Clara clarividencia a menudo es tu mano. Podía intuir tu rápida audacia, tu posición cierta, ese lado ciego para la mirada. Me ibas a decir entre dijes y no fue cierto, ni tan así, ni fue eso. Total! Desnudo me dejas sin palabras, sin lugar al reproche, ni posibilidad de pensarlo, menos convencido que ciego, me callo contigo naturalmente. Me traes de encanto en encanto, de rama en rama, como el jilguero que temiendo acercarse se aleja.
Me empujabas hasta el filo de la cama poquito a poco hasta que caía por aquel gran precipicio de tus brazos. Sonreías, sonreía, como en juego de traviesos niños, tú me das, yo te doy, o algo parecido que no engañaba a las caricias. Eras a menudo inmensa, como una tarde de verano que no se acaba. La resina de los árboles chorreando, las gotas suspendidas en ese olor a corteza de árbol.
Y lo deseabas, y deseaba, y estaba todo el placer en la ignorancia. ¡Qué ignorancia si sabroso es, y parece, y lo sentimos, vivimos, nos fortalece! Decía eso, tal vez, la famosa culpa en boca de la piel mientras las glándulas se volvían locas. Lo deseo me gusta y lo tomo. Me desea le gusta me toma. Entre sus largos brazos me toma me abrasa no me deja me estruja me respira me asfixia. No había así un deseo por perdido que pasase cerca y no fuese al instante devorado.
Nos contestó el tiempo con su imperturbable mirada. ¡Qué más da! No lo veíamos, ni nos importaba, ni nada de eso influyó. No es que lo negáramos. Nos creíamos bien consciente, siendo hijos del siglo de la tecnología y de la ciencia. Hechos sus descendientes, no podíamos escapar a su discurso; lo tomábamos en sopitas calientes, mañanas, tardes, y poco antes de la cama; lo digeríamos, así, sin ser conscientes, entre duermevela, y principio de las nocturnas tormentas de nuestros desconocidos sueños, esos que se esconden nada más se levanta el alba, escabulléndose como ratas con rabiosa espuma blanca entre sus afilados dientes.
Rozó las yemas de tus manos aquel que en sueños tanto te amaba. Y me dijo: Háblale de mí, que los sueños me dan la espalda. Y la lengua... y la lengua no sabe lo que dice cuando te recordaba. Y confunde tiempos de primavera con los del calendario. Y confunde las calles por donde paseabas... y las casas... aquellas casas que aún no olvidaba. Y las casas, ¿qué casas? Esas que se refugian en la memoria y solitas me acompañan.
Ella rizó los rizos de las manos cuando le estaba jugando el Destino una mala pasada. Fue en mal momento como siempre se sabe. ¡Ay!, dijo, que me amarga. Que me viene de la vida la mala idea y después no sé por donde acabo. Dice el Destino que si quieres te encuentra en la torcedura del camino, allí donde las piedras marcan el fatum de la vida al encuentro de las mentiras.
Juego de taller de lápiz
Como el querer y la pena y la angustia que es el ser
domingo, junio 24, 2018
Tiempo dijo que al revés como el querer y la pena y la angustia que es el ser. Y que no se trabó la lengua con la onza de chocolate que volteaba de vez en cuando la lengua del infante. Que dice mi madre que eso son cosas muy raras que los mayores a los ojos-oídos de los niños esconden. Vete a saber que trabalenguas mi madre tiene en la boca de vaca pues no me entero de nada. Oye, niño, eso no se dice de madre que por ser muy santa no traba lenguas en su boca ni otras cosas. Deja de hacer madre el pego que siendo niño también entiendo algo de las cosas del querer.
