Si tu fuiste mi refugio eterno de amor, yo para ti fui un puerto de mar; aunque me hubiese gustado ser una montaña en deshielo.
El que no es pajarero y busca pájaros ignora los escondrijos; y en los rincones, entre sombras, toma los colores por plumas.
Los grillos ni siquiera cantan a las calurosas tardes de verano. Quién dijo que los grillos cantan entre los arbustos nunca a mirado a un grillo a los ojos.
Como nadie nos quería juntos, nuestro amor se encargó de enamorarlos a todos; pronto olvidaron que nos amábamos.
Lamentándose de nuestro desencuentro nos trajo el amor enormes desgracias para acercarnos en el corazón.
En el lado oscuro de la Luna gritan los pájaros que olvidaron el mapa del cielo.
Pobres silenciosos sepulcros repletos del sonido de eternas hierbas.
Voy esparciendo mis cenizas por donde tú cada día pasas para guardar la marca de tus pisadas.
¿Qué tienes demente hechicero amor contra mi razón?
Estás inacabado mi amor; pero no incompleto.
Anda, anda, que tu beso me ha pillado desprevenido.
Sufrí tanto como amé. Volvería a sufrir otra vez si volvieras mi amor.
Habla, habla de amor; no creo en tus palabras desde hace ya tiempo.
Rescátame del silencio donde me dejaste.
El deseo persigue furioso a la felicidad por todas las calles abarrotadas de la ciudad.
Estás muy equivocado si crees que soy un juguete en tus manos que puedes coger y tirar según tu deseo.
Siendo los últimos en nacer, la naturaleza vertió en el ser humano todos los atributos que quedaban.
Te rompías como huesos de cristal cada vez que llorabas por mi culpa.
Sabes que la herida que tu desamor provocó puedes curarla amándome.
Guardaré doloroso silencio sobre tu sigilosa traición.
Y tú me acogerás en tus brazos descubiertos.
Tus hojas se secaron molidas por los vientos.
No me queda de ti nada más que las infusiones de amor de muchas tardes.
Negra sobre negra noche y yo en mi negrura ceguera.
En las palabras del medio dormido hablan los sueños a medias.
Oigo cantos de perros como llamando a los muertos.
Fermentaban tus labios las raíces ofrecidas.
Cerca de la mitad de ti con la otra mitad de mi; con dos mitades pasábamos la tarde.
Producías efluvios de... cuando dormías contigo. Desconocidos.
Te amo, te miro, te quiero también (¡ah! ya lo he dicho), te toco (por supuesto), te veo (aunque la emoción no me deja), te huelo, e incluso, te amo otra vez.
Me exploraste por pequeñas partes; como haciendo reconocimiento exhaustivo. Esa noche le tocó a mi pie. Lo cogiste como se tiene en la mano a un objeto precioso, frágil, rompible. Me sorprendí. Pusiste mi talón en el cuenco de tu mano templada. Noté tu pulso suave, lento, reflexivo. Lo mirabas como si nunca hubieses visto un pie femenino. No me lo creí. Tampoco quise estropear tu estado con una sonrisa. Me la callé. Aunque si hubieses mirado en ese momento mis ojos me delataban. Pusiste la otra mano abierta bajo mis dedos. No me gustaban mis dedos; pero a ti te gustaron. No se qué se puede mirar en unos dedos. Pero tu mirabas. Pasaste el dedo gordo sobre mis dedos; como buscando algo. Enlazaste tus dedos con los míos como hacen dos manos. Y así te quedaste. Luego, pusiste palma de la mano contra la planta de mi pie; bajo esa curva. Te quedaste ahí. Me hiciste olvidar los amores torpes. Acabo de olvidar hasta sus manos.
Me dijiste que me llevarías a Macao; tu querida ciudad natal. Que en Macao había puertas en el aire; y un delta con puertas de agua. Que tenía también puertas abiertas hacia el cielo. Macao, la ciudad de las puertas. Puertas cuya larga entrada cruzaban los mares al Sur; y atravesaban todos los monzones. Me dijiste que querías entrar conmigo por todas las puertas de Macao.
¿Dónde habrán caído tus párpados abiertos con los cuales me mantenías despierto? ¿Sobre qué otra almohada estarán posados, sus pestañas plegadas?
Te gustaba andar a lo largo de los arroyos, por la orilla, descalza, con los pies mojados, entre juncos, o entre las hierbas de té (como tú las llamabas). Reías y tu jovialidad me sorprendía.
Era tradición en tu familia subir, después de comer, las tardes, por el sendero hasta arriba de la montaña; charlando, riendo de algún que otro tropiezo.
Si con tu ruta pretendías pasearte por el Tibet y, tal vez, llegar a China, prepara tranquilos meses de espíritu y deja el techo en casa; no lo necesitarás.
Seguía secándome ante ti, lentamente, como las hojas de tabaco colgadas, arrugadas por la luz tropical.
Paseábamos a sol abierto, levantando nuestras caras para recibirlo de pleno como hacíamos en alta montaña. Nos miraban y miraban al cielo para ver qué pasaba. No pasaban aviones ni cometas; pasaba el sol alegre.
Después de que cayeran las hojas de los manzanos, tuve la extraña sensación de que sus jugosas ramas ya estaban secas. Pensé que esta vez no vería salir de nuevo los brotes de sus rosáceas flores.
Me malgasté en los espacios de tu tiempo discontinuo.
De marrón, o de rojizo oscuro de orilla de río, parecían tu ojos cuando triste llorabas.
Cuando se hace lo que tú consigues con el dorso tus manos sobre mi rostro, puede acabarse aquí todo; o seguir indefinidamente.
