Se nos abren las manos como olas. Se abre la noche bajo los nombres de tu cuerpo. Tomo tu mano para deshilar mi deseo. Tu mirada, tu perfume, tu ribera. Se nos mueven las manos y la boca. Alguna hora se atrasa. Es el verano de la noche, mitad silencios, mitad susurros, mitad carne. Alrededor, la insolente envidia de los objetos.
Y la tierra, líquida de sus sueños, florece en los cuerpos como plantas instantáneas. Somos instantáneas de inequívocos pasos. No se hacen noches espesas. Evocan los ojos. Se abren las manos sobre sus dedos. Señalan el avenir por donde viene el tiempo. Y en estas, demasiado nuevos y prematuros, reímos como bebés ante lo desconocido.
Y la noche nos empuja hacia un fantasma infinito, hacia un rojo palpitante, y empuja y empuja con todo el torrente de sus palabras. Es la tierra de los sueños. Es la guía ciega del día, la flor de la nueva mañana. Es tinieblas de calles y mentiras, de cuerpos extraños que se meten en el cuerpo con derecho a sexo y a muerte. Son tormentas de increíbles delirios, locos, cuerdos, fantásticos.
Sin detenerse el camino mientras la senda hace metáfora. Mientras andamos, aún no se concluye, y todo andar es pura metáfora. Buscabas, repentina, la raíz de los sueños. Es la noche el loto dormido, muerte floreciente de aquello que no ha sido; recuerdo del no, por el cuál se va la vida. Flotas sin consistencia como un pájaro impermeable. No hay para ti, ni corriente de la vida ni la de la muerte.
A los pasos, hechos... a la manera del silencio. A la lluvia, fuego... al campo verde. Cuando la madrugada se deshoja. Cuando los árboles se apagan y piensan. Cuando el aire de la noche les hace réplica, flotas inquieta y caliente... y repentina.
De aquellos que no olvidaron, la última llegada. Se pueden esperar todos los caminos a través de la espera. Se hacen bocas de aire y piernas. Se miran la piel como florece y sus orillas; brotan y tiemblan como semillas verdes. Viene la lluvia a la manera del silencio. Con sus invisibles manos echan raíces, se encarnan como dedos crecientes, llamas de la viva tierra.
Allende del gusto de tu boca. Allende de todas las fuentes. En el silencio de las raíces. En el odio a la muerte. Y si te vas, algún día, te vas, que me quede todo el silencio, ningún nombre, ni esperanzas. Me recobraré de todos aquellos olvidos. Me reescribiré en ti, necesito. Pondré a sembrar todas mis faltas. Y en mi cuerpo, quedará tu cuerpo a la intemperie.
Entre los dedos se nos escapa el mundo. Había entre la luz bordes. Crece el agua y la materia, la lengua interior del tiempo. Andábamos de mejilla a mejilla, en el regusto de nuestra boca. Y allí, se me olvidaron todos los nombres.
Y tiene tu nombre una duda. Y no sabe de sorpresas. Tiene clavadas en la piel rebeliones; se retuercen como clavos entre los dedos. Cerca de ti el origen de las sombras. Y queda mojado el silencio.
Como, por ejemplo, el silencio. En el mundo el fruto y la semilla. Y esto aún no está abierto a los sentidos, a las sombras y a los gestos. Éramos un lugar quebrado en la noche, troceado de existencia y múltiple, como si la vida tuviera rastros.
Y tuvimos esos sitios de la noche. Me sorprendes y confieso como una tormenta. Las duras estaciones. Los silencios inestables. Vino mi mirada de vacío triste y miedo y ceguera. Vino la trampa del dolor, su fruto y su silencio.
Estábamos en el fruto de tu ausencia, en el tiempo dibujados, vulnerables fragmentos. Caía el agua sobre la madera, como invierno que se prepara. Crecían los me dueles, las cosas de la vida, y alguna tristeza. La fiebre, con su mirada blanca, tomaba lugar del parque de los almendros, silenciosos y ligeros como pétalos.
Amor a ti como milagro
Todas las puertas se tambalean dementes de tu ausencia
jueves, julio 13, 2017
Todas las puertas se tambalean dementes de tu ausencia; amantes marchitos de los gritos que no aman. Y el dolor, el dolor viene a las palmas de las manos como cuchillas bien afiladas. Son ya todas las puertas muros invulnerables. Los fragmentos de la vida caen como copos de hielo amenazantes al clavarse en los tejados. Se oyen sus picos golpear como pájaros locos. Tiemblan los muebles de miedo ante el ataque. Y la cama se encoje enrollándose sobre la almohada.
Desde el fuego te imaginaba, y. Todo aquello me pareció sublime. Era una tarde y no estabas, y nadie. Me pesaba el rostro y el dolor, la falta y el coraje. Se rendían los párpados bajo el insomnio, y la noche indefinida. Dos metros de ruido infernales. Un carro de horas. Llamadas intermitentes de teléfono, y. La demencia me daba la espalda, no me escuchaba, me aborrecía. Y, gritos.
Le hablabas al silencio como la tormenta al aire, con esa tranquilidad del agua. Y antes, estuvimos en la ventana de las estaciones duras, en los silencios sueltos, en la ausencia del reposo. Tomaba sombra y cediendo, el mar se hizo insoportable. Ahora, éramos arena prisionera, duda, granos.
Hay tristeza llamada fiebre; fiebre de invierno y surgimiento de la mirada; mirada que crece en el silencio, y duele; manos desgarradas de sus brazos, y abrazos ligeros. Hay temblor de ojos obstinados en vivir en el sueño, y en la desesperanza; ya no quieren desafiar tus ojos, ni ver, ni cerrar, ni sorprenderse. Hay cuerpo de la espera, sin prisa, allí donde hubo tormenta; silencios sueltos.
Como aquella vez que eras todo ruido en tu calma. Ya sabías que los gritos no aman. Todo estaba al lado. Eras fruto de mi ausencia. Gaviota sin alas. Dibujábamos en aquel desorden, sordos fragmentos de hielo. Había tristeza sobre el invierno, y nuestras miradas blancas.
Era tarde y describí tu rostro. Estabas en ese momento de la hora sangrante. Era tarde y no hubo nadie. Pesa tu rostro sobre el espejo y dolor en las ventanas. Fuiste ruido de lengua indefinida. Puertas cortas sin llamadas. Ejemplos de huidas locas. Se acumulaban las horas sin usar, cerradas e infinitas. Eran rígidas en su cuerpo de infierno. Del otro lado, dolor.
Ya éramos sogas de la angustia. Nos quitábamos de encima el tiempo como agua corriente; le quitábamos la voz y sus sombras, y la espera. Ya éramos dentro y cerrados al mundo. Ya éramos anuncio y fermento. En mi calle, nadie. En tu rostro, espejo. Se rompe el dolor y nos lleva dentro.
Llega la noche en tu rostro. Llega el hambre. El placer del silencio en tu boca. Y yo vulnerable. Llegan tus párpados como dos mariposas, y los pliegues de la memoria. Llegan los recuerdos disueltos, la distancia de piedra, la pareja de la lluvia y tu mirada. Rehenes en nuestras manos. Largos lazos de la confusión. Soga solitaria y agua corriente.