Teníamos la mirada al vuelo de los pájaros. Más allá de la boca de nadie. A campo abierto. En amplios sembrados. Jardín silvestre de bienvenida. Fuerte vida de las raíces. Arraigo de la existencia. Olor a florido campo. Libertad de los pájaros. Gritos de picos alertas. Inquietos ojos marcando la distancia. Árboles faro. En la serena marea de lo inmutable.
Estábamos mezclados en el agua. Reflejo de sol. Ventana tumbada. Era mundo de domingo. Duermes. Amargo como hierba. Hojas de savia seca. Manto viejo que hace sombra. // Bajo ti, contigo, con-mí, piel calentita. ¡Ay, buen olor! Campo fuerte. Plumas. Jara. Llueve. Llueve como si nunca hubiese llovido. Fango en las botas. Masa húmeda de tierra, roja.
Qué sé yo! Casi nada de ti. De qué niebla bebes fuente. En qué lengua suave bañas agua. Si sueñas. Si ríes o cantas. Si te comen de amor los diablos. O duermes plácidamente. Tal vez para ti no exista la noche. Qué sé yo! // Si no me dices deleite. De tus labios. Quiero ser comida. Uña de tus manos. De tu rostro mejilla. Y continuar, por la respiración, a conocerte.
El fondo de la noche quedaba más cerca. No sé, amor, cuanto nos queda, mano sobre mano en la espera. No sé si durarán nuestros ojos o acabaran con la noche. O aún lucen, respiran, se agitan, mientras duermen en nuestra cama. Allí, allí -donde no decae su luz- se miran deslumbrados por su mirada // como nocturnos ojos de gato // ni descansan, ni duermen descansan, infatigables.
Amor de lengua y boca, piel y consuelo. Boca de arena y paloma. Pluma blanca. // Vamos adicta a los colores. Oveja negra del enfado. Amable suavidad. Hondura del bosque. // Transparencia de mar. Jardín del deseo. Labios descosidos. Besos, a otra cosa. //
Tenían los ojos semblante de tristeza. Testigos fuimos. Del amor dulce cuando bailabas. Cuerpos de antojos suspiraban. Por la fauna de la piel. Refugios de las aves perdidas. // Huecos reservados al olvido haciendo tristeza. // Mientras tus ojos cambian de emoción. De dolor dentro de las mareas. Bravas amantes de mar. En la ingenuidad de los náuticos viajes. Como ver leguas en la boca de mar. // Amor cuando me escribas deja señales que no sean de arena.
Porque te pienso. Con la magia de mis manos. Te acurrucas. Me ahogo en tus detalles. Te cubren como espejos. En sus rincones se refugian nuestros deseos como nubes caseras. Dormimos como príncipes en un cuento. Sin misteriosas puertas. Sin sótanos. Sin los largos suspiros del dolor.
Tren del fondo del alma. Para ver campos. // Descienden sorpresas. Sus gestos, signos inevitables de la noche. Allí me gusta verte, sonriendo, gaviota. Marinera del mar del aire. Volverte a ver. Adorable. Fundirme en tu sombra. Hacerme eclipse, para ti noche, voluminosa, mágica.
Cuando te me apoderas y desnudas. Recuerdan las caderas. Forman los brazos ramas. Fenómenos del aire. // Pasan las ventanillas de los trenes como escalones de largas cristalinas escaleras. Tu imagen detrás, inmóvil perfil. Suenan los caminos metálicos. Perturban al recuerdo. Este se encarna, habla, mira y habla como otro personaje de nuestra historia. Ese tren, esos trenes donde alguno de los dos íbamos de temporal viaje o en despedida, tenía, me decía el recuerdo, que desdoblarme para quedar e ir con ella. Al retorno, pasaba conmigo mismo hablándome noches enteras.
Partir en varias partes, luego ver sus tramas. Tramas de alfiler que los reagrupan, las fijan en lugares, como trozos de lienzos de cuadros, recortados, despellejados, deshilachados, sobre lugares dispersos, alejados, sin relación alguna entre ellos. Partes y lugares y color percibidos sin ideas, cada cual por su lado, mudos, amnésicos, sin la carne de la lengua de palabras.
