Te regalo mi memoria para que la deposites en tu alma. En ese lugar, alma. En mí, condena. En tu vivir, aunque abismos, vida. En el fuego de tus hojas. En las grietas de tus lágrimas. En ese largo espacio que cubren tus ojos se hace mi vida, me tocas. No hay espacio para el mundo y su veneno. No hay aire para la vela que dirige al puente.
Amante del ruido y del refugio de permanecer pillado. Duerme la casa. Duermen los espejos. Y todo el curso de la vida se deforma. Mi cuerpo antes y tus manos. Tu aliento, mi boca y tu boca. Desgarro de mí. Se declara la vida ruina de la memoria.
Me he quemado sobre tu cuerpo en este misterio de la tormenta. La vida fuera nos dice que no somos. Éramos habitantes de la nada. Pero nos desbordaba ese desorden. Me amaste antes y ahora. Me parecía tu rostro el mundo, tu cuerpo mi espejo. Y vi apilados los que duermen. Y vi el desgarro en sus sueños.
Me tomo tus labios nuevos como algo que nunca he tenido. Me ardía la novedad de tus labios como una mañana nueva, como un rocío desconocido y extraño. Impaciente te busco, te alcanzo, me reúno, y veo en el vano tiempo el mundo hundido de tantas veces que no estuviste. Veo los silenciosos detalles en la lectura de nuestros cuerpos. Veo como cae el desborde de la noche, sin freno, como guiño de amarte.
Nunca duró nada como tú y tu cuerpo, y tu amor, digo, y tu aliento. Estábamos en esa ducha brillante comiendo nuestros cuerpos, y el sexo luminoso, y tus manos, digo, y tu mojada boca. Nos recibió tu mesa limpia mientras preparábamos los orgasmos, calientes, a fuego lento de llama con la madera que nos animaba. Topamos en una vuelta con el suelo y nos partimos el deseo en mil pedazos de llamas que nos ardían por dentro.
En tu roce. En tu espacio. En mi cabeza. En tu vestido. Llevo sobre mis ojos tus ojos hablando. Veo el correr de tu cuerpo como humo de mi cuerpo hambriento de penumbras.
El sol pesado sobre tu mano hacía la siesta. También te esperaba como yo te esperaba. Ambos, acostados sobre tu vientre, tomábamos tu piel como una taza de té en primavera. Huele la tarde, huele. Huele a tu cabello solo sobre tu rostro. Tomo tus labios y tu hombro, tus ojos sonrientes hablando, tu suave respiración en mi boca.
Nuestros cuerpos excedían en laberintos. Era como estar en todos los lugares al mismo tiempo, vivos y en sueños. Caíamos en el sopor de las paredes, en agujeros secretos. Sin causas de dolor en el pecho esperábamos acostados el resurgir de nuestro aliento. Olía a tarde.
Mi lengua arraigada en tu boca ahora desborda, ahora agua, ahora fruto. Cabes en mi cuerpo como todas las causas que cambiaron mi mundo. Gritos agua. Cuerpo disperso. En tus piernas aterrizo pecho sueño. El dorso de tu mirada hace agua en mi boca, por mi lengua navega, muere en mi garganta.
Las piernas de las horas entrelazadas. Las manos testigo. Los pagos de la noche. Y en este momento el mundo oculto. Se sobrescriben los amores quemados. Y esos gritos encendidos del regreso, mezcla de aire y pulmones. Te quiero encendido, iluminado como un ojo loco. Te quiero como ojo y boca, lleno como un cuerpo, y ahora fruto delirante.
Estaban solas las puertas para consumir el tiempo. Era la casa un dormir. Una vez sellado el espacio verifiqué tu presencia. Vino un soplo de tus palabras escritas sobre el papel de la mesa. Quise dormir. Quise despertar. Quise tomarte como el que duerme. Tus dedos desconocidos quedaron como pedazos. Se me entrecortaba el sentimiento con pereza. Tomé cita con el pasado a la hora de la esperanza.
Estábamos en los locos pedazos de la fiebre en las noches que cruzábamos el mar. Discutían nuestras manos como un agitado viaje. Parte de ti crecía como una vela, como un cifrado equipaje. No había regreso en aquellas noches de intuición, solo magia desnuda. Estaban las puertas del dormir cerradas. Mientras, dormía el silencio entre nuestras piernas.
Para desconfianza... las preguntas de la sospecha. Y de repente el dolor. Y de repente mi pecho retorciéndose en sus cenizas. Duerme el árbol de nuestros orgasmos. Duerme la sombra donde te quise loco. Duerme la fiebre de nuestras manos como un viejo barco sin vida.