Ojalá, digo el placer de comer aquella comida de la infancia. Sí, de comer aquello que nos parecía extremadamente bueno; sí, bueno como el chocolate, las almendras amargas, los calientes frutos que crecían a penas justo por encima de la tierra; legumbres a penas digestivas (se disfrutaba al menos su sabor, rudo y amargo). Podías subirte al árbol más alto de la huerta que ningún fruto bajaba un gramo su temperatura; pero era igual, más calor hacía dentro del cuerpo y en la sangre. Muy pocas veces, alguno que otro se agarraba a las paredes de la garganta seca del verano que tenía que bajar corriendo lo más que podía para alcanzar el sitio más cercano por donde corría el agua de riego de aquella huerta de la infancia. Corría con los zapatos dos o tres números más grandes que mi talla, y aunque tropezaba, corría hacia donde veía agua libre y clara, y metía mi boca y algo más de mi cara.
Pensarás, con el tiempo, pensarás. Algunas cosas habrán pasado; otras, no; otras, nimeacuerdo. Nimeacuerdo tal vez sea el nombre de una flor de la que no tengo memoria; ridícula memoria que cree acodarse de todo. Orgullo y vanidad, narcisista, omnipotente, y otras cosas más que nimeacuerdo. Al tiempo, dijo, que pensaba volver a tus brazos. Al tiempo de la culpa remordimiento, del yo no fui, ni quise, ni eso va conmigo. Se me iba la vida, y de camino, te reencontré.
La vanidad del amor amante. El quisiera para siempre, siempre, siempre. Cuando estábamos tan alejados de la costa, en lo profundo, ocultos. Eso mismo pensaba la gente. Y, si de eso no hay, solo hay objeto causa del deseo, amor carnal fluyente que como el agua va y viene, placer dado al otro y el recibido, y el repetido por insuficiente, y la lógica del amor perdido y reencontrado, ciegas pulsiones que rodean su meta, es decir, un estado del no llegar completamente, fallido ya, al menos exuberante. No, no, no, están actualizados, siempre nuevo como el ave fenix, con otro rostro nos hace sentir su belleza, su fuerza, presenciar como retornan los árboles antiguos en el desierto nuevo. Y así, amor como un retorno de no habernos nunca ido, como un siempre estuve, aunque no lo supiéramos, porque nuestra vista, en esto, es corta y ciega.
En las trincheras del cuerpo, baile de mascarada. Te prometo, amor, no hablarte por detrás de la máscara; no hablarte por detrás del silencio. En el amor y en el agua, flotar, hacer fuego, aunque parezcan incompatibles. Fuimos felices en la edad prometida. Me dio amor; sonrojo; no sé que decir. Tal vez, nos unió, alguna vez la pobreza; tiempo de pan y leche; los muebles secos; ese sol que casi no entraba por la ventana. A tres pasos la calle de los paseantes, el espeso río de la victoria marcando pasos lentos ante la belleza de las fachadas, allí, donde un café bohemio miraba al lejano futuro.
Cada día. Cada vez. Y variados momentos. Ellos iban. Hasta hora de incógnito, cerrados, callados, rodeados por un círculo protector mágico, gente fuera, incomunicados hacia dentro, protegidos en el aislamiento de su coche. Cada paso. Cada vez. Y variados momentos. En el mes de mayo y septiembre. Con los meses impasibles. Especula el decir y el tiempo. Iban con el alma exaltada, a veces, indiferentes, con cierta mirada desconfiada, flota flota y es cierto, infraganti y brillante, y sin embargo, en guerra, vivieron la sangre. Se congelaron las imágenes y de las casas y las calles. Desgastándose el color. Las palabras y los sonidos amortiguándose. Era un frío de hambre, soledad, de se acaba todo y no sabemos nada. Se gastaron las palabras antes del fin.
Cuanto más hablo más olvido. Y confundo el corazón con los nombres. Me eleva al lamento impotente de decirte. Hoy es mes de mayo. ¿No? Lo digo por la travesura de las flores y los árboles. Corren sus olores en ramilletes floridos hacia todos los rincones de la calle. Será presente o pasado. No lo sé, ni me importa. Sin olvidar esta cálida luz del sol de mayo por la mañana. ¡Ay, mi olvido! Me haces tartamudear el pensamiento, desorientas el ritmo de mi cuerpo, me explotas la belleza del sol de mayo.