Avenida de amor. Hervía la cabeza desplegándose la vida. Amantes en vuelos. Más altos que nuestros cuerpos. Gigantes. Tal vez, imposible existencia pero vivos, encontrados, continuos, en ese mundo, perdidos entre las agujas de los relojes, aquellas que no paraban sus amenazas. Fugitivos de las horas.
No es hora de celos donde se acaba el mundo. Pues trina el amor en su galaxia, sus dedos, sus ojos espirales, la múltiple luz ilumina el vacío noche. Todo entramado en magia parece tiempo indefinido nuestras dimensiones paralelas se anudan multicolores, adorables, avenidas, cruces, puntos de encuentros, mi calle, tu calle, de sentimientos, del brazo, mano con mano, recorremos, paseando, a veces, replegados, como gigantes.
Al cuello del amor, espléndida. Sonreíamos. Es la nueva vida, florida. Necesitábamos árboles. Cada estación, árboles. Vientos como columpios. Ya es: atardece contigo. Cerca de ti, inimitable. De ese besar de orilla a orilla, rema por tu boca en el río de tus labios. Por el corredor del agua. Donde se acaba el mundo.
Pusimos el dedo en la llaga del amor. Allí por donde se abre el muro. Allí donde no tendrá porvenir la violencia. Límites mentales de lo primitivo. Esos enloquecidos de la rabia. Ignoraban la belleza, su plenitud, maravilla. Ignoran la aurora del alma, la creadora mirada, el origen.
Cuando dos hacen nido, invernadero, la coordinación del reloj se pone en espera; ahora, reloj de arena, eco de los granos de piedra. Se hace perfume del cuerpo, de la piel cambiada. Criaturas de la ribera. Matorrales. Manantiales inclinados sobre las manos. Se hace sensibilidad del agua. Sobrecogidos, sin palabras, en el porvenir de las miradas.
Ángulos vienes. Cuando me dejas en la escuadra de tu cuarto, parado e inmóvil como una rectangular mesa que hace de rincón ocupado. Se ajustan las patas a la losa sin tocar raya formando rombo. Sube una hormiga creyendo que es árbol o rama. Busca migajas en mesa aún sin olor ni feromonas. Desastre de esfuerzo rampa abajo.
Cómo despertar. Blancas golondrinas. Ramos de afiladas lenguas. Espejos de sus ojos. Así sus huellas. Vienen de algún fondo reservado al olor. Increíble para la razón. Pero despierta; no ves que chorrea? No ves las piedras de la carne? No, no. No es un mundo de hadas, ni bondadosos bosques te rodean, ni son caminos de la esperanza. // Cuando se te hunden los hombros en la profundidad del pecho. Cerca de la lava de sangre. Los ácidos, los ácidos fermentan. // No hay llaves que surgen cerca de la boca. Ni palabras cifradas que te salven. Ni masticados recuerdos indigestos. No había salida para el cuerpo, invernadero de la vida, parasitado por los deseos de existencia. Innobles bichos enganchados a las vísceras de la carne.
Puerta de la tarde. Sombras. Espera. Tiempo hecho pedazos, en blanco. Cuando todo se pierde se alarga el irnos. Caen las últimas horas. // Todo indefinidamente. Indefinidamente siempre. Creciente. Regresos crecientes. No reconocidos, otros. Sin viajes desnudos. Otras murallas. Otra lluvia barrera. Otros ojos de agua. // Cada instante apuntalado, junto a los puñales, relucientes de espera, silencio y espera, clavado como el pararrayos mira a algún lugar indefinido del espacio.
gastado en esta carrera,
amargo sabor a fruta y espina,
se apagará la planta barrida cuando florezca,
y antes de morir el viento le hará una plegaria,
llevarán al extremo el uso de la tierra,
inmensidad finalizada acabará en polvo,
hace tanto ruido la nada,
quedarán vigentes las manos,
en su trastorno de nada,
en el vapor derrumbado,
como se derrumba la existencia en agua,
pues si agua somos al agua volveremos.
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Separada de ti corre la noche. Medio plena. Sigue su reto. Grima. Quebrada grima. Quebradas miradas. Mediatizada por el cielo desaparecido, con agujeros negros de mirada, fría explosión sin retorno. Ni vapor, ni muros. Ni tiempo, ni espacio. Deja tirada la materia en el ninguna parte. Barrizal de las espirales. Vicio de la existencia.
