En su manera suya. De hacerme el silencio. El atardecer. A veces la fiesta. Ese vuelo de tus manos. De tus dedos las piruetas. Allí, temblaba mi mirada en caída libre. Embriagada. De tu piel. Aunque eso me estaba prohibido. Como una noche desalojada. Con el viento de medianoche en los ojos. En los árboles que desde fuera miran. Llaman a socorro por soledad. Delito que les cae encima desde las calles y los jardines.
Este movimiento de las manos. Inquietas, sin sonrisas. Al séptimo susto donde flota la noche. No se equivocan de cuerpo. Cuerpo intermitente, se abre, se cierra. Se afloja la piel. Torturada criatura. Alcanza de inmediato a nuestro líquido universo. En esa manera suya de insistencia.
Por los labios de la fogosa alma. Llamas al viento. A los hombres. Al tú eres. Al me agitas como abierto alimento. Eres tú mis noches blancas, que me atraviesan. Me empujas. Me floreces. Embriagas las tormentas. Sus movimientos. En mi cuerpo entras como una larga noche. Allí, sin equívoco, flotas como repentina noche.
Ternura suprema del amor en su infinito presente dada a los sentidos y visión y a los grande vuelos. // Lila es la noche, conjuro al amor solitario. Mirada triste de los abandonados. (A las alas que a los perros le faltan. (Eran los únicos que de las noches errantes saben.)) //Pero vamos a los cantos a la tierra. Al fino aire que a veces se escapa. Sus frutos se hacían amantes de la noche. Abrigados por la espesa oscuridad. Llegan de los labios del árbol, con fogosa noche, con llamas agitadas de viento, rojo alimento de carne que florece en nuestras bocas
En este vuelo sin nombre. Se nos escapa como hilos de mariposas de las manos, profundas alas, profundas bocas. Vuelo del profundo Destino llega con jocosos labios, involuntario, invisible, supremo a las circunstancias. Vuelo de infinita presencia : visión del abismo del miedo.
El corte de lo luminoso. Se escondían las manos en su viva soledad, en su nido de silencio, allí donde se desvanece el vuelo. // Eso de olvidar. Para que olvides el presente. Lo tomes sin espacio. Pues como decía uno, «el tiempo es espacio». Y ambos se desvanecen. Se sueñan sus imágenes. Se comen la noche. // Allí, ignorados, nuestros cuerpos sin sangre.
Caminos a medianoche. Dejaban pasar al tiempo, a la diversa hierba, allí donde crece al lado de los pasos, del aire-viento, inflamada por la suavidad del calor, mientras deshidratados leves cuerpos pasan por la tierra de los recuerdos. Allí, deshojados, seducidos por el secreto, múltiples e imposibles, en la incógnita. Entre las dudas del querer andaban las horas en los tempranos umbrales, en las soledades crecientes, vivas, húmedas, como recientes nidos ocupados.
Eras tú, y nosotros, y todos mientras nos calentaba la vida. A pesar, nos vomitaba el dolor. Al fracaso mirábamos. A las indigestas heridas. // Nos tomábamos el diluido espacio. Pintábamos nuestras rojas imágenes en las cuevas, nuestros sueños en el agua del tiempo. Luchábamos así contra el desastroso olvido, contra la destruida mente, el alzheimer de las horas. // Dejábamos pasar las horas con promesas, cada medianoche por el espacio de las camas; muy cerca, sin que tocaran el cuerpo (dormido en la estúpida inocencia del no vivir cada noche). Bajo las camas, dejaban los desperdicios de los restos de la vida, del frenético vivir, comida tras comida, a cada respiración, eyaculación, asqueroso escupitajo. // Allí donde te mueves, donde se cortan las manos en el prohibido tocar, besar al contagio; infecciosos somos, haz del corrupto tiempo de la podrida vida. Yacen allí los silenciosos cadáveres rociando los solitarios y polvorientos caminos donde ya no llueve.
Del cuerpo de las manos. De los tormentos del volver. Son los senderos del hastío. Las manos levantadas. Giran los senderos muertos. Los remedios del andar. Las noches que ya no relucen. Desde que no estás. Cuando éramos recuerdos heridos por el dolor.
No sabías cuanto amor te mereces por tu mérito ante la tristeza. Mirabas cara a cara a la noche. Cuerpo a cuerpo a sus miedos. Olvidabas las cosas perdidas, las medias cosas, el total de la sombras. Ya se nos iban de las manos casi todos los recuerdos sin memoria para volver.