Somos ojos sorprendidos. Ya te he dicho que se roza nuestra piel. Imagina, sueña, la abrasadora vida. Para todas las horas que ceso de verte. Eso no, eso no, que viene la noche y su trágica trama de fondo. Imagina, y recuerda. Quiero verte a deshoras, a despropósito, a llover. Quiero verte en visión de carne, en las noches perdidas. Quiero engañarme empezando por el te quiero, ¡Y tu carne, carne! Y los mimos de nuestras lenguas, y los silencios insondables. Quiero hechizo y tu duda, y algunos imposibles. Una fábula triste con dificultad para mantenerse. No me nombres la tarde porque me pongo triste. Y es hoy, parece, que nos espera el aire libre.
Tengo dos abrazos fríos, dos nos vemos algún día, un tren que ya no hecha raíces. Ya se fueron tus senos con sus aires de grandeza, dejan blanca mi mente como una tarde somnolienta. Ya por el pasado descendiste como un poema surrealista, son inmensos los olvidos cuando ya el amor no hace la vista.
Suave palabra tu nombre. Y tu boca, y tu pelo, y esa lengua de tus besos. Me dijiste siempre. Te digo como para disfrutar en la cama. Me dices nooo. Te digo siiii. Me sonríes con acuerdo, y solo contigo me pones así y me sorprendo. Me sorprende que aún en la distancia me pongas bravo. Miro mi cuerpo. Me toco. Y no me creo que eso sea eso con tal aspecto que desconozco. Si en ese instante, --pienso-- estuvieras a menos de un palmo, te desmentiría la paz de mi cuerpo que por el tuyo vive y muere.
No me acuerdo de aquella calle, pero sí de tu nuca, aquella que llevo siempre en mi boca, su recuerdo, sabor y tacto, piel y deseo. Cuando te miro desnuda solo veo tus ojos, y tus caderas, la curva de sus huesos, la ternura de tu carne, los senos redondos del fondo del alma.
Amarte, como decirlo dulcemente, como hacer correr las palabras, y vuelan, y escapan, y se imaginan que van solas, las muy malvadas! Te amo como el correr del tiempo, quemándome. Y quiero verte, suave, a veces, inmóvil, lúcida e inmóvil, como para el amor hecha. Hoy va a atardecer temprano, porque quiero verte, comerte, tocarte las manos. No me canso, no, de hablarte despacio, tenerte, poseerte, dormir entre tus manos. Y si tardan hoy mucho las horas, iré hacia ellas a azotarlas con el miedo del tiempo.
Que hablaba, hablaba, como un reloj en sueños. Y me dice de ti aquello que nunca supe, mientras los muros se golpean contra el silencio. Dicen que duermes desnuda, que en su cama te huele, como ese olor que deja tu cuerpo, como esa piel transformada por el amor y el sexo. Te huele y disfruta. Disfruta y te huele. Te dice te quiero pensando en tu vuelo, el vuelo de las rosas, de los pétalos el vuelo.
Solo tú podrías sacarme de esta vida de espera. Apresuradamente, a la carrera de la vida y de los sentimientos, a su deriva, y si puedes correr aún más que el tiempo, hazlo por mí, amor. Dímelo por mí, amor. Adviérteme si haces ese efecto para que yo me alegre, para que te espere impaciente, detrás de la puerta donde se refugian todos los ruidos. Y allí, también se refugiarán tus pasos, tu aliento y respiración, el fluir de tus venas cuando llegas desgastando tus zapatos.
Estás gris. Nunca sentí la alegría de tus pies, pequeños y frágiles como barco de papel. Nunca sentí entre mis manos la ternura de sus dedos, y aún huelo el suave olor de tu carne que pisa la tierra. No pasé nunca por encima de tus rodillas, duros huesos para mi boca, y aún con eso, los hubiera llenado de besos, a manos llenas, agarrado a la curva de su espalda. Te tuve de madrugada abierta, aquella vez que tus ojos me decían te amo. Quiero volver. Quiero volver a la suavidad de tu piel callada y abandonada en el silencio de las manos.
Un amarte, y esperar. Porque cuántas veces pienso en ti y espero. Espero que el pasado vuelva como si fuese hoy. Miro a todos como si fueses tú. Y me digo que ninguna me gusta, ninguna me gusta. Y qué pena siento por no tenerte dentro y del alma y del cuerpo; que ya no sé si te amo o deseo, o las dos cosas a la vez; o una detrás de otra; o da igual, separadas. Que no me importa ya nada sino verte de cerca, hablarte, tocarte, y entrar en tu carne como si fuera mi alivio.
