Luz nocturna. Luz diurna. Olas de sombras yacen fascinadas y fijas. Se ajusta el amanecer. Sus plazas. Esquinas y calles. Tiempos del aire. Muros. Escaleras. La parte irregular del mar. Sus ojos. Sus cuerdas. Labios de agua y lengua. Te acuerdas. Pendiente sensorial de la vida. Sensual como la noche. Esta. Como la noche dulce. Esa. Cuando con la Luna se enfrenta. Blanda y brillante. Cercana como un beso. Con pies de silencio.
Alborotas mi bien cálida vida, sirena de desordenado mar. Introduces amor en cada gota, en cada fondo de oscuridad. Tu ciudad tamizada. Siracusa lejana. Filtro exótico del alma. Doliente esquina. Maravilla de fondo. Aceleras mi calma. Me abres. Como una fuga nocturna. Conoces mis corrientes. Venteas al aire. Aclamas. Acostumbrada al agua, al mar. Borrasca.
Porque también se olvida el dolor sufrido en la desesperanza. Ya nadie encuentra su nombre. Ya desconocido. Queda lejos aquel lugar donde fuimos. Abierto. Al pasado, abierto. Perdido. Ya desaparece. Ni habla. Ni entrega. Ni acecha. Sin vecina marea. Indomesticado.
La rama joven verde nunca cae al suelo porque sabe el árbol que echará a sus pies raíces. Una raíz, otra raíz, otra raíz, crecen, arraigan, brotan enérgicas bajo tierra como queriendo volar hacia la superficie. Es el canto verde. Es la savia vida. Que nombra que grita. Cuyo nombre grita a Dios a su fe y bienaventuranza. ¡Su sólida energía! Su canto. De vida.
Esta habitación. Donde te busco. Te preparo. Donde anduviste. Está casi perdida. Aún de ti fuerte. Sentida. Preparada fielmente. Tantas veces en silencio. Tantas veces desaparecida. En esta habitación, tus cartas. El papel por ti olvidado. Se hace fuerte. Y grita. Su desesperación grita. Contra el silencio grita. Con tu olvido abierto a todas las salidas. Huyendo. Fugado. Alma desconocida.
El milagro de tu mirada. Infatigable, plena de recuerdos, me desborda, me encarna. Que no pase nadie sin que la vea, imperativa, orgullosa, anunciando el tiempo por venir, ave blanca que surca el cielo, anunciando la llegada de tus manos. Misterioso amor que te tuve, sin rumbo convencido aún en la victoria.
Sí cabes y me desbordas. Pareces imposible, amada y en espera, capaz, y reencarnada. Ámote, me dices; como si yo lo hubiese olvidado como se hace con un espejismo. Sin olvido te espero. Imperativo como el aire. Te espero como si fueses un misterio al desvelarse, un breve enunciado como tu nombre, una ligera brisa que te nombra.
Cuanto el amor amaba sin memoria. Es un perro que de tanto tiempo ya no sabe que espera. Se le vacío la memoria desbordada. Ya no parece un animal sino una peluda sombra. Sombra muerta por lo tóxico de las horas. Y ellas, como viejas lombrices supervivientes de las grandes catástrofes de la Tierra, parasitan la corroída memoria.
Cuerpo concluido aquella noche en tu cama. Tupida sombra se posaba bajo tu cuerpo. Concluida ya la tarde. A besos, amor y juegos. Tiernas miradas infatigables. No quedaban ni huesos ni recuerdos. Ni desdicha ni memoria. Yacíamos en una magnífica falta de memoria. En un obcecado sueño. Supe entonces que te amaba. Sin vuelta atrás hacia la tierra.
Algo le pasa a la noche. Es libre paso. Es un saber que angustia. Viene huyendo de la oscuridad y cae en su sombra. Amenaza como un conclusión demasiado cerrada. Concluye y tira. Arroja los cuerpos sobre sus desechos. No tiene otra saciedad. Allá va buscando aquello que se mueve, su enemigo vivaz. Azota con sus zarpas el duro suelo gozando del terror que provoca.