No necesitas condimento, ni artificio. Nunca me gustaron las cosas al natural; pero tú me gustas.
Eres conocida en mis continentes, popular entre ellos, bella y digna, y además amable.
Me procesaste sin juicio previo. Me pusiste entre tus pliegues. Extendiste el dossier sobre la mesa el tiempo suficiente para descubrirme.
¿Cómo me llevaste al delirio? No lo sabría decir. Fue con pausas, siempre cercano. Te tengo en la memoria como siempre de pie; mirándome.
Y más fuerte, más fuerte, más fuerte cada día; como una taza de café con sobredosis. Tal nuestros labios quedaban negros del café negro. Y más fuerte cada día te impusiste, te implantaste, hasta prevalecer.
Decías que eras occidental; con esos rasgos del lejano oriente. Decías que tal vez tenías algún padre allí. Ya estaba acostumbrado a esa sonrisa picarona de medias palabras. Tus cosas escandalosas parecían naturales. Te imaginé de pequeña entre los ríos más largos.
Vas exclusiva en esa barca sobre las profundas aguas del diluvio.
Bella durmiente de tardes interminables, preámbulos de la noche cercana.
Tres años llevo en la sombra que me dejaste y aún es imposible levantar las contraventanas.
- ¿Dónde estás mi amor sin palabras? ¿Por qué huyes?
- Huyo porque no puedo de cerca hablarte. Huyo porque al repetir tus palabras me aturullo y quedo muda, miedosa de que no me ames.
- ¿Dónde estás mi amor oculto que aún no te veo en esa oscuridad de mi ser lleno?
- Estoy detrás, y te persigo algo lejos; tu cercanía me maravilla y espanta, me seduce y muero de miedo.
- ¿Dónde estás que mi fuerte luz no me deja verte?
- Estoy donde tú estás; del lado desde donde tú no ves a nadie.
- ¿Por qué dices entonces que me huyes?
- Porque tu huida incita a la mía. Porque sentiste mis pequeñas pisadas femeninas y no te volviste a mirar.
- ¡Ah! Eres tú, la que no tiene palabras para mí. Aquí tienes pues mi imagen cerca de tus ojos. Pero ¿No creerás acaso que yo pueda enamorarme de otra?
- A mí me basta con yo estarlo de ti. Déjame seguirte de cerca como hasta ahora ha sido.
- Huyo ya de las palabras que no existen. Huyo.
- No huyas del amor; pues tú mismo un día serás sin saberlo la gran víctima dentro de ti con gran pasión y dolor por no poder alcanzarte fuera de ti.
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Pido perdón a la palabra maltratada por mi estúpida intención. ¿Qué pretendo que ella diga lo que yo quiero? ¿Y su libertad? Quiero que se quede quieta bajo mis atrocidades. Soy un insensato que quiere usar a las palabras (esas palomas libres).
Te cojo por los puntos extremos; te extraigo y reparo tu soledad.
Se balancean nuestros sentimientos en vasos comunicantes de eterno movimiento.
Pillé palabras vagas sin molestarlas.
Nunca te he visto tan curiosa. ¿Te multiplicas para tomar el sol? ¿O para verlo desde diferentes ángulos?
Clavado en vena, ni siento la sien, ni su respiro.
Perfecto, a mi medida, ajustado, fijo, sosteniéndome por las cuatro esquinas para que mi plaza no se agrande.
Apuro el tiempo hasta topar con el húmedo palo del sueño vencedor de mí. Único odio fugaz.
Callaré lo que ya sabes bien de tu belleza, de tus riquezas y de tu inteligencia; me las ofreces todas sin merecerlas. Me deslumbras.
Resistió la tentación de su imagen por el tiempo predestinado. Vencido, se perdió concluido en el resistente espejismo.
Los perros furtivos no sabían si era legitimo destrozar la presa azuzada.
Jamás puedes hablar por completo; te lo impiden las paredes; y la noche te contesta antes de que acabes. Le respondes a la noche; de nuevo no te deja hablar. Se te quedan las palabras trabadas. Te contestan pero es imposible entenderlas. Te enamoras de aquel que no puede verse.
Hoy cada letra tengo que verificarla en tu diccionario.
Hoy necesito como cantas, mi amor.
Tu tiempo; ese tiempo roto, partido, astillado, lo tengo clavado, se hizo espeso, perdóname, no pude evitarlo.
No hay nada más absurdo e infeliz que estar sentado en una silla esperando a que pase hoy; no porque mañana traiga algo sino por nada.
Te amarraron bien sujeta a cada esquina conociéndote. ¿Qué creías que las piedras son libres? Esas de los fondos de los ríos corrientes.
He cogido hoy con mis dolidas manos de labrador el arado y he recorrido de punta a punta este mi estéril suelo con la esperanza de sacar las raíces que produce. Con ellas haré una pasta digerible para alimentar este árido día. Esta noche mi sueño será triste y hambriento.
Espero la bruma para escribirte esta carta de amor.
Hoy tengo tanta lucidez que estoy ciego.
Mi vida no se extinguirá sin escribirte toda en un único verso.
Sobre playas acosadas por las olas paseábamos por el rumbo de los hoyitos de arena, respirábamos gotas de mar revoltoso, y me amabas.
Playas infelices contemplan nuestros últimos días.
Planté para ti en tu jardín una acacia para que en tu lejano existir no me olvidaras.
Conjugaba su felicidad con el llanto por el incierto sustento.
Mis fijas pupilas se afincaron en cada pasadizo de tu piel templaria; bajo cuyo pórtico rinden culto permanente.
