No he hecho nada ante la duda que encarnas. Estuve llevándome a la boca espacios vacíos de las ganas rotas. Y ahora, palabras muertas y cementerios. Tuve que llamar a tu puerta donde la hierba había crecido. Nunca estabas, o no abrías, o nada. Volví buscando las juntas de las calles. Caminaban las puertas que no veía. Tropezaba con la soledad.
Que la noche venga con su misterio y, a veces, te traiga. Por las veces que te has ido, por las veces que has vuelto, por la falsedad de tu boca. No cabes en esa sonrisa cuando vienes. Y yo, como si nada, te acojo. Tengo la memoria ignorada, el rencor callado, los suspiros idos. Y vienes como pensado que dónde estuve, que no me quedé ahí quieto, que tuve que vivir sin ti, y otras locuras. Como de costumbre, no te contradigo, te hago creer que es cierto. Te enrabias. Sonrío. Según tú, eso te lo confirma. Yo, por dentro, lo niego. Me ves las intenciones y no me crees. Sonrío. Te asustas; porque si fuese verdad es que no te quiero. Lloras cada vez que llegas a este momento. Y para calmarte te digo: Si eres tú la que te fuiste. Lo niegas. Me fui pero no me fui. Como siempre dices que fui yo el que te empujé. Que tú no querías. Aunque sé que ante cada salida, te iban creciendo alas, hasta que te daban el vuelo.
Peligrosos son los sueños cuando estamos desnudos. Sobre el cristal se escriben con el vaho del tiempo. Son reflejos de mensajes que gritan desde el fondo, reconstruyen los agujeros del alma. Es la fuerza del espejo que se hace presencia, dentro del bullicio de las palabras. Es la verdad del otro mundo. Ya es tarde y antes del misterio, te vi surgir en los despojos de mi cama.
Te espero porque sabes al tiempo que no tuvimos, a la dureza de la piedra, amplia y derramada. Fuiste aquel instante de constante olvido, aquella sombra en cuerpo presente, aquel sueño de caracolas. Y botellas en el mar, y remas, viajas como el cristal, y orillas, y arenas, y naufragios.
Tiene el dolor cara de tiempo, material y espacio como las paredes que no se derrumban. Parece madera dolorosa que cruje al viento. Es la voz de la carne abandonada. Es el ruido de los huesos. ¿Oyes como empuja el sufrimiento? ¿Oyes como caen las hojas? Se hace la carne tierra, vacío y sepultura.
Dueles como el vivo color. ¿Cuándo piensas decirme que no me amas? Como la espuma te diluyes en el aire. Caes como la piedra de la mentira. Tiras al blanco del futuro botellas incendiarias. Recortas las noches que se desvanecen. Hoy he despertado como en un encierro y me puse a mirar allí donde no estabas. ¿Qué haces con tus noches donde yo desaparezco? ¿Qué haces con el ruido de la calle? Como débil voz quedo en tu silencio.
Pero es la dureza devoción de la vida, sufriente y doliente para partirnos al infinito.
Se vuelve la palabra mentirosa ante el dolor, concibe cuanto no es, ficciona hasta las piedras. Hace después espuma de los sueños. Se vuelve incierta y desconocida.
Y si tiene que mentir, miento por costumbre.
Se vuelve la palabra mentirosa ante el dolor, concibe cuanto no es, ficciona hasta las piedras. Hace después espuma de los sueños. Se vuelve incierta y desconocida.
Y si tiene que mentir, miento por costumbre.
Y se borra y se borra la pena solitaria. Y sufriste y sufriste de las palabras. Y los gritos ahora; ahora y en las horas del silencio. Más adelante tus labios y el recuerdo, los árboles y la distancia. Ya fueron ventanas y agujeros del tiempo, laberintos del me callo, de tu aire, del dolor, por si lloro. Duele, sí, duele como una dureza perenne.