Tendrá que esperar cerrado. Tendría que levantar la mirada. Estaba allí como quita vuelos. Sí, usted del futuro. En marcha para escapar. Será un futuro temprano, fresco, pequeño al principio, y... allí, donde tus ojos, en la playa del desierto, reencontrarán las germinantes pieles y... allí donde tus ojos reencontrarán lo oculto, reencontrarán la fértil gravedad, el triunfo ardiendo y... allí, en tu blanca mirada, creada, desbordante, hermosa y convulsiva, se encontrarán todas las horas nacientes, un suspiro y reposo.
En los sótanos de la noche huracanes dentro alegres furiosos dentro respiraban el polvo de la tierra. Después, silencio. Humo y silencio. Germinaban los vuelos de mar a mar bloqueando todas las salidas. Te abrirá el olvido. Te devolverá los recuerdos. Te entregará el índice del pasado. Quieres allí poner los ojos. Quieres allí forjar un sitio. Allí, ser temprano.
Ahora te escucho como si estuvieses en el flujo del agua, cascada masiva en la herida de la Tierra. No nos sirve ya la boba contemplación del aire que pasaba bajo el techo, ni los manoseados recuerdos entre los dedos, dúctil pasado bajo nuestro capricho. Ya no vibra la luz. Ya no corren los árboles. Ya se achicó, bajo las tormentas, el horizonte. Sudorosos caballos pisotean el polvo mientras respiran como tauros furiosos sobre la magnífica tierra devuelta a su estado antiquísimo.
Ni quizás, quizás, quizás, todo siempre para darte. Flota este espacio sobre la distancia mientras hubo un extraño instante, un tanto relámpago, durante el cual, distancia y tiempo habían desaparecido. Que no existe la inmunidad en tus ojos, que no! Que no siempre somos opuestas orillas, que no, que no. Sí de los pies a la cabeza de dudas como noches blancas en apuros. Sí en impacientes noches de espera imposible, hace verano mirando nubes, distancia que se despliega. Llega la curva de tu voz sobre aguas inmensas. Yo como distraído pescador de sombras paseo sobre las playas de invierno, techo encapotado.
No sabía exactamente, no conseguí pintarte, verte más allá de la apariencia, en ese fondo donde quiero estar. Eres ese vértigo que me aspira junto con los colores del parque y sus olores, su suave mezcla me sosteniene como si me hiciesen volar como ese trozo de pintura que me tiene obsesionado. Sabes que a menudo, por no decir siempre, estoy en ti, cerca, absorbido. Como ves siempre estoy aquí, presente para ti, dispuesto, sensible y amoroso. Siempre juntos sin separarnos, juntas las caras a veces, las manos casi siempre, ytevoyaamarmás. Lo digo junto para expresar la fuerza con la que lo siento. Éramos esas pequeñas cosas que nos hacían sonreír. Negábamos la fatalidad, diluyéndola. Y más a menudo, con los hechizos que hacíamos fuera del tiempo.
Intentaré decirte, si mi alma no desespera, me espera, no es desviada por su propio peso, no la desvía algo o alguien, si ella ajusta su tiro, su ojo se mantiene alerta, si no sufre un ramalazo de esquizofrenia, si siente ella que juntos vamos más lejos, mejor, cercanos y cómplices. Porque sabes que son débiles mis palabras para decirte, expresar tu esencia, notar cómo bailan las palabras cuando de ti hablo, te hablo, te digo y canto, y así, y algo más, es cómo quisiera. Como si fuera perfecto aquello que te digo, impresionistamente, como la pintura que te pondría en un jardín mágico con muchos puntitos o pinceladas. Como la música impresionista también, que corre, se diluye, casi desaparece, retorna y pone juntos el recorrido de diferentes notas impresionistas, cada cual expresando una cosa, sensación o vivencia. Parto ahora, con dificultad, parto para escribirte, a ver si lo logro, o tal vez me quedaré en el intento.
