Hoy es el nudo del mundo. Ayer fue el olor. Ya ni me habla el recuerdo. Palabra, a ti te resisto. Ayer te hice única. Ayer antes de nuestro encuentro. De haberte sabido sería silencio. Mañana, única intención tengo. Y todo el silencio.
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Días de porqués enteros con la sola mirada de cristal. Ella pintaba atrapada en sus largas manos los muros como caminos. Su amor se tumbó lejos. Fuimos un signo incurable, una pasión y un no puedo. Diminutos y grandes como agujeros. Las calles se agrandaban como si fuera en un sueño. La perdida fue cerrando los ojos como un río fluorescente. Huían los labios, se rompían, corren, rompen y huyen. Poco a poco fue todo extraño. Hoy un mundo vuelto, un recuerdo sin hablarme, un amuleto.
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Definitivamente naciste como un diseño, como una colisión, como el que pinta los días y luego los destruye. Te tomaba a pequeñas dosis y naciste convaleciente como la vida en sí misma prolongada. Definitivamente duraste más que la carne. Te tomaba a gritos de colores, a sueños, a gritos, a días pequeños, con manos de cristal, pintada, atrapada, y tú, que tantos porqués me dijiste, me hiciste una mirada larga.
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Tu maná hecho cuerpo cayendo como modelo de la carne. Con tus solas manos, propias de mi calle. Mi calle tiene una herida: la tuya, aquella que me dejaste. Tu herida pinta un viaje: por tus colisiones, tus rasgos, tus pinceladas estallan. La calle tuvo una herida. Insistía una herida limpia hasta que murió en sueños. Sueños de cama y otros cuentos. Pintura del dolor. Dolor rebelde. Rebelde como un arma. Y un cuadro como una penuria, hecho pedazos. Un viaje ilustrado hacia la muerte. Una definitiva. Un gráfico de rompecabezas.
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En cada color, en cada lectura, vi tu ancestral metamorfosis. Ese fue el color de tu mirada, tu retrato. Vertía yo visiones de carne y de dolor en tu agitada biografía. Fui efigie de cristal, el cráneo de tu existencia. Fui tu cuerpo privilegiado. Y esos pies y esos ojos temblaban. Fui marcha del reloj y obstáculo. Te redondeas como un animal que recoge sus brazos. Pelo a pelo sobre el abanico de tus cabellos, proliferas como los objetos. Viva y exagerada, fértil y diseminada, amplia como el color, mi fetiche.
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Hazme, iniciando tu silencio, como un ritual nuevo que se pierde en tus ojos. De tu existencia, prodigio, fábula salada. Y más allá del mar evidente, tú, manifiesta. Tú, lluvia desorientada. En ti lluvia y naranjo; naranjo e invierno. Cuando llovía bajé a verte en aquel cobertizo, a verte como se ve una tormenta. Caía agua fuerte. Calla. Escucha. Fugaz como un pez, destellas. El tiempo tarda, troceado por la espera. Fuiste alrededor de la muerte, dueña, tú, de mi vida. Como una turbulencia perteneces al dolor. Y ese dolor es un cuadro disidente de tu cuerpo.
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¿Para qué deshacer lo que existe? Por ejemplo, ese gesto. Para que me alcance a creer. Ya sabes: tarda el amanecer, alguna vez fugaz como un gesto japonés. Como un gesto de amor contado. Una foto amarilla ahora acaba, se rompe en el riesgo de un recuerdo. Termita es una gota de papel, un mar de mujer, una mezcla de ti, un tú que me dueles. En mi dolor me causas en alma de carne, en agonía. Prolonga la vida, prolonga, dices. Mi vida, y no te diré nada que no sea tu iniciación al silencio.
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Ella iba, lo sé, desconocida. Ella iba y me detuve en su puerta. Ella en su habitación, dentro. Su habitación es una puerta. Ella dentro; yo, fuera. Sola. Solo. Y ambos mirando. Ella iba; yo, ciudad. Ella, casa; yo, nadie. Ella hablaba con los peldaños. Yo, su escalera. Ella, puerta. Yo, puerta. Y todos aquellos que veía sus pies la recordaban. Me suenan sus frases; calientes, retumbaban. He venido ciego: no sé lo que dicen mis palabras. Un instante y no sé lo que he hablado. No te he llamado. Mis palabras aún tiemblan. Eran breves; rápidas y breves, valientes; seguras de carne fresca; también, de ninguna parte. Son de aire; corren por la ciudad desnuda. Vainillas, como campanas. Entran y salen por mi boca. Aire. Cortejar el aire con ojos ávidos de cielo. Ella iba con su nombre en la boca; perfumada como una caricia clara. Miro el ombligo de la puerta frustrada, sin vida. Parece una araña. Con llave como un murciélago. Estuvimos extraños. Luego las manos tocaron alas. «Es usted bello para ser noche.» Sonrío por las señales. Las tuvimos dentro de tu cama. He leído tu cuerpo como un rosario. ¿Te llamas? Tu nombre desfallece. Esculpe el viento. Tus manos son alegría, agradecimiento, euforia. Eres futuro, ¿sabes? Es por ti ¿sabes? Así no quiero morir completamente. Esta alegría tiene derecho a derrotar al mundo. Para que alcance a creer.
