Invisibles los prodigios cabalgan en tus ojos. Llaman a todas las puertas, que les abran gritan, y si no en el umbral se sientan. Se sientan mirando al jardín, los sueños evaporados de la cabeza. Llaman con los codos, patalean, suspiran y gritan: «Abran, abran. Soy yo.» No me reconocen. Esperan a que el perro salga y se van con él a hacer...