¡Qué pasado! ¡Qué futuro! ¡Qué pequeños me parecen! Manteneos así siempre. A menudo siempre presos en jaulas, con olores vivos del “meacuerdo”. Por eso pongo en conservas a la memoria, revuelta con tomates fritos, una pizca de ilusión y unos pimientos rojos y verdes. Más allá del huerto del tiempo y entre palabras, alguna que otra broma, cansado de dolor, muerdo las partes inmunes, seco el pitillo hasta que el fuego me quema y me avisa que aún puedo sufrir.
Nuestros cuerpos teñidos de sonrisas. En torno a ti me hago hombre. Te miro y en tus ojos me sorprendes. Pelo lindo envuelto en tu olor. Alargábamos los besos para cubrirlo todo. Y así caían nuestros amantes zapatos. Íbamos a bailar mientras era noche. Caía todo como en un sueño. Era tarde. Las miradas nos empujaban hacia ese privado encanto que solo tú y yo conocíamos. Tú, flujo de la vida, antídoto del pasado, me mantenías siempre fuera de la memoria. Me decías siempre: Huele el olor. Huele ese olor, ese olor a futuro, a cosas aún no hechas, todavía en su estado de natura. El flujo de las jaulas de lo primigenio nos mantendrá en esta maravillosa juventud radiante.
Ya me acuerdo de ti a menudo en tu cama vista cayendo la tarde cuando el sol aún está caliente. Entra por las rejillas de tu ventana de verano, enciende la noche, llama al fresco, lo saluda y tira para adelante. Es azul tu habitación en los reflejos de la noche, callada en el silencio, plena de la viveza de tu carne. Y pareces mía. Y te conozco. Y entre esas cuatro paredes olemos la esencia de la vida.
Ya te reconozco dolor en tu ausencia. A menudo visto, comido se retuerce, nada amable no le importa los gritos de tu boca: ¡ay dolor, dolor quiero la muerte de tu boca! Trágame ya de una vez que mis gritos se confundan con los apestosos ruidos de tus tripas. Trágame dolor, te lo suplico. Ten piedad, aunque yo ya sé que tú de eso nada conoces, trágame que así Dios me disuelva en la nada de la mierda.
De recuerdos, éramos entonces antigua tarde. Vivir temblando a paso rápido. A volverse. A vivir temblando. A escuchar. A volverse vestido y cantando. Sobre ti, la cubierta de la parra de aquel patio de piedras redondas y grises. Calor, a media tarde. Mientras, las avispas tomaban la merienda de uva verde y caliente. El zumbido de sus alas adormece. No hay sudor; al menos en el recuerdo. Ni siquiera los perros ladran. De su lengua seca aún gotea, de vez en cuando, un hilito de humedad que sacan de su garganta.
Late la ida como ruinas solitarias indefensas. Camina sobre espalda caída, vida de antiguo horizonte. Son entonces los recuerdos una tarde, sin ton ni son, así, descuidados, desprovistos y solos. Es ya viejo caminar aquel que hicimos más allá de la esperanza, del trino de los pájaros y de la sinrazón de las hojas secas.
Es como te tengo, como lloro y lloras, ríes, río, y nuestra sangre nos hace memoria. Son nuestras cicatrices delgadas y finas, casi invisibles, pero no para el dolor que las toma. Estaba la vida desnuda y delgada bajo nuestra piel sufriendo de, riendo, llorando. Sí, mi querida ruina. Me haces dolor de sangre, espanto, y si hay más, te cuento.
Hay más paz en las heridas. Heridas de hierba. Heridas de agua. Y después, ramas. Notaba las ramas de tu venas bajo tu piel fina caliente. ¡Dolorosa memoria! Cuando me dejas no queda nada. La ruina que dejaste. Era antigua la vida. Recuerdos de horizonte. Es como si fuesen adelgazando hasta quedar enteros y finos, no aptos para la memoria.
Exacto. Exacto y apilado bajo los escombros del derrumbe, sin el color de las cosas, sin brazos, sin ojos, sin labios. En ese delirio propio de tu huida. Tiraste tus zapatos como el que no quiere más, no aguanta más, está harto de tantas historias sin sentido, y pone aquí el punto y final a lo nuestro.