Cada vez que te tengo crece mi fe en el amor. Crece como la bondad de tu cuerpo en silencio. Me tienes la desesperación retenida en tu boca. Tienes mis labios con su torpeza. Y mi memoria grande se borra. Se borra el dolor solitario. Crecen las horas y mis manos. Viene el grito de la vida.
¡Ah, que la vida era cara y era recuerdo! Y culpable y enferma y ofuscada, en permanente duelo. Rebelde, obsesiva y fantasma. Ahora dudo y tengo dolor, confusión y equívocos. Cada vez que la bondad crece se hace el silencio. Cada vez que alguien miente se rompen las farolas. Y así se van haciendo las calles oscuras por las que buscamos amor como ciegos.
Quédate tú también en mis manos. Para cuando se abran los ojos. Para cuando la boca se abra. Quédate sin ropa y radiante. Que estas manos te extrañan. Me hiciste abrazos de agua, danza de tus labios. Y si tengo que empezar, empezaré por tu carne. Quédate en la embriaguez de la cama. Entre tus cabellos. Toda mojada.
Eran calientes los huecos de las estaciones. El parpadeo de la vida, eso. Los brazos abiertos a las horas negras, como muelles del tiempo. Eran nuestras bocas aire y quejas, manar libre del viento. Estuvimos siempre desnudos y juntos, abiertos y mirada. Duele como si ya te hubieses ido y rotas las promesas.
En tu boca de cristal se me rompían los besos, allí, en el sabor de la espera. Allí, refugio de tu misterio, me quemas. Son los fragmentos que quedaron de la distancia. Son los recuerdos cerrados al tiempo, la penumbra de lo excesivo. Encerrado en tus derroches no tuve calma, horas negras del sinsentido.
Estábamos encerrados en nuestros sueños de amor, invisibles a los ojos de la memoria. Éramos enigma del futuro, fuerza y esperanza, puertas abiertas del corazón. Fuimos misterio. Fuimos el agujero de la duda, ventana de la sombra. Y tengo hoy que asegurar que seremos la carne del mañana.
En el fondo, en el fondo, muy en el fondo de tu ausencia, prisionero contigo y solo, sin el nombre de las cosas. En esta estación de vida y siembra faltan tus ojos y sus raíces; las nuevas no tienen memoria. Crecen las solitudes como plantas silvestres, secas desde el tallo, voraces carnívoras.
Jugábamos al amor a destiempo del precipicio. La cuchilla de la espera cortaba el silencio. ¡Te tengo tanta soledad perpleja, imprevista y larga, torpe como el miedo! De esa inquietud testifico; de ese terror bastardo. El miedo se oculta a veces, breve, íntimo y profundo, en su fondo interminable.
Pero se tocaron los desiertos. Volvimos perdidos tras las cortinas. Nos hicimos tinta y papel. Y aquella noche compartimos ruidos. Larga era la noche en nuestros cuerpos. Temblaba nuestra piel como mares furiosos. Crujía nuestra mirada, se precipitaba, y nos hacíamos noche.
En tus manos, grietas. En mis ojos, noche. Diario, a veces. Llegada y desaparecida. Sombra impaciente alargada. Nos cruzábamos, solitarios, en nuestro olvido en la barriada de las flores amarillas. Terminaba la ciudad, y campo. Abandono del recorrido, y suelo. Pasaban los árboles en nuestras vueltas de cuerpos. Tierra e hierba como manta.
Tienen esquinas los árboles de primavera. Estábamos en el parque apoyados los pies desnudos juntos, las manos detrás de nuestra cabeza, sonriendo. Llevabas un vestido corto sobre tus alegres muslos. Eran mis manos de noche cerrada, hambrienta y mía.
Nos arrancábamos del pecho las horas. Nos quitábamos los bordes para estar juntos. Rodando nos hacíamos invento. Reparábamos los trozos perdidos. Tomábamos la intensidad de los ojos para aprender a no cerrarlos. ¡Ya conoces el sabor de las hojas dormidas! Redondeábamos la almohada a cada hora. Apoyados esperábamos el retorno. Legaban nuestras manos a las grietas de la noche y de los suspiros.