Nos hacíamos a fuego lento en la oscuridad de nuestra boca. Me hablaban tus desnudos ojos de imposibles, besos, abrazos, camas. Ya me dijiste que la memoria dispone de la distancia. Tan cerca, aquí, a un paso de tu olor, tan cerca y tan lejos. Me miras como lo que nace, me respiras en la cara y das media vuelta, tan cerca, tan lejos que no puedo alcanzarte. Dispones de mi vida como un juguete. Lo tomas, juegas, lo sueltas. Hago piruetas de amor como un payaso en lágrimas, tan cerca, tan lejos del suelo. Son esos tus pies que nunca he visto. Ya ves, desvarío en tus manos. Y hoy, al principio de la mañana, te he puesto lejos, en ese lugar de los sueños que nunca se alcanzan.
Te pido una noche, una. Te pido el tiempo de tu boca, tu aire, tus ojos. Te pido ese abrazo secreto que me hace esa barca de tus manos, puertas bajo tu ropa donde las horas se han vuelto locas, crecen por las paredes y me hablan. Tal vez en su delirio de agua gritan pidiendo la humedad de tus labios, cogen el mar de las ventanas, y confunden la luz con la vida. Lamen el cristal sedientas y echan raíces a la vuelta de la espera.
Qué es vivir sin la alegría que me produces? Despertar, despertar de este sueño no es posible, ni quiero, ni me dejas. Mientras, todos los sitios son tu rostro. Desde que me miras vivo despreocupado, ligero, sin pena. Ya no hay cenizas locas en el suelo. Te diré, muéstrame tus manos, cuéntame sobre tu noche, sonríeme con tu triste boca. Te pido que te acerques con mi mano extendida. La tomas. Te acercas. Sonríes como una pregunta. Y cuando ya cerca de mis labios, nos hacemos en un beso nuevo.
Te prometo ser la tempestad de tu boca, el aullido de tu piel, y el espantapájaros de tus dudas locas. Ya sabes que bailo al ritmo del baile de tu mente, que ronroneo alrededor de tus piernas, y si es necesario, muerdo tu blanca nuca cada vez que me tocas. Naces del viaje de la belleza. Por tanto, seré tuyo aunque tenga que alimentarme de las sobras de tu sombra.
El amor nos abraza en esta triste distancia, se nos cruza, nos mira, nos desprecia con la abierta boca de las promesas. Solo en esta estación, y en la próxima, y en cualquiera, nos clava sobre los troncos de los árboles como notas al viento que pasa. No hay paradas. No hay claves para descifrar el recuerdo. Estábamos desnudos ante los reproches en la tempestad de nuestras bocas.
En esta estancia triste, aquí y ahora, cuando acaba el mundo de este año de la tristeza, me suenas a nunca haber sido. Ya sé que no eres heroína valiente, ni triste suicida. Ya sé que tu vida está en el aire, y que tienes horror a las terribles corrientes, y no quieres emprender inciertos viajes. Sin embargo, aquí te espero, muy cerca del filo del muelle, los pies mojados, las manos envueltas, con pena y llorando.
Ya no se cruzan nuestras manos como un triunfo. Ya no te sueno bonito, ni me abrazas, ni me miras con tus dulces ojos. Y hoy, ahora, lloro y sufro. Lloro por tus manos cuando me tocas, cuando seria me sonríes como queriendo y sin querer. Y es entonces cuando no sé qué pensar. Triste ambigüedad que me pone de tristeza.
Ya que nuestras manos fueron muchas veces triunfo y amor de toque de queda. No porque tus padres nos pusiesen hora de llegada y de despedida, sino porque el amor tiene esas contradictorias locuras. Ahora te amo. Ahora menos. Ahora me bota el alma como si ella quisiera abrazarte directamente. Ahora se enfría por un gesto malentendido. A veces tus ojos me saben a triunfo, otras a indiferencia. Y me apago como un perro muerto bajo sus secas costillas. Hoy no quiero escribirte porque me has dejado con la duda, la boca seca sin hambre, los ojos tristes de la tarde que se acerca.
