Pasa el pasado encerrado en su miseria mientras el poder de la vida arrasa con todas las vanidades. Y fue entonces cuando fuimos ritos, lava y creencia. Nos parábamos a pensar en los duros bloques y en la desolación del hielo. Ahora intuyo que fuimos la fuente de las quejas.
Él es siempre una sombra que corre despavorida por el campo de los recuerdos. Eran las piedras verdes y los campos primaveras. Y tu boca... tu boca en la que pienso. Y tu cara... la que me sigue frente a mi cara. Yo tuve contigo un breve sueño.. o fue al revés? Un pequeño sueño de tus manos que volaba entre nuestros pechos. Te voy a querer. ¿Cómo no si por ti estoy loco y se me salen las horas de la boca?
Amor a ti como milagro
Rezaban las aves y ella dormía en la cara de la noche
miércoles, marzo 21, 2018
Rezaban las aves y ella dormía en la cara de la noche. Había encerrado su pasado con cruces protectoras. Antes había sido así, confesó. Pero ahora no. Vivía ahora según sus intereses. Y yo pensaba en ti y en aquella. Me había enamorado definitivamente de ella, de la otra que fuiste. Y tú no me dejabas entrar en ella. Quería hacerle el amor con la pasión de los rincones. Mientras tú solo me dejabas la suavidad de tus brazos.
Es él el sistema de las sombras. Tumbadas realizan sus sueños. No me escribas, ¡no! ya estoy sobre la arena. Has dejado las palomas al vuelo, las horas al cuerpo, el vivir sin sustancia. Pues íbamos de viento y amor, de pena y queja. Me hiciste adicto y corrupto, gato de la curiosidad y oído. Me hiciste cadera nerviosa, loca agitación, detrás de los susurros.
Sin salida las manos cantaban la pena. El amor, el amar, se sienten como vestigios, restos imposibles de soportar. Están en ventanas prisioneras plasmadas contra el horizonte, definiendo el lejano mar. Mar de recuerdos dormidos e insaciables, dejan al viento, a su cálculo, el cantar de las noches. Ya han pasado todas las quejas, incluso el pasar ya no tiene plaza, desactivado.
Duermo en tus brazos mis ojos, en la materialidad del aire, en la espuma de tu cuerpo. Vuelo como el gato del trapecio con la maleta de viaje. Corre él siempre por el trapecio de tu boca de boca en boca haciendo un collar de piedras verdes. Parece que va comiendo las palomas que salen de tu pecho tiernas y suaves como carne de ave.
Estoy tratando de decirte que te amo, tal vez estoy sin salida, los ojos vendados, el cerebro deshecho, las manos caídas. Miraba yo siempre tus manos, tus ojos, como aquel que nunca ha visto nada tan hermoso. ¡Qué fácil hiciste amar! ¡En qué loco me convertí, estúpido loco, todo entrañas!
Amor a ti como milagro
No escribas sobre las alas de las palomas que ellas no entienden al aire
sábado, marzo 17, 2018
Y me enlazo en tu cuerpo decidido. Me enlazo en tu cuerpo con mi alma negra. Vuelven los árboles y las cerezas como gatos desesperados de la pradera. Como locos hicimos trapecio en la Luna, maletas de ovillos, con ramos de rosas. Es que antes éramos sombras sobre la boca. No escribas sobre las alas de las palomas que ellas no entienden al aire.
Cada palabra tuya me hace de ti enlace. Me hace agitación del mundo en mi cuerpo. Cuál fue mi ceguera antes de tu tiempo. Ceguera de muertos sin alma. Y mis ojos nunca te habían visto. Y aún no había llenado mi espacio con tu presencia. Traté de salir de mi espacio pero no encontré nada. Un Tiempo vacío. Una vida hueca.
Sabes que reconozco tu boca. Tenía cerca siempre tus pechos dormidos. Y un día bajé tu boquita con éxito. Sabía amargo en el mundo de tu lengua. Era un pájaro que amaba la vida, roja y enamorada del tacto. Me nombraste tus calles. Tus brazos fueron mis cadenas. En tus ojos vi mi sorpresa. Me gustaba estar en tu mirada, clavarme todas tus partes, y estar salvado para siempre.
