Se masticaba la noche bajo la niebla. Respiraban locos los suspiros. Contestaba tu cuerpo como una estrella. Y los labios ya no parecían lejanos. Las palabras recorrían nuestros cuerpos. Un instante, un haberte vivido sin amarte, tormento. Cada noche recorre aquello que calla. Pero ahora aprendo del libro de tus manos.
Tus dedos, tus pies, la palma de tus manos, hacen circulitos, grandes circunferencias de calor que acogen, finamente el dulce olor, en tu vientre poblado de temblores, con gloriosos comentarios del amor viaje, donde se mastican hasta los leves suspiros, como locos respiran, ¡qué bueno! ¡qué bueno! sigue sigue, que la noche aprieta sin tregua, como un maná de labios.
Para toda entrega. Corazón, brazos, besos. Juegos de preguntas calladas. Seguíamos las curvas de tus manos. Circuitos de tu piel de pies a cabeza. Sube el calor como si fueses playa. Llega hasta tus labios entreabiertos al amor, labios, lengua, boca. Sube al espíritu tomándolo en largo asedio. Nos queda la placentera rendición, caídos como ángeles celestiales quienes reencontrando sus separados cuerpos entran maravillados en el humano amor.
Cabello al viento. Y ropa. Sin el amarre de las vacías palabras. Desatan la sublime belleza del amor sin malicia. Tierna y cercana te bañas en las olas de los brazos. Navegas por las ondas del calor. Allí, tumbada en su juego. Saltan al lado esbeltos delfines, relucientes pieles blancas. Es la espuma del juego, su bondad en los ojos marinos, de los cuales brotan amantes miradas.
Refugio de tormentas. De desnuda boca. De fondo, a veces, ceniza. Cenizas de memoria de palabras no reconocidas. Crecen en tu cuello de viento donde los nudos se disuelven. Soga de la vida que evita la caída al fondo de las entrañas. Donde allí se ahoga el amor que no se ha dado.
Desnuda boca por donde pasa el interior viento, que vuela de dentro hacia afuera como invisibles alas sin cuerpo, llevando el mudo ruido hacia el diluido espacio. Queda allí en difuso refugio donde nadie nunca más las encuentra. Caverna de tiznadas paredes sobre las que hacen las llamas móviles sombras sin heredar picturales sombras testigos de la vida.
De ti amor y el temblor. Bajo tu mirada. Despierto y sigo por sus prados. Columpio de nuestras manos. Tú, aquella recobrada. Cantábamos las arcaicas canciones del corazón, nuevas, radiantes, misteriosas. Canciones de los lares del espacio, de donde surgías como origen del mundo sin tragedia.
Allí dormida en tu esencia. Voz de lo profundo. Sostén de la vida. Sube un temblor sobre el velo. Se esconde lo anunciado. Hace presencia. Maravilla agálmica para siempre oculta. Fascina, entorpece y causa, llama desde el otro lado al deseo.
Te había encontrado en los ojos de la divinidad. Impresionante revelación ante el hombre ciego. Fruto primero bendito. Esa era tu presencia. Criatura de la carne de los versos, manifiestamente revelada. En mi dormida voz, tu mirada. Sosteniendo el temblor de tu esencia con tus párpados de primavera.
Te alcanzo ahora para tenerte siempre en la vida de la carne, más allá de los pecados de la piel indómita. Mudo esclavo invisible, te busco antes de la muerte. Contigo en esa misteriosa senda empujado por la perpetua despedida. Encontrador de hierba, me orientan tus árboles floridos, fuerza intemporal, como una revelación de la Promesa. Se preguntaba la divinidad, sin embargo, sobre ese gran Malévolo que es la corrupción del cuerpo. ¡Oh, gran desesperación de Tú, divino!
Esa sombra del germen del cuerpo. Ese templo donde nos alcanzamos en la feliz embriaguez de uno mismo. Rito sin fin cotidiano del objeto que nos compone, donde te alcanzo, me alcanzas, nos amamos en imagen, fascinadas las preguntas quedan. Humana divinidad de piel recubierta, adorada, ciego Dios gratuito, promesa siempre del aquí Paraíso.
Corría el corredor de la oscuridad. Tomaba las ventanas y el cuarto, los muebles, el suelo, las alfombras. Cristales negros paralelos. Muros sin alma. Nieve cama. No servían los ojos entonces. Lúgubre circo de noche. Larga calma que arde. Plagiaba la lluvia la ausencia. Un desterrar. Una mirada prehistórica, sin sentido, amenazante. Sombras terroríficas de cuerpos deambulando con incomprensibles preguntas en la boca.
Saliendo de las sombras cuando te mirabas en algún lugar más allá de la mirada, febril del fuego del amor enamorada. Tiritaban las luces. Soltábase la noche. Corría el terreno como ondas de tierra. Volaban tus pies sobre los macabros miedos. Quedaban aún algunos presagios, oscuro cristal de la continuada noche.