¡Como si no tuviéramos memoria de árbol!--me dijiste un día de aquellos que éramos sabios, de tierra, de mar, de soga, de arado. Sabios de objetos, tuyos pero no míos; siempre sobresalí por mi profunda generosidad e ignorancia. Te los dejaba todos a ti, ninguno para mí; pues además de ignorante era desentendido y generoso. Si además, esos objetos objetos son, iba cantando por prados juveniles, perdido en caminos de finas sutilezas, siendo generoso en propósitos y rústico en tenencia.
¿Sobre qué papel escriben las letras frías? Todo depende si es para ahogarse o para despertar. Conteste aquel que sepa. Mientras tanto las esquinas nos rodean a mil muertos de papel, de hambre o frío, quién sabe? quién sabe? Si no son las tijeras quien los recorta para hacerse barquitos de papel en esta mar bravía que es el mar del ser.
Fue en ese banco de las sonrisas, amable, exceptuando los días de lluvia, donde tú casi siempre eras perfecta, amén de otros remiendos sin importancia. Casi no me cuesta demasiado, casi así, casi toda, casi tuya y amable, para ocupar los nervios de la noche. Amarte, amarte, como aquella vez dijiste, sin mucha prisa, así como si nada, como si no fuera importante, ni en ello te fuese la vida, y la de otros.
¡Qué larga es la distancia! Tú no lo sabes cuando a veces te miro. Te escucho una vez cumplida, puesta de verde, en tu belleza clara. Te deseo a cada réplica, cada estupor que revienta en el silencio de la montaña. Eres ya presencial, prometida e imborrable. A mano abierta, desgastando la grieta que se desgasta.
Nos conocimos en el exilio de los sordos; aquellos que no saben lo que dicen, ni pa tras, ni pa lante. Entonces me dices que conociste a un que más te quiere. Me sacas las tripas, en carne viva. Quise, antes de morir decirte que aún tienes sitio en mi vida.
Vi en tus labios el papel húmedo de mis cartas. Tanto tiempo sin verte y tú, tal vez, contando las horas. No quita eso que me pareces muy lejos. Qué lejos están aquellos años. Qué lejos las miradas.
Tal vez sea yo. Tal vez no. Cuando me dices ni la tierra, ni el hombre creen ya en la esperanza, estoy ya desraizado, menos cuando tus labios se acercan y me dices que conociste a dos, sordos y mudos, que entre los naranjos escuchan Dios sabe el qué, ni se lo preguntábamos, por aquello del lenguaje de los equívocos signos.
Por favor, no pienses; hazle caso a las nubes. Tal vez crea demasiado en tus vuelos. Como hoy. Te veo amanecer con tu sutil elegancia. ¡Tierra, trágame! Te veo amanecer. Y tal vez sea esto los hombros de la Tierra; delante de tal prodigio, rezo y sueño con que te beso.
Amor a ti como milagro
Tal vez exista el favor de la duda, el favor de la duda de la duda del amor
miércoles, abril 18, 2018
Y al principio fue la idea de Dios. Hoy es melancolía. Para quien no ama, dolor. Tal vez exista el favor de la duda, y pienses pensando lo que yo pienso en ti pensando. O es que sobre tu piel corre, como un granuja, el Tiempo, templo de adoración vacía, de infinitos ecos, que retumban y retumban al chocar con cada uno de los miles escalones, que todos recorremos en nuestra dispersa vida.
Estás gris, como recién sacada de la tristeza, de ese duro horno de la carne. Llevabas tiempo sobre la hoja del cuchillo. Y una tarde te hizo comprender. Eras de aquellos que llevan la noche, la festividad, por allí por donde pasa el vuelo de los pájaros, esa carta suspendida que nunca llega, en el casi, en el talvez.
Sobre el blanco de tus ojos se hizo el instante. El instante en silencio confiado, creo. Caluroso, infranqueable, como una respiración que duda. Exploraba allí, en ti, el exilio cuando no estabas. Ahora pienso como hombre de tierra. Y temo al sol que resquebraja, al atardecer cuando no vienes, a lo que sin ruido se derrama.
Y si desbordando mis pupilas llegaste, miraste, venciste, y te quedaste. Tiene nombre el amor en tu figura, en ti, tú, la manifiesta. Me demandas en blanco, rosa y negro, atril de la esperanza. Pero, en fin, nada de lo que te diga será suficiente para marcar lo que representas. Porque ya sabes, amor, que en ti, no se puede tener frío en primavera.
