Somos de otra lluvia. Repetida y a la escucha. Tiempo reencontrado sin pérdida. Te explican tus sonrisas. En las escondidas de la noche. Cuando te dicen buena suerte en medio de la oscuridad. Son las insaciables palabras. Las que explican y ocultan para no verse desnudas. Se visten con bellos ritmos, sonidos en los que acaban. En cuanto a lo visual, también baila. Baila en el nombre del padre como a la inscripción respuesta. Allí nos entra el mundo en su estructura y forma. Nos acapara antes que el tiempo de las palabras, antes de su inmóvil orden. Nos entra el mundo como un torbellino, dejando dentro remolinos de imágenes de sus galaxias. Luego pasan a la velocidad del ojo por detrás de las pupilas.
Haz de mí tu metáfora. A veces, se me confunde el laberinto. Se me hace universo. Dime siempre lo de lejos. Tomas el lugar cuando llegas. Yo en tu voz, en medio. Allí donde esconderme. Donde hablarme. De ti, hablarme. A mí mismo. En voz alta. En voz callada silenciosa. Donde de ti hablarme. Sin ser intruso. De tus manos hablarme. Recordarlas. Allí dentro, y entonces. Sujeto por tus manos. A bella flor. A flor de boca. A tu mirada. A esa tuya. Que vibra cuando me hablas.
Y ahora que llegas respiro. Retomo de nuevo las venas, sus salidas de auto-ruta, sus callejuelas. Aquí faltan sus nombres, pues, sus puertas, pues, algunas ventanas demasiado planas. Si me hablas del Antiguo Oriente, surgen sueños donde se deforman las cosas, se avivan los colores que no nombro, se intensifican las tramas que no puedo inventarme, por incapaz, por mente plana, por recursos que nunca tuve suficientes. ¡Pero qué más da! Confío en tu mente indefinida que le dará forma, luz e historia. Si respiro se recobra el mundo externo. Me habla. Con su belleza me besa por dentro y en medio. Audaz, me busca sentido. Me seduce en su silencio.
Tú-yo allá se dice. Nuevo canto a la vida. Estrenados días de lluvia. Vivacidad de los cantares en la desnudez de las camas, en los poros de los cuerpos, en el placer de las ganas, les harán aullar al silencio. Es el hambre de los montes que nunca termina. Le pusiste cascabel al tiempo para que no te pille-pillarlo. No te espera; se va corriendo detrás de las primaveras.
Ocurriendo. Ocurriendo y por venir. Vienes como la lluvia. Hablas de agua. Me despierta tu sonido. Y hablas. De mayor naciste lluvia. Hermana del Tiempo. Te reencarnas. Aunque no te reconoces. Eres la fiesta de las ramas, de las ranas, de los ríos y riachuelos. Eres el sonido, a veces, la respiración del cielo. De la cólera de los dioses que fueron. Líquido nacimiento. Dimensión que ocupa el espacio. Eres explícita fiesta por venir. Negación del desierto. Trampolín de los granos de arena, de su polvo. Haces del mundo algo perfecto: redondo y móvil. Haces de mi pecho, aquí, las raíces del tronco de los árboles. Afuera y dentro de ti, me envuelves. Te salen color de horizonte. Te acercas cuando las aves vuelan. Flores boquiabiertas te esperan, admiran, ensalzan. Vuelan entonces los pétalos como barcos, navegantes solitarios finos-vela, finos-vuela casi como aéreas naves de amplia seda.
Se sabía que era lluvia, que venía lluvia, por allí, por el viento, detrás de sus sonrisas. Eran como preguntas volando. ¿Qué estará pasando que vienen las preguntas corriendo? ¿O es que están pensando y les salen corriendo las prisas por los poros de la lluvia y del viento? Por si viene lluvia, así, voy a mirar a los árboles. Voy a mirarlos como si ellos estuviesen pensando en los dioses; por ejemplo, en la lluvia-diosa tiritando, desnuda como el agua tiritando, pensando en la extensión del bosque, en la multitud de hojas mirando, extasiadas, flexibles y verdes, haciendo de balones de chino papel colgados entre pared y pared de las estrechas y retorcidas calles que construyeron las retorcidas ramas en el transcurrir del azar perdido en el bosque.
Si ese sabías, y mirabas y sabías, y, a pesar, seguiste en el sin-saber, roto, como se rompen, a veces, las palabras cargadas por fuertes vivencias que bajo ese peso ya no soportan, revientan, explotan, se quiebran, estallan, quedan como cristales rotos que solo reflejan la realidad del recuerdo distorsionada. Si sabías, pero no preguntas porque no sabes qué preguntar, y sigues callado como te es natural de siempre, tonto y callado, que este niño debe ser sub-normal, sub de subterráneo, de algo que está por debajo de lo terráneo, terráneo de tierra, luego topo o rata de las cloacas, comiendo de las cloacas, y bebiendo, como el que más, las excreciones de los otros cuerpos que están en el alterráneo disfrutando del limpio aire, de fresca pura agua, inteligentes, sabiendo cada cuál las estrategias de los otros, pues es esa la inteligencia alterránea que él no entiende por escondida y rápida, fugaz y sin el código del cuál él no tuvo consciencia, si a eso que había detrás de sus ojos le podemos llamar consciencia o cons, con s de sin.
