El perro de la tarde

martes, julio 03, 2018

Cuanto dices y digo y decimos en nuestras horas dulces son visibles perfumes y bálsamos, como primeros juegos de la inocencia.  Ya esconden los árboles su mirada, a media tarde, ¿o ya era después?, cuando duermen todos en la placidez del sudor. Era grande el silencio. Más aún que el de la noche. Calentaba a las diminutas pechugas, semejantes a elásticas gomas,  el pesado aire, como si fuese una espesa masa, imposible de mover a través de la garganta. Caía la larga y roja lengua del perro, caliente y húmeda, sobre el labio inferior izquierdo, hasta rozar las patas delanteras cruzadas. Medio abrió los ojos cuando captó el leve ruido de nuestros pies descalzos, así, como si su oído fuese sensible al respirar de la seda. Le hicimos gestos de seguir durmiendo. Cerró los ojos como si nos respondiera. Sonreímos ante su inteligencia. Aunque aún movió las orejas al abrirse sobre su rostro el haz de luz que dejó de tapar la puerta.

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