Lo que no se dice queda retenido cuando duermes.
Solloza tu nombre en nuestra habitación encendida.
Y las sombras hacen huir lo que pienso.
Mira, ya no sé andar ni huir de los cuadros.
De mi amor a tus ojos.
Me quedaré con tu nombre en el lugar que tú sabes.
Pondré su lugar.
Pondré lo infértil y la desgracia, la mala suerte.
Pondré la cura de tus labios,
aquella que alcanza la carne.
Pondré a pedazos los recuerdos
Y me miras; ya sé, hace frío.
Es el tiempo un espejo,
ávido transeúnte.
Y anda de alas suelto, abierto desierto.
Y vienes. Y te miro como al silencio.
Y esperas que reaparezcan todas las esquinas.
Estás cerca como para oler el olor de tus ojos.
Me quedaré con tu nombre en el lugar que tú sabes.
Pondré su lugar.
Pondré lo infértil y la desgracia, la mala suerte.
Pondré la cura de tus labios,
aquella que alcanza la carne.
Pondré a pedazos los recuerdos
Y me miras; ya sé, hace frío.
Es el tiempo un espejo,
ávido transeúnte.
Y anda de alas suelto, abierto desierto.
Y vienes. Y te miro como al silencio.
Y esperas que reaparezcan todas las esquinas.
Estás cerca como para oler el olor de tus ojos.
Pero llegó el día; ahora dame tus manos. Deja que emprenda el camino del recuerdo. Quiero ver tus manos como semilla de la tierra. Quiero ver tus palabras secretas.
Solo quiero oír tus dedos cuando pasan por el aire.
Me quedaré con tu nombre, aquí en carne.
Estuvimos en esa mano negra de la ceguera,
allí perdidos en la ignorancia del tiempo.
Ya no quedaba lugar, ni salida, ya no lucían nuestros ojos vencidos. /
Y no entiendo como puede haber tan poca luz.
No entiendo los reflejos de la tierra.
No entiendo esta miseria.
Te llevé las raíces de la esperanza, un suelo a tus pies clavado,
ese don de la vida, como combate de la parálisis muda, del dolor inmóvil,
agitado en tus brazos. Hicimos huir el grito del Destino,
el dolor hecho de palabras, el asombro petrificado.
Y la muerte, esa mirada sin tiempo, buscó una salida.
La sal del perdón. Las sombras del mar. Los restos de tus labios salvados aquella noche. Se restablece el ciclo de las sombras. Tu cuarto mudo me desobedece. Es urgente la vida, la raíz de la espera. Tengo los ojos clavados con la astilla de la esperanza.
De tu boca, ese riachuelo de huellas, esa mejilla separada,... De tu boca, ese vis a vis del tiempo,... De tus labios resbaladizos... De ahí no tengo el dolor del oleaje.
¿Por qué me pesas como algo desconocido? Nacen en ti mis sueños como restos
de mi cabeza, como abrazos saqueados. Te esperaba y vuelves y te alejas ya borrada. Y vuelves y amagas y fermentas. Como la hoja que se esconde. Como lo borrado. Y me importas. Y miento como una ala al viento. Este es el otoño de las aves. Y me miras y te ríes y te vas con la fe de la tierra. Me abrazas de amor dormido, despiertan las últimas noches.
¿Por qué me pesas como algo desconocido? Nacen en ti mis sueños como restos
de mi cabeza, como abrazos saqueados. Te esperaba y vuelves y te alejas ya borrada. Y vuelves y amagas y fermentas. Como la hoja que se esconde. Como lo borrado. Y me importas. Y miento como una ala al viento. Este es el otoño de las aves. Y me miras y te ríes y te vas con la fe de la tierra. Me abrazas de amor dormido, despiertan las últimas noches.
Qué haces? indecible. En ese misterio estás para evitarme. En este momento me haces vida en los ojos. Y tú, mi amor, llegas con el calor de tus manos. En este imposible fermento. En este río de gaviotas. En estos monstruos. En estos truenos... En este latir de la luz. En tus pies dorados. En mis puentes. Y ahora te hago figuras predeterminadas, formas de bocas, dedos deformes. Y ahora, del otro lado de la espera, más allá de tu mejilla, allá, allí, fuego y oleaje.
Sí, abrigada y recogida, y yo no tengo la culpa. En este amor, trastorno de medianoche, en esta redundancia, en estos clavos del tiempo... Y no olvides. / Todo hace trenza. En todo hace ojos y agujeros imposibles en las manos.
El remolino de las piedras locas, sus filos de razón, sus catástrofes concentradas. Ahora me toca quedarme /
y decirte, que, aún lejos, despierto en ti. Eres el cultivo de mi mirada, donde tus palabras crecen, nocturnas, infieles. Los remolinos de la noche, del cuerpo, los del margen / esos del margen de la vida /
Y decirte que aquí ruedan montañas gruesas todas las noches. Llamas a mi parte, vuelcas mi pecho, tú en mi amor abrigada.
