Olor de tus labios. Fue hoy, mañana temprano. Amaneciste con mi sabor de boca. Tus hombros desnudos. Dorados. Suaves como la lentitud de un amanecer. Parecías tener laberintos en la nuca. O fue el espejo de la noche? Su embriaguez. Esa desesperanza de una noche tan larga que no llega a olvidarse. No supiste ocultar la sonrisa acompañada de mi nombre. Caíamos entonces por un tobogán de gran precipicio. Agarrados y unidos en ese punto de placer que habíamos encontrado a fuerza de habernos tanto buscado. Fue en aquel instante donde tu posible pérdida se me hizo en la piel fuego. Y quería amanecer para ver si aún estabas; allí, tú, tu cuerpo y tu estar, tu acogida de ensueño, el me sorprendes y te sorprendo, el siempre dudar como un relámpago, luego nuestra noche, luego sonrisa de piel, calor, vida y desprecio a la muerte, y una infinitud de detalles a cuya esencia la palabra no alcanza.
Para fisuras. Y te pinto la mano con señales de luz. Arreglo el va a llover, las coincidencias de corazón y lágrimas. Hasta se rozaban el borde de los labios, las coincidencias, tu vestido y la carne, tu calor sutil e inesperado, a gritos tu saliva, y más que me tienen cogida la boca. Deshilacha mi carne. Y es un modo de ver tu pubis sonriente. Su encaje me llama. Hablamos el mismo lenguaje. Así como dos conocidos entre fiestas de orgasmos. Acrobacia de mar y cuerpos. Y ruge. Y cada noche eres sirena. Mas tuvimos que derrocar los masacre. Uno a uno. Con tanta espera. Como corderos del brillo. Germinaba en tu hombro laberintos de espejos. Pregonaba olor abierto de jazmín nocturno. De la vida que das sin secretos. Dulce bienestar somnífero.
Nunca no es palabra. O sí lo es, pero solo texto. Es un texto en eclipse. Sin realidad. Vacío. Infértil. Nunca en la vida invisible. Transporte de la no experiencia. Inviable. Cielo sin aire. Somnoliento sin memoria. Viento de vida crujiente. Clavada en no ha sido. En no llores porque no hubo pérdida. Nunca no es marzo ni primavera. Ni sus flores ni sus llantos de amores rotos digo. Nunca no tuvo nada que ver con la esperanza. Esa que duerme cuando duele; por no pintar el cuadro del dolor. Nunca es un cofre de pirata con grandes agujeros por donde pasa el agua. Ni coincide con tus labios. Ni está en duermevela. Y ya que es tarde y va a llover, le digo adiós a ese que no existe nunca.
Dejabas el cielo azul. El árbol ligero. Mis manos en llamas. Te adentrabas dando vueltas en mi cabeza. Yo planeta errante. Tú, estrella. A ras del suelo en el jardín sin rumbo. Limpiabas las heridas como se limpia el olvido. A la velocidad del carrusel de nuestra pequeña infancia. Gritábamos de alegría y llanto. Sin gravedad en los pies. Pies de cuna y cama invisibles. De noche cuando los padres no existen. Terror. Alucinación del vacío. Del nunca volverá a amanecer. Madre, madre ¿dónde estás? No te veo. Habla.
Compruebas lo imprevisto. No es un silencio, ya sabes, ni siquiera imprevisto. Es tal vez domingo. U otro día cualquiera. Puede ser nieve o lluvia, o algo parecido, qué más da el decorado que lo acompaña. Total, compruebas lo imprevisto. A través de la lluvia que hace espera. A través de la luz que corre por las calles, tal vez, en la siesta. No es que no sienta que no hay nadie, pues están todos durmiendo, o soñando, o amor fingiendo. Ya sé que es normal a esta hora, aquí, como en muchas partes donde el sol es fuerte, caballero del desierto, nómada que recorre el cielo y tierra, sujeto de poco hablar y pegar duro hasta quemar la piel con el roce. Qué le vas a decir del sol a este beduino, hambriento, seco y solitario, que no habla por boca seca, por curtida lengua reducida a sal.
Fina alma del deseo. Dama de noche. Correoso control del persistente derrame. Comprueba sus escondites. Escucha el feroz tiempo. Lo llena de alegría y emoción y sigue inmutable. Busca escondites en el tiempo, escondites en el texto. Alegre belleza fascinada. Imposibles domingos. Del después. Del fracaso en la desordenada cama. La agonía del futuro. Del se fue y no llega. Del todo imposible. Del para qué?
