La síntesis de negro. Las cuerdas del fin del mundo. El enigma. El enigma. Abrazados al aire en cenizas. Amarramos amparados por los lazos del silencio. Rito reflejo como un espasmo del desamor. Amarramos tributos a las hojas de las parras, pensamiento mágico del sanar las roturas de las zarzas ardiendo,... nos condenan al permanente dolor en el alma Infierno.
Donde no sabe que. El corazón se equivoca. Donde pone la sangre. Detiene aquello que encuentra. Allí se extravía. Ignora el dolor. Se hace nido hueco. Me lo dijo. Ya no hay más entregas. Eres tú el origen de partida, el umbral, los pies y la casa. Eres tú los ojos quienes ante el temor se desdoblan. Y la calle, los árboles, las aceras, ese viento sin nombre, ese cielo, esa tierra, me dijo. Pero no hay ruidos que te guíen.
Suspendida la tarde. Queda. Sin mundo de tarde. Parece. Parece visible y dispersa. Cuando se mira desde una silla sentada. Existe como fuego lento. Vaciada de día. Casi sin cuerpo. Casi sin luz. Luz rosada que se convierte. Toma espesor el espacio. Se ralentiza el vuelo de los pájaros. Sonidos graves, pesados, lentos. Se relajan los ojos, el cuerpo, las manos. Van los pies sobre algodones, hinchados. Toma el calor asiento, cama de noche.
Cantar siempre al amor. Colibrí de verano. Vibran tus alas en el temblor del aire. Rehaces tus colores en la paleta de la noche. De desnuda oscuridad y reposo. Contra el muro del fuego. Forma de presentar los pliegues de la noche. Cuántas veces late tu corazón suspendido, patas al aire. Y expulsa la sangre fuera del nido, clara, leve como una pluma, dispersa, sensata, embriagada del éxtasis del más profundo néctar.
Cuando la mano acaba empiezan los temblores de nuestro cuerpo, de nuestras manos, de la leve sonrisa que queda. Quedan los labios en el presente helados. Arrugada la frente del que llora. Se hace presente la distancia como agujero. Desde donde no escapa el eco de la historia de nuestras palabras. Quedan allí como el antes del principio, comprimiéndose en la negación de la existencia.
Llaman tus mejillas la mirada a gritos. Baila tu hombro. Bebe tu boca seca. Que te acerques al ruido que tu pelo produce. Que tus ojos llamen sordos a la luz, a lo nunca visto, al naufragio de la lluvia. Como ver llover el paisaje. Como oír palabras de bosque. Alcanzan tus manos aquello que tiembla. Mientras tus pies aman la distancia. Marcan tus rodillas el movimiento. Y ondulan tus caderas el aire. Cree tu cuello ser un sueño más allá de las pesadillas que se derraman por los oídos.
A veces, tristeza. Se escapa. Como si tuviera prisa, huye. Perruna, de ojos tristes. Quiere hacer el amor con el corazón, engañarlo, convencerlo de que es la única opción. Triste tristeza de cabello hermoso. Carta emborronada de refugio. Universo del luego. Te tengo refugiada en las membranas de los ojos, aquellos que solo ven melancolía.
¿Cómo llegaste desgranada? Con saludo triste como el de ahora. Fuiste un canto a la vida. Con tus párpados de cristal. Para costarme la vida. Y cada vez constato que me la das toda y en recompensa te la devuelvo como estaciones repetidas de la naturaleza con sus inacabados viajes donde todo germina. Tengo que cosechar amor y tristeza, júbilo de nuestra casa.
No tuvo la noche otra música que la lluvia. Noche frutal. Horizonte concentrado en el sonido, en cada gota, suena la chapa, la teja, ladrillo o cemento. Estalla en fuegos artificiales de gota, explosión sin luz, sin sonido. Por un instante amplía el horizonte. Cierra la música como pausa del espacio entre una multitud de otras gotas. Caen como minúsculos transparentes paracaídas cubriendo con su estallido los techos de la noche.