En la sed de las venas. En el rosado sol. En los rincones del paseo. A veces fuera de este mundo entre sollozos, mirando por la ventana, con pensamientos entrecortados. A través del recuerdo que... Diluida la vida de su peso. Guardando lo constante en los cajones del desorden. Con el escrito permitido entre mis manos. Tú en mí inscrita y en mi memoria. Quería leerte ¡y qué! Arrastraba el cuerpo del recuerdo ¡y qué! Cercano tu brillo. Arena despojada del cristal del tiempo. Dolor de la extrañeza. Cuentan las horas y me dicen, y me hablan, y sonríen.
Esculpido en las hojas leo tu nombre. Vaya por el jardín o por el bosque, luces como el resplandor de una fiesta, allí en la rosada playa, en el hotel de las grandes ballenas, por sus aguas calientes, para corazones turbios de pasión y amor inocente. Paseábamos entre aquellos mangares sombríos y verdes, en su atmósfera húmeda y asfixiante, como en el juego de sinosfuésemosaperder, pero juntos.
El mar de todas las cosas, cama aliviada de los sueños, y las horas mil vive en el fructuoso bosque de la vida, sin amor finita e hiberna como un oso que nunca despierta. Así fue y será en el mundo de la queja, supongo. Me despierta, en tu mundo, tu vivo vestido, me empuja calle abajo de los suspiros, y, en sus brazos, en agitados sueños me mece. Quédate para amarte, me dices. Quédate en esta frontera del duermevela.
No muy lejos de aquí, en tu apogeo, pasabas triste y tú, y aquello de besarte. Y yo, asustado de que mis labios no te gustasen, menta-noche “juerguería”, no estaba muy lejos del inferior de tu cara, aquella parte de tu sonrisa, o de tus labios, que no es lo mismo. En el apogeo de tu tristeza digo que no caen igual las noches que en otras partes por nosotros desconocidas. Creo que allí también hay mar, o lo supongo, o más bien sin ti no lo imagino, o me asusta pensarlo o no es posible. Allí pues donde triste no puedes estar por que no te va ni te convienes ni, tal vez, yo tampoco lo merezco.
Estábamos muy lejos, lejos como los bloques de la noche. En el apogeo del miedo, en la asustada tristeza, y en aquello que empuja la mirada hacia afuera de las casas, caen los ojos al mar de la duda. Duda, duda, duda nos come como un seductor beso primero. Reaparecen después a la misma hora queriendo abortar la vida. Uno de esos días viejos y lejanos retoman la envidia que nos tienen provocando la envidia abrumada de los ojos, el bosque del nunca se acaba, su infinito instinto de destrucción esculpido en las piedras de los caminos allá en el bosque de los insectos.
Noticias sobre las borrascas. Sobre el corazón también cae la noche, se despejan los malos entendidos, entre los dedos de la magia. Todo entramado, aunque pareces tú, no sé. Por algún tiempo nadie sabe. Estábamos hechos blandos. Hace frío, no sé. Todo quedaba abierto en esa página. No es fácil desnudarse cuando estamos agitados. Pero lo voy a intentar por nosotros. Alrededor, párpados bajados. Son cosas de cruces de calle. Se ríen, pero, a veces, lloran. Habíamos visto alguien escribir con una máquina. Parecían toques melancólicos. Como si quisiese a través de la variación de los golpes de las viejas letras redondas, como si quisiese expresar con el relieve del papel producido por las largas uñas metálicas, la variación de su sentimiento.
Y los manzanos, las viñas, las flores en flor, nos hacían sentirnos como pequeñas piedras calientes, redondas como el cariño, morenas como la tierra que las hizo, extrañas a la belleza que se balancea sobre su cabeza. No habíamos aún mirado en su interior. Sopesábamos sobre la palma de la mano, viendo ambos nuestra intención, cuanto daño haría ese peso, y si daba en un ojo o en la mejilla, o ya puestos a disfrutar con dulce malicia, pensábamos si rebotaba en la yugular o en la cabeza? Todo eso bajo las tiernas miradas que iban de un lado para otro, e incluso, contagiadas por el suave olor de las extrañas amapolas que parecían hacer cálculos semejantes pero sobre sus finas hojas de roja porcelana, e incluso, dije, pero ya no me acuerdo.