Del amor de sonrisas. Del amor de venganza. Reímos, sufrimos en nuestro albergue. Placentero si amor. Exoplaneta irrespirable si sufre. En ese planeta no se contaban las horas por inexistentes, inútiles, sin marcas en el espacio de los objetos. Pero en los preñados ojos de amor germina el día y la noche con sus cremosos frutos líquidos que brotan de las ramas de la frondosa vegetación. Fruto para el fruto del amor viento y hoja ancestral como la vida misma donde sonríen la vistosas fuentes con su vitalidad de viva agua que transporta aún recuerdos de la profundas entrañas de la tierra.
Placentero amanecer, breve y fresco, consuelo y sereno, de estas rojas tierras de España. ¿Qué haces hablando de la belleza de la tierra temprana, pues aún no ha germinado tu fuerza escasa? Qué haces con esta lentitud del morir, del quiero y no puedo, del brillo luz, de la tumba agujero. Y si me haces un leve sendero; me traes por allí las noches de la mano, mano de noche con mano de noche, en nocturna fila como un infantil corro que entre dos manos se ha desatado.
Día, cielo, tierra. Luz, anhelo. Admirable mano del universo. Ni río se extingue. Ni cielo tiene influencia. Vida deforme señalada. Para qué, si ya no existe la oscuridad. La oscuridad de las manos semejante a la del universo. La vía de las manos, Vía Láctea. Su espíritu de entrega tiene en el corazón cabida. Desperdigado amor de visita. Despierta, Fortuna, despierta; haz placentera la Bestia; oculta su noche; oculta su fuente secreta.
Si la luz cada día como un río se extingue, si el azul cielo ya no tiene influencia, si esta vida informe y señalada, si ya no existe otro anhelo, ni cosa admirable, si pocos irán por tus manos: esa otra vía de otro universo, si tu espíritu es una gran empresa del amor magnánimo, si visitas terrenales emprendiste, gran espíritu enviado, si no cabe en tu amor lástima, ni miembros desperdigados, es que eres la visita que Dios me envía.
Si este amor en trance, fruto eterno, dulce, amargo, aflige e inmortaliza, y el futuro conforta. Ociosa vanidad gula de la vida, del vivir orgullo. Nos pone un oculto velo para extraviarnos ante la luz misma de los ojos: ese río cuya influencia jamás se extingue, ni informa, ni señala de los desvaríos los caminos, el tantas veces el haberse perdido en profundos bosques sin la ayuda de la húmedad brújula, ni del cielo estrellas.
Con los lazos que haces y no resuelves, se ocultan en su huida los lazos de tu lengua. Revueltos y obstinados hacen lazos sobre la ausencia. Corren si no los oyes. Te aman en los ecos. Te niegan si no los amas. Y borran los caminos acertados. Los borran de los libros, de los mapas, de los nombres de las calles. Si los borras te pone a su merced, en su indecencia. Son las trazas del amor a su pesar; donde no es limpio, ni así juega, desconoce la ética del amor con principios pues se distingue del otro de la guerra. En este, abducido en la inconsciencia, te lleva a su mundo secreto donde nadie detecta el calor del cuerpo de la cama, ni de los líquidos el olor, ni la densidad de la noche.
Tal vez llegaste con tu inmortal voz para quedarte en nosotros. Así se nombran las cosas, dijiste. Y la esencia nos acompaña. Te pusieron en el rebaño de los locos, entre aquellos que iban sumisos hacia la piedra. Dos verdugos te desnudaron, en la humillación más abyecta. Pasaban por los pasillos, abrían las puertas, en su búsqueda del lugar de los sacrificios. Las cerraban luego ante la nada. ¿Dónde estaban los niños ante los acontecimientos? No está en los textos su física presencia. ¿Y si no se les enunció lo acontecido? Borrado de memoria. ¿Y si intencionalmente no dejaron que sus ojos y oídos imprimieran la banalidad de un suceso que ocurría frecuentemente a fin de que el oral relato adquiriera la magnífica dimensión del mito? ¿Y si fue la palabra recorriendo el azogue de la realidad por el infinito Tiempo?
Me llamabas con tu hombros ya no en reposo. Pues no era tu deseo rendirte, ni de inmediato ni de cerca, ni a gritos ni en silencio, de esa forma como los silencios llaman. Llaman con los gritos de silencio, ahogados sin que nadie los oiga. Es su deseo inmediato; deseo de voz. Voz que se enseña, se muestra, nombra y alaba en su inmortal lengua, creando lazos nunca resueltos.
Saca la luz del pecho. De su escondite. Allí donde ella misma se llama. Con ella te llamo. Con ella escribo tu nombre con dulces acentos puestos en cada letra. Entonces me percato de tu permanente presencia con sus caminos de suspiros. Esa inmediata realeza, a veces presente a veces ausente. A veces se pierde. A veces aterroriza la soledad de lo perdido. Y te alabo para que vuelvas. Y te llamo desde el hueco de mi ausencia.
Duermen las llaves dentro de todas la cerraduras, algunas perdidas en el tiempo, otras por el olvido. Cerraduras de sal que convierten al que mira en estatua. Estatua detrás del agujero, rodilla en el suelo, el alma agitada. Estaban los pasillos de todas las casas ocupados por esos cuerpos fijos, todos hechos mirada, la mano derecha apoyada sobre la madera, la izquierda lacia, los fijos ojos de sal cercanos al hierro, y ya nada habla. Silencio de sal. Sal del tiempo detenido.