Esto es un vuelo verdeybaile, una Luna privada, la del amor, un cuerpo de mar claro. Esto es lo que ahora me dices. Pues claro! Hace frío. Con este olor a muerte y cementerio, le dicen al mar: marino, el de la tumba de agua. ¿Cuántos amores murieron al inundarse el grito del agua bajo la lluvia de cristales rotos de la Luna? Hace frío, sí. Y esto es un lento instante que ordena la muerte.
Ya no hay dolor; pero este dolor subterráneo hace bajo la piel fuego y cristales.
Es la línea del ayer que crece. Es el qué del quejido. Es la sorpresa de los celos,
el grito de la memoria, su coincidencia. Ya no hay dolor; pero retumba. Retumba
el cuerpo hasta el temblar de los labios. Es una hoja que cae cada mañana,
una fórmula simple del tiempo, un invento que aprendí de tu ausencia,
un remolino de piedras, los contornos de un cuerpo vacío,
la locura de la mirada, todas las catástrofes.
Esos son los recuerdos, son aviso. Ahorcadas las paredes, los brazos de espera hacen mar revuelto. / Hoy es el día de las cenizas. / El día que aprendí de tu lengua. / De tu escandaloso cuerpo, de sus nocturnas órbitas, de tu boca impronunciable. / Recuerda eso. / Recuerda el vuelo de la luna, el mar del cuerpo, la línea del instante que corre.
En el borde del agua y del árbol estabas, rosa de pétalo y blanca; y tu largo vestido pedía humedad y aire. El recuerdo empieza en ese momento, antes del río, antes del agua. En tu ropa he visto la hierba verde... pasillos con la sombra del silencio. He visto en tu cara pálida aquellas palabras que no fuimos.
Y si te digo: sabes a mar y juro que lentamente me estás consumiendo. Lentamente está cayendo el dolor; y lo vivido, ese tiempo jurado, ese pasado y me acerco. Y si te digo, te juro y te canto. He visto la parada de recuerdo. Estaba sentado cuando pasó el tiempo. En el autobus no venía nadie, ni tú ni tu asiento. Tomo el pasillo tocando cada lugar. Cada ventana me dice: no. En ese sitio, sin esperar destino, me tambaleo.
Si todas las respuestas responden al vacío, a la boca en los ojos, al despertar confuso. Si tuviéramos caricias agarradas a las manos, el alma desesperada y confusa, una sonrisa en el lugar de la pena. Si las palabras comen con sus ojos la noche. Entonces, no creería en los naufragios.
Andábamos con manos ciegas en los murales del viento. Retornábamos desnudos después de la deriva desde la raíz del viaje. Respondíamos a la llamada de la ausencia con bocas feroces. Y era entonces la estancia, el reposo de la memoria, la sed de orilla, las preguntas secas. Nos tomábamos a escondidas del recuerdo, más allá de los errores. Las preguntas socavaban nuestros cuerpos. Y la sed... y la sed hacía del amor fuente.
Háblame desde el rincón de tu cama. Oigo tus pasos invisibles, tus paseos blancos. Voy a dormir en el rostro de tus sábanas. Cojo tu mano muerta
y en el libro de los sordos te escribo.
Y al momento recuerdo la sede de tus alas, los caminos de la espera, los viajes de nadie, y miro la distancia como un nombre. No sé cómo aprendí a quedarme dormido en medio de tanta ausencia; fue la lógica de los brazos. Con las pupilas rotas, con el cuerpo encogido, con las llamas de un cielo vencido. Con la fugacidad de los abrazos, con esa inexistencia con la que me dices la perpetuidad del cielo. Sabes tal vez que aquí no hay hierba, ni lluvia ni aire. Nunca fue este cuerpo tu colonia.
/ El dolor roto, los oscuros besos, la justa pena.
Y de repente tu nombre remitía. Se hizo entonces de tu luz el lugar exacto, el lugar exacto de tu rostro. A tus labios la soledad le venía larga. A tu lengua le vino una sombra. A tu mirada suelta no le respondía nada. Y por creer en ti, en el amor y en tu silencio, aquí espero con las alas húmedas de una mariposa. He visto bajo tu secreto aquello que se rinde, el cansancio del centro del mundo, los pasos retornados que cuentan el devenir del mundo, su deriva, su angustia, sus nombres escritos bajo el agua. Hace frío; por eso te pido: invéntame de nuevo. Tus sombras dudosas caen inmortales. Y que sepas que los días se inmovilizan bajo el temple de los espejos. Se rompe el silencio. Viene el amor como dos ojos abiertos. Son palabras que tengo como pedazos, como paseos blancos, como «déjame aquí en el filo».