El búho que pasa todas tus noches de pie sobre la rama del árbol mira imperturbable en la continua noche, con sus exagerados ojos redondos, amarillo anaranjado, hacia la ventana por donde tú amaneces cada mañana.
Mira; la borrasca se ha levantado sobre las aguas; viene para acá. Cierra los cristales por los que a veces miras desde dentro. Tu blusa de primavera quedó colgada fuera; y ya vuela al viento como contigo dentro. La llamaremos la blusa de Chagall. Y nos reímos. Ven; ponte el grueso jersey de lana; me gusta verte con él y acariciarte el hombro mientras hablando esperamos que pase la tormenta.
Vete. ¿Crees acaso que sin ti la vida me será insoportable; que mi respiración se entrecortará a cada intento? ¿Crees acaso que no veré más el cielo azul tal como es; que las grises y gruesas nubes de los inviernos me traerán tu nostalgia? ¿Crees que nunca más volveré al río a verte pasar; que las blancas gaviotas de tierra adentro se quedarán en sus nidos flotantes entre las corrientes? ¿Crees, mi anciano amor, que no pasaré el resto de mis días alimentando nuestros recuerdos; que no les hablaré de ti; que callaré mi amor? Vete, si eso crees. Yo me quedaré contigo aquí aborreciendo cada día los barcos viajeros.
No envejezcas manzana colgada de la rama. Espera; te cogeré cuando ya no estés demasiado fuerte. Primero enfriaré mis dedos con tu verde piel; juntaré mis gruesos labios a tu curva vegetal; y, sabiendo que nunca más serás tan perfecta, abriré mi boca sobre ti.
Por tus besos caí en esta irrevocable traición. Así os perdí a los tres: a ella, a ti y a mí mismo.
Quién habló de la tristeza del otoño no fue sensible a la suave luz, a las sombras casi borrosas, al silencio atenuado por la humedad, al paso lento de los ciervos, a los árboles callados, al río tranquilo, a sus orillas desiertas, al bramido rabioso de los ciervos y a las noches espesas.
Forcejeando tiré las paredes para que las habitaciones no te recordaran.
Demasiado joven me dijiste. Pondré tu vino en la cueva de mi bodega y esperaré tus nuevos aromas frutales.
Nuestras manos trafican con drogas de amor medio dormidas entre intuiciones de sábanas.
Cada día eres la promesa de nuevas drogas para mi adicción. ¿Por qué te gusta ver mis ojos extasiados?
Me diste el primer beso con el filo de tus labios.
Te extraño y no conoces la extrañeza de la casa sin ti. Saldré al jardín.
Yo por ti callo.
Te propongo una cosa: que sólo haya tu secreto y el mío.
Cuando llegue tu noche te amaré como si fuese tu primera noche; y tus ojos no me creerán.
Me quedé dormido y aún no he despertado; debe ser que quedé fascinado por lo que vi. Cuando abra los ojos te lo contaré mi amor.
Si supiera que la belleza es pasajera cogería el mismo tren que ella para ver los paisajes que ella ve.
Al tiempo se le olvidó la primavera.Ya sé que hay amores de invierno para acurrucarse, para las manos frías cubiertas bajo la ropa, para los besos congelados con sabor a hielo. Ya sé que con el otoño vienen los amores caídos de los árboles lánguidos bajo la tenue luz del sol tardío. Y que el verano viene desnudo con locos amores agotados. Pero este año no habrá primavera.
Tengo que guardar un poco de dolor gastado para mantenerme despierto y no olvidar que fuiste tú la última causa.
Los continentes saben que son pequeñas islas perdidas navegando en el Gran Océano. Y yo náufrago hombre de mar.
Me expongo a tu mirada. Pero no sé como me miras; si con bondad o sin nada de ella. No sé que ves en mí que yo no veo; y tengo miedo. No moriré ni dejaré de ser quien soy; pues me veo obligado a ello a pesar de mi larga tristeza. No sé cómo me miras; pero sí sé que es inevitable. Luego seguiré con la triste incertidumbre.
¡Curioso! Parece como si hubiésemos estado amándonos desde la cuna o desde tiempos infinitos. ¿A quién le puede importar mi sentimiento sobre un parecer? Pero a mí me sigue pareciendo importante.
Nunca te digo suficientemente bien amor.
Del amor conocemos tan a la perfección los signos que nos conmueve aún antes de tomar conciencia de nuestro nuevo ser fecundado.
Se me escapó la mañana por el correr de las horas. ¿A dónde vais temerarias? ¿Acaso no estáis bien aquí conmigo? ¿Qué os he hecho para alejaros de mí? Estoy buscando un hechizo para dormir el tiempo.
Palabras hacednos excelentes.
Marcaron mi destino tu primera mirada y tu primera traición.
Me saludas al amanecer; como si la noche nos hubiese separado. ¿No sabes que seguimos juntos siempre aunque te ausentes?
El no poder más con las desgracias y rendirse. El curar el dolor y renacer. Eh ahí el vaivén del pobre corazón maltratado, compungido.
Y ese primer amor cuyo destino marcará la clave musical con la que se tocarán las sinfonías de los amores futuros.
Canta el dolor cuando este sea insoportable.
Quiero traer a la desértica ciudad los verdes bosques. Quiero poner bajo tu ventana un árbol tropical con pájaros a millares. Quiero que al despertar respires la vida que te ofrezco. Quiero que oigas las aguas del río que yo oigo. Quiero que tu cielo como el mío sea verde. Quiero que el aire que respires venga pleno de humedad.
