra todos aquellos que te maldicen porque te ignoran. Fuiste mi rebelión y amenaza. Fuiste el desmentido de la nada. Quitas las mordazas al mal amor poniéndole en la boca sueños.
Escucha y es la última vez que te lo digo, o no. Dice el tiempo que te quiero; y tendrá su razón. Se puso por encima esta duración, que es, sin duda, verdad verdadera. Es el mar de las olas que yendo y viniendo hace al mar y a los océanos. Son las playas mojadas y secas, su vaivén siempre vivo y muerto, tierra y agua, aire seco. Escucha que tengo que decirte como tu húmeda esencia me cubre la vida.
Eres probablemente mi existencia, la lengua de mi alma, los ojos de mi cabeza. Eres grande como los recuerdos, raíz arraigada; y por tanto, mar y encina. Eres el último tiempo venido, mi rebelión, y algo de sorpresa. Eres el sofoco de mis silencios, mis labios rebeldes, y algo que no sé cómo se dice.
Me daban tus ojos como para volver al campo, al campo de tus manos, a tu pradera. Sabías amar como temporada. Te estaba leyendo y vi tu alma irregular. Vi árboles vecinos. Vi una rama amarga, manchas, vientres. Vi los dientes afilados de tu ausencia. Pretendí rugir como algo prohibido, algo vago que no empezaba. Supuse que no estabas.
Me daba por andar en tus ojos. Loco de mí, que no veía tu mirada perdida. No estabas entera. No hablabas. Algo nos hizo llegar a esto. Tú, yo, algo. Y cada noche entera soñaba que despertabas. Se han vuelto locos los pájaros. Se ha secado el campo. Y yo. Y yo.
De la lluvia de la noche. De tu cabeza. De lo mismo y lo de siempre. Y ahora. Nos reíamos hasta de nuestro nombre. Cierto es que aún no ha llegado el tiempo. Cierto. Nos sanábamos los ojos con miradas. Estuvimos a un paso. Estuvimos en todas la vueltas. Como pájaros migradores volvíamos a nuestras manos. Estaba el campo esperando. Estábamos en nuestra próxima puerta.
Callas porque siempre sonríes y tiemblo. Sigues tu vida como si nada, como si nada hubiera sido. Sabes que fuimos manos sorprendidas, labios por encontrarse. Ven y dame otro beso para que renazca la hierba. Ven y a tu pelo me acerco. Ven, te tengo esperando el aire. Pero pareces no respirar para que no te vea. Pareces de otro lugar sin nombre. Paso por encima de la lluvia y su tibieza. Paso con ciertas noches. Te espero, antes de que se me vaya la cabeza.
Pero te sabías lejana aunque supongo que sola. Nunca pude llorar sin tu ausencia. Nunca tuve sorpresas sin tu boca. Y tus rodillas y tus hombros de lana se vertían en mis manos. Nunca nos encontramos en tus crecidas. Quería llevarte y respirar tus orgasmos. Pero no fui aquel cuerpo y hombre que te hizo vibrar de pasión loca.
No tuvimos un instante de errancia en nuestras manos. Sonaba la lluvia como un rito. Tu boca orilla de mis besos. Apresados en sus manos oscuras llamábamos a la noche. Teníamos convulsiones de cuerpo y palabra. Mordíamos el deseo como frutas. Calculábamos las dosis del veneno.
No sé en qué instante tuve enfrente a tus ojos. Sufrían de errancia. Jóvenes como la lluvia de todas la tormentas. Tuve que mantener mi boca callada para no gritar de alegría. Tuve que sujetar mis manos para no abrazarte. Hice la ronda del silencio maravillado. Y supe que el amor contigo había entrado.
Giraba la sombra de tu cuerpo. La vi negada. No era espejismo de tus ojos. Se tumbaba sobre mi cama como reconocida. Le hice sacar sobre la sábana su sufrimiento. Un instante después, se derramaba sobre mi cuerpo. Y tuve que amarte. Hicimos el amor a deshoras, fuera de los relojes. Sostuve su errancia en mis manos. Vino la lluvia y te diluiste.
En la punta de tus cabellos y cerca. En el ahora y siempre. Cuando te miro me crecen los ojos. Te encuentro en la memoria de los árboles. En su pulso desorientado. ¡Y si vieras mi sangre y sus palabras secretas! No pienses que desvarío, pues he visto tus ojos.
Te amo como un naufragio. Me suena tu voz a agua, a herida y agua. Tengo trozos de soledad mojados, lamentos que cuelgan. Cerraba triste los espejos. Te buscaba. Venían tus sombras desnudas. Las llamaba por tu nombre.
Vivo en la zona de tu palabra. Hago puentes que te cruzan. Me empujan los olvidos rotos. Y cuando la carne nos molesta, tomamos el amor. A veces, por dentro de las espinas. A veces, con temor. Con piel y garganta. Tenemos un espejo por el que navegamos. Enemiga realidad como tormentas. De la crueldad del mudo despojados.
En este amor loco. En este verde silencio. En este pensar en ti extremo. Aquí y en ti te amo. Me he arrancado todas las miradas. Me he tapado la boca al aire. He hecho de ti el nombre de todas las cosas. En tus arrebatos. En tus manos. En el tiempo de tus dedos. Murieron todas las sombras. Crecieron todos los puentes. Y tus derramados senos inundaron mi boca.
En tu espalda, en tu vientre, suspendido de tu boca, en tu nuca, mi suplicio. E iba a venir a tu cuello, voraz de mis besos. En tu pelo se esconden mis ganas. Te invoco, hora del beso. Te llevo en mis manos, y son las cinco de la tarde en la corriente de tu laberinto.
Corre por tu pecho la mañana como si el amanecer fuese tu naturaleza. Eres temprana y amaneces. Como el chasquido del mundo eres. Y nombrarte contra el dolor hago. Reinas en mis noches como buena memoria. Quedan suspendidos los bordes del mundo. Y por arte, y por belleza, y por noches.
Con el mar enfrente. Con sus estrechas aguas. Y volverte a mirar y perderme. Y nombrar el adorable tiempo. Desnuda como un eclipse. Sonriente y batalla, cuando rompías el sello del olvido. Me albergabas en los rincones de tu cuerpo, en el nido de tus gotas. Hice correr mi pecho allí donde me perteneces. Hiciste la curva de tus senos y de tu vientre. Llegaste al amanecer de mi cuerpo. Y allí, nos alimentamos como ocas.
Pasaban tus caricias como una marea en un hipnótico viaje. Tu dormido muslo y frecuente. La línea de tus ojos. El fondo del olvido yace dormido y frecuente. Eres pan de gaviota, mirada adorable, desnuda como un eclipse, como la noche, llena. Y sabes, que aún me ruborizo al besarte.
Pasa la caricia hasta el hueso y pica. Pica como una avispa hipnotizada. Se come las alas de tu carne y por dentro, vuela. Se come tu nombre. Se hace un nido. Pone huevos y pequeños insectos para el hambre. Hacen pacto con las abejas y constituyen la promesa. Construyen un panel para miel. Sacan jugo a lo incompatible. Adornan la colmena con flores. Se mezclan y se vuelven dulcemente impuras.