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¿Por qué no encuentras mi mirada? Nunca la encuentras colgada en el Tiempo, antigua, perdida, manipulada. La perdí en tus círculos, en tus círculos de piedra.
Alrededor veo caerse un grieta futura, deshojada como ruina; esa tinta de temporada, toda brasa vigilante como un tumulto pleno, en el borde de tu cuerpo,
detenido y seco.
Crece y crece como un cultivo descarado, como un campo de oxígeno, concreto y salvaje: flujo verde como mi sangre. Es amor esta plaza de las flores. Es el amor y me encarno, y cedo, y me abrazas y cedo; y en tu boca me acunas, me viertes como un canto.
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Ya sabes como recortar la memoria. Ya sabes como son las borrascas del olvido. Allí estoy encerrado, crecido como la memoria. Ya voy a secas, con la raíz hueca.
Ella salió del amor de las mariposas negras. Le gustaban las margaritas y mi cuerpo de barro. En el cuadro de tu boca, en los árboles negros, en una foto desprendida, el búho aclara la noche.
El cielo es una superficie y una sombra. Entre cuatro latidos, enamorado. En la sombra de la Muerte. En un árbol cercano. Tú, tan silenciosa.
Me has visto venir. Soy leve. Cuerpo leve. Mirada colgada de un tiempo antiguo.
Porque no me encuentras, perdido en un círculo a punto de caerse.
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Así como borrada, Sí. Como si fueras una boca sola, exterior y franca; como un amor oscuro, aislada. Como los niños, naces de la mariposa.
Supongo, siempre desde ti, supongo. Y no me queda otra que imaginarte. Solo sé la certeza de tu cuerpo; incierta y dudosa. Fantasía extrema.
Tan grande te extrañé, tan grande de no saberte. Urgente a cada instante. Enajenada y sola.
Me atrapas, mi realidad incierta, mi futuro quebrado, delante del mañana embotado. Acabada como un hecho. Con tu voz de silencio cuando menos se espera.
Con la luz que nos separa, hecha de sueño. Me queda tu boca, como puño cerrado, sin fuerza dentro. Y de tus labios, adicto, crecido; y, a veces, memoria.
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Esta cara extraña de tus ojos en su sitio donde tus pestañas cuelgan como farolillos, hacen colores hacia ambos lados se dejan caer sobre los labios. Allí lucen
en tu deseo; en tu boca, hay tormenta. Te encontré y esperabas que amanezca para aclarar la voz de las palabras, en mi boca, desesperadas.
Y tengo la calma de nuestro Destino. Calma seca, calma de muerte y de nacimiento. En el fondo de nuestra sangre, allí perdida, se invierte el agua.
Del fuego de tus piernas, de mis manos quemadas, ofrecidas a las llamas de nuestro sueño. Vivir de nieve mordiente como nuestros sentimientos.
Incansable es perdurar en tu boca. En tu boca me rompo antes de coagularme.
En negro
corrió
urdió;
no sé.
algo se arrastraba
un hombre, una mujer
un hecho, movimientos.
La tierra brotaba, empujaba.
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Que el amor en ti me arroja todavía hoy después del tiempo, aún peor: después de nada. Porque somos heridos, por los lados que tengo. Este desgarro es tu ausencia, ninguna y nueva, mano que se encuentra en los huecos que caen y penetran desviados de los suspiros de las noches-lágrimas. Estas quejas obstinadas de tiempo perdido, mil veces en manos muertas, dispuestas tus redes peores. De tanta luz que el corazón toca, como un cuerpo de aire ardiendo. Había que esperar para consolar este dolor por tus ojos hecho, quedado y herido. Como un dolor dueles como el escozor del veneno. Solo te pido, tristeza, que la vida me niegues así como la muerte.
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