Y si te puedo decir que tus labios huyen de miedo. Cierra los ojos y compara esto con tu antiguo silencio y aquella fea tristeza que traías como cara. Entiendo que tus intenciones no eran esas; y que solo fui un intruso en tus sueños. Vuelve, si quieres, al círculo de los cuerpos, a las huellas de la carne, a las falsas promesas, esas que se dicen con una irónica sonrisa, y amor, mucho amor del instante, emborrazado en emoción. ¿Qué te puedo decir, a ti, marinera del aire, de molinos locos, y otras fantásticas sorpresas? Si solo ves páramos, extensos, llanos y secos. Qué le voy a decir a tus oídos desgastados, a tus labios agrietados. Te seguiré de lejos, un tiempo, un rato. Haré lejos fuego. Dormiré al raso, bajo la dura noche.
Soy abanico de tus sueños rotos. Agita y agita la proliferación del aire. Revienta los objetos del dolor. Aleja la pestilencia. Son sus varillas fetiches del aire, su mango modelo de nuestras manos, sucias, moradas, sudorosas. Sufren heridas leprosas, trozos de la vida que se aleja. Mueren sus sueños en coma. Es la rebelde pintura de la vida, el ansia, la mezquindad. Revientan viajes. Traen penuria. Ilustran los rompecabezas. Toman color de mitos desconocidos, cristales atrapados en las venas, parecen terciopelo, falso, deshilachado. Son las inútiles fronteras entre real e irreal, así, como si nada. ... Ya es temprano y tengo que despertar de las plegarias de la noche.
Pertenecer al dolor, a sus intrigas, a su mala leche. Ese dolor disidente del cuerpo, lectura mal entendida, errática, confusa y perdida. Pertenecer al dolor como quien pertenece, atado, dependiente del grito, de la mala suerte. Eran sus metamorfosis ancestrales, marcas de la biografía, desechos de la vida perdida. Tuve el privilegio de tus manos y sus obstáculos. Tiemblo cuando aún recojo trozos de tu cabello entre la proliferación de los objetos que dejaste, abanico de los sueños rotos. Pinta mal la herida; dice que no se cierra, que no callará su boca, que es grito de malaventura. Y si tiene que callar, será mordiendo.
Íbamos en las alas de prodigiosos Infiernos. Era, entonces, evidente la lluvia. Manifiesto invierno. Fuerte y silencioso como la vida. Capaz de aire y tormentas. Quería arrasar las últimas trazas de la primavera. Agua fuerte con sabor a peces de mar lejano. Lluvias densas como el tiempo. Frágil amanecer, entonces. Ardía el aire para verte. Aquí hace una pausa la construcción del mundo. Y sales de la cama, rota por los sueños. Mojada por el sudor de la noche. Tristeza de boca seca. Dejas las marcas de tu cuerpo sobre la cama. Abres los pasos. Llega la humedad del cuarto de baño. Es una puerta abierta a los desechos de la vida, una de las salidas de la casa. Llegan al mar los destellos de tu cuerpo, del olor las turbulencias, el gulag de los detrimentos.
Tuvimos camas pasadas donde leíamos los cuerpos. Desfallecían las horas completas. Y creíamos que nunca era tarde. Estamos al alcance de lo que amanece. Eran gotas de dolor que pasaban por la noche. Estábamos lejos del riesgo del recuerdo. El mar, el mar aún estaba lejos.
En ninguna parte, en ningún lugar estuvimos. No sé ahora por qué te digo eso. Será por tu nombre. Será por mi boca. No hay quien la calle cuando de ti hablo. Con caricias claras. Con tu ombligo. Con las llaves de tus sueños. Con tus manos para hacer noche. Es usted o vos, la hierba que hierve, la cal blanca, mi paisaje. Vengo con todas tus camas robadas, súbitas, altaneras, y un poquito de aguardiente. Ya ves y me dices mi borrachera, mi hombría rota, desecho humillado. No sé si voy a quererte, así como yo quiero, loco, inconsciente, entero. Tal vez prefieras sudor y carne, sin tristeza ni pena, así ligera. Tal vez eres tú la del miedo, y eso que te dices valiente, cobarde, fría reluciente; y te guste lo sucio intranscendente. Eres vuelo sin consistencia de las marcas que te hacen. Eres mirada del paisaje de piedra, bosque primitivo salvaje. Tal vez me equivoco ofuscado, incongruente, tirano ciego que miente.
Total, una sombra. Con la piel tersa, suave y fresca. Cercana la nota. Y por supuesto, al amor devota. Mueren las miradas perdidas en la noche. Levemente los círculos se cierran. Alrededor de sus ruinas hicimos castillos de aire. Tumultos vigilantes, con sus cúmulos de oxígeno marcaban los bordes de la vida. Vienes de otra parte, de todas partes de mis puertas. Te detienes como se detienen las palabras. Recogen tus manos mi carne desairada. En ninguna parte desnuda, pero promesa. Hice con tu nombre caricias nuevas.
Ahora vendrán las negras ciruelas con su jugo a nuestras bocas. Es que estoy pensando en ti, mi amor. Y dirás tú que no eres el fruto de mi boca. Y diré yo que eres el fruto de la vida, así, sin metáforas. Somos ahora cuatro latidos de la naturaleza. Y vendrán más como savia del árbol. En tales cosas estoy ahora pensando bajo la sombra de los árboles.
