A ti desnuda y temblor. Entregues tus dudas, entregues. Al mar la desconfianza. Del antes cuando se llora. Del morir ya no existe. Pues se engendran de nuevo las horas, los días, las horas, la suma del tiempo. Antes de la pena en los ojos, en el amor, en las manos y regalo. Si alguna vez fuimos ciegos. Y habíamos bajando al fondo de los ojos. A la justa distancia del vernos. A la justa distancia de nuestros secretos.
Un lugar roto. Un fragmento. El ciego camino del rostro. Ahí va un ojo de viento allí donde empuja la noche: encerradas pesadillas. Entonces el duelo del sueño. Su olor a vieja podredumbre, corrompidos por la fuerza del tiempo. Cruzaban sus líneas paralelas, sus múltiples dimensiones. Como las dimensiones del amor de las que se alimentan, con sus desnudas almohadas y sus besos, allí perdidos o dejados en espera en ese bosque de la cama donde el cuerpo no deja ver el bosque.
Devuélveme angustia el sosiego porque ya no es tiempo de llorar, ni lágrimas para el agua, ni quejas para el aliento. // Angustia, sus mentiras. Entre ellas, la falsa tristeza. // Estados locos. Se daban las manos a cualquier precio. \\ Pronto sube el calor a las límpidas mejillas como temeraria plaga. Dulce llama que arrastra al temor. Y duele como un ultraje nuevo. Ultraje de los golpes del vacío, de un pensar sin lazo, allí donde nada recorre el borde de los orificios. Fragmentos de espejo en los que se retienen los trozos del cuerpo.
Con la lengua en el amor. Constancia de lágrimas. Refugio de la entrega. Un franco silencio jugando a me quemas. Con tus buenas manos, me quemas. Me veo en tus ojos desaparecidos, largos como una gran crecida de torrenciales aguas cristalinas de las alta y blancas montañas. Se inundan allí todos los males. Juran no volver; porque ya míos no los quiero.
Los nunca nos amenazan, sueltos al capricho, antojos que tenemos como internos remolinos que levantan las vísceras a cientos de metros del suelo, de las paredes internas de la carne. Intentan salir por la boca en el ahogo. Vuelan las cuchillas del silencio; gaviotas de pan. Dan vueltas y esperan cortando el mar. No paran de inscribirse, no cesan de escribirse, compulsivamente. Antes de que se acabe la hoja, el texto, la superficie de la carne. Se inscribe de los nunca la letra.
Y las puertas, las paredes, las huidas. Las llamadas del afuera. Los gritos del infierno, sus ventanas y senderos, las nupcias de la carne. Esas partidas robadas al azar, al loco juego de las coincidencias, a los disparos, al fin. Vuela, entonces, la sangre como cuchillas. Amenaza criminales silencios, revueltos bajo los sudados sombreros de fieltro. Se ralentiza el tiempo entre la bala y la carne, tras la hoja de los cuchillos.
Por los pliegues de la vida vista. La lluvia sobre el rostro. En esta red de los ojos de seda. Ojos sin catástrofes, sin falta ni dolor. Todas esas puertas de las huidas; de las llamadas y las huidas, de las salidas y entradas; por ellos, a veces, sale y entra la demencia, o la luz loca que habla con la voz de los pájaros hechos a toda prisa, reinventados cada vez que aparecen en el campo del oído, trayendo mensajes de Dios o del cielo. Y por si hay duda, podrán encontrarlos en cada página y nota del texto aludido, impreso por una vieja imprenta del XIX en los primeros años del siglo XX. Aunque hace ya tiempo y no recuerdo exactamente.
Adoptada viva impertinente. Reprochas por si nos negamos. Por si te conviertes en enemiga. Acaso vine. Acaso viniste. Acaso fui. Acaso fuiste. Tal vez como viene el hambre o el terror; tal vez la alegría. Revuelta alegría entre los labios. Vulnerable dudosa alegría. Alegría de bienaventurada almohada, revuelta entre los sueños. Sueños, a veces, de sangre, viva sangre, danzarina. De su espesura orgullosa. De las horas entre las venas corridas. Entre sus curvas, pliegues, entre sus locas bifurcaciones. Así corriendo hacia la superficie de tu piel.
Con los ojos partidos como el cristal de la vida. De la tumba al nacimiento, ante la deforme muerte. Al canto a la nada de aquellos que escriben la distancia. Ya puestos en los ojos del culpable de morir por haber vivido cegado. Para esos que se calcinan en las sombras, cuyos gritos claman a la mala suerte, llenan su reposo de caminos y agua por si acaso el tiempo se arrepiente.
Ese invisible agujero que nos perfora, en sus vaivenes, en las sombras. Toda su inmovilidad, frente a un fijo horizonte, despliega su fuerza tras un infinito encierro. De la herida del papel del cuerpo desollado por gritos limpios. Talvez en las penumbras del olvido o en aquellas tardes que nunca se recuerdan. Aquellas salidas ilesas, en su imperceptible deformidad, por el vapor de la somnolencia. En la sencillez de los sin límites, pasa esa nada que no estorba ni se inscribe en la insustancialidad del ese espacio.
Bullicio desaparecido. En el tiempo del recuerdo germina el tiempo. Intemporal tiempo de lo vivido, a dos tragos del cuerpo, a dos plenos carrillos, en las raíces de la boca van y vienen las familias de las palabras, deshacen las tumbas de las palabras podridas, las sustituyen por sombras y aire.
Alrededor de lo terrible. Enorme cuello sin ropa, entreabierto y confuso, profundo como la suma embriaguez o la herida, ...entreabierto y confuso como la boca en la danza de las palabras confesadas. Corría la lenta creencia sobre la vieja madera de los hechos con la devoción debida a la ciega certeza. Escombros de las tempranas costumbres que hacen suyas las cosas sin la incertidumbre de la amarga duda.
Como se borra el espacio entre boca y boca. Allí germina la noche. Allí manos tuviste. Cruje el olor. Brota la mirada. // Y destiempo, precipicio. Y pidiendo voz. \\ Con tu inquietud, testificas. Creces sobre la superficie del tiempo. Vuelas por los poros de la rosa, sal nueva. Extirpas a la noche la ausencia.
Se trueca el papel, y las calles. Allí vomita el desierto. Se corroen los nombres. Desaparecen de la carne del recuerdo. Ruidos de noche. Espesa cortina del silencio. Perfecta noche impetuosa. Fuerza el sonido de las campanas. Tremendos aullidos del cielo.
A lo largo del viaje, ventanas solitarias. Manos frecuentes del lamento. Gigantes olvidos de emociones. Amarse la mirada. Recorrerla. Cortar los objetos por los bordes de las sombras. Terminar los pasos de sus ojos. Vivir en su caleidoscopio. Múltiple, germinal. Equipaje interior de la mirada. Majestad pulsional del ojo. Abertura del cuerpo por donde se cuela la imagen del mundo. Cita con la exterior vida. Recorrido por su materialidad, por las calles de la poesía de la vida.
Fuiste el encuentro del mundo desbordado de existencia. Tu viva sombra, inmensa y paciente, se enraíza por doquier dando fuerza al magnífico vigor que te habita. Atraviesas mar y aire, alma y destino. Barco que se desliza como carrusel cuyo brillo y luces hacen bailar los océanos de la Tierra. Atraviesa la distancia, la perfora, dejando huecos en el inmenso espacio.