Se abren las despedidas ante las puertas de los espejos del Tiempo en el nosotros de la madrugada. Ya es hora de nuestra piel después de las horas congeladas. Ya se nos había hecho costumbre la monótona vida, pues teníamos la vida como atravesada, con sus viejos zapatos, vestida de tristeza. Ya estaban nuestras manos lejos del bello triunfo. Y te confieso que aún me suenas a olvido, ramero olvido que me dejaba de pie en cada esquina desconocida. Hice locuras por desamor, más de una suicida, fea amenaza de los desesperados. Abrazaba tu distancia como el naufrago abraza cualquier cosa que flota. Bebía de todas las aguas fuertes y saladas para quemar aquella boca que gritaba. Se me cruzaban todos los desprecios, haciéndome ver asqueroso, vil y asqueroso, pordiosero, mendigo de la muerte.
En esta fina línea de la soledad, se hace tu cama a gritos. Cinco minutos, y vacío. Un ratico, y nos pusimos a reparar el tiempo. Nos rodeaban árboles refugio del peligro. Limpiábamos nuestros sueños ya marchitos, temblando sin vida, tristes como pequeños niños perdidos. Hojas muertas de la piel desaparecida. Encendíamos nuestras bocas a la espera. Nos alumbrábamos con la tristeza de nuestros ojos. Sufrían nuestras manos vértigo. Parecían ya abrirse las puertas de las despedidas. No, aún no era madrugada, y ya nuestra piel de invierno congelaba las horas por venir y pasadas.
Como oleadas, vivíamos como oleadas. Van y viene. Chocan y mojan. Se rompen, se disuelven. Como oleadas de soledad caída. Como encuentros rotos. Como decirnos al calor de la tarde. Fuiste y viniste tantas veces. Me fui y volví tantas veces. Que ya no las contábamos, como nadie cuenta las olas para tomarle el pulso al mar. Nos mojaba con sus arrebatos. Nos ponía gris con sus oscuras nubes de tormentas. Nos abría el horizonte, perdidos. Y ya desnudos sobre la arena, caíamos rendidos en el dulce sopor de la noche.
Éramos tan inestables como raíces en el agua, flotábamos en la deriva de las corrientes, mariposas marinas del oleaje. Y no te tengo que culpar, ni me culpas; sonreíamos con ternura al saberlo. Era así, al igual que nuestro encuentro: fugitivo, queriendo sin querer y no queriendo. Nos avalanzábamos fascinados por nuestra presencia. No podíamos evitarlo cada vez. Nos arrastraban nuestras manos y nuestras bocas, ojos vivos sin sombras. Así, perdidos, estábamos hasta la separación. Venían después la rabia y el coraje y los miedos. Qué estábamos haciendo sino destruir lo que habíamos construido antes de conocernos. Pensábamos en los peligros que nos acechaban, en la violencia de otras manos, en el daño de los cuerpos. Recogíamos velas y quedábamos paralizados en los puertos como barcos sin mar. Hacíamos el silencio como si hubiésemos desaparecido de la faz del mar. Qué terrible temor nos mataba. Qué parálisis de los órganos y de la fuente del deseo. Parecíamos secos manantiales largo tiempo agotados. Pero nunca, nunca, el temor consiguió matar los sentimientos. Estaban ahí en nosotros silenciados como el volcán que hace siglos duerme hasta el próximo estallido de nuestras manos.
Vivíamos en nuestras bocas lejanas y tan cerca. Se abría el amor a la carne. Florecía nuestro amor en el futuro. Un barco va y viene a nuestro encuentro. Flotaban sus banderas con la gracia de las líquidas mariposas sobre las aguas marinas del deseo. Sabíamos bien que era imposible, pero ¿quién podía parar al corazón danzante? Me hice marinero de tus viajes. Me perdía más de una vez en las islas de las dudas, locas como grandes naufragios. Acababa con las manos de la esperanza disecadas por la sal de la desgracia. Lloraba, reía, me angustiaba, sonreía de pena, el sufrimiento me maltrataba. Pero espero. Aún espero en la duda de la locura.
Se levantaba la estampida de los secretos, la náusea de la nostalgia, ese veneno de la hirviente sangre. Gotean los ases de la vida. Se encienden los ojos en sus atajos. Aparecen los voraces agujeros de la lluvia. Salen los pájaros rosas del invierno. Se agita el olor. Se alejan nuestras bocas de carne. Florece allí la memoria.