Íbamos cargados de sal. Tiendas con trucos para el viento. Nos aplastaba la sequedad de la sed. Ni hierbas, ni pozos, ni oasis. Bancos de niebla y arena. Incienso para la oración. Despoblados. Cubiertos hasta los ojos del silencio. Vigilando la carga secreta envidiada. De repente caía la noche sobre las camas negras. La Luna. La luna. De perfil las ropas se secaban bajo el húmedo relente. Silencio. Nos miran las estrellas. Reposan sus miradas sobre los caminos. Hacen memoria para los días eternos.
Se estaba mordiendo el alma. Opresión, angustia, falta de aire. Y nadie cantaba. Cuenta la historia, ya ves, que había tortugas congeladas en sus sueños. Un paisaje de un vuelo uniforme. Un oscuro fuego con luces extras. Brillaban los trenes. Tubos por todas partes. Tiendas cargadas de sal. Trucos para hacer noches.
Echabas el vuelo como buscando el tiempo, la risa, localizando todo como un viajero. Era grave tu forma de vivir. Cantabas durante el viaje, incluso durmiendo y desprevenida. Coral. Con historias en el pecho. Mordiendo las paredes para encontrar respuestas. Corredores estrechos. Historias del me voy, del no sé y me consuelo, de paisajes perdidos, aire, verdor, sinfonía. Y he aquí donde te preguntabas abierta.
Plantas, juegos, labios. Boca corredora. Sudor de una mano. Piernas que se queman. Queda un loco cuerdo con nombre de terciopelo. Un lobo nombre. Un vuelvo al mar de tu cuerpo. Era la mirada de las calles. Luces de habitaciones vacías. Ventanas casi completas. Ramas al aire vista. El mundo de una tarde. El foso de la distancia. Las ranas como naipes. Plantas, juegos, labios. Distancia. Leones distraídos de hambre que miran el eco del vuelo. Leones a corazón abierto, a grandotas manos. Salta la rana y canta. Me ves pero no me pillas. Me hueles pero no me comes. Y así pasaban todas las mañanas cuando se abría la selva verde.
Qué hermoso es el dolor. Ese jardín. Ese abandono. Juguete de la infancia. Piedra de toque de la vida. Sudor de las lágrimas. Espectro del corazón. Con su pelo verde de almohada. La habitación llena de hojas de otoño. Todo escrito en las manos. Besándonos el alma. Espera de la felicidad que nunca llega. Dormida espera. Gran obra de los sentimientos. De ese amanecer de noches infinitas. Noches de barro. Su desnudez desolada. Su hambrienta boca. Cuerpo alucinado. Y las plantas, y las plantas esperando la luz. Y los juegos absurdos del tiempo que hacen que no sepa.
Caía la tarde en el sepulcro de la noche. Se escondían las horas en el silencio de las paredes. Estarán, estarán de vuelta al temprano amanecer con nueva consciencia limpiada por la noche. Sí, sí, limpiadas como se limpia aquello que se usa y ensucia. Solo les quedaba la consciencia del tiempo, sus juegos de quita y pon, de escondite, del engaño del que no existe. Aparecían primero en el jardín, muy cerquita del rocío, bajo las patas de los perros, húmedas sobre el rabo de los gatos, en la juntura de las piedras, en el abandono de la noche.
Allí en mi mesa. Dulce imaginación que me conoce. Sabe donde dejar caer las sombras, los matices, las sorpresas. Era un tiempo de caracol. Un cuerpo mezclado. Unos labios memoriosos. Obsesiones. Miedos y obsesiones. Pánico. Nada se escapaba del alma, sonriente a pesar. Con esos labios femeninos que lo dicen todo, aunque en silencio. Para no hacer promesas que embargan. Ni usar medias palabras. Ni diluir presencia. Ni borrar para olvidar. Era como una memoria inodora. Como pedazos del más allá que nunca fue.
Se dice de la tristeza. Chatarra del corazón. Ventana rota. Vacilación. Era finales de mayo. Cercanos suspiros de verano. Calles inundadas de flores. Salva a la alegría. Aceras florecientes de bocas. Suspiros. Sonrisas. De amargura, talvez. El anuncio de la noche. El a ver cuando me tocas. La impresión de los besos muertos. El descuido de unos labios. No todo es blanco y negro de la tristeza. Se mezcla con dulzura de lo caído. Con la sonrisa de la pena. Con su sombra de cadáver muerto y otras tristezas.
Es dura la garganta que no puede hablar. Ni respirar el aire. Ni pintar con la boca las palabras. Es el pincel del alma. El rostro de lo que se vive. El origen cuando se ama. Es el precipicio por donde se entra. Por donde entra sediento el aire. Es el frescor de la sombra del cuerpo. La saliva que diluye al veneno. Es el secreto de la carne. La ceniza del fuego muerto. La ventaja del ave y del amor el vuelo.
