Para qué recordar
martes, agosto 21, 2018
No hablábamos nunca bajo el sol, ni en los cruces, paradas o semáforos. Pasaban los autos con sus naturales ruidos amortiguados por el olor a sudor de sus pasajeros. No se hablaban. Fingían que no se miraban. Ese era el anonimato: fingir que no éramos humanos, a veces creerlo. Fingir y olvidar. No recordar sobre todo a aquellos con los que nos cruzábamos por azar en calles, autobuses o metros. Ninguno de esos alimentaban nuestro narcisismo. Para qué recordar pues. Al menos que fuese en el dolor.
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