En el mero filo de la memoria. Forzadas manos tocadas de la vida. Cuerpo pasa. Árbol crece. Estábamos abiertos a las presencias. Veía en tus ojos el paisaje de la vida. Entonces, aprendí a olvidar. Ya nadie nos recordaba. Habíamos desaparecido. Pero escuchábamos al amor decir. Recuerda que el amor duda, que, a veces, es el borde de un precipicio, que te puede destruir la vida. Recuerda el tiempo prestado, el meollo de los nudos y de las esquinas. Recuerda los enlaces que explotan. Y llamábamos a cada palabra por su nombre.
Nos abalanzábamos sobre la noche como truenos derrotados. ¡A vivir! A vivir por todos lados de las caricias. Colgaba la suerte sobre la cúspide del cielo. Ya se habían hecho borrosas las huellas de las raíces. Ya teníamos la rebeldía en la boca. Estábamos debajo de los naranjos medio dormidos. Ya conocimos un aire de la otra vida.
Y es esta la incumplida promesa. Mil veces lejana, que nunca llega. Yo también fui horizonte, a veces ruina, pozo seco de la vida. Ya no podíamos cultivar el tiempo. El mero hecho de la memoria nos horrorizaba. Lo nuevo vino después. Nos venían las personas con su ilimitada esperanza, ampliada, a veces, en su gran amplitud. Eran personajes hechos de árboles, con corazón de madera, y palabras de agua. Venían con sus mensajes flotando por sus manos hasta el umbral de nuestra casa.
Escuece la lluvia. Y el verbo quema la lengua. Muerden las palabras inadecuadas. Desnudaban la voz para hacerle el amor a la letra. Fueron encontrados entre dos vidas, a fuego lento cruzado. Era tarde para el llanto y la tarde estaba tomada. Cercanas voces bailaban bajo tu vestido. Era tarde de llanto y flama detrás de la ventana.
Olas de viento y marea llegaban hasta nuestro rostro. A veces, vagamente, nos llega la belleza. En la sombra dejábamos las sombras correr sobre la hierba. Dejábamos el vuelo de la tierra. El punto y correr. Las adivinanzas. Era arrogante la ligera brisa. Y el olvido hablaba. Era la clase de árboles que amaban la tormenta, y el granizo, y los trozos de paja volando. Eran las promesas incumplidas buscando su lugar.
Collage impresionista puntillismo
Colibrí de color pequeño, olor frágil y néctar
martes, marzo 13, 2018
Colibrí de color pequeño, olor frágil y néctar. Avanza la noche por los cuerpos como una llovizna sin truenos, lánguida emoción de tu presencia. Está la ciudad sin verbo callada, bella durmiente de los sueños. Se desnudan las paredes y aparecen sus cuerpos. Dejó la noche de llover y se hizo viento. Olían los vestidos colgados a cuerpos de mujer ausentes. Gemían las puertas porque estaban solas. Tomaba la noche sombreros y paraguas para bailar todo el tiempo del silencio.
En esta alegría privada estábamos a la intemperie de todos los tropiezos. Teníamos vuelos de palomas y de nieve soluciones. Por justicia, por amor, ya nos merecíamos esto como una cumplida promesa. Colgabas de mi cuello como una bella rama, vagamente fructificaban los hermosos frutos de la vida. ¡Cómo no podríamos vivir y amarnos entre tanta belleza!
Te conocí dormida en la flor de tu piel. Caótica y frecuente, aterrorizada por la mala fortuna. Y yo llegué sin que me vieras. Éramos, al principio, palabras. Creías que por fin habías encontrado a alguien que te entendía. Me convertí para ti en boca líquida y expansiva. Entraste en mí para borrar el trance del olvido, la caótica soledad, y todas mis mentiras. Abriste puertas y salidas en un instante. Hiciste de mi mano un universo, expansivo hasta llegar a mi corazón. Y derretiste todas las defensas de las cuales crecieron alas.
¡Qué canciones formaron parte aquí de nuestra agua! ¡Cuántas brechas nos hicieron en el corazón! Abre. Abre nuestro futuro para el afortunado amor. Ya jugábamos a vivir, a darnos la boca, a construir emociones. Nos mirábamos con los ojos muy abiertos, extrañados. Nuestros brazos nos llamaban con la suavidad de su piel. Girábamos juntos la cabeza y escuchábamos nuestras contradicciones. Era el temblor del silencio raro, intenso, como el que no conoce. La superficie resistente de tu cuerpo se defendía de mis caricias para engañarme. Pero a veces dejabas que nuestra piel se encontrara. Y ponías entonces una pregunta en tu rostro para contestar si te gustaba. Venía la respuesta con la reacción de tu cuerpo en forma de tormenta. Sonreías entonces como sabiendo.
