Y te acuerdas de aquellos labios pendientes del futuro; se enfrentaban a la oscuridad de la noche y su silencio. Ya fuimos tomados por las cerraduras de sus puertas, por el mutismo de los pasillos, por aquí hubo un tiempo donde no hubo nadie.
Como ojos muertos viven los míos desde que te fuiste. Vuelven mis labios a besarte entre sombras; recuerdan el sabor de los tuyos, y toman el tajo recto hacia la melancolía.
En otro tiempo, en otra soledad, hubo el amor nuestro con escaleras sobre el mar, ventanas al viento. Vuelven ahora tus labios como quejas de los besos ausentes. Vuelven ahora tus noches blandas y oscuras. Y en esta especie de suavidad se hace el silencio de tus besos.
Si las olas crecen sobre las fachadas, si el amanecer ya no está solo, fue que la perfección de tus ojos riman con el presente. Yace el mar, ya lo he dicho. Yacen las olas dormidas ignorantes. Sube la fachada del amanecer para darnos el día. Sola y asustada, sin el recuerdo de otros tiempos, cree ser la luz primera que ilumina el mundo.
Acostumbrada al lado donde se habla sola, en aquel sitio donde se desnudan las fachadas, vienes a pedir olas de amor que te inunden. No tienen tus habitaciones cuatro esquinas sino redondeces, amplias curvas que hacen nubes.
Amor a ti como milagro
El amor introduce en el desorden con sus arcas vencidas
lunes, septiembre 19, 2016
El buen amor introduce en el desorden. Con sus arcas vencidas. Con sus pesares rotos. El buen amor se hace en fugas nocturnas, más allá de las fachadas, en campo abierto. Y era amanecer de plaza e iglesia, de torre blanca y cigüeña, donde tomábamos pasos hacia las promesas. “Te amo. Me amas seguro para siempre. En estos anillos se funden las palabras hechas de amor y futuro. Te amo. Me amas. Y solo la muerte del corazón separará nuestras bocas.”
¿Dónde esperar, dónde esperarte? A esa que nada olvida. A la que habla en entrega. A la que casi siempre desaparece. Ahora que me olvidas. Ahora alborotada y defenestrada.
Sobre esta carta se abren los días. Se abren los días con tu nombre. ¿Y ahora qué decir para asegurar tu existencia? Abierto y perdido, así. Solitario al encuentro. Y perdido para asegurarme la existencia. Estoy hoy confuso como un remitente escrito a lápiz sin fuerza, y antiguo de tiempo. Busco en el vómito del tiempo los desechos del amor que comimos. Huele a los ácidos de boca y a las náuseas de las despedidas, unas abiertas, otras ocultas, dolorosas.
Se despedaza el mundo como si el mundo fuese a cumplir todas sus promesas sobre esta carta que aún no te envío por miedo a que el tiempo vuele, y en su correr infinito, nunca llegue.
Estabas alborotada como las horas rebeldes; eres así; nada que decir; te comprendo. Estaban tus esperanzas defenestradas en ese tiempo; habíamos introducido el desorden, demasiado desorden, excesivo para conjugarlo con las manos.
Y tras la máscara de las cartas ahora vengo. Introduzcamos tu nombre en la ciudad de los sin nombre. Estrechemos los lazos de las calles vencidas. Preparemos las esquinas para los corazones rebeldes. Fuiste nocturna y acostumbrada, fondo de río abierto, y sola ante el amanecer parecías lágrima.