Recuerdo tus brazos. Flotas cerca. Ondas de aire a ti. Volaba el agua bajo tu ventana; allí, arriba del viejo edificio con sus ventanas de vieja madera, como una cascada que desbordaba. Sabía que te habías encerrado allí por voluntad propia, o por tratamiento por algo que aunque intuía, ignoraba. Subí. Estabas allí en un gran apartamento. No me imaginaba que esos sitios fuesen tan amplios y lujosos. Pues sí, me decías con tu gesto. Parecías, en tu natural desnudez, acogerme. Fue todo tan suave como si amaneciese.
Eco de sal. Entre locura y alimento. Compartida ausencia. Cadena absorbida por el flujo de la vida. Dos ecos tallados en nuestros abismos. De la vida, de la muerte, de nuestros viajes. Fuera de la distancia. Su funesta locura que nos separa. Sus ondas fermentadas de recuerdos. Retos del mirar. Se parecen a funestos bosques mágicos contra la mirada.
Por el cambio, efecto. Memoria, murmullo. De tu cuerpo, vértigo. Dejaba la vida en su plenitud apariencia. Regresa. Le pedía -Regresa. Fue aquel primer día. Diferente. Decidido inicio. Para ti era cantar. Cantabas aquellos recuerdos insistentes. Nadie te entendía; aunque yo te miraba. -No disgustes a los recuerdos. No insistas, no te escuchan. -Para cantar a nadie, -me decías. -Solo son recuerdos encerrados. Encerrados como aquellas cosas que se olvidan. Daban vueltas todas las cosas. Dorada mujer canela. Entraban como cangrejos las palabras. Volaban las gaviotas desde el Infierno. ¡Al fin! Mirábamos relojes imaginarios. A cualquier hora. A cualquier pregunta. Ya a nadie le importaban las horas. Cualquier hora. Para decir. Para contar las horas. Para qué íbamos a negarlo. Evitar; ellos creían evitar los pasos, los inventos, sus sonrisas, esas que hacen cuando nacen. Empezaban a creer. Daba igual; cualquier cosa. Era para hacer una celebración. Compartida con eso que no está. Nos llamaban locura. Verdad; era verdad. Pero todavía no era hora para llanto.
A veces se nos rompe la vida. Y sigues. Contradictoria y limpia. Con tu visión fija. Siempre inevitable. Ambigua y misteriosa. Noche encendida, milagro. Que no seas mía, no cuenta. Pues ya sabes que somos precipicio. Sorprendido y extra. Y nombre y ventana. Aunque te quiero en mí profunda. Profunda como el olor que me dejas. Densa como la piel que me toca. Efecto de mi oscura memoria. Ciega al murmullo. Lábil y orgullosa. Cuerpo de noche que nos come. Y avaricia. Dulce movimiento de tu vientre. Hoy ingresas en mi primer suspiro.
Dando roer, tortuga, grietas. Imaginación, lluvia. Temprana e interna. Inicio. Perfecta boca abierta para la vida y el tiempo. Se nos rompe. Las visiones se nos rompen al natural inevitable, crujiente como la ambigüedad.
Encantada, concentrada, cada minuto. No hagas de mi locura un juego. Viva la luz, viva el silencio. No me hagas soledad despojada, invisible como si no me hubieras visto. Yo sí vi tu nebulosa piel canela y tus ojos. Tu olor casi inexistente, tu frialdad.
Boca muro. El amor no se deja. Así, sin cabeza. Loco. Al mundo, loco. Cuando no ve haciendo preguntas. Si te pillo la palabra boca. Para devolverte el sabor que me has dado. Si se pillo cama. En la ternura de tu vientre. Te traigo mis dedos. Sobre la vibración de tu ombligo. Si te pillo movimiento. Y me alargas el tiempo. En su apertura. Creamos espacio sin límites. En el secreto de tu boca. Esparcida silenciosa. A veces, concentrada. No me hagas luz locura. Que entonces nunca llegará el alba.
De corazón, otro. Dices, a veces, desaparecer. Arroyo desaparece. Encuentro de amor, desaparece. Existencias. Speed (aunque no sé lo que es). Plenamar. Cabezas vagando. Lúgubre. Vacuo mundo te presentas. A pedir de boca, te amo. Lúgubre y pregunta. Te devuelve niebla.
Se abre el dolor. De ti. Del me faltas. Del que ni hablar siquiera. Por ti abrí. Con ojos de noche. Como incestos luminosos. Saltan como llamas repentinas. Hacen daño. Duelen con dolor de carne. Múltiples. Inquietos se evaporan en las sombras. Esos otros que proceden de dentro.
Tiemblo por ti, amor, y por tu espacio. Combinas cuerpo y emociones, el árbol de la vida creciente. Y tiemblo como un abrazo, como la savia y clorofila. Y verte navegando por la gracia de tu cuerpo. Y estancia eres. Y sudor y agua. Leve sudor que tu piel roza. Y mis manos envidia. Y mi boca sabia. Quiere ser anestesia de tus labios agua. Y un grito tiembla. Tiembla en sordina por mi vientre. Callado y explotando callado bajo las rojas paredes. Y tu rostro. Y tu escalera. Y pretenden mis miembros subir gateando. Escalera del dolor. Escalera puerta. A tus ojos. A tu noche. Esplendor del sentimiento. Mariposa de la mirada.