Eran tantos presentimientos, recorridos de ojos, evocadores, áreas de los recuerdos, tantos barcos navegando libres por el alma, que parecías tormentas, huracanes, terremotos de viento y agua. Exclusivos de ti de mí. Embarcados sin remos. Semillas de lenguas. Carne de vapor. Y tocábamos cielo, sus puertas, ventanas y más puertas. Y subíamos a sus plantas. Nos perdíamos en sus naves. Volábamos de alas.
Cruzábamos voz y miradas, deslumbrados, enceguecidos. Creíamos en el viento, en el perfume de los suspiros, en el hablar por hablarnos. Gemían los abandonados silencios. Se destrozaron los malos presentimientos. Ya no vendrán las malas lenguas del rencor. Descorazonados barcos navegan en el desconocimiento por aguas de mano de mar. Ya no encuentran llegada, ni puerto, tierra, ensenada.
Suelo sin pasos, ya sabes. Voz sin sonido. Eso es el silencio carcelero que te dice indica lo que no puedes hacer sin que se derrumbe el desastre. En esa presa en que la vida nos convierte, hambrienta de animalidad salvaje, más allá de las casas, sus humos chimeneas, hogar ahogo, del que nunca se despierta.
Clara como los racimos de la hierba. De uvas, besos. De piel, embriaguez, dunas, y tardes y siestas adormiladas, brazos cientos, cierto el tiempo en el amor es perdonable. Albergue que protege del desastre. Deberíamos dormir sin sorpresas, inocentes, en la habitación de las batallas. Ser necesarios al trabajo de la vida. Ahora veo las sombras de las sonrisas. Pero nada importa de esas bocas. Ni sus ciegos silbidos, ni su piel fría y seca, ni su corazón primitivo.
Desde que nunca llamas se oyen gritos dentro de las bocas. Gritos de las últimas noches las aumentan, retuercen, oscura tortura, colmena de breves cabezas, reducidas hasta el núcleo del hueso, entre piedras que hacen escalera. Roja escalera brillante. Como si por ella se fuese el alma en la embriaguez de la nada.
Es el futuro un lejano destino. Tan lejano como lo era tu boca, lugar del miedo. Lejano como los cuerpos perdidos. Perdidos no se sabe donde. Si fueron efímeros como las promesas. Como las miradas respuestas. Como los recorridos de los trazos. Como las agarraderas de los segundos instantes. Como las efímeras demandas siempre rehusadas. Que me quieras. Y llamas. Que suenen los gritos nunca oídos. La ausencia que no vuelve, donde la realidad se deconstruye, quedando fuera del lenguaje, allí donde todo habla mecánicamente solo.
Epílogo. Promiscuo debate mantenían sobre los discursos de amor. Perspicuidad creíamos tener entre cada punto y punto con seria certeza sin tener en cuenta la arrogancia. Quedaban humilladas las palabras cada vez que las obligábamos a rebajarse a nuestro uso. Sin orgullo en las maneras. Sin voz ni sentido.
Epilogo. Luego digo, hablo. Es lo mismo que existo. Y añado pelea a la que las palabras mantienen entre ellas, la realidad y ellas, al menos algunas que cogerla pretenden, y se afanan en ser justas y exactas. Logomanía de la forclusión sufrida. Interminable deriva metonímica. Cuestión de prolongar el promedio de las palabras estadística y la promiscuidad de la promesa de sentido. Porque es prometer, y prometo -si la fuerza alcanza al cerebro- alargar el baile mascarada más allá de la noche que siempre es corta para la vorágine.
Me quedo al abrigo de tu mirada. Mientras miras de lejos como te veo. Boca abierta y lejana, sola, llana y lejana, allí donde llegué de los desiertos. Eras dátil serrana húmeda amarilla y verde. Barrera fría al altiplano desolado del norte, gran puerta al horizonte tropical su espeso viento. Sonaba cabeza loca con turbulencias de geografía. Quien no vuela en avión vuela de papel viejo impreso de biblioteca.
Caminaba pegado a tu nuca. Al norte de los vientos. Por encima de los abismos siniestros. Había violentas rocas miradas sobre los lados del precipicio. Sombras alargadas como manos. Secas hierbas cuyo olor quedaba. En ciertos huecos, al abrigo, cabezas de sombras se ocultaban, espectros de la noche, larvas de la noche como gelatinosas máscaras.