No es tanto como llorar. Allí donde uno se rompe. En esa tierra fugaz. Donde crece la sangre de la vida. No es la cifra del desierto. Ni el pecho de destino. Es allí donde la carne duele como un árbol desmembrado. Con sus fijas razones. Con sospechoso temblor. Con el vuelo del miedo. No es tanto como llorar. Donde yace el cuerpo desollado. Donde son sospechosas las razones. Donde todo se colapsa. Hasta el vuelo de la certeza. Así pues, más vale cerrar el alma cuando se llora.
Ojos prohibidos. Espejos relucientes. Perfume de agua clara. Me hundía en tu pensamiento. Me hacía susurro de presencia. Estaca que paraliza al tiempo. No llores tan descarada que me rompes. Ya ves las tierras de plantas, los vegetales alegres, su olor, su vista... que dan ganas de ser en todo su esplendor ellos.
Con los ojos prohibidos por el espejo. En un verano que comienza. O fue algo de primavera. Te vi esta mañana a través de mis ojos de gato. Manos frías corazón caliente callado. Y sin perfume tu piel me hablaba como se habla con el tacto, en silencio del que quiere hablar besándose. Tal vez por el verano o por ese pizco de primavera. O por el color de tus ojos o por aquello que callan.
Si alguna vez fui tu razón, si alguna vez me clavé en tu alma, vive de felicidad para que yo contigo exista. Vive sin esta maldición que perturba la hermosa vida. Vive. Vive sin ojos prohibidos, sin estancamientos donde se hunde... Vive en un perpetuo verano o primavera. Rompe los espejos del pasado. Haz trizas con ellos. Conviértelos en magnífico perfume para de nuestra piel borrachera.
De mano. De hoy. De tus labios adicto. Tengo tu piel memorizada. Tu ritmo. Tu danza. Hasta hoy éramos hoja de tormenta, maldiciones clavadas, encerradas cadenas, espejos sin verano, huecas madrigueras. Si es que alguna vez me maldigo, es por no haberte amado lo bastante. Porque creí ser perfume de verano, hueco maldito, vida cerrada, cadena con candados.
Cómo dejar la memoria. Cómo jugar con ella como una pantalla. La que cierra. Y ciega a la vida que ve. La hace amnésica. Sin resentimiento. Como creyendo que ocupa todo lugar. Del alma. De la historia. Silenciosa arqueología del ayer y del mañana. Allí maúlla como fiero gato escaldado por el tiempo. Sin agorafobia espacial ni temporal. Sin instalación en la noche. Lúdica. Queja del querer vivir intransigente. Desguace del presente. De los habidos pasos. De los labios que se besaron y quieren volver a su dulce carne. Sí, adicta memoria de todas las lenguas. Embriagada. Tambaleante, a veces. Blanco de la indiscreción. A veces, ridícula y sorprendente. Incapaz de decir toda la verdad recordada. Es así amiga de las horas, delicado pétalo de lo vivido, incluida en la viva sangre de la misma vida.
Simplemente te espero. Te espero detrás de la nota, detrás de la música, detrás de color. No es un error desconocido de la imaginación, ni escondido en alguna parte invisible; es el principio de tu existencia, tu fuerza, tu ardor. Se pegaron nuestros ojos a la vida. Tradujeron el después. Leyeron el porvenir. El porvenir leyeron. Como aquel que aguarda. Como aquel que ejecuta la memoria. Sin pantallas. Sin temor. Al espacio abiertos, serenos y vivos.
Vivía como un ritual de memoria de donde salía bajo forma de éxtasis. Éxtasis sin rostro. Un gota de ojo. Dos marcas multiplicadas. Un placer de impaciencia. La búsqueda voraz. De discordantes notas. Donde nos llevaba la imaginación. A la ruptura. Al error. A lo escondido que se resiste. Llegaban polimorfas. Colores de todas partes, errantes de las cosas. Llegaban sin aviso de existencia, sin recorrido, entre muchos, inesperados.
Bailabas vestida de mar. Tú, el pulso de la vida. Entre guerra y guerra, tinieblas; tinieblas oscuras de mar y viento, y horror perdido en la profundidad de esa soledad. Tu, mis ojos de Luna. Abarcas las distancias, terribles distancias, de fluctuantes barcos a la deriva. Y sirena de mar y noche, cantas el canto del amor infinito allí donde el espacio no hace eco.