Se le ha llamado tiempo maldito, pérfido, traidor, terrible enemigo, pozo sin fondo, o mejor aún, agujero negro. Que mal te tratan estos humanos, Gran Amo.
Desamor suena a amores plurales desprovistos, desenlazados, desaprobados; en fin amores despoblados.
Ahí tienes los despojos de mí que tu amor caníbal se apresuró en tirar. No digas ahora que en ellos no me reconoces. ¿Te sorprende? A mí no; voraz.
Dentro de mí, tengo sed de ti. Eso les pasa a mis ojos; también a mis toscas y torpes manos sedientas. Le pasa eso a todo en mí.
¿Por qué hablan de esclavitud? Si no conocí otra libertad que la tuya.
Olvidaré tu amor tal vez mañana; por ahora me tiene sumergido en batallas silenciosas donde soy siempre derrotado.
Ya salía la noche cuando llegaste noctámbulo. Traías nombres de otras pegados a tus labios; sus cuerpos brillaban en tu sudorosa piel morena.
Traérmela aves migratorias; traedla que la tienen enamorada. Vuelo de retorno, vuela sin pausa; no vayas a quedar fascinado por tierras seductoras.
Furtivo; siempre fui furtivo de tus miradas. Las puse reunidas. Y en tu ausencia las miraba una a una.
¿Cuantas veces al llamarte pulsé por error el número de Emergencias y Catástrofes?
Di tres vueltas a tu casa antes de subir como gato enamorado alrededor de tu pierna.
Los desesperados cobardes esperan a que los océanos invadan las tierras para ahogarse.
Quiero que ames al ave de tu jaula. No mires por la ventana; me pondré celosa de los cristales, de la calle, del ausente.
El amor nuevo huye espantado de aquel que añora el amor perdido.
Mi tierno amor te aburría. ¿Qué quieres? No consigo amarte mas que tiernamente.
Te amo tanto que comparto hasta la añoranza de tu amor perdido. Quiero que me quieras como lo amaste: de verdadero amor.
¿Quieres que pase toda la vida llorando por nuestro desgraciado amor perdido? No querido; yo te amo tanto que no quiero estropearte tu nueva felicidad.
Se van cayendo las paredes blancas de las casas bajo los picos de las golondrinas y otros pájaros nocturnos.
Cuando iba a llegar la primera hora del día, en mis noches infantiles, pasaba por el camino de la casa el hombre que hablaba a las ventanas.
Ladran en mis noches perros sordos que aprendieron a espantar mis encantadores sueños.
Habiendo nacido sin memoria, fui depositando mis recuerdos en la mente de los hombres para tener memoria propia, memoria de mi.
Me acariciabas como se acaricia a nadie. Eso fui bajo tu largas manos: una ausencia.
Dices que la palma de mis manos tienen fina memoria de tu piel. Ignoras que también tengo el mapa topográfico junto a mis retinas. De ahí lo extraño de mis ojos y de mi mirada.
Tú que hacías el amor difuso, difuminado en todas las partes de tu cuerpo enamorado, con el deseo diluido entre palabras, miradas, y cantos.
Y esas palabras místicas de entre sexos brotaban de los amores inconclusos.
Todo el mundo vive un amor platónico no cuajado; en casos excepcionales, es el único amor conocido.
A ti las estrellas te trajeron causas terrenales. Confuso, tal vez buscabas la tuya entre las calles.
Tus causas no fueron las paredes ni las mudanzas; se adelantaron a tu mal por lo menos tres generaciones. Y eso por lo que sabemos de ti.
Buzz
sacaste el aborrecimiento al viaje sacaste el enclaustramiento al borde del mar
domingo, octubre 24, 2010Del primer viaje, con exceso prematuro, al fin del gran continente, sacaste el aborrecimiento al viaje. Sacaste el enclaustramiento al borde del mar para no olvidar que nunca más te alejarías del punto fijo marcado por tu ciudad viajera.
No había rebelión en ti; no por falta de carácter o de ideas decididas. Pensé en ello muchas veces; aún no sé el porqué.
Nuestras pisadas dejan marcas sobre las huellas de las sombras. Ya no hay espacio para el rastro limpio sobre la tierra que pisamos. Recuerda.
Conocí esperas que agotaron el amor. No supongan que estoy falto de paciencia y de tiempo; tengo de la primera en reserva hasta veinte años y del segundo no conozco sus límites.
Sí Amélie, tú eres aún más bella que Amélie. Pero si ella es tan bella con ese pelo negro peinado, sus ojos casi redondos sobre las suaves curvas de su dulce cara. Pues sí Amélie, tú eres aún más bella que ella. Ella tuvo la experta ayuda del cine; tú la tienes del arte.
Aquel gran espejo, exactamente pulido y completamente curvado, daba vueltas alrededor de tu cuerpo fascinado.
Por entre las curvas de tu cuerpo se deslizan arroyos de olores.
¡Qué suerte la tuya querido amigo que has muerto amando! Pediré un final parecido para mí.
Cuando despierto cojo los sueños de la noche y los hago realizables.
Dejaste tus huellas sobre mi piel con los zarpazos repetidos de tu furibunda pasión.
Los engañosos augurios prometieron tu llegada. Se burlaban de mi, sin duda.
¿Has visto alguna vez que la vida se pare? ¿Has sentido bajo tu cuerpo que la Tierra no ronde? Pues no has vivido ese día mío en el que, sin gravedad, mis pies flotaron al conocerte.
Me sobra tanto corazón que estoy dispuesto a regalar acciones.