Te escribes para no ahogarte. Son las sombras del papel; mira, ¿cómo las ves? Con grandes esperanzas en sus patas. No es silenciosa su marcha. Breve lengua que nos otorga efímera tregua. Ven. Arreglemos nuestras manos. Démosle vida de la que no se gasta. Quitémosle el traidor maquillaje de la belleza. Ven. Sumerjámonos en el subterráneo mundo de lo no dicho por nuestra cuenta.
Tu pecho alineado sobre mi boca. El calor gritando. Los pies en llamas. Descalza sobre la hierba, originaste tormentas. Después las ramas, dolorosas ramas, revueltas entre el agua. Y tus pies, tiernos nadadores, van casi volando por mi memoria. Es la sangre de cicatrices, desnuda sangre, desafía como en la antigua vida. Por ti late aquella ruina, en el desajuste de los recuerdos. Ya veo venir el horizonte, cabizbajo, recordando la vida.
Como hacerme morir de amor y otras vanidades. Más pa allá del mar se oye tu voz saliendo de la carne de las familias de las conchas y hacerme morir de maravilla es uno. Y hacerme vivir en la hermosura del mar es otro. Y tú te vas como voz exacta como si fuesen cosas en mis ojos. Si para maravilla mis labios no saben decir lo que siento, me enciendo apabullado en este disturbio.
He seguido tu rastro-de-noche como el que hace por tenerte. Entre tierras arrojadas, casuales, líricas, del corazón desvelado, vi que llorabas, irremediable en la jadeante noche., en su transparencia, en su vivo color de ojos, en el lugar del asombro. Se agitaba tu silueta en la inundación de mis ojos. Estábamos allí como dulcemente adivinados. ¿Cómo morir exactamente para que no haya error en el cálculo, en el cuerpo, en la exactitud de la vida fija y exacta, limpia, incorruptible, sin memoria?
Íbamos a revisar tu garganta, así: como un paseo por el jardín; hacer de tu lengua algo elegante, vivo y escurridizo, caliente como la sangre. Ya me hacen tilín las rodillas, tolón el vientre, y discursos tus labios. Con tanta exaltación hacíamos catedrales, himnos de amor danzantes y perdón por haberte ofendido. Creo yo, crees tú, que el no habernos perdonado, así, algunas veces, se quedó como impulsos en las cicatrices. Y ya vamos a dejarnos de juegos infantiles, que somos adolescentes, nos arde la sangre, y tengo impulsos de comerte. Se me vino un asombro, como un aire de amor y celos, como si nunca nos hubiésemos tenido. Que te estaba en sueños besando, que caminabas en mi noche, en la tierra de la causalidad se hacían las transparencias de la Luna, sus reflejos, sus engaños, sus hasta aquí llega la noche, y quien quiera más que se la compre en el kiosco de la esquina.
Se parecen tus ojos. La mordida de tus dientes. El ya yo quisiera. Tocaba mi mano tu pecho. La coraza del corazón enamorado. Saborear los labios de tus besos. Te dedica mi pensamiento una delicia jamás vista por esta orilla de la vida, ni por otras tierras lejanas. “Avisu” avisu” por dónde andan tus rodillas que tengo en mi rostro noticias de tu sudor y no puedo esperar más para ser elegante. --Van buscando el encanto de tus labios que en su abrir lentamente, desalojan aromas de los misterios de la vida.
Sales huyendo del cuerpo-angustia. Su amenaza, su cuerpo concluido, oscura masa, mirada ciega de la carne. Este odio ciego, obcecado, desdichado, infatigable, memoria hueca, discurso hueco contra la vivencia y los recuerdos. Era, sin embargo, tu brazo, tu vestido, el movimiento de tu olor inconfundible, un conjunto ebrio en la embriaguez de tocarte, en el calor de la carne, la mente de arena, y la tarde, la tarde, la habitación... dentro de ella, nuestras lenguas inagotables. Solo teníamos el presente, precipitado, el filo de la tarde, nuestra profunda garganta, redonda boca, el choque de los dientes, y tú, desnuda y ancha, pecho devorado, mientras tu vientre me llama.