Alguna vez fuimos pájaros del fruto maduro. Nos balanceábamos sobre la ligereza del aire. Nuestras alas desnudas creaban turbulencias de pánico, remolinos de existencias, y pasos. Amanecía sobre los precipicios el intervalo del deseo. Se levantaban en estampida los secretos. Rebosaban por sus bordes las cosas ocultas. Y entonces, y entonces, tomábamos los ojos como atajos.
Ya es hora que te diga te amo. Para ahora y el futuro. Para el cerca y lo lejano. Antes de que se acabe el mundo. Y el fracaso nos haga indomables. Crecen las horas del infinito que nos espera. Crecen las ramas del tiempo, sus secretos mojados por las olas del espacio, los pies descalzos. Huelen ya las palabras a viejas. Las soledades extrañas. Y alguna vez, desnudos, florece la masacre de la noche.
Y nos vino el amor a la boca, limpio para amarnos en toda su inocencia. Amarnos como un bello regalo. Sueltos de manos. Unidos por los labios. Fue este magnífico invento de la lluvia. En nuestro mundo, pasaban las noches enteras, los días, las horas, sin llanto ni memoria. Mirábamos los lazos que nos unen, los recuerdos conjuntos, el nacimiento de nuestras bocas. ¿Recuerdas aquella tormenta que nos pilló en campo abierto? ¿Y los rayos, las nubes, batiendo en nuestras venas? ¿Recuerdas aquella boca del silencio, gris y dolorosa? Todo había recobrado vida. Crujían nuestras palabras como una quiebra. Nos dolían los pies de frío. Nos dolía el ruido de la tormenta. Buscamos un nido bajo los altos matorrales como si fuésemos a incubar las crías del futuro.
En el patio de tu cabello, mis manos y mi boca. Mordida del deseo. Desnuda a gritos. Poderosas caderas de tu cama. Te beso y escucho el susurro te amo. Parpadean tus piernas. Se curva tu espalda. Me dices ámame y me aprietas. Nos viene el viento a la boca. Te busco en tu limpio cuerpo. Me pierdo en tu lugar oculto, casi inconsciente. Y el ardiente sudor elimina toda distancia.
Estábamos en el llorar de las manos cuando vimos pasar nuestro pasado. Las piedras echaban raíces, los árboles muros; las espigas acero, los campos hierro. Se iban borrando los nombres con el agua del espacio, pertenecían al invento de los espejos. El pensar surgía de los arrepentimientos. Se volvía del revés el presente como un abrigo formando el espejismo del futuro-pasado del pasado por venir; tiempo invertido donde las muertes estarían por venir, y la vida habiendo sido.
Y amarte y llorar, y llorar en este cuarto de los abrazos rotos. Y caer, y llorar. Me miras como pausa del silencio, al ritmo del color de tus ojos. Supe entonces lo invisible que era, y la fealdad de la piedra. Olvidaste todo el dolor y el desvelado ruido, y la raíz de nuestras sonrisas. Y me miras. Y te miro. Pero ya no sabes. Ya no sabes mirar las espinas, nuestros huertos de amor y secretos. Y lloras. Y lloro.
Me das cuenta del error de habernos conocido. Me preguntas por los defectos del mundo para ver si los conozco. ¿Cómo separarlos de las dudas de las sombras procedentes del más allá del oscuro silencio?
Tus brazos me negaron dos veces, o tres, en su mentira, esa oscuridad de siempre. Se tambalea el mundo y, a veces, me sostienes, otras, soy carne de paso. Sabes a duda, a terror a lo desconocido. Surgen tus ojos de dolor, y me aterrorizas. Tocas al saber oculto que llevas dentro, sale por tu boca, me lo pones en los labios.
Y a veces con tu belleza en los fulgurantes nudos despoblados. Largas eran las cadenas de nuestras manos rotas. A veces bosque. A veces mañana. A veces brazos desgranados. Echaban nuestros dedos raíces en la oscuridad del mundo tambaleante. Contábamos nuestras dudas sobre las partes de nuestro cuerpo. Y cuando al beso toca, nos hacíamos dolor para consolarnos.
