Confesaba la felicidad que nos había encontrado en nuestro testarudo silencio. Nos dijo que esta vida nos lleva, que es inútil resistirse. Callejeaba a los cuatro vientos con sus canciones. La lluvia, entonces, era divina. Ya no había tristeza de la espera, ni brotes perdidos en sus jaulas, ni pozos vacíos, ni manzanas secas. Brotábamos con el brillo de los manantiales. Ya podían...