Un desesperado dijo una vez: ningún amor vale tanto como para desear la muerte. El desesperado ignora que el amor es el mejor antídoto para su enfermedad.
Buscando libros, te encontré; y no me arrepiento de haberlo devuelto a su estantería. Salimos por la puerta de aquellos grandes almacenes con nuestras mil y varias historias de amor que nos quedaban por vivir.
Playas impertinentes que no dejáis nuestro reposo solar un momento; de tanto desplazarnos ya nos encontrábamos bajo los manglares.
Nuestro amor era tierno, dulce como tu cuerpo de pan. Fue también feroz e irascible; frenético a veces cuando recobrábamos la mañana.
Ciego y obcecado no supe cuanto me amabas.
Pretendo que nuestro amor quede sellado con la complicidad absoluta entre tú y yo; irradiando sobre los demás como una piedra oculta.
Ahora están sin remedio ocultos tus secretos.
Te reconozco por tu sonrisa. Toda una vida sin verte y te he reconocido por tu antigua sonrisa. Curiosidades del dichoso amor.
De una llama lenta y balanceante estaba hecha tu mirada. Con ella me reconfortaba en mis noches abandonadas.
El primer amor se sufre sencillamente con la absoluta e ingenua ignorancia de lo descubierto por primera vez como lo que antes nunca ha existido. Así de bello fue mi primer amor, sorprendente, magnifico.
Ignorando que aquella puerta solo se abría en un sentido, entré pero no pude más salir.
Quien inventó las horribles y largas horas del sueño durante las cuales no puedo amarte no pensó que nuestro infatigable amor no necesita descanso ni olvido.
Se hizo una muralla sin puertas ni escaleras sobre sus piedras para encerrar a la destructora y oscura fuerza. Árboles longevos de profundas raíces sujetan la vieja tierra bajo la cual fue enterrada. Allí respira desde tiempos inmemoriales soñando con grandes catástrofes.
Levantaste tus párpados como dos grandes compuertas sobre el mar; navegué por él largo tiempo y te conocí.
Si los árboles se enlazan para sobrevivir, ¿por qué no quieres tú enredar tus brazos con los míos?
Playas de manglares y arenas rojas, divisáis más allá del agua la punta de mástil del velero sin ancla testigo de nuestra voluntaria deriva.
Del primer amor fracasado, primero quedó un reproche, luego un deseo de que nunca hubiese existido, el olvido después, y al presente, volver a su maravilla.
Tengo el reposo enlentecido por la cadencia de tu amor izado a las potencias.
El tacto de mi amor no quiere mentar tu nombre para no malograrlo.
Ninguna piedra tiene forma sencilla. Pregunten al escultor cuantos golpes tiene que dar para reducir lo complicado a lo simple.
Si le das de comer al saciado, se comerá los dedos. Si le das comida al hambriento, pensará en el hambre.
Me pides tu clave hexadecimal para entrar en tu corazón y me he perdido. Ya sabes que el amor entiende poco de matemáticas y mucho de claves.
De la suma de los insomnios se podría escribir un gran libro de amor.
Dices que me merecía entonces tu inspirado amor.
El cielo es ancho, alto, profundo; y posiblemente tenga otras veintiséis dimensiones más; pero aunque me cueste creerlo tú lo desbordas.
Los arquitectos barrocos esperaban el primer día un cargamento de sencillez para empezar.
Cada bocado me recuerda tu hambre, cada trago de agua me recuerda tu sed, cada pastilla me recuerda tu enfermedad, cada año que vivo me recuerda la brevedad de tu vida.
Busco a la oculta; más no invisible. La oculta bajo la formas geométricas de las calles, entre las sombras desvariadas de los campos. Dicen que su embrujo de amor benévolo transforma en hombres aquellos que se creen casi dioses.
De recuerdos puede vivir el hombre; e incluso morir.
Esta especie de avidez de ti que me atormenta como preso a tu cadena perpetua.
Tengo un corazón para el dolor y otro distinto para el amor. De hecho, ellos no se conocen; evito así que sus sentimientos se mezclen.
La soledad es más grande en la calle.
Cuantas veces me he sentado en un banco solitario del parque invernal; un abrigo espeso con el cuello levantado, las manos en los bolsillos. Cuantas veces el frío no hizo añorar mi casa vacía. Cuantos días no estuve sin palabras.
Esta tarde están cerradas las librerías, las bibliotecas, internet: solo quedan las hojas del parque y los periódicos usados sobre los bancos para leer.
El avaro no abre nunca sus cofres repletos por miedo a que no le devuelvas el amor compartido.
No crean que duermo cuando ven mis ojos cerrados: es mi cuerpo que se ha rendido.
No descuentes, mi amor, los besos que ya te he dado del total de los besos que me tienes reservados.
Perfume de mujer agota tu olor tu aroma tu esencia tus fragancias, el ámbar la lavanda los sándalos y la mimosa, tu color rosa; bálsamo que de ti recibí en un beso pegado con resina en la cercanía.
Desátame mal de amores. Que mi libertad rompa los fuertes lazos invisibles que me tienen sujeto a este peso rocoso sobre el que un día posé mis esperanzas.
Aquí mando los besos del olvido en el saquito de los amores desamparados para todos aquellos que un día olvidé besar.
Ya sabemos que, de tiempo en tiempo, abandonamos el laberinto seducidos por el brillo de nuevos amores.
Abusaste de mi amor confiado; no pensé que podrías hacerme daño; confiaba en que mis sentimientos me protegerían. No puedes hacerle daño al amor.
Alguna vez, quise mostrar mi amor en público y con una señal de tus ojos me frenaste.
