Es que tus manos parecen agua, agua de piel agua, tan seguras como las puertas de los secretos. Así me acordaba de sus movimientos. Se quedaban. Se alejaban. Y mientras, pasaba el espeso tiempo por la habitación casi despoblada, tú, lejos, buscándote en un lejano futuro sin viaje de vuelta o sin medios para volver.
Había oído muchas veces decir que la vida era muy compleja. No lo había creído nunca hasta que le llegó por sorpresa el amor. Muchas veces ella. Me había cambiado. Me había dado lo que yo nunca había conocido, muchas veces. Me puso la realidad delante. Fue entonces cuando desperté de aquel largo sueño. Pasaba en él toda la belleza de la vida que negaba la entrada al sufrimiento, al dolor, ni a la tristeza, ni a la traición. Vivía en la casa de la seda. Ese lugar que no me abandona nunca, y me sonríe desde muy cerca. Me sonríe como el lugar que te quiere en el lugar donde él está.
Paseaba entre dudas, fuertes y débiles convicciones, algún que otro mal y pena. Tocábase el pecho del dolor, la mano temblorosa, desconocidas lágrimas. Ya no sentía el porvenir de las calles. Ni en un sentido ni en ninguno. Pasaba como un verdadero fantasma. Como silencioso loco los paseantes no sabían qué decirle. Era solo efecto del aire, tendencia a la nefasta deriva. Cambiaba muchas veces de rumbo. Así, sin motivo. Igual que los transparentes cristales no viven para los reflejos.
Te digo por si me abandonas. Me pregunto qué será de ti, qué será de mí. Por un solo instante parecemos medios del futuro. En esa dirección buscábamos nuestra ciudad, buscábamos los amigos, personas con quien estar. No habían dejado rastro. Se habían ido sin decir nada. Tampoco hubiesen respondido a las llamadas. Paseábamos pues con falta de aliento.
Se acaba por entender. Se comprende la inocencia. Lo había reconocido, y lo miró como quien mira a alguien familiar. Lo reconocía porque a veces pretendía que se lo tragara la tierra, así, literalmente, sin dejar rastro de su existencia, como si no hubiese nacido, ni molestado, ni sufrido, ni dolor. Pretendía también esconderse detrás de los espejos, de los cuadros, las cortinas, y en un balcón sin vistas, imitando aquel vagabundo europeo que recorrió América. Se le cambiaba la expresión de los ojos como si fuera de otro, para no estar allí donde estaba. Escogía siempre los puntos ciegos de las grandes mesas con el fin de ser visto por el mínimo de invitados.
Vuelve a doler por ambos lados como dolía al principio. A vuelto a crecer. Nos comía por dentro. Nos devoraba a escondidas. Ahí, muy cerca del insoportable sufrimiento. Ya no tiene claridad la noche. Ni comprendemos como todo esto ha sido. Ya no volveremos a estar en la historia. Nos echa. Se queda detrás mirando, tragando vida, destruyendo lo más cercano.
No podíamos hablar del azar. Y el pasado ya queda muy lejos. Podía buscarte sabiendo que ya no estabas. Y nada había dejado tu rastro. Desconsuelo y tristeza. Dudas y preguntas. Ya era tarde en el error. Ya se repite lo irrisorio de mi ignorancia. Crisis de la vida que no aguanta los duros golpes en el costado de la inocencia. Seguro que se desgarran los destrozos y algo más de mi creencia queda deshecho.
Como cuando eras sonrisa, belleza y sonrisa. Amábamos aquellas noches precipitadas, con sus sorpresas y medias risas, como los que nunca van a morir. Retén del silencio. No procedía no escuchar aunque sí perdernos. Nos buscábamos detrás de las puertas, habitación por habitación, riendo de la desesperación de no encontrarnos. Tal vez en aquella casa presentí lo que sería perderte.
Duerme con la tortura del condenado. En esa ira de arrebatarse el tormento. Caduca jamás ni al atardecer, ni en la noche, ni el mar entiende, se enciende como un largo infierno, del espesor de la piedra. Es su embriaguez insaciable con sabor a fuego, de intoxicada mirada sumergida en el abismo.
Me levanto en el blanco de tus ojos. Me vi horrible y creí que había muerto. Y no: fue la noche que no habiéndome reconocido me devolvió a ti sin imagen. No me vi y creí que te habías ido o estabas durmiendo en tus sueños. Fue como cuando te pierdes y la angustia te invade. Tortura de un instante. Ejecución mortal. Condena del sitio que te dejará allí clavado para siempre. Pasan la gente como figuras de cartón, silenciosa, como flotando justo en el suelo. No ves ni sus ojos ni miradas. Pero tampoco se alejan y desaparecen.