Si sabías la pregunta ¿para qué preguntas? Es esto un principio aceptable de texto? No lo sé. No sé como empiezan las frases; ni una frase; ni las más fáciles, esas de una palabras. Se me agota la razón. En blanco, ya no hace nada: ni ruidos de cables enchufados, ni calentamiento de microchip, ni bits circulando a la velocidad de la luz; también se podría decir: ni la transformación de los absurdos 0 y 1 en correctas palabras vestidas de ropa de alto diseño de la casa de alta costura La Gramática. Se me agota, se me agota, ya lo comprueban, va disminuyendo hasta quedar en un débil goteo de letra. Y letra lleva al rasgo, a la marca, en la carne marca que me deja estragos en el funcionamiento del cuerpo que habla con la sutil delgadez de los idiomas que no entendemos aunque nos dejen trastornados todos los circuitos del ser.
Bebida de la salud y agua. Así apareces en ojos y en boca de nadie. Presencia y ausencia, interior exterior, círculo de la vacuidad del silencio alrededor del cual, sobre el inexistente círculo, recorres la causa en los efectos de su espejismo. Así hecha, bailas, como fundamental, sobre el recorrido de la luz, por ejemplo. El baile de tus ojos. La embriaguez del baile abierto. Campas en mi descanso recién aparecida en los sueños. Estabas reluciente como los sueños. Sabia y abierta como la misma vida. Salud y muerte sin descanso. A veces, le quitas los ojos a los recién nacidos. Eterno retorno sin pausa. Bajo tu altar, en el filo de la vida, jugando, ebrio, al desgarro de la incertidumbre. De divino caballo que pasea por el cielo a los dioses alma eres tú. Fuerza y carácter. Viento fugaz de ninguna parte. Libre eres tú. Fugitiva. Fresco torrente. Y pensando en la lluvia me despierto. Pausa breve del dormir. Abre rápido la boca de pez inmenso quien en un segundo saca y mete, de su inmensa boca, al pez de la cadena que es el despertar en el instante mismo de la muerte. Sueña, en la vorágine de la vida, con que está vivo y despierto junto a una estrella hermana en la terrible temblor de la atracción de la gravedad.
En tus remolinos. En tu continuo canto. Al borde de ti, de mí. Al borde del agua bebida. Corre, por acá, por allá, ofrecida. Rodeas las curvas de las piedras en tu fluidez innata. Y brincas, chapoteas, jugando con el escurridizo juvenil aire hasta que pierdes la orientación de los caminos. Vuelves palpando con tus manos de agua los frágiles tallos quienes parecen doblarse para indicarte por donde va, ya perdido sin el agua, su inmenso, sin fin camino.
Collage impresionista puntillismo
Es el tiempo un invento para contar la ausencia
jueves, diciembre 10, 2020No sé del otoñal color de las viñas. Ese olor húmedo de sus hojas. ¿Para qué se me vienen su color, su olor ahora? No lo sé; pues se perdieron en la turbulencia del tiempo. Pero este con su agitación no las borró, ni la humedad desapareció; se vino pegada a la ropa. Y el color nubla mis ojos. No me deja respirar su recuerdo. Hace tiempo que es otoño. Otoño de viña y hoja. Donde el frío es ávido cada noche. Se levanta el tiempo. Y nadie sabe su recorrido. Es el tiempo un invento para contar la ausencia.
Se nos hace largo recordar. Sí; no sabemos que hacer con los recuerdos. Se enmarañan en los labios. Te hacen creer como que existes. Pues eso es al mirar tus dos manos de bebé, esa impronta que aún tienes presente; tan actual como lo actual; tan fuerte en sus efectos como cualquier representación o cualquier sensorio. Dos manos y su recuerdo llaman, en el dolor, al objeto perdido. Son los gritos de las manos; esas primeras que tocaron, por primera vez, la maravillosa piel del origen. ¡Oh inefable de piel recuerdo! Sensación que aún llevamos en la propia piel, como un sello, como una marca, como un correr por dentro que nos hace correr por fuera. ¡Oh piel, motor! ¡Tal vez sea lo último que, cuando la muerte entra, muere!
Emoción. Profundo amor. Cuerpo, amor. Todo lo que él sabe del entusiasmo, de su verdad y mentira. En la cintura de los sentimientos que se piensan, se representan estar en tus labios, en la satisfacción de tu boca, en esa divina lengua de las sensaciones, nunca perdido Edén que en el otro buscamos con la terrible desesperación del que se ha quedado solo en la inmensidad de la Nada posterior al gran castigo.
¿De quién es este aire que respiro? No lo reconozco. Ni siquiera los suspiros. ¿De dónde vienen? ¿Dónde están? No los percibo. Y duelen. ¡Ya verás si duelen! Son grietas que a sí mismas con dolor se cortan. ¡Insensato! ¿Por qué? Si ya hay dolor hasta en el aire, por qué doblarlo con más dolor añejo? Dolor del de antes; del que se esconde en las cuevas de la piel. Esconde su rostro mientras araña, rasga, muerde y muerde con el afán de la gran fiereza ciega de la ancestral culpa.
De un profundo dolor. Y los campos de soledad. ¿Y de quién? Del mendigo. Él usa una vieja memoria que ha encontrado en su diaria búsqueda por los grandes cubos de basura situados en cada calle de la zona de la ciudad que suele recorrer con su carrito robado al gran supermercado Carrefour. De un profundo dolor también muere en su vieja memoria.