Se asombra el alma implorante cada vez que nace una flor. Hoy desconocida. Fuera de si hoy. Ya en el futuro. Ya se necesitan. Cae el amor en el rendido cuerpo a sus encantos cuando apenas florece. Mira de mirada originaria. Ve el lugar de la noche. No de las sombras, sino de la noche plena, febril y reluciente. Ve su lúcido fuego prendido de otra alma, allí donde gobierna el universo soberano.
Eramos fuerzas sin contención. Como aquello que crece y crece. Sin espacio suficiente. Pez sin agua, nariz sin aire, suficientes. Manos dentro de manos, contenidas. Ojos dentro de la luz. Bocas inundadas de palabras, tropicales ciénagas. Crecían raíces fuera del agua por falta de tierra, abarcaban los espacios inexistentes.
Pretendíamos estar antes del nacimiento. En los cuentos del aire. Más allá de la vida, la tumba y el nacimiento. Pretendíamos ser aves fugaces. Flor de un día eterna. Mariposa de todos los colores. Hojas no caducas. Frutos perpetuos. Pero fatales ojos irreales se posaron en nuestra carne. Tornaron todo a metamorfosis. Continua metamorfosis que nunca acaba.
Sumábamos noches y manos, recuerdos que se tocan. Se rozan para hablarse. Escalofríos al caer en el placer. A lo largo de la piel brota. Tiemblan las piernas sin pasos. Estábamos en la primavera de la cama, en el fuera del tiempo. Todo el aire era entonces agua.
Sumas mis noches con tormentos de sueños que no acaban. Recorren eléctricos por debajo de la piel quemando la carne. Son gotas de sufrimiento que nunca se evaporan. Quedan pegadas como resina al tronco del árbol mientras la madera se resquebraja. No quedan ni manos ni miembros unidos al cuerpo allí donde la unidad triunfaba. Hablan los escalofríos de noches frías de Polo Norte en las tinieblas.
¡Acaso no ves los árboles, sus frutos rebosantes de aire, su ropa envoltura trasparente para lucirse en los solitarios campos! Tenían acceso al vuelo de los pájaros, a sus multicolores alas, al respiro. Formaban remolinos de viento que llegaban al transporte de las semillas. Vino así la superficie de la noche, sus largas ramas y raíces, su silencio pincelado por los nocturnos cantos. Llegaban al borde de las casas del pequeño pueblo, a las tapias, a las ventanas y bordes de madera. Se hace el niño encogido entre sábana y sábana, templadas por el descanso de su frágil cuerpo. Y ahí, en ese instante, comenzaban los fugitivos sueños.
Sigo tus piernas y dependo. Depende del aire que dejas, de tu amanecer. Me haces libertad. Sigo tu nombre como las estaciones que clavan mi pecho al aire. Se mueve demasiado esta vida. Me hago tinta para decirte. Se mueven las noches de verano en sus cielos retorcidos. No es el viento, sino caminos. Retorcidos grises de las nubes, a los que llamo para conocerte. Ando sobre sus ramas con tu equilibrio. A un lado, a otro. A un lado, a otro. A cielo abierto, en sus remolinos.
Cruzadas páginas. A golpes de teclas. Febrilmente. Retiradas del árbol, de sus raíces. Todo depende de ellas. Las inquietas aéreas palabras. La cultura memoria en espera del pasado. Los nombres. Aquellos que se anclan en la piedra. Los que duermen en el papel. A veces, se rompen las páginas dejando un vacío irrecuperable. Tuvieron encuentros con manos destructoras, aquellas que son ciegas a las palabras, especie de daltonismo. Las envían al silencio de lo abstracto, a palabras sueltas sin raíces de papel. Vuelan ellas como fantasmas desconsolados, con alma y sin cuerpo, por la densidad del tiempo, gritando amor auxilio.
Amor a ti como milagro
Como si hubiesen olvidado el misterio de las sombras
martes, septiembre 03, 2019
Como si hubiesen olvidado el misterio de las sombras. Distantes del enigma. Creerse otro. En alguna parte dormimos refugiados, encerrados en la triste avaricia, carcomidos por el silencio, lento, lento, como gota de agua prehistórica del encierro. Parecemos manos febriles de desconocimiento, cruzadas a golpe de destino.
En el fondo de sus ojos yacía una fugitiva pereza como esas criaturas, que no siendo de este mundo, los músculos infectan. Tal vez, milagro de la inocencia. Tal vez, desconocida timidez que se hace distante ante peligros imaginarios. Remota e imperceptible distancia, distinta a la real cercanía del corazón. Distancia que ahoga al naufrago de uno mismo, marinero sin tierra, balanceado por las voraces fauces de la oscura profundidad.