Por si un día el horizonte se achica, y el corazón aún verde, y se limpia desgranado el pasado, y llega el aviso de tu vida como una primavera limpia, y tomo la copa de tus manos, y constato que ya no estoy triste, ...
No está permitido olvidar lo que crece en tu boca. Ni tu nombre, ni tu amor, ni tus besos. Mucho me temo que tú algo borraste. Aquella imagen de tu cuerpo nocturno. Aquel despertar sin consciencia. Evaporada de mí. Evaporada de ti. Me borrabas la noche, distraída, somnolienta, en esa frontera más allá de nuestros cuerpos.
Dando vueltas a tu mirada la oscuridad se arrojaba hacia tus ojos. Suspendida y desnuda, abierta y precipicio, deshecha y vientre, se perdía tu cuerpo como una palabra loca. Así comienza el mundo a dar vueltas, a arrepentirse, a traicionar la máscara.
Me atraganto en tu boca. En el contorno de tu lágrima. En el fondo de tu vestido, acaricias. Y tengo que decirle a mi sombra que se vaya. En tu cama, brazos y torso. En tus ojos, llanto y llama. Allí vi un grita de distancia. Allí vino tu silencio. En tu vestido, desnuda. En los adentros de tu cuerpo. En tus ojos, agitado. El deseo llama a tu garganta. En tu fuerza oculta. Probabas el ombligo de mi boca.
En tan fugaz. En tan solo el viento. En el pasaje de un beso. En el turbio recuerdo. Y ya, preferí dar la vuelta a tus labios. En su periferia serena. Me escapo y vuelvo. Al contorno del deseo seco.
Te hablaba despacio como el que no quiere despertarte, como el que balancea el tiempo en primavera. Estaba en la ofrenda de tus manos, en tu llanto, en el nombre de tu divina sangre. Ponía suspendida la vida muy cerquita de tu fuego, ciego como una tormenta silenciosa. Descansabas viva y suelta en tu boca insaciable.
Con tatuajes me hago tu cuerpo. En la nevada de tus ojos soy nieve. En los bajos de tus pies soy pasos. En tu culpa, remordimiento. En estas alas de las alturas, vela. Es como si contemplases el balcón de la tristeza. Sonríes en el abandono. Se riza el amor en tu cabello. Me hablan despacio tus dedos. Y, poco a poco, eres atadura de mis manos.
Cuando paso por el museo de tus manos, son las marcas del invisible tiempo que hacen señales. Tal vez sea tu red y aliento. Tal vez cerca de tu rumor garabateo. Quisiera ser olfato de tus palabras. Regresar insomne a tu cuerpo. Ser camino de tus manos y sombra. Ser perfume de tus ojos cerrados. Quisiera ser la clave con la que te sostengo, tu tatuaje, tu amor y tu sexo.
Pero calla, calla y no me adivines lo que cae en pedazos; ya es suficiente con que el tiempo me hable. Dame tu mano. Dame tu presencia. Dame, para olvidar, un viejo olvido. Dame un grano de sombra. Con ese despertar tengo el pliegue de tu cuerpo. Tengo claridad de tus murmullos. Tengo el cristal de tus muslos.
La entrada de árboles retorcidos de los sueños traiciona la memoria, le crecen las mentiras, antes, antes, antes del amanecer. Es entonces cuando el espacio de tus ojos, por no haber hablado, se hace oscuro y negro. Coge el silencio tu mano y se hace dolor.
Éramos una nueva noche en el círculo del misterio. Allí, en el origen de nuestro nacimiento, se concentraba el mundo. Nos traicionó la memoria. Veíamos archipiélagos del pasado, máscaras de la vivencia. Se disolvía el viento como nudos de la vida.
En ti, en tu verso de carne, alma y corazón me convierto en terrestre, divino interior, exterior, y me pronuncio sobre ti oculta. Mis pies irrelevantes tomaban sombras y temblores de falsos velos hasta encontrarte. Fui vaso de la humanidad de tierra. Fui columpio del viento, eterna espera.
Extraño mundo nos lleva como a muertos la corriente. Esclavos de la invisible vida. Instantes del vasto universo. Me he encontrado en la hierba el olor de lo que nace, la revelación ciega del perpetuo movimiento en la carne. Fui fruto bendito del hallazgo, presencia del dentro y del fuera, indivisible y separado, limitado e infinito, triple carne de una unidad oculta, repleta de misterios.
En esa sombra germen del cuerpo estábamos al límite de nuestras fuerzas, casi rotos como preguntas sin respuestas. En ti me alcanzo. En ti para tenerte. En la vida de tu limpia carne me busco visible. En esa senda tuya que amenaza siempre con despedidas, tiemblo de temor y miedo ante ti desvaneciente. Mudo, esclavo del pánico que me produciría la aparición de tu sombra.
