Tiritaba de soledad

sábado, febrero 03, 2018

Mientras vienes, recuento nuestras palabras. Hoy me has contado el dolor. El dolor del que vienes, la pena de amar y no ser amada. Estaba tan entristecido que no pude ni cogerte las manos para consolarte. Solo te miraba fijamente. Y ese dolor lo redescubres ahora, ahora justo cuando nos hemos conocido. No era el momento de liberar los besos cautivos. Te vi diferente desde que llegaste. Pensé, por supuesto, que era por mí. Me alejé triste y enfadado. Me tapé la cabeza con unos cuantos sueños pero no conseguí dejar de pensar en tu gesto. Al rato, viniste sonriendo como siempre como si nada. ---Pero no tienes que enfadarte, ---me dijiste. ---¡Qué quieres que haga si lo siento! Y retomamos nuestros largos diálogos de posicionamiento. No querías que yo pensara que te dejabas acariciar por los hombres. No querías que pensara mal de ti. De ahí tu comportamiento. Cada relación produce cosas diferentes, acordamos. Tú veías que yo no pensaba mal de ti; pero tenías que decírmelo. Hablamos de posibles viajes agarrados, mano con mano. Paseos por los jardines, por las calles, por las tiendas, por los museos. Luego, cuando te vas, salgo de un extraño estado en el que caigo cuando estoy contigo. Parezco un gatito sin cerebro. Te ronroneo bellas cosas de vez en cuando; pero, incapaz de pensar, te acaricio y te miro como un gato bobo. Ya no tengo miedo de que al cerrar los ojos el mundo desaparezca; pues cada vez que lo hago el mundo de ti se puebla. Has venido a mi encuentro con la belleza bajo el brazo. Estaba a punto de abandonar cuando llegaste y me sacaste de dentro, como aquel que salva a alguien de un desastre. Pendían de un hilo todas las fuentes: las de la vida, las del agua. Era mi cama una sombra, un lugar sin vida, una cosa áspera para el cuerpo. Me tomaba las noches como píldoras. Olfateaba las sábanas rancias. Tiritaba de soledad. No me servían para nada los brazos. Ni aunque hubiese tenido tres vidas le hubiese sacado provecho al cuerpo. Era un cuerpo donde nada empieza, una desierta colonia de termitas. Era yo como si hubiese vivido en brazos viejos. Recorría solo minuciosamente las calles. Miraba todas las cosas fijas. Leía como el que como pienso. ¡Qué tristeza! ¡Qué silencioso dolor! No me daba cuenta del deplorable estado en el que estaba. No me sorprendía del silencio de la vida. No comparaba ni dudaba. ¡Y ahora tus labios! Y ahora tus labios rosas me hacen dudar y vivir en todas las direcciones.

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