Descubrí tus ojos como una sonrisa puesta al sol, tallo naciente de primavera. Estabas tú con los silencios colgados de la boca, con el nacer de un mundo, manos nuevas transformadas. No vale ya el antiguo chapoteo del líquido ruido, su cuerpo de murmullos contraídos que cierran la vida.
En el baile de nuestras cabezas las vueltas dan vueltas mientras el mundo muere en gargantas ajenas. Se hincha un sol en la orgía de los silencios. Se abren voraces puertas de tiempo ante los ojos de la belleza. Es el milagro de la sonrisa del cosmos. Es el tallo de un nuevo estallido, su resplandor que llega aquí más allá de su muerte.
Manos agradecidas y curiosas, repentinas y nuevas, que desprevenidos nos toman. Ronco silencio de los gemidos, voraces fauces. En ese baile frenético del tiempo, sin pausas respiratorias, huele a vino desconocido que le da vueltas a la muerte.
No se te deriva. No, sagacidad incierta. No se convierten siempre las victorias. Amantes respectivos triunfan. Efímeras victorias de la imposibilidad. Es temprano y conocido. Continuo y temblando. Nos agrava la curiosidad. Avanza. Avanza por lo desconocido.
Sujetados al deseo de mantenernos. El disfrute de la presencia. El disfrute posterior de la ausencia. Los misteriosos cuerpos. El deseo de mantener el placer de las manos. Su misterio. La sagacidad de los dedos convierte el contacto en cómplice, borra lo perecedero. Cómplices astutos sonrientes. Victoriosos amantes de repentinos orgasmos.
En su perpetuo movimiento nuestros cuerpos, errantes hasta que el amor lo une, sujetados al disfrute de ser uno en varios. Misterioso amor que mantiene la natural ingravidez de la búsqueda. Incierta ingravidez, loca de nacimiento, torbellino de las almas que aún no se han encontrado, mitos carnales frecuentemente en acelerada huida, perdidos como turbulentas nebulosas aún sin nombre.
Se asoma tu alma por esa gran rendija que es la vida. Un naranjo implorante. Un pretendes. Fueras ayer y hoy. Un mantén tus manos bellas. Vivas, perfectas. Frescas. Frescas como vagando. Ellas y sus horas perfectas, como una dama. Su perpetuo movimiento. A veces, errante.
Amorosamente tuviste la espera. Esa que se ignora, no sabe de tiempo y es idiota. Pretendía que fuera tiempo, aire compartido con el agua; tal vez tierra de entusiasmo, o tumba, o flor-mariposa, un pez de hojas... de hojas verdes como a veces es la primavera. Pretendiste el torbellino de mis manos secas, una gota de lluvia cayendo, noches eternas; un temblor de piruetas, un alma navaja, de las que rajan las horas.
No cabe esperar, ni el aire de la vida, ni su fija sustancia, ni el ser amado, porque de quererte, te quiero. No tengo ningún recuerdo fijado donde no esté de algún modo algo tuyo; tú, esa tu presencia. Esa tu presencia amorosa, sabia de mi vida seca donde eres árbol del oasis uno, distante en la distancia de arena quemada. No tengo tiempo donde tú no marques las horas tristes y aquellas que la soledad hace amargas. Ya ves que no cabe esperar aunque espero, de ti espero, esa gota que alimenta al desierto.
En esta confusión de ahogo. En tus manos necesarias. Nada es indiferente. Ya no se perdieron las esperanzas, ni la cabeza bajo la luz del marinero faro. Allí estuve esperando la iluminación de tu cuerpo, donde un istmo nos separaba como un querer quererte, como un llegar llegarte, como aquellos que esperan al alcance de la mano.
Dura y dura, nuestro amor dura y suspiros de piel ansiosa. Como si todo fuese principio, y empieza, una y otra vez empieza, late al ritmo de una adorada lluvia. Vestidos están los inocentes secretos, sus manos ahogando las innobles mentiras, entre ola y ola, hinchado viento, bajo el que sucumben.
La ciudad perfumada. Incompleta aún. A veces, rota e interminable como un calculo de la luz en manos de un científico loco, que se escribe cartas de amor con el Tiempo. Y le contesta con infinitas hojas numeradas en códigos increíbles, por su complejidad aleatoria. Toman ambos nocturnas medidas esas noches cuando el frío hace los paseos imposibles. Y lanzan carcajadas con sus bocas congeladas de numerar abiertas a las medidas. Se divierten con sus extraños resultados que no coinciden jamás con las medidas de los mapas oficiales.
Tal vez fuiste otra vez pasado como las hojas que caían una y otra vez, en una y otra, repetidas, en presente, primaveras. Aquellos árboles de tus pies desnudos. De tus desnudos pasos perfumados. Tus recorridos por calles desconocidas. Allí estaban interminables ahora en el presente de la memoria. Sonoros. Como si supiesen a dónde iban, pero no el camino. Incompletos, como cada tarde. Recuerdos de la velocidad de nuestro pasado se escribían en la profundidad del abismo.
Paraban los velos. Y los puentes. Y los puentes levadizos abrían las aguas del olvido. Venían de sus fuentes, de allá arriba, donde el frescor mantiene "vivo" la vida. Comían su falta con trozos del cuerpo, permanente cuerpo, esa carne que nos presenta, nos ama, nos duele, desea. Sus ojos ... son pasillos dispersos que se confunden en ninguna parte. Alrededor de su voz fluye el pasado, hojas muertas que fingen verdor, vida y verdor, llaman con sueños, espejismos de la memoria, y gritan sin alcanzar el canto, que adoran por olvido, aunque aún tienen reminiscencias de las que comen, rumian, toman sitios sólidos para tomar consistencia, aunque, a veces, poco a poco se desvanecen.
En un lugar vivo. Me desposee. Sin presencia ni pensamiento. Deshabitado, huella volátil, sin urgencias, ni duración, ni hojas de noche. Larga era la grieta. Del espacio de los ojos. Febrilmente dispersos. De ese oculto mundo que nos habita. Sin belleza tocado. Instantes de veneno. Vuelo del olvido.
Me he dicho un lugar, que hablar de sol y sombras, se mueven al aire de luz, regalos de ruina y memoria, lugar del lagarto jadeante de gris piel costillas marcadas, que inflan de la respiración el aire, o verde de lagarto verde, verde sol de una tarde espesa, que es hora de siesta tonta y callada, calla niños imaginativos e imaginarios, que huyen de las camas de suelo duro como el sueño que se niega, y corren o andan, según su vivo o pausado comportamiento, entre los bajos árboles de la amplia huerta donde a veces definitivamente se pierden.
Y nuestro futuro se hace boca. Nos ama para devorarnos. Eso dice. Nos regalaría vida si no fuese egocéntrico, malévolo, maniático. Aún no tiene memoria ni recuerda sus oníricas promesas. Lo dicho: parece un dubitativo malhechor. Nos ama con su sutil indiferencia. Tira de las cuerdas que él enuncia lazos del Destino. Y miente. Siempre miente como aquel que cree en sus gloriosas mentiras.
Y este amor de boca y alma nos tenía en vilo vida. En vilo vida a veces, a mucho, a todo. A todo te amaba, borraba, recordaba y volvía a hacerte carne viviente. Y amaba y amaba como el que con ti todo ama. Todo en ti ama y ama como al que todo le queda por vivir y lo ama.