Vuelven los huesos en desorden. ¡Como les parecía poco, trasnochaban! Hicieron juegos de tortura imitando a los hierros incandescentes. Allí se fue fundiendo la noche entre queja y queja, entre vuelta y vuelta y sudor. No sé si podré olvidar aunque sí se olvida. No sé qué destino tomará este enemigo, si tomará una tarde el camino, me dirá como si nada, Adiós muy buenas, Me voy a otra parte donde quede carne entera, y no me miren con esa mala cara que pones en nuestro encuentro.
En contra de los huesos, de los inútiles recuerdos, de las vaporosas fantasías, a la guerra civil con la vida, a la hecatombe, el ruido, el esquizo del estar, del sentir. En las trincheras del dolor, su aroma terrible, su presente presente, aquí estamos y es dolor. Si no fuera porque el dolor ya hace suficiente ruido por sí mismo, gritaría con mil metrallas un grito a la sangre, a la propia sanguinaria, destructora de la carne, vil, hecha de huesos que han despertado de su sueño eterno y reclaman su carnaza, aquella que le es debida.
Y nos hallaban. Y nos hallaban. ¿No los oyes? Se están alejando. Ya no se hallan en movimiento perpetuo como los amores cautivos, esos de tiempos lejanos, llamados medievales. Ya no es sospecho amarse, ni hilar los telares, ni hacer ánforas de tierra. Nos pusimos a buscar el alma, su historia, su mundo. A pesar de todo seguíamos en exceso. Hasta la saciedad. Hasta necesitar vomitarnos. Sucios. Asquerosos. Pero con amor en las garras. Seguía amándote en tu exceso. Era como retenerte. Hacer de ti una que vuelve, segura, sin tu maldita estafa. ¡Cuánto lloré cuando tu lejanía reventó la bola del espejismo! Tuve los vasos y los huesos rotos o algo parecido, como si me diluyera. Así quedé como un recuerdo, el mío, desplazado en el tiempo.
Semanas antes, horas antes, estuve a punto de la tristeza. Me llevaba la vaca del Tiempo; tentado por sus dulces ubres, parecía entonces, ese mundo defectuoso menos imperfecto. A pesar de todo, morir. Sacarle el dedo a lo vivido, si no la lengua o el punta pie. ¿De qué te sacias si de mi amor no quisiste? Renueva la noche y ella sola.
Pasábamos por lechos comprometidos. Estábamos en el espejismo clavado, en un fluir, en un escondite que contenía todas las miradas. ¿Para qué?, me diría yo. Para nada. Porque son los refugios imposibles, ya lo sabes. Te quiso la sombra, y no la encontrate. Te quiso aquel vicioso rostro, como si fueses a destrozar las normas de la vida. !Ya¡ !ya¡ Como si se alejase la sospechosa nocturnidad. Y de la nieve, las hojas defectuosas, el bullicio del árbol. Así como también la historia de los pasos.
Y nos fuimos. Y vinimos a eso de las diez; aunque aún no era la hora. Nos manteníamos cerca del reloj, por eso de ver pasar las horas. Criticábamos su ropa, su forma de andar, los gestos que hacían, y algún que otro segundo mal marcado. Por que en eso también intervenía un poco el aire cuando estaba de visita a la hora del té. Ellas, a penas, se molestaban por esa pequeña vibración de sus agujas. Además, nadie tenía el ojo tan fino como para percibir tan leve variación del tiempo, salvo esa pareja de la cuál habitualmente hablo cuando hago el amor con palabras.
Felicidad perpetua en las nubes. Alejada felicidad que siempre nos llama, y la oímos, la oímos, como si fuese nuestra propia llamada. Cuando se alejaban le seguía el eco. Eres feliz, --le respondía. Sois felices, --a todos-. Despertaron al día siguiente con esa creencia. --¡Qué les iba a hacer a aquellas cabezas locas! Fue este el final, pues ya saben que eco solo repite lo que oye.