Sí creo en ti. Te renuevo mi esperanza. Y advierto que es definitiva. Me tienes liberado de la angustia. Así como me gustaba antes: siempre el cuerpo en calma. Bendito alimento de la vida. Viene luego el amor y lo revoluciona todo.
Creé para ti un luego. Viene después crearlo paso a paso. No se puede decir el futuro; entonces me lo invento. Piqué todo lo que se mueve con vida: alegrías, penas, ilusiones, frutos conservados en aire, tierra para plantar, plantas, semillas, raíces diversas, un poco de azar, recuerdos conservados con la esperanza de renovarse, un poco de ternura, y esperanza, mucha esperanza.
Vienes insondable como un hechizo, fabulosa, perpetua e imposible. Experta alevosía nocturna. Decidí llorar porque no estabas. Vino entonces un tiempo defectuoso. Un signo desfalleciente. Un exceso. Un tiempo interior tormentoso. Hasta la saciedad pretendí vivir entre los restos. Apagados hilos de mar y de pequeñas cosas. Hice mimos a la vida pero no me contestaba. Era demasiado pequeño y vaporoso. Viniste tú, mi desaparecida, como viene el amor y la vida.
Toda la noche nerviosa. Ama la noche apacible, suave como siempre, como dijiste. Corre la mañana abrasadora. Corre como la templanza del vino. Quiero verte aunque estés perdida, y yo perdido, y la esperanza y la vida. Quiero entregarte las horas, las horas pensando en algo insondable. Eso pasa en la confusión cuando vienes del abismo.
Derramábamos el amor que conociste. Dos sordos al tumulto de la vida. Te miro a ti como presencia, prometida, cumplida, perfecta. Eres imborrable en el nido de mi memoria, amable como tus gestos, noche de mar con su tranquila brisa. De ti, las dulces palabras saben al néctar del vino, a la templanza, al susurro de la vida.
Empujaba la duda hacia tu boca, imperativa e insensata, desbordante y dilatada. Ese instante de tu piel que hace estallar al silencio. Ese silencio que sin ti era inexpugnable, rocoso y duro como el joven acero sin grieta. Creo en ti. No pienses en otra cosa. Creo en ti como el exiliado cree en la patria. Llegas como la promesa cumplida e imborrable.
Sentada en ese tren, en el vagón de la complicidad, ibas solitaria hacia la lucidez. A no ser bruma. A andar por los surcos de la tierra con los pies de la noche. Como de costumbre, vecina de la mirada. Decidida obsesión a mantener la vida. Empujabas al futuro incierto desbordado de posibles hacia el fin de la duda. Ahora, contigo se dilatan amplias las ventanas por donde apreciamos los caminos que se alejan.
Se balanceaba lentamente nuestra mirada como varios universos atraídos. No eran aún las últimas palabras. Se nos vino un auténtico instante, una apaciguada vida, un vivir de amor cómplice. Como si conociésemos de siempre la vida. Como si participásemos de todas las cosas. Como si nuestro amor estuviera sellado con la esperanza.
A la tormenta. Enmudecidos nos callábamos para nosotros los desastres. Teníamos en los brazos enredos. Teníamos tumultos que labraste; se columpian íntimos en sus llamas. Así, sin prepararnos, a última hora llamaban a nuestra puerta cada noche preparándonos a llama lenta el infierno. Nos miraban atizando sus brazos con enredos. Balanceábanse enzarzados como ojos carnívoros.
Intuyó. Era prisionero el horizonte a un lado y otro del viento. Flotaban los huesos y las quejas. Flotaba el cansancio. Se manchaba la playa de gotas. Iba la tierra a la deriva en su reposo con sus nidos de codornices. Iba la cadencia de los caminos inspirando a los árboles. Era del día la última hora. Abandonaba a la luz en sus propios brazos. Caían en la oscuridad las miradas. Llegó el tumulto de las sombras.
Somos el meollo de la ceguera, su agitación, esa vibración del mundo que es la vida, el centro de los enlaces de los puntos muertos, esa zona a los vivos ojos invisible. Trataba de decirte que buscáramos salida, salida al tiempo de la desgracia de los vetustos ojos que nos miran. Intuyo que nos defendemos como el mar de los desiertos, huyendo por el amplio horizonte que se pliega.