Mi barullo de lengua dando vueltas
Bajo el duro silencio de los nocturnos ojos
lunes, julio 20, 2020
Duerme. Dormíamos. Aunque durmiésemos con las llaves de los sueños bajo la dura cabeza de la almohada, bajo el duro silencio de los nocturnos ojos, bajo la insuficiente respiración de la noche... y aún así dormimos en la más placentera inocencia, en esa felicidad del casi antes de haber nacido... aunque durmiésemos así, de ese seguro modo del que solemos ignorar casi todo, pues ahí flotamos en la más bella inocencia, la del bebé sin intenciones, la del otro benevolente, la del amor sin condiciones, ese bienestar sin nombre que pasa por la profunda sedación del cuerpo y de la mente... aunque durmiésemos así, aún sin saberlo estaríamos vivos... ¡o quizás! ¡oh bello durmiente!
Que yerra. Que yerra. Que yerra. El juego del error. Que alimenta y arrebata el hambre. Si es un juego puede ser en todas las direcciones de la incoherencia. Tiene ella la piel de sus manos ligera. En los juegos a veces el sentido de las calles se pierde. Y no sabes si son sus verdaderos nombres o metáforas o a veces metonimias de otro lugar, o dirección a donde la calle te lleva. Es un tablero de carreras rápidas. Un tablero de ojos. Con sus llaves dentro para abrir las miradas. Con sus camas hechas para el nocturno reposo de la luz.
En el amor. Tranquilo se hace. Sin guerras en la dulce espera de la dorada uva bajo el sol con su piel transparente. Uva enemiga del viento. En su escondite de hojas. Juega a maduro el dulzor. Para los labios del que me ama. Y lo amo gota a gota. En la suavidad de sus labios. Me pierdo embriagada-o. Donde la energía del fuego confluye. Nos alimenta. La piel, como raíces planas, expande la divina sabia, la ama y recoge, la diviniza y alza.
Dispuestos para el banquete. Ajenos a los dibujos de la verdad los mapas. De la verdad verdadera que a veces duerme la siesta a pata suelta con un ojo medio abierto con el otro medio dormido mientras la verdad sonríe en su inocencia pues no sabe de guerras ni de su arte para vencer al enemigo invisible frecuente. Cree la moral que con dogmatismo vence, con decimonónicos discursos vence, con torturas mentales vence, con la negación de lo plural vence, vence, vence, siempre vence, aunque no comprueba las goteras de la casa las cloacas.
Porque jugábamos al juego de lo eterno. Aunque durmiendo en nuestra inconsciencia. ¡Quién sabe si nos dábamos cuenta, apenas cuenta, de la ficción del sueño eterno! Pero teníamos la pasión nerviosa, hecha piezas, oculta ante ojos ajenos jueces del mal ajeno. Nos dejaban en la imposibilidad de jugar. Nos dejaban en la partidas infinitas por inacabadas, por reglas cambiadas durante el proceso. Habría que añadir que nos desconocíamos (nos ignorábamos) como participantes jugadores. Todo se complica ante las múltiples pistas, indicios, indicaciones imprecisas. Pensábamos a veces que todas eran verdaderas o falsas, o ilógicas, absurdas por inhabituales. Todo pues dispuesto para el gran banquete de la voraz-cloaca vida quien revela ahora sus siempre intenciones ocultas.
Araña el amor con su suave tela. Pequeñas heridas invisibles que solo escuecen cuando se mueven. Incomprendido como ninguno. Queda el ciego clavado en su ceguera. Descansa el ciego más allá que cuando duerme en su inocente tranquilidad en su torre de desconocido cristal. Allí sol sin reflejos vive ni en laberintos se pierde. A esa altura casi la hierba crece; y juega, activa y nerviosa por vivir en el verdor indemne.
Tras el engaño del movimiento. Tras la molestia del rápido cuerpo. Buitres grises alados. De partida. De llegada. Registrando las cloacas de la tierra. Aire del pensamiento de búsqueda. Calcula a distancia la corrupción, su grado. Los tubos de olor dirigidos hacia el cielo, silenciosos, envían señales secretas de sus vuelos. Se enfría mientras la corrupta carne del cadáver. La frágil máscara de la vida cae. El movimiento de lo orgánico cayendo en las pequeñas grietas de la seca tierra alarga un poco más la vida.
Hoy, cubierto. Sería como para levantar la mirada. Arriesgar la mirada. Aunque sea despacio para ver. Levantar las cartas para la jugada. Jugada abierta sin sospechas. Sin sospechas abiertas al borde del juego. Al borde del cuello del amor, donde se esconden los juegos para asegurarse los engaños sin cara de reproche, sin fingimiento, ni error de jugada trucada, inmunes al dolor ajeno. No es buen movimiento del amor si no se ama con complicidad entera.
Enmudecidos lo juegos. Pesados, ya no se crecen. Se caen sus reglas en trozos a sus pies. Pies como de robots de juguete. Se queda la mirada boba. Ojos fijos caídos, sin furor, sin movimiento. Habían desaparecido los espacios libres para jugar. Ni siquiera había viejas cartas alrededor de los bancos, donde ellos jugaban a la sombra de los árboles cada tarde. Ni pequeñas manchas blancas sobre las ramas, las hojas, el suelo. Bancos vacíos de madera fría.