Desapareces en ocasiones mientras yo me hago sueño. Me despedazo la cabeza con el dónde estarás, si duermes, comes, estás bien. Llevan mis brazos una vida horrible de pesadilla. Pasan las olas del tiempo que nada entienden de lo que ocurre en la noche. Me llevan consigo, insaciables, sin piedad para dejarme en el fondo del mar como una ruina de piedra.
Alrededor de tu cuello encerraba la jaula de los celos. Penetraban por los poros con su feroz rabia. Después desde dentro levantaban la piel como una enfermedad que brota, arrasa. Era el blanco de su ira. Celos de la piel que no se comparte con nadie. Esa piel que fascina, donde querían morir todos los besos.
Detrás de los pasos, detrás, bien detrás, vino la despedida, el dolor, la confusa desaparición de lo que fuimos. ¡Cuántas horas de tono bajo o virulencia! ¡Cuántos viajes de un lado y otro callados, mudos para el silencio, del orgullo presos!
Si dijera adelante, si dijera. Parecería palabra hueca, tal vez. Si, como insensato siguiese hablando, podría decirme, ya es suficiente, basta, pasa a otra cosa. No es que me sepa a amarga esta cáscara que pasa por la lengua. No es que su fuente se haya agotado, ni triste parece cuando nace. No es nada de esas y otras cosas y las que son no lo sé. Parece después que el silencio se arrepiente, que no quiere estar solo, ni con la mirada fija de frente. No es el hielo del camino el que hace las palabras lentas.
Se desvaneció el zumbido mordaz. Había visto palabras como tijeras, de amargura llena. En adelante, todo insensato, apagaba las luces, la tv, y se quedaba con el reflejo digital sobre su pálido rostro de no salir desde hacía mucho tiempo. Como si dijera que aquí me quedo, sin comer, sin sueños, tardarán tiempo, por el olor, encontrarme. Forzarán la puerta y solo encontrarán una grasienta mancha sobre la silla.
En manos, y manos, y mirada. Tantos mundos como tú. Tantos latidos del deseo. En ojos, y ojos, y ojos, tanta luz amasada durante tu vida. Y así, así, así, te vieron. Todo está porque sucede en el corazón antes, allí donde se coagula el tiempo, al pie de la vida, en su lucha, en el músculo que la sostiene. Y allí, allí, y allí la sangre es divertida.
Tus ojos grandes como instantes, a veces indiferentes, a veces paseantes. En aquellos tiempos donde nos vino el mundo después del fuego, nuestras manos cenizas como palabras secas, deudoras. Se picaban los frutos abarrotando los árboles. Rodaban algunos por los pequeños surcos de la tierra. Se mojaban de relente. Mientras, crujía la cáscara dura de la almendra. Desde todos los deseos llegaste. Me daba por contemplar su latido, indefinido inicio de la vida.
Cuanto dices y digo y decimos en nuestras horas dulces son visibles perfumes y bálsamos, como primeros juegos de la inocencia. Ya esconden los árboles su mirada, a media tarde, ¿o ya era después?, cuando duermen todos en la placidez del sudor. Era grande el silencio. Más aún que el de la noche. Calentaba a las diminutas pechugas, semejantes a elásticas gomas, el pesado aire, como si fuese una espesa masa, imposible de mover a través de la garganta. Caía la larga y roja lengua del perro, caliente y húmeda, sobre el labio inferior izquierdo, hasta rozar las patas delanteras cruzadas. Medio abrió los ojos cuando captó el leve ruido de nuestros pies descalzos, así, como si su oído fuese sensible al respirar de la seda. Le hicimos gestos de seguir durmiendo. Cerró los ojos como si nos respondiera. Sonreímos ante su inteligencia. Aunque aún movió las orejas al abrirse sobre su rostro el haz de luz que dejó de tapar la puerta.
Por ese sendero que nos llevaba veía ya tu cuerpo desnudo. Éramos silencio de la noche las sombras. Sólo notábamos nuestra mano y algo de respiración. No hablábamos para no diluir la tensión que se iba acumulando hasta llegar al punto del encuentro. Fuimos allí muchas veces mar, agitación de la vida nocturna, aves que abandonaban en sus nidos de tierra aquellos aquellas cáscaras aún duras, calientes y palpitantes, que dentro de unas semanas iban a dar vida.
Me apareces cuando asomas la mirada ocupando todo el espacio. Estaban frescas aún tus pinturas, por el suelo, en las paredes y por el suelo. Tuve que subir la respiración para poder andar un poco, volver a mirar, sostenerme, no bascular y caer. Sonreíste como la que llena las telas. Te acercaste. Levantaste la planta de los pies para indicarme aquel cuadro. Aquel. Sí, aquel. ¿No te gusta? ¿No lo ves maravilloso? Estaba aquel día inspirada. Me vino la luz. Sola. Así, sola.