¿Qué culpa tienen mis pies inmovilizados por tus cadenas?
Nuestras miradas con sus ojos contrapuestos no sabían ya qué decir.
Solo aquella noche deseé que no acabase.
Un sueño le dijo: Ama hasta repoblar el desierto.
Apoyaste los dedos de tu pie sobre el talón de tus zapatos; cayeron uno tras otro sobre el parquet suavemente con sonido de piel.
Algunos viven la vida como un infierno sin fin; quejándose de sus inmerecidas desgracias.
Tenía nombre de mujer; exactamente.
Sería insensato pretender deciros todos los nombres con los que la he llamado. Me encantaba llamarla por todas las bellas palabras que iba descubriendo para ella.
Dicen de ti, mujer, que eres débil; pero es porque no han conocido de ti tu resuelto corazón.
Rodeada de tus huracanados archipiélagos caribeños, labraste un tumulto en torno a tu cuerpo danzante.
Quedaste libre de tus favores de amor cumplidos. Ahora que has recobrado tu libertad piensas volver a tu añorado oriente por donde nace el sol.
Teníamos nuestras miradas enzarzadas con varios lazos gordianos de pasión.
He callado estos años el tormento mascando mi enmudecido retiro; hoy por fin he recobrado mi palabra.
Desde mañana ya no te veré más; estás haciendo las maletas en esta noche que no será la última. Aunque para mí ya no habrá noches.
Que haya una persona escondida detrás de cada foto, no lo dudo. Que después podamos encontrar su dulzura, tampoco lo dudo. A condición de hablarle con autenticidad directa como si la conocieses de toda la vida. Así es como veo en este instante a Margarita Duras sentada en un asiento de tren frente al extraño con el que poco después vivirá una íntima relación con sorprendente naturalidad.
Leíste sobre mi extraño rostro la pena más grande que podías haberme causado. Leíste el desarraigo del enajenado convertido por ti en turbio espectro.
Querido Einstein, la elegancia nos hace amable la impertinente verdad, aunque no simpática. Ya sabes que la elegancia es una gran seductora. Saludos.
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Cassandra, por favor, no pienses que no te creo, tal vez sea yo el único hombre sobre la Tierra que aún crea en tus divinas palabras.Yo creo en el amor que por fin ha llegado a tu corazón escarmentado. Confiaste demasiado en tu belleza y fuiste derramando palabras siempre incumplidas. Incauta, desde tu desconfiado exilio conociste los oídos sordos de tus amores. Los míos saben que dices la verdad; que tu amor fue siempre verdadero. Arrastraste a los hombres desde tu primera traición por la implacable duda imborrable hasta que ya hoy has cumplido tu palabra prometida. Cassandra, yo siempre creí en tu nombre.
Curioso ese personaje de película que cada vez que iba al bosque tenía la costumbre de recoger una rama de beleño. Cuando volvía al Bronx los vecinos del barrio se miraban pensando sobre lo que esa noche iba a suceder.
Ya no estás; y tengo el amor no dado desbordando por tus ventanas.
Cuando paseabas conmigo los sábados por la tarde, padecías de silencio inexpugnable.
Te llamaba belladona por tus grandes pupilas dilatadas derramadas sobre el blanco de tus ojos; por tu calurosa piel; por tu lenta respiración. Por instantes, parecía que no respirabas.
No seas demasiado antipático con este condenado a muerte; ya tengo bastante con ir andando a disgusto hacia esa cámara dónde no despertaré por última vez.
Cuando la duda avara me empujaba a alguna decisión insensata, permanecía inmóvil aterrado por la posibilidad de perder lo uno y lo otro. Es decir, a ti ahora y al futuro contigo.
Llegaste a ser, mi amor, mi exigente obsesión de boca acorralada y palabras imperativas.
Conocíamos aquel monte de nuestros largos y frecuentes paseos. Lo que desconocía es que en aquel amistoso bosque perdería tu rastro.
Me pides que deje de amarte. ¿Pero sería eso posible sin desvanecerme? Pídeme que me exilie a otro continente donde oculte el voto de silencio sobre mi amor; y cogeré hoy mismo el camino rumbo a mi destierro de ti. A partir de ese momento enmudecería; pues no podría pronunciar palabra sin que ella arrastrara tu nombre hacía mis labios apretados.
No contradigas mi amor con un beso de tus labios fingidos. No me hagas aborrecer los besos de amor. Sellarías mi boca sobre todas las palabras de amor que hemos pronunciado. Romperías la magia de este mundo. Callarías todos los susurros. Apagarías todas las miradas. Y lo que aún sería peor: el mundo dejaría de creer.
No me queda ni la certeza de la duda. Me debato entre creer en tu amor o convencerme de que tan maravilloso amor no puede existir en este mundo.
Con inútil afán quise quererte a mi manera. Pero ya comprendí que tu amor no admite todas las formas: excepto una, la tuya.
Nos ha sorprendido un risueño aguacero de los del mes de abril. Nuestra ropa tardará en secarse sobre los matorrales.
De tu amor de fruta silvestre rebosan todas las cosas: de todos los árboles, ríos, montañas, y hasta del ancho cielo.
Huyendo de tu amor, quise esconderme entre roca y cambronera. No estuve solo mucho tiempo sobre la roca tomando el sol de la montaña.
Dicen de las quimeras que son seres que provienen de los insondables abismos desconocidos, cuyos hechizos transforman al hombre en seres fabulosos. Así pues, tu debes ser, no hay duda, una quimera.
Con mi amor defectuoso te atosigué en exceso. Conseguí retenerte hasta saciedad. Apagada, huiste de ese amor inútil con el que pretendía hacerte feliz.