En nuestras manos estaban la noche y la vida como una llama larga y unos cuerpos que arden. Eran los juegos y el circo de la noche, donde hacíamos juegos irremediables. Y muy cerquita de tu cuerpo y de la lluvia, plagiábamos Lunas llenas azules. Estábamos allí en la prehistoria de los ojos, en las paredes de sombras, germen de la vida y del misterio de las preguntas.
Tal vez los presagios. Tuvimos un plan para hacernos una vida. Pero la oscuridad estaba baja. Tomaba el sitio de los cristales. Las cuerdas paralelas creaban muros virtuales. Nacía la nieve por las noches. Morían en nuestros ojos las palabras. Fue largo e irremediable.
Hicimos noches eternas con piruetas. Pretendíamos echar fuera al futuro. Estábamos con los cuerpos rendidos y nudos. Salíamos, a veces, a mirar las sombras. Al final de nuestra mirada la teníamos perdida. Febril y originaria se concentraba la lucidez en la noche. Era terreno para todos los presagios. El plan no nos sacó nunca de donde estábamos.
Te recibo en un beso pegado en la retina. Yo pluma, tú viento. Se le cae la piel a la noche y los dedos a escalofríos. En aquel momento, en el tacto del recuerdo, estabas antes y cerca. Fuimos campo recogiendo primaveras. Dormía el pez sobre una hoja acuática espesa. Hicimos noches de temblor y cama.
Retirado de ti, siguen las páginas de la vida. Amaneces en otro lugar. Cualquier estación sirve. Es demasiada la tinta de la vida. ¿A qué viento retorcido vas? O son las olas que te llevan, viento, mueves, navegas. ¿Acaso es el agua camino retirado por todas partes?
Descubren tus ojos las puertas de la sonrisa. Estaban los silencios colgados, la primavera presente. Era la tristeza corta. Tu dulzura vello de mi piel, milagro de la luz de tu cuerpo. Y, a veces, criatura de la timidez. Te hacías distante y rota, otra y encierro, lento silencio del golpe de la pena.
Estaba en nuestra garganta huecas la lengua seca, y ávida, y gigante. Nuestros labios hinchados en la orgía del silencio. La voracidad con sus puertas, sus bocas gigantes, y su sonrisa de milagro. Nuestros ojos descubiertos como un campo de flores salvajes se abrían a la satisfacción del bosque.
Desprevenidos nos cogió el silencio con esa cara de cachorros inocentes. Gemíamos tumbados bajo nuestros vientres mamando nuestra piel, insaciables. Hace mucho tiempo que nuestra respiración tenía frío. Olían nuestros cuerpos al baile de la vida. Ya podía morir el mundo en nuestro tiempo continuo.
De tus manos de placer deriva el mito. De la sagacidad de nuestros cuerpos nacía la sonrisa. Nos convertíamos en orgasmos victoriosos, pies temblando, manos mojadas. Habíamos conocido el silencio delirante antes de volvernos música.
Estábamos en el torbellino de la lluvia y de las noches haciendo piruetas de amor y cama. Se asomaba el naranjo por la ventana. Pretendíamos borrar el futuro para protegernos. Manteníamos los días y las horas muertas. Éramos las almas del perpetuo movimiento, perfectas, sin conciencia. Perdíamos el sentido de la memoria, sin hambre del saber, sin incertidumbre ni misterio.
Este es el aire de esperar. Este es el lugar fijado para el encuentro. Tuve, tuviste, siempre. Fui, fuiste, siempre. Y prenderás el fuera y el futuro. El tiempo compartido como agua. La tierra mirándonos. El aire con alas. Mírame dentro donde te tuve. Pasa las hojas de mis manos. Cuéntame las piezas del alma.
Al principio de lo escrito hubo un secreto; un secreto de lluvia, la vida sagrada vistiéndose con la vida de los cuerpos. Entonces, llegaron tus manos como olas, y la espera de arena, y el silencio. Hubo un principio de quererte, como ahora recuerdo, un fuiste y un darme, un lugar esperado lleno de aire.
Es solo confusión el suspiro. En esta piel ansiosa, hiperventilada y sola, te encuentras de menos. En este cuerpo, por tus manos escrito, te espera tu secreto. ¡Sagrada lluvia de tus besos! Es este el ritmo de mi desvarío. La pérdida, sin ti, de mis manos.
Paso yo disperso para decirte, con voz del te amo, como voy desnudo sobre los lomos de tu deseo. Acostado estaba tu perfume, tú incompleta, escribiéndome interminable, a la velocidad del tiempo. Te he descubierto dura como el abismo, dolorosa como una ruina, y a pesar de todo vehículo de mi vida. Y para confusión, tu piel me hace ansioso y débil, y lluvia.
Velo es puente, velo olvido. Extendí tu ausencia como una falta de muerte, se cerró mi cuerpo como una peste solapada. Permanecía tu calor como un dolor con memoria. Disperso me hizo desnudo, perfume incompleto, hoja de la ciudad exterminada.