También tú eres nieve. Se hunden como cristales el sudor en la piel. Aparezco carcomido y dormido. Un día de estos voy a ser la alquimia del olvido frecuente. Este corazón ya no responde al instante. Tiene la boca líquida y diminuto el corazón, donde fermenta la ternura. Tienen tus imprevisibles ojos una forma de mirar la vida que no sé cómo decirte. Me crujen las alas mojadas de la noche, los círculos de náufrago. Pasa la noche desnuda.
Estabas silenciosa y te amo. Te amo por el encanto de tu belleza, por las noches que me inspiras, por el temor a perderte. He fijado tu imagen en el espejo. Tus ojos respiran. A veces, tu boca sabe a besos sorprendidos y tapan el dolor. Tu cuerpo es el principio del olor. Olores sordos de puertas nuevas. A veces te confundo con la felicidad. Y quiero conocer tus otros puertos. Porque las palabras duelen. Y todo se pone borroso. Parece el entendimiento encerrado en una maleta. Sin embargo, para mí amarte es una cosa nueva. Por eso te canto, te deseo y abro en ti brechas.
En el parque de las palomas, bancos verdes y una fuente. Acariciaba tu cadera con el tacto de un felino. Veía en la línea de tus ojos el gozo temprano, la líquida voz del deseo. En tu boca blanca y despavorida había silenciosas llamadas a mi boca, a mis labios. Pasaban estremecedores silencios por nuestros cuerpos. Se nos hundía la piel en la vida de la carne. Y estaba seguro que el olor de tus senos me hablaba.
Era amplio y grande el sendero que me acercaba a ti, y profundo el abismo sin fondo donde caí. Fui peligro ante tus ojos, higueras verdes de primavera, tus ojos, sombra. Fuiste el peligro de la vida, agazapado en tu deseo. A veces, tuve que esperar el momento. Nuestros encuentros bailaban. Era preciso llegar a las horas íntimas. Entonces yo bailaba en tus manos. Era verano, y tu nombre se me repetía como un recuerdo en cada palabra que se presentaba a mi mente. Ya nunca más en mí hubo silencio.
Ya no me sale el amor; lo has vaciado; lo has puesto en la imagen de lo imposible. Paso verde de la nostalgia. Fondo del habla. Cintura pequeña que ya no acoge mis manos. En tus rodillas ocultas ya no encuentro tu piel. Se ha llenado la papelera de mis propias palabras. Ya ves: ha muerto el niño de los credos, el angelito ilusionado, el pirata de los mares locos. Ya solo siento todos los miembros fantasmas que muertos quedan ante el dolor.
Derretía tu vestido tu cuerpo bajo aquel sol de una tarde de paseo. Circulaban los sueños por los campos al son de la flauta. Era tu cintura liviana al llegar la noche con su precipitación acostumbrada. Pasa breve el verde que queda, a esconderse en algún nido de la noche.
Ya en las horas del amor venían vientos nuevos tomando todo el espacio. Me hallaba en ti. Bebían en tu boca, como en un festín bajo la luz de un día nuevo. Bajo el velo de las ramas parecía el jardín un palacio. Rojas, verdes, azules, amarillas, sobre la paleta del pintor-naturaleza. Esparcían las higueras un dulzoso olor a negros higos, tiernos, maduros, casi abiertos.
En esa blanca boca tengo puesta una esperanza. En ese silencio tuyo, me hablan tus senos. Se me hunde en tu piel el sudor que de mi cuerpo brota. Te amo en el carcomido silencio, en la sed que cruje en mi boca, en la alquimia del olvido, en tu corazón de entrada y salida, en todo líquido instante y trance, en tu salada ternura, en tus sienes, en el lugar donde nace tu cabello, así, de improvisto, hasta en el olor de tu mejilla.
De un extremo al otro de las horas te espero. Agitado entre ambos llamo a lo que encierras, a tus oscuras intenciones bajo esa sonrisa del alma. Es el dolor una esperanza que arde. Es el resumen de las horas secas. Se me cortan las manos al saborear tu vida. Temo morir en el intento. Y las horas cortan la vida en trocitos comestibles. Así sucede la vida cerca de su boca.