Tu lengua era divina (la de tus palabras) hasta tal punto que aprendí de ti mil sinónimos del amor y otras tantas maneras de sentirlo.
Te llamaba mi amiga y mi amor; según estuviésemos jugando con las hermosas palabras o sintiendo los más dulces sentimientos.
La presente historia del mundo tiene una página menos desde que la enfermedad te llevó con ella.
El vacío suele llenarse temporalmente con objetos y con amor. Pero la mayor parte del tiempo suele estar por definición vacío.
No hay sitio ni para venas ni arterias ni para sangre ni savia. Ya no hay espacio para que ellas pasen húmedas flexibles resistentes.
Mis manos y mis ojos desesperados van tras de ti como si en ello le fuese la vida.
Aquella oscura y tupida sombra reposaba encantada bajo tu cuerpo concluido tras una tarde de besos, amor y tiernas miradas.
Mi amor seguirá siendo infatigable mientras mi desdichada memoria no se vuelva contra mí, quede en hueso vacío de recuerdos de ti.
Cuando tus ojos pasen el umbral de lo bello y queden enceguecidos ven, vuelve, comparte con este curioso ciego lo que los míos dejaron de ver.
Antes de ti fue el Caos absoluto en el ancho y profundo Vacío; creaste mi pequeño mundo. Luego, viendo que yo te gustaba, te enamoraste.
Si se desplomase el techo del mundo, si se hundiese el suelo de la Tierra, no desaparecería lo que siento por ti.
Llenas mis manos de todas las caricias que recojo sobre tu extensa piel. Recorro desvariado esos caminos mil veces conocidos.
Al calor del pacífico sur, al ritmo de sus oleajes, seguimos navegando hasta los archipiélagos dispersos en los mares de los tsunamis.
Sobre la retorcida cara del verdugo echa la luna su reflejo, tal vez llorando de pena, por aquel que, la mañana del cadalso, se ejecutó.
Sería la más grande de las desgracias ser por destino tu carcelero y verdugo. Me encontrarían antes colgado de la soga a ti destinada.
Mis ojos de enamorado cobarde debieron a escondidas suplicarte haciéndote caer bajo hechizo de amor.
Vano, minúsculo e incluso ridículo puede uno sentirse ante la vida, las muy bellas personas y sus grandes ideas. Pero me maravillo.
Las venas enrolladas en los huesos baten sobre sus paredes como murciélagos perdidos en mi oscuridad interior.
Un mar pequeño sin olas yace sobre tu fachada para que puedas bañarte tu sola al amanecer.
Siempre me dijiste dulces palabras. Las mías parecían ásperas al lado de las tuyas. Nunca imaginé que corregiría mis modales por amor. Me enseñaste a amar suavemente.
¿Por qué las horas de todas las noches me parecen tan inútiles? Porque sólo dan contento a mi hastiado cuerpo. Yo no me canso de verte. No quiero noches perdidas en la vana inconsciencia. Hagamos un trato: entrégame las horas de la noche; réstale a cambio años a mi vida.
El amor vino sin templanza. Llegó con placeres y pasiones ostentosas. Avasallando mis precavidas contenciones. Arrasó cuanto pudo.
Se enredan las venas alrededor del tronco como raíces que se alimentan de mí.
Me has hecho conocer el amor y has llenado de largos volúmenes mi historia solitaria.
Si sufro, sufriré en soledad, sin consuelo; la razón no se borrará a la ligera.
Intuyo lo que se avecina; pero ya han llegado. Han llegado con horribles vientos huracanados, fuerza cinco, creo. En el corazón estoy sin ventanas; no me gustan las ventanas prisioneras. Sin diques contra olas alrededor del jardín; prefiero tener delante el horizonte más que defenderme del mar. Sin canales de desagüe; me gustan los charcos para andar por ellos (capricho de los recuerdos). Me gusta que los muebles se empapen de brisa húmeda; aunque mis huesos enfadados se quejen. Sin ventanas para que se mueva la llama del sueño; no me gusta el sueño de llama a media tarde, ni el sueño de la noche.
Miro al cielo y calculo cuantas noches podré no dormir y cuantos días estaré encerrado para poder pensar en ti.
Mi cuerpo se interesa por tus ojos. No tengo nada que reprocharle; ni a ellos ni a él.
borrador de trazos
Taparé tus trazos a los ojos de todos los que te desean. No vaya a ser que las múltiples tentaciones perturben nuestro amor.
Ayer fue el día de mi torpeza; y hoy no voy a celebrar el aniversario. Voy a sacar provecho de mi dolor; para que me duela, me agudice.
Nació después de alguna muerte. Mal augurio. Su nacimiento será recuerdo del ausente; y llevará toda la vida su nostalgia.
No le sentó muy bien al amor que introdujéramos tanto desorden y pasión en su alborotada casa.
Se arrancó una vena más un manojo de arterias y con ellas pretendía quitarse la vida.
Marinero que has de temer más a las volubles olas que a los vientos terrestres. No duermas sometido bajo ese ritmo acompasado en cuna de madera.
Si mañana no hubiese día, tendría que inventarlo. Genialidad del amor multiplicador de horas. Los años se alargarían en la misma magnitud
de mi sentir.
Cómo iba a imaginar que vendrías acompañado de tantos males; pues así sucedió. Prefiero el sufrimiento que traes contigo a la felicidad sin ti.
Ya se que el dolor se quedará conmigo; tu puedes llevarte tu parte. No vuelvas a recogerlo si algún día lo echas de menos; es mi mejor parte.
