Estaba pasando por tu vestido como el que no quiere la cosa. Ola azul de tu olor. Blanca piel desprevenida. Circulaba tu sexo como llamando a mis labios. Sonrojadas tus mejillas. El aliento de tu boca. Chorreaba tu lengua allí dentro.
Y se hunde el sudor en el silencio de tu frente. En esta entrada de tu mano vivo aposentado como un mendigo. Es el trance de tu matriz la ternura del mundo. Pasando de orilla a orilla de tu boca de tu mejilla, tomo el lugar de tu sonrisa. Y tu cuello, en tu cuello circula la niebla como el sonido de un tambor de la noche.
Me puse a escribir para escribir tu nombre. Y a ti te digo con estas pobres palabras que me quedan. Hago caligrafía de tu boca, texto de tu decir, carne de tu lengua. Ya te dije que no saldríamos indemnes, que seríamos nieve después del fuego, que quedaríamos para crujir como madera vieja del olvido.
Topa nuestro amor de lengua a lengua. Nos hicimos entre labios desconocidos y ahora somos. Tomé tu mano y la acerqué a la ventana. Bajo la piel de tu mano existo. Bajo tu boca vibro. Y tu cuerpo me hace sabor líquido.
Te amo peligrosamente y puente. Nuestro amor es de cristal, y jardín. Tenemos la vida marcada en el centro de la boca. Y un puesto de enamorados ojeadores. Estábamos marcados por los hoyos de nuestros cuerpos. ¡Qué digo! Por nuestra piel. Y hablando seriamente, reconozco tu boca al primer diente.
Y mientras los ojos se cierran y el dolor duerme, en el otro extremo de la cama se esconde el vacío. Habla tu lengua en mi boca, seca como la noche. Pasan las horas fuera de la casa. Pasa el ruido. Viene el temor. Se resquebrajan y derrumban los puentes sobre la tierra. Ya es cualquier hora.
Cuando eras nube y volaban tus piernas y tu boca agua. Breve y larga. Testigo de la fauna de mi cuerpo. Cuando eras reposo, amor y tristeza, mientras el dolor bramaba. Me tenías reservado el ángel de la noche, tu nuca y tu espalda.
Allí donde no grita nadie, grito. Es la historia de mi boca: grito. Grita la lengua de gritos de carne. Gritan los labios de aire. Grita el sudor ennegrecido. Y si tus manos vinieran a tapar el grito, muerden. Allí están las sombras del grito, sus cadenas y hambre. Se comen los gritos la ausencia, el mal y la vida.
Siento tus manos como agua de gaviota. Ya sabes que se hace el mar cuando te desnudas. Me acurrucas con tus detalles. Me hago espejo y recuerdo. Cuando duermes desaparecen las sombras. Me arrastro hasta tu boca. Y breve, suspiro en tu ausencia.
Te lo digo porque sé amarte. En la calle continúan los hitos del mundo, pasos largos, suspendidos, carta blanca del mar. Solía mirar las farolas. Solía dormir con tus recuerdos. Miraba con tus ojos allá al fondo. Sujetaba tus gestos desperdigados por la casa. Me sorprende tu presencia, sus signos, tus escaleras.
Necesito tu atardecer, tus estaciones, tus espejismos. Se cierra la noche. Pasa el tren. Crecen los gritos a los vientos.
Y eras toda latidos, saltos, belleza. Me perdonabas el cuello y las manos como pozos saciaban nuestra sed. Y tus esplendidos vestidos eran aromas frescos. Se nos quedaba la mirada blanca y deseo. Caían las gotas de nuestras risas como arte de la ventana y lluvia. Negra tu mirada de placer. Mojados dientes de carne. Sexo feliz, loco, danzante.
¡Peligro!, viene la noche con su perfume. Se desgrana el robar. Se desgranan tus dedos. Y entre intervalo y intervalo, palabras. Cae tu sexo rendido. En la inclinación de tu cuerpo te rompes. Nos tomamos el viaje del orgasmo. Y pronto, retomamos el vuelo. Tus párpados desaparecen. Mi boca se pierde. Estado mental desaparecido. Nos tomamos en besos. Asombros de latidos. Sensibilidad enloquecida. Y tu aire de sorpresa sobresalta sobre mi cuerpo.
Con tu cuerpo como muralla y armados ojos, vigilabas las puestas del sol nefastas. Era tu jungla. Eran tus senos apretados. Cubiertos por arroyos caudalosos. Me desperté entre tus dientes como una huella rota. El color de las piedras chorreaba de tu boca. Los hombros empapados por la turbina de tu pelo. Fui saliendo de esa casa de arena en los intervalos del espacio.
Rezabas descalza la oración de la uva. Cuando todo se pierde. Cuando irnos. Ves el caminito de la tristeza por donde las últimas horas huyen, antes que se evaporen las gotas. De tu frente desnuda cuelgan suspiros indefinidos. Y en tu mano creciente brotan caricias.
Desde la madrugada, y más tarde. Desde el doblar de las horas. Desde el tiempo de la espera. Se hace la tarde pedazos como el morir de la guerra. En esta fosa común donde desaparecimos quedaron las manos fuera. Fue blanco su color hasta en la penumbra de la noche. Y triste como el sonido de unas débiles alas.
Y si lloro, será porque duermes. Es tu boca, la que me llama tu boca. Es tu desnudez la que sostengo. Y si silencios me pones, gimo como una carne flaca, de amor, digo, de hambre. En la pérdida gruta de tu boca, se apaga mi sed y rabia. Tuvimos, para compartir, palabras viejas de almohada, ambas sendas de tu cama. Estaban los presentimientos al alcance de la mano, evocando, descorazonados, el miedo.
Por las tardes en esta tierra me acoges. Me invitas a volver como si fuera hierba. En la claridad de tus besos lleno las dunas de tu cuerpo. Es siesta en tus brazos, tranquila y larga. Desviábamos la inocencia más allá. No había heridas en tus suspiros. Manos abiertas, bocas abiertas, desgarraban los velos de la noche.
Tiene tu rostro el eco de tus ojos. A dos manos apartábamos las sombras. Paso a paso por tu olor. Sujetados nuestros brazos por la promesa. Me presentabas la noche de Dios. El último beso de la primavera. Y por la tarde, me invitabas a los escalones de tu escalera.
Y en la fuerza de los árboles encontré tu deseo amoroso. En los dobles suelos de la tierra, en el verdor. Tus manos mojadas de mi narcisismo. En ese enigma. En tu invencible llamarada me invade el mundo. Era tu alcoba un atardecer infinito, eco de nuestras miradas, sombra del día, luz de nuestros rostros.
En tu sombra interior, en tu revuelta, tomabas caminos extraviados. Eran tus labios de los que no se equivocan, y tu origen, secuelas de la tierra. En mi ignorancia interior, hueco. En mis pies, silencio. En el umbral del susurro, espera.
Ya, presente. Ya, distancia. Ya, el agujero del canto. Me toca decir. Te toca decir. Y el temblor. Y el temblor se hace verano. Y sonríe el calor de la noche. Y la oscuridad de tus labios. Fueron serenos cimientos. Y el rumor del lenguaje. Y las escapadas visibles... de tu piel. Naciste tarde. Sensata y dispersa. Entregada y molesta. A la sombra.