Me encanta tu delito de amarme. Yo, que nunca aprendo a ganarte en confianza. Tú, que te mereces hacerte. Y voy a hablarte con este cuerpo convulsivo hasta que la mañana amanezca y más allá si se puede. Voy a darte la noche de los pájaros locos del amor y nocturnos.
Se ha corrompido el desorden de nuestras manos mientras el recuerdo se pasea solo por las calles. Me dueles; a trocitos me dueles. Se precipita la confianza por las calles del tiempo como bolas grises de las manos de los niños inocentes. Botan, ruedan y botan, chocan, suenan contra la dureza del asfalto. Y allí, muy lejos, acaban siendo diminutas como grises copos de nieve.
En tus saltos de luz y de espaldas se hacen las bienvenidas de tu boca. Tengo la fortuna de tus dientes, el sobrecogido secreto de tu aliento, y tu nombre. De repente, me muestras tu cuerpo como una colmena caliente, donde la miel se derrite en el desorden de los negros picos y entre las alas transparentes.
Bajo tu vestido, en los bordes de tu cuerpo. Bajo tus palabras, en el borde de tus labios. Sobre tu piel caminaba mi hambre. Allí todo brilla. Allí hablan todos los idiomas de tu cuerpo. Allí la luz salta. Y yo en tu centro como un avaro anticuario retomo tus detalles hasta que la noche me duerme los dedos.
Cantaban nuestras manos como pájaros ladrones sobrevolando tu pecho a la sombra de tus cicatrices. Vienes de acuerdo con la vida en el sentido fugaz de tu presencia. Bajo tu vestido se hizo el hambre, se acurruca la distancia, y brillan los idiomas de tu cuerpo.
¿Qué tiene de esperanza esperarte como un golpe de calor que me perturba? Andaban perdidas tus palabras en otros brazos como si las calles fueran suyas mientras yo robaba farolas para seguirte en la oscuridad, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, cerquita como para captar el vuelo de tu olor. Iba heredando las huellas de tus pasos. Las guardaba en una caja nueva de zapatos al lado de mi cama. De vez en cuando, cuando el letargo me agotaba, la abría con la incertidumbre de que se hubiesen ido de noche en noche.
En el umbral del amor como un clima abierto juegan nuestras miradas para ver en cuantos puntos se acercan. En mi celda de pájaro, vuelo cohibido por culpa de tus labios. En breve, tu mano.
Me llamas asfixia o ahogado, fuente de un amor que te mata, y yo solamente te he dado el primer trago. Juegas, incesante, ha parar el deseo, como si hicieras un refugio grabado en tu cuerpo.
De ese lado de la fuente el amor tomó el primer trago. Inclinó su cabeza mirando de reojo el rayo de luz del sol que atravesaba al agua. Sonrió mientras mientas el agua cristalina enfriaba sus jóvenes labios. Puso la mano que le quedaba libre bajo su boca en forma de cuenco para que nada se le escapara. Cuando terminó le dijo a ella que bebiera, que estaba rica, que era buena. Ella se acercó, sujetó su vestido entre sus rodillas, y tomando su pelo con una mano, bebió.
Entre nuestras manos hace frío como cuando crujen los árboles bajo el vendaval. Ábreme la boca que me precipite en ella como la caída libre de una gran cascada. Supe en ti beber sediento. Y ahora caigo como una mirada llorosa.
Teníamos una extraña fiebre en el cuerpo. Cada vez era como relámpagos. Nos hacíamos bocados perfectos. Lo llamabas nuestra fuerza creciente, como un punto cero de donde surge el amor.
Tú escuchas el amanecer cuando despierto. Es entonces cuando tenemos la boca clavada a la noche. Me hacías un silencio como algo transparente, impetuoso y perfecto. Créeme, esto es una repentina noche que confunde el tacto; este es tu redondo pecho como una alarma. En su codicia, nuestros ojos cayeron sobre nuestro sexo.
Y sin embargo, me conoces como nuestro viaje. Sabes que te escucho preparando la ceremonia de la memoria. Ya es medianoche suspendida en el silencio. Ya es aroma suave. Cuelgan las hojas de los recuerdos bajo el techo de la habitación. Doblegado el ruido y todavía no amanece. Escucha: Ya se hizo el dolor transparente. Ya no despierto con la boca clavada. Ya no. Pasaron todos los nombres como sonámbulos por los pasillos dejando el olor del dolor sobre la madera. Escucha: Tal vez despierte y te llame besando tu boca.