Celos que maltratáis, con vuestros saltones ojos, siempre vivos, acechantes de sus inocentes gestos; no atormentéis al amado con inevitables rumiaciones.
Vete, por favor; y déjame con este sufrimiento. Vete; porque por mí mismo sería incapaz de dejarte.
No tenía más tiempo que el tiempo imputado para vivir según mi licencia. No habría prorroga ni recurso. Luego más valía tratar a la avaricia del tiempo con la misma moneda. No haría, en ningún caso, recurso a la pereza como excusa favorita.
Soy tu convidado de paja. Hombre dispuesto a prender a la más mínima mirada. Y tú, sin duda, lo sabes. Tal vez por eso me diste asiento en el mismo lado donde tú estás sentada para que te vea de perfil. Desde aquí pareces un hilo curvado sobre tu cuerpo. A tu alrededor veo brazos moverse, copas brillar, platos que suenan levemente y conversaciones cruzadas. Que sepas que desde aquí un hombre de paja ve tu perfil.
No hablé del fascinante poder de la aljaba que empuja hacia los bosques.
Situada en la estrecha confluencia de los ríos, de la ciudad salían tres inmensos valles en forma de embudo. Las tropas invasoras comprendieron, desde la más alta montaña, que ella estaba vencida por culpa del reincidente deshielo.
Si te digo que el color me guía pensarás que exagero. Será porque no has visto los colores que yo he visto. Ya sé que no soy el único que he visto el color.
Fijaste las normas. Y todas sin falta contenían, en un lugar u otro, en todas sus formas, la palabra amar.
Así acostada con la noche, sin ti, sin ellos, sola. Una leve sonrisa en tus labios somnolientos presagiaban lo que aquello significaba para ti.
Venías ofendida porque te habían dicho liviana. Yo pensé en tu estrecha cintura. Tú seguiste enojada.
¿Cuando aparecerán las primeras hojas sobre las ramas congeladas? ¿Cuando volverás de tu oscuro viaje? Te espero con los pies en las olas.
Con el olvido de los males, de las profundas penas, de los imparables llantos y alguna desesperación posesa renazco hoy.
Las venas, esas arterias inversas, parecían castigarlo con torrentes cargados; ellas espesas, oscurecidas de suciedad.
De pie delicado, mano suave, de cutis excelente ibas por las tiendas, mercados y otros bazares comprando miradas, una para cada tarde.
¿Por qué me miras tan frío, como si intentaras cuadrar tus pensamientos con tu mirada?
Huyendo me escondí, pasé por todos los huecos con cuerpo maleable a los rectángulos y a las redondeces. Descubrí tu entradas y salidas.
¿Cómo mueves tus piernas para cimbrear tu cuerpo de tal manera que voy a tu lado mareado?
Como prueba de mi intenso amor voy amar a todos aquellos que no te aman y a ti sólo de forma incondicional.
Me maravillaba al ver cómo retorcías el tiempo de tus solitarias salidas. Después de pasar por tus manos el día se quedaba en horas inocentes.
Mi ruina equivale a no devolverte tu generoso amor, a no haber entendido tus sinceras razones, a haber estado siempre arruinado por la soledad.
Eras la sin nombre. ¿Cómo podía nombrarte mi desconocida?
Las aceras te reclamaban, soñadora. ¿Creías acaso que campo abierto era para siempre, soñadora? Si esos límites reclaman siempre fachadas.
¿Cómo de un ágil salto puedes posarte sobre ese filo donde llega la luz natural? Te quedas un buen rato y cuando llega la noche deambulas.
¿A qué llamo viento? ¿A los caminos del cielo retorcidos, ruidosos,
arrebatadores de nubes? ¿Acaso a lo que tumba malévolamente las ramas de
los árboles contra el suelo? ¿A lo que hace olas, remolinos, y pulveriza el
agua sobre la superficie? ¿Acaso todo eso no es viento? Sí, es viento. Pero a
lo que yo llamo viento es aquello que corre entre tú y yo cuando te mueves
con inmenso ímpetu.
Si el aire tuviera partículas ellas son las que cubren toda tu piel hecha de
partículas de aire. No haría falta decir que el aire huele a todo lo oloroso que
yo puedo recoger sobre ti. Desde ya pues, me es innecesario recorrer a pie
bosque cualquiera.
Le canto al cuerpo dolorido para ver si se calma. Le canto para que me deje vivir.
Al gélido y oscuro mar, sin voluntad, fuiste a sufrir tus jóvenes errores aún ocultos.
Porque tienes la sana costumbre de dividirte en cuatro; y vivimos
cada vuelta del sol tantas historias: una para cada parte del día
completo.
Tengo las venas enraizadas en mi cuerpo como si no quisieran nunca morir.
Si de mar, tierra y cielo eres un poco; y otro poco de vida. Si estás hecha de esos elementos hablaré de ellos cuando de ti quiera hablar.
Se me olvida frecuentemente a cada despertar que la vida es solamente un medio para existir.
Si cuando muere el ser amado muere uno la mitad espero que tú no mueras porque sería ya imposible dividirme de nuevo.
¿Tiembla el bosque acaso porque presiente tus largos y vagantes paseos de primavera?
Doy vueltas sobre el hambre que tengo de ti. Pero no temas mis estratagemas infantiles; no te comeré nada más que con mis grandes ojos.
Para lo indecible, me imagino que estoy bajo la ferrea y vigilante censura.
No debí beber aquella primera vez del vaso que me ofreciste después de pasar por tu boca.
Así llegaste como el don que alimenta sobre el mantel de mis labios extendidos.