Sales del ángulo de mi boca, de lo árboles negros de mi mirada, de la sombra de mis manos. Te he visto llegar con una sonrisa que intenta no decir nada, nada y todo oculto. Te posas. Te posas como una presencia inesperada, así, como si no hubieses venido. Y te desvías. Y das vueltas. Te escurres como si no hubiera habido tiempo antes, borrado, tal vez ausente, tal vez escondida. Me citas como el que no va a venir. Sonríes con ganas, como ya sabiendo que vas en serio, aunque tus gestos lo niegan. Me dejas en el caos de mi noche, sin mente, sin conciencia. Despierto con un dolor sin motivo, perdido, mudo. Voy a buscar las pocas marcas que has dejado. Y lloro; sin saber por qué, lloro. No se puede llorar así tan de pronto. Busco y te encuentro como única causa. No entiendo. ¿Por qué se ha de llorar por la vida? Nueva. Enigmática.
Así como las bocas muerden y supongo que tengo que imaginarte desnuda. Me sientes dudosa y con preguntas extrañas. Me urge tu voz para tapar el silencio. Te he recordado, ¿ves? Te he olvidado también muchas veces, tantas que a veces me suenas a hueca. Te he encerrado en el olvido con llave y sales para que te conserves. Fuiste la salida de las hojas y ahora su entierro. Fuiste los recortes de la memoria dispersos sobre la mesa que mis dedos señalan. Ahora sales como mariposas de papel volando.
Vivíamos contra marea como intrusos del mar. Las palabras secas en la boca. Los gestos con nudos sensibles. Se arrastraba el movimiento sobre nuestra piel como onda de la vida. Así las bocas. Así el amor oscuro que nadie toca. Y supongo que imaginábamos que éramos grandes gigantes, sin dudas y urgencia, que devoraban las sombras y todos los silencios.
¿Qué hacen ahora tus labios? Siguen luciendo como las tormentas. Ya no le perturban mis palabras desesperadas, ni su nacimiento, ni sus ruidos. No me queda ofrenda para entregarte; ni furiosas mordidas para amarte; y sin embargo, sigo siendo un intruso en tu vida; pobre, igual que vine en el primer instante.
Que solo te pido tristeza para hundirme en el recuerdo de tus ojos. Que solo me hago en el color de tus colores, en los lados de tus labios, en la suavidad de tus palabras. Venga a mí la calma de la tristeza como la suavidad de tu piel, como la dulzura de tus besos.
Y tus ojos son la sorpresa de mi vida. En su inocencia borraron todas mis heridas. He querido para ti ser hermoso aún por encima de la ciega vida, esa que duele como el dolor del veneno. Me has hecho traspasar el olor de la muerte, la triste tristeza, y otras banalidades. Alejaste con tus colores la peste, el hambre y la miseria. Tuviste que ser el dolor de mis tormentas, la sabia viva de la lluvia de mis cosechas, la alegría del otra vez.
Tuvieron tus ojos la culpa de todo el desastre. Me vinieron de sorpresa a herida, embargado en mi inocencia. Sí, tus hermosos ojos, con sus lecturas antagonista: hoy te amo, mañana te odio; y me engañaban en el torbellino de su mirada. Fui yo un enamorado loco que veía y estaba ciego, siempre ciego, feliz y desgraciado, consentido y a la vez rebelde. Fueron tus ojos mi pérdida, suave pérdida, como una aguja intravenosa, siempre clavaba en el daño, sin dar noticia de las heridas internas hasta que ya fue demasiado tarde para despertar del dulce sopor.
Peores mares habíamos recorrido de boca en boca. En nuestro divino divagar fuimos luz de los sueños. Ojos rotos de pena y llanto. Inocentes, sin embargo. Habíamos quedado como herida. Pechos sin reproches. Corderos de la vida.
En ninguna mano, en ninguna obstinada noche, cuento tanto como cuando te recuerdo. Ya se hizo la espera. Ya se hizo callada. Ya vino con sus ojos helados a mirar tu ausencia. Divagaba de frente, como si fuera inocente de tus ojos hechos de huidas. Y quiere, sin embargo, verte, negada que es a tu pérdida.
Eres mi herida vieja después de la vida. Eres mi boca quemada por la espera. Se acabaron todas las tormentas cuando echaron al tiempo afuera. Primitivo dolor, mi drama. Todos tus ausencias caen en los huecos de todas partes. Cuentan las noches obstinadas nuestra mala historia vivida. Cae la lluvia en un divagar celeste. Y por ahora, solo soy recuerdo.
Toma la herida sangrante antes de que te vayas y tomes los pies por salida, y al final, dolorido me dejas como ave caída. Tuvimos vida dudosa, altanera y frágil. Tuvimos vasos de amor claro, ancho mar de tu sonrisa, después, dicha. Fuiste clarividente de nuestro oscuro futuro, caminos divergentes germinando ante nuestros pies. Fuiste divina de ojos dudosos y lágrimas llamas.
¡Cómo siento tu ausencia como un descuido! Uno de cada dos tiempos, lluvia, lluvia y sueños y lluvia. Y me siento en ausencia, demasiado lúcida. Cae la tarde y ya te fuiste entre las sombras. Cae la noche como amenaza. Suena un dios del infierno, frío como mis manos. Anduve de silencio en silencio, de calle en calle, arrastrando la pesadez de las paredes, duras y húmedas, calladas como los números de las puertas.
Entre la almohada y tus espasmos, entre la alegría de nuestras fuentes, con algún descuido del sueño, mientras la lluvia se ve a través de la ventana, y las húmedas hojas de los árboles danzan coquetas, se hizo, en nuestro cuerpo, la eternidad del placer compartido.