Se borraban las noches. Tensión. Incesante susurro. Terrenal vergüenza. Ya se hizo. Cayó. Cayeron en el mutismo o en la somnolencia todas las palabras separadas de ellas mismas, sus huesos, duros, secos, cortantes. Eran sus fronteras paralelas, vivas y distantes, duras y largas. Aquellas que nos separan por un tiempo del mundo, recelosas de su lugar de ningún sitio. Exteriores, extimias, nunca derribadas ni rotas, a dos pasos del otro lado donde no alcanza la mirada.
La imagen de tu almohada da vueltas por la cama, se esconde a veces en la noche, en tu exagerado cuerpo nocturno. No es un sueño, respondo. Ni un efecto de la oscuridad. Da vueltas buscando respuestas, simples confirmaciones. Noto el calor evaporado de tu espalda, su consistencia. Te verifico. Con mis brazos te rodeo en una curva caricia que no se borra.
En boca hambrienta te tengo. A ti y tu nombre. A pedazos y a cuerpo entero. Te espero por encima de todas las cosas, maravillosas y vanas. Te espero en cada momento, al día de ti puesto. A la salud de tus ojos. A la salud de ti huelo. Ciego y visionario, en ti continuo. Con ti me hago presencia para combatir las soledades, las tristezas y varias incongruencias.
Con nuestra boca de humo. Y el saber de la desmemoria. En el terminal de las piernas. La desnudez. El sinsentido. Hermoso como tus movimientos. Su caricia voluptuosa. Llega al amor terciopelo. Con las traiciones de la creencia. Aquella en los te quiero. Enigmáticas. Estupendas para mi radiante ceguera. Crecían en tu boca enigmas. Mis ídolos sublimados, embellecidos como fuentes con flores. Era allí en tu cuello mi ternura dichosa. En tu pelo adornos innombrables. Muda experiencia en tu cuerpo.
Al fuego suspendidos. Abiertos al aire. No se deshace la vida en las olas. Ni se contrae tu vientre al mundo. Es tu cuerpo litoral de la predicación. De aquellas palabras cosidas. Ni tu boca geografía perdida. Fuimos a todas las cruzadas. Las guerreras por la paz y la vida. Reíamos bañados en nuestra sangre. Bocarriba sobre la faz de la tierra. Llorábamos la destrucción infinita del templo. Allí, en el lugar donde Dios nos confunde con su verdad intransigente.
Sabia oscuridad. Ansiosa en la ruleta rusa. Sonaba el tambor con el aire replicante. De risa reían las manos exiliadas. Seguían los ojos los números cambiantes. Chillaban las fichas. Estaba el color suspendido. Los ruidos ausentes. Parado el tiempo de las horas. Tal vez nevaba sobre la madera del banco. Ni viento ni pasos. Congelado el aliento, germinador de palabras.
Ciertamente, dulce y vestida y espaciosa como un baile. Y miraba tu cuerpo con la mirada de tu cuarto, a ratos, por las ventanas, por los cuadros, mirada de cama, sofá y mesa. Confluían todas las miradas dando vueltas a las formas de tu cuerpo, bailarinas y locas, ofuscadas y alegres. Rodeaban todos los huecos, allí donde no hay nada. Agitadas y sorprendidas, volvían a la carga buscando eso que se busca detrás del velo.
Llamaban nuestros deseos nunca agotados. Traía la fuerza su viento. Sus huellas a las manos. Sus clavos a la garganta. Sin ceremonial, salvajes. Dulce ombligo tras tu vestido. Nuestra boca, ardiendo. Excesivas, dulcemente locas, buscando la savia de nuestro cuerpo. Probaban las vueltas por todos los rincones como sonando al ritmo de desenfrenadas campanas el día de la victoria.
Y fue ayer el grito. Del silencio, el grito. De la distancia y la lluvia. Del vértigo necesario. Estaba desnudo el fuego. Su llama hiriendo. Quemando todo entendimiento. Arrojaste mi arrogancia a la fuente del deseo. Agitado cuerpo de la pregunta. Atormentada fuerza que obliga. Y empuja, martiriza, muerde feroz la carne. Estalla en la potencia de los líquidos.