Eres como así la noche. Llegaste perdonándome la vida. Permaneces. Y sellada. ¡Cómo no vas a ser futuro conmigo! De amor desbordando. Futuro apretado que permanece aquí y ahora. Rama verde. Y aún insensata. Me obedecí, y te obedecí. Desbordaban las ventanas. Dilatadas y líquidas. ¡Cállate! Y deja que el presente corra sobre las pupilas de la muerte.
Más que amor, borrasca; pena y borrasca. Cada vez que por tu presencia me anidas, tiemblo, y eso no es poco. ¡Quién me iba a decir que yo sin hacerte caso iba a caer en la rutina de tu boca, ese centro de la caída de la noche! Nadie me había hablado de tus tormentas, deliciosas calles que nunca había pisado. Y así fue la primera vez que me hablaste: sorpresa a la medida de las galaxias. Tengo que estar agradecido a Dios, y a su olvido, que dejó pasar tu buenaventura. Eso eres y talvez no lo sabes, y tal vez lo bien ignoras como aquellos maleficios que desconocemos. ¡Qué más te voy a decir por ahora, si te presentaste a mí como un desastre que nos arrastra al silencio o a quien sabe!
En mi cuerpo, en tu cuerpo, pasillo que no conoces, se encarnan las palabras vírgenes. Cómo van a creer nuestra autenticidad, absoluta y marcada por el dolor, aquellos que nunca han sufrido. Si conocieran por un instante, al menos por un segundo, el tren que pasa con sus hierros sobre la carne, tal vez, y tal vez digo, sentirían un atisbo, como un rayo que pasa sobre la carne sin dejar cenizas, de los clavos crujiendo sobre la viva carne.
Eramos los habitantes de las palabras, correosos ante la fuerza de los sentimientos, ese pasillo que casi nunca se atraviesa sin cuerpo aterrizado ante el terror de la infalible muerte. Crecían ellas con salvaje fuerza tapando con sus frondosas ramas el infinito agujero del abismo. Y allí, despavoridos, desconocidos ante sí mismo, hablábamos del amor con la profunda complicidad de los desesperados.
Y por eso tú y yo contentos hasta última hora en la salsa del tiempo. Nada de lo que te diga va a hacer que el amor crezca, ni viejo, ni arrugado, con pedigree a cuestas; ni de calle nueva, fresca y altanera, de las que andan como bailando por las calles. Ni nada de lo que haga va a cambiar nada de lo que nuestras entrañas sienten, aún sean así a veces desventuradas.
En mi cuerpo en tu virgen cuerpo que así supongo para el capricho de mi narcisismo fuertemente gallardo siento sientes que no están muertos ni aún menos perecen, crecen por fuerza en ellos nuevas ilusiones hasta las últimas palabras.
De un amor tú procedes. Y habrá borrascas. Mediaran los dedos. Trasnocharemos.
Descubridor tuyo, en el sonido de tu piel, antes mirada, simplemente, desastres; ir venir, desastres. Sin reparos y a letra lenta, llamada que nos hace abandonados, tuertos enredos, que allí labraste, al igual que ahora reconoces estas palabras.
Entramada entre tus dedos, arte y magia, perfecta ausencia. Te pareces tú, a ti y a mí, natural como el tiempo, vino y salsa, frutos y sombras. Eran dos amantes abrazados, no sé, porque ahora hace frío y desventura. Desventura de labio y su suerte, blando como un milagro.
Olas de viento y marea y mar. Encerrados en la memoria. En el pensar nuestro. En te intuyo, en te quejas. Llegaba un cansancio perfecto. Un cansancio con sabor a nada. Llegas solitaria. Respirabas en las gotas insistentes. Infelices. Impresionantes testigos de la decadencia. Estabas pintada de mar, inspirada por los nombres, testigos de la profunda anchura, avidez de la mirada en las tormentas.
A solas padezco el estremecimiento de tu ausencia. Tú prisionera, y yo prisionero en el dolor, en este imposible que nos ha encontrado. Era la noche excepción de todos nuestros sueños, vivos desde la infancia, cuando allí soñábamos con encontrarnos. Fueron nuestros sueños asediados por el umbral de la distancia, ese ocaso que nos deja solos.
Somos ese tiempo de amor que nos hizo del milagro, esa inmediatez de la mirada salida de las sombras. Desde entonces se oye de ese lado del mundo, el viejo viaje del tiempo. Y eso éramos, de aquel lado.