Por fin en un festín estuvimos celebrando el templo de la aurora. Nos arrastrábamos despacio por el sendero de la noche. ¿Ves aquel lago? Allí. Allí. Despavoridos corren los árboles. Semidesnudos vagan por el agua. Se inclinan ante el sol vencido. Íbamos en la galera de nuestro cuerpo, gran cruz de la opulencia, inquebrantables como el tronco de las parras. Circulaban por nuestras manos los senderos de los labios, y, a veces, amor y saliva. De un extremo al otro agitados como viento sobre mareas.
Los trenes ya no circulan en círculos, hacia el mismo lugar, hacia nuestras manos. Suena cada silbido a un adiós. Con inquietud retuerce mi cuello, me exige el alma, aunque ya sabes que está muerta. Tal vez quiera regodearse en lo putrefacto de la carne. Tal vez quiera mirarse por última vez en el opaco cristal de los ojos blancos para cerciorarse de haber acometido el golpe final a la vida que ha sido.
Los días son cada vez sin ti más cortos y más fríos. Aún están verdes algunos lirios y tu vestido. Yo, acurrucado en los últimos tiempos de ti, recostado sobre la tierra, sobrevivo en el festín de tu ausencia. Es el templo del Destino. Ya no hay senderos de gloria, ni amor que nos glorifique, solo narcisismo roto; así, en pedazos que no devuelven ningún reflejo de amor. Ya se inclinan los árboles bajo la pesadez del tiempo. Pierden sus ropas. Mueren temblando bajo la indiferencia de la intemperie.
Esa fue nuestra respuesta a la vida. Hicimos treguas de avestruz con la boca llena de tierra y miedo al agua. Desesperadas, atraían las piedras de los precipicios por donde pasaban. Sí, pues, con ojos prodigiosos, nos buscábamos las heridas de esa parte de la vida. Se acumulaban los tiempos pasados y futuros. Parecía la ciudad de carne machacada por los golpes de la rutina. A pesar de todo habíamos tenido la embriaguez de los pasos campo a través. Llegan hoy las miradas que ayer se perdieron. Volvían vacilantes y plenas, allí donde todo recomienza.
Olvidaba que eres tú el silencio. Son tuyos los prodigios y una sombra. Eres tú quien oye la sal de la tierra. Tampoco eres invierno ni levadura del tiempo. Tenías un índice de tus sueños para recordarlos. Allí, entre los humedales de tu piel cultivo tu cuerpo presente mientras la madrugada se derrumbaba.
Arriesgaría mi vida para poder pensar en ti pues quisiera estar en tu lugar más oscuro, allí donde tu alma reposa. Para callarme, cuando te digo esto, acercas tu boca a mi boca y me besas mientras me dices tonto. Es así como me quitas la negrura de la triste tristeza y me haces volar entre la sinrazón de los delirios. Eres desbordante como cuando te coge la esperanza. Desbordas mi refugio. Me haces salir a la cara sonriente de la vida. Suspiros van y vienen entre tus caderas, bailando al son de tu piel. Luego me recoge la bondad de tus brazos. Por ese olor tuyo voy navegando como el amoroso pirata de tus islas, avaro de encontrar tus riquezas. Mis dedos palpan en ti la tarde. Nos “celosea” el sol. Se pone amarillo de rabia. Yo, un canto tenebroso, y nosotros. Recordábamos los viajes por venir como si ya hubiésemos estado. Nos dábamos treguas como aves sedientas de nuestras miradas.
Por si acaso dormir en tus sueños, a su sombra, aunque sean fragmentados. Seguir tus abolidas huellas, sus ecos. Decir nubladas palabras, por si acaso. Detener la lluvia sobre tu rostro. Suprimir las trágicas miradas. Ya estuvimos en los tiempos de las plantas que ya nadie conoce y dormimos de fino sueño como un éxtasis.
Te encojes de hombros, a veces de angustia. A veces, era preferible tomarnos media tarde para estar, hablar, y besarnos despacio. Más tarde, en el umbral de la noche, tomarnos el fondo de las ganas hasta quedar perdidos. Balanceabas tus cabellos sobre mi desnudo pecho. Arriesgábamos todo cada vez que nos encontramos. ¡Qué más nos da el peligro si nos colmaba la felicidad! No sabíamos aún si arriesgaríamos la vida, pero tampoco había por qué forzar esa circunstancia. Estábamos en el lugar apropiado: nuestros cuerpos; y en el suave río del amor de nuestras almas.