Y otra invasión del tacto. Necesitábamos darnos a la vida oscura, con sus negras Lunas, y otras luces del firmamento. Es mentira que éramos hermanos de las sombras, y otros subterfugios. Qué le íbamos a hacer si se nos hizo la vida en blanco y negro, con su papel roído por el desgaste.
Amor a ti como milagro
Estábamos en los secretos del silencio, en belleza despoblada de los ojos ciegos
lunes, diciembre 04, 2017
Estábamos en los secretos del silencio, en las marcas de la noche, en la boca de sus cartas infinitas, clavadas sobre puertas que no dan a ninguna parte. A pesar de todo, nos invadía el tacto de nuestros cuerpos. Necesitábamos la oscuridad de los sueños, su locura tremenda, sus amplias alas quebranta vientos. Éramos hermanos de las sombras, de las múltiples Lunas del universo. Éramos mar negro de nuestra angustia, belleza despoblada de los ojos ciegos.
Secretos y noche. Las marcas, las marcas indefinidas. Sueñas que aparece un “fantasma” sobre ti, en tu cama; y te hace el amor delicioso. Y no quieres. No puede ser que esté haciendo eso al lado del otro que duerme. Acabamos de conocernos. Fue inocente; una sencilla comida entre amigos y tú y yo desconocidos. No se puede mirar así desde el primer instante; una y otra vez, tan descarados. Sonrisas van y vienen por encima de la mesa, de los vasos, de los platos, de la comida. Él hasta quiso cambiarse de sitio para sentarse a mi lado, se le veían las intenciones en los amagos del cuerpo. Yo pedía a mi Dios y a todos mis santos que él no lo hiciera. Algunos de los amigos se lo podían decir después a mi marido; y no sé las consecuencias. Yo le pedía con el gesto que se quedase tranquilo. Yo sabía, pues parecía muy impulsivo, que si sentaba a mi lado iba a tocarme. Eso lo comprobé cuando después de la comida nos fuimos a dar un paseo para hacer la digestión. Yo, como mujer casada, para guardar las apariencias, caminaba al lado de mis amigas. Mientras él, con toda la naturalidad del mundo, fue cambiando de posición hasta que acabó a mi lado. Después de sutiles preámbulos, durante los cuales él habló con mis amigas en un tono humorístico, y sin apenas darle importancia a mi presencia, comenzó a dirigirse principalmente a mí. Tuve que hacer esfuerzos increíbles para no sonreír. Pero él veía la alegría en mis ojos, a los que miraba, una y otra vez, con su ávida mirada de joven entusiasmado. Nunca había tenido una impresión como la que tuve aquella tarde. Yo intentaba que él no se diera cuenta; pero, por momentos, se me escapaba una agradable sonrisa cuyo significado debería ser para él inconfundible. Lo sé, porque tras cada una de ellas él visiblemente se emocionaba; aunque fingía reternerse para no parecer excesivamente descarado. En un instante me cogió hábilmente el móvil, sin forcejeos, mientras yo estaba mirando fotos. Comenzó a comentarme la impresión que le causaba las mías. Y acertaba tanto en describir mis estados anímicos que quedé bastante sorprendida. No estaba acostumbrada a que me captasen tan bien. Pero bueno, no quiero hablar de esto. Tampoco quise hablar de esto; y aún menos con él; porque temía que todo eso fuese demasiado rápido. Me resistí; pero volvía a sus palabras, una y otra vez. Aunque se me hizo el tiempo corto, más de una vez busqué una excusa para volver a casa; pero no lo hice. Me quedé allí hasta que nos despedimos a media tarde. No me gustó este momento; pero por otra parte me parecía lo más correcto. Volví a casa. Mi marido había salido de paseo con el niño. Me tumbé en el sofá a repasar la tarde. Pero no estaba tranquila porque él se me venía a la cabeza; su imagen aparecía una y otra vez sin yo pudiera evitarlo. Eso fue el preámbulo de lo que sucedió de noche en la cama.
En la ausencia. En la constancia de las palabras. En los círculos del agua del universo. En los crudos intrusos que se tocan. En sus tramas. En sus huellas. Marcas de ayer del dolor. De lo que fuimos, ojos al vuelo. Son gotas de la inestable nostalgia, brevedad del olvido, imposibilidades secretas. Secretos hechos de cartas infinitas, de palabras sin nombre, de nuestras caídas.