Como si el cuerpo fuese salvaje. Con sus ritos primitivos de selva. Con sus árboles flotantes. Y hiciese sombra al alma, la débil en la causa. Enredaderas de fibras cercen hacía el húmedo suelo. Echan nuevas raíces impenetrables. Fluyen por ellas la sangre. Se revitaliza como carne. Espesa nube de hojas refuerza su apariencia, hace de él bosque, selva, espesa a la humana mirada.
Por la frente, fuego. Y llorar. Tormenta en el viento de tus labios. Y horas recontadas. No era hora de los deseos secos. Ni del cuerpo fijado a la carne, enredado en las sombras, flotante, marea del no se sabe. Reclamaba el dolor silencio, sin gritos, sin alarma.
Cuando te alejas se cubre la vida, se hace espejismo y tristeza. Un sollozo invade el cuerpo, lo deja caído sin coraza. Llega tarde el aliento, a veces abandona. Va, en su atadura, despacio la mirada. No llega a la luz, y como ciega, te busca en todas las curvas del espacio.
Y si te digo. Tus labios nido. Tu boca devórame. Hasta que salga mi corazón ensombrecido, mi tortura negra de triste soledad, la nevada de mis ojos, el vahído muerto de mis sombras. Cuando ante vos sonrojo invadido de culpa de no amarte, caigo detrás de la espesa nieve que hiberna todo. Cuando a mi pesar escondo las alas de la ternura, te alejas como un campo de espejismo, y una capa de ennegrecida cera cubre alma hasta el horizonte.
No teníamos paisaje ni ausencia, ni marcas del tiempo, ni súbita respiración entrecortada, ni aliento indefinido, ni inquietud maltrecha. Éramos todo garabatos, oídos reunidos alrededor del rumor, de la maledicencia, mal olfato de los corroídos cuerpos, sangre purulenta. Íbamos a vagar con las sombras, por el recorrido de los ojos cerrados, por el retorcido olor de lo fétido, por el corrupto tatuaje de la vida.
Ya que es suficiente vivir. Por muy prefigurada que esté. En la oración nos encontramos. Como cuadros invisibles que nos miran. Fija imagen cautivadora que organiza el paisaje. Ya no nos queda respiro, inmóviles ante la llama vista a través de la cerradura. Enmarcada fascinación. Muda pulsión que hace alrededor del marco el recorrido volviendo en infinitos bucles sin gastarse.
Ermita de la cueva de los recuerdos. Luz de oscura pared del silencio de los tiempos. Suficiente humedad para los reflejos. Goteo, reloj de las cavernas. Contadas las gotas por segundos. Cúmulo de mineral con sus irregulares circunferencias. Tropezaban allí pies negros desnudos, dedos de las piedras de la selva. Solo había marchas alrededor del hueco, boca abierta al eterno retorno. Culminaba allí, el hambre, la vida y el sueño.
Estaban las manos escondidas en los rincones de la memoria. Ancianas gastadas por la humildad. Ermitañas, jardines secos, insuficientes y pocas. Prefiguraban futuros cristales fosilizados, brillantes como la nada, oscuridad del tiempo pasado bajo la hermosa tierra. Ayudaban a sostener el mundo, nerviosos pilares, ocultos y múltiples.
Estábamos escondidos, fugaces, al sentimiento, como agua que no para en frías manos excesivamente delgadas, rezagadas ante la viva vida, y con débil memoria perturbada. Ya despertábamos, a veces, con la claridad del terror, desgastado amo que nos rechaza. Ayuno de la vil vida, subproducto del alma.
En los largos y sombríos brazos de la noche no hay primaveras, sí escalofríos de sangre, derramados pechos, carne entregada al infierno del dolor, vivo dolor incomparable infectado de insomnio, del no me amas, del te amo a prueba de todo, de las corazas derretidas por dentro. Así te doy mi presencia, encogido de temor, de correosa duda, de nunca te olvido. Voy hablando de tu amor con desconocidos, de las raíces que habíamos sembrado, de nuestra piel sin fracaso. Hablando de las sombras de las dudas, del transcurso incierto de los granos, de los fracasos siempre nombrados. Trato de ti despertar en el temor de la fuga, en el romance de nuestra leyenda, en la incertidumbre de nuestras manos. Y ya despierto rezagado en el tiempo como perdido y gastado.