Nos hicimos Falta, de la que divide y empuja a unirnos. Y fiesta. Y noche. Otra vez, boca perpetua insaciable. De la soledad nervio. Vagando por el ombligo de la locura. Salvajes. Sin límites, salvajes. Comiéndonos nuestras manos y nuestras voces. Escuchábamos el acero de la oscuridad. Gritas ahora como las sombras. Por el sol y sus bordes. Por el blanco ojo de la Luna. Cera dura. Giratoria y pecho de la noche. Apretado del nutriente de la vida. Dormida y tiembla. Pegada a un fondo sin luz ni límite. Vibración universal que por amor tiembla y desde siempre nos une.
La llama donde los ojos coinciden. Nuestro idioma para los demás secreto. Enigma que se cierra en la confusión de las mariposas ciegas. Pasan los troncos de las tierras fijas. En su desnudez se llevan la selva. Crecidas después de oleajes verdes. Es la Creación donde tú y yo fuimos. Grandes marcos de rojo plumaje. ¡Y el cielo! ¡Y el cielo! Con sus calles donde desaparecíamos. Tal vez ventanas. Tal vez tormentas. No decae el entusiasmo, no. Siempre el presente. Su fiesta, día y noche. Una boca despierta devoradora de vida. Más allá, tú y yo, siempre, vagando por el ombligo de la Tierra.
Pena y cautiva hoja verde; tormenta de árbol. Ahora nebulosa; niebla toda. Del recuerdo, toda. Glacial de los tres días que tuvimos. Después, chimenea. Almohada y cama. Confusa y solitaria. Líquidas aguas. De tu piel, ombligo; rodilla y envase. Eras tú, llamada peligrosa, ojos que coinciden, chispa que arde.
Buscando. Casa y existencia, buscando. Mar bocanegra, buscando. Y cuando vuelvas a la playa te conviertes. No hay pena si no la sientes. Aunque tú eres la misma. Belleza indefinida tu boca. Te hablo arrastrándome por el suelo, mi espalda dando vueltas. Fascinado por tu desnudez imaginaria que me saca la falta. Eres allí criatura de ceniza desproporcionada. Con profundas intenciones sobre mi cabeza. Gira esta, supongamos, olvidada de sí misma. Negra pasión de la duda del Infierno. Fui allí a que me marcaran. Marcaran tu nombre en el pecho. Vio Lucifer mi pena. Mi tormenta que me aplasta. Nubes de hierro en mi cabeza. Vértigos de un loco enamorado. Saqué fuego de mi columna de plata. Di un salto por los aires para levantarme y acabar de rodillas bajo tus piernas.
Dijo tu mano después. Si puedes, ven. Si quieres, ven. Desde ti, ya no soy desierto. Sino color. Existencia, color. Mientras dure la vida y su contradicción. Si quieres, ven. Ven sobre las ramas de la vida, sus accidentes, su hambre, cortezas del árbol del silencio. Más allá de los infinitos terribles accidentes. Estoy del amor en ti. Ese mata hambre. Ese sosegado verde. Fuente potable de la tarde. Boca de lo que está dormido. Allí, debajo de lo que estuvo desecho. Donde la identidad se pierde. Amada herida que te recuerda. Ese atentado del que fui víctima. Pero queda el alma. Queda más allá del abandonado cuerpo. Más allá de lo enfermo. Te ansío y no es por error. Recorres la longitud de mis venas. Por los nuevos caminos que hiciste. Sabes, caigo en vos. De otra forma como ama el mundo. Me vienes ahora desorientado. Amor por amor, impulso. Buscando casa en tus manos.
Obstinado, a veces, como el caer. Fue antes piedra; le guste o no le guste. Nunca se sabe todo sobre uno, cuando no es exterior como un ornamento. Estaba el interior al completo, como un restaurante o cine. Lo confirma la abundancia barroca de lo que somos. De ello creemos amarlo todo sin conocerlo. Claro que siempre nos fijamos en lo que más nos gusta y en lo que más alimenta a nuestro voraz narcisismo. Lo otro nos desespera; lo vivimos como no siendo nuestro, lo vemos como ferralla que se ha colado por los intersticios. ¡Nos amamos con tanta confianza! Es como una muralla ciega china, alta y tan larga que cubre con un manto espeso toda mirada. Es generosa la compasión con uno mismo. Nace con la respiración misma, desde el fondo de la vida. Llueve a veces sobre sus bordes sin derrumbar los cimientos. Moja la parte exterior del cuerpo; pero casi nada. ¡Es tan hermoso ver llover sin peligro; y ver la trayectoria de sus ojos cargados de municiones de rabia! Hacemos silencio a los huracanes, como maleficio. Convertimos en bosques los desiertos. Damos color a mano a la existencia. Abandonamos en los cubos de basura el dolor cada noche con cuidado clandestino. Se pudren allí junto a las decepciones y otras inmundicias que nadie nombra.
Principal viajero, amado confidente. Cómplice. Del dolor, cómplice. De la llaga. De la gruesa entrada de la carne. Había que llegar a ser permanente, solicitud eterna de la vida, luz del amor al otro. Pero estaban ahí los secretos, todos e irremediables, duros como la duda, destruyendo nidos de la vida. Secretos resbaladizos, paradójicos, inútiles, sin sentido. Vivíamos en las lagunas de la confianza, invisibles marismas de la traición inesperada. Todo oscuro. Sin cartas de amor tendre. Seguido de venas rasgadas, torpe sangre de la desesperanza, obstáculos del querer, antes y después del alba.
Empieza la belleza hacia dentro. Explosión. Te hago el amor y la tragedia. Vienes y te veo en mi memoria nueva. En la novedad de tu voz. En el olor y el tacto. Viene tu confidencia a arrancarme la piel de nuevo. Ya quiero rendir el